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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Inuyasha decidió entrar nuevamente al gran salón, debía hacerlo antes de que el general notara su ausencia. Al entrar, notó que ya quedaban pocas personas, ya era algo tarde y se habían marchado a descansar. Buscó con la mirada a su señor, este se encontraba bebiendo con el teniente y según la mirada del ojicarmín, no era algo bueno. Se acercó a ellos de inmediato.

—¿Dónde estabas?. —Preguntó el general apenas se acercó, se calmó un poco y decidió responder con claridad. Ese hombre parecía ver las mentiras a kilómetros de distancia. Pero, la voz ronca y el ligero tono rosado en los pómulos masculinos, era que nunca antes pensó ver. Al ver con detenimiento, era claro indicio de que se le habían pasado las copas.

—Me sentí abrumado en este ambiente y salí a tomar aire fresco.

—Mi general, será mejor que vayamos a su habitación antes de que haga algo de lo cual se arrepienta después. —Agregó el teniente tomando del brazo al hombre.

—Bien pero quédate, Inuyasha va a llevarme.

Inuyasha no tuvo tiempo de sorprenderse al ser llamado por su nombre por primera vez pues el general lo tomó del hombro y lo guió lejos del gran salón. Afortunadamente, ese hombre logró salir sin manchar su reputación, se excusó con los demás oficiales y salió con su distintiva elegancia. Lo acompañó hasta la puerta de su habitación y antes de dar media vuelta, ya estaba dentro de aquella lujosa habitación. Entró en pánico.

—Excelencia, yo debo volver a mi habitación. Vaya a descansar y volveré a servirle por la mañana.

El hombre ignoró cada una de sus palabras y lo llevó a rastras hacia su gran cama. Poco después, Inuyasha yacía acostado en esa cómoda cama con su señor encima, ese hombre lo besaba y estaba acostado entre sus piernas. Cabía mencionar que estaba completamente seguro que lo que sentía rozar su abdomen no era precisamente la espada de su señor.

Empezó a patalear y tratar de apartarlo pero era imposible. Siguió luchando hasta que ese hombre encima suyo tomó sus manos y las mantuvo cautivas sobre su cabeza. El general lo miraba fijamente, a pesar de que las luces estaban apagadas, pudo ver ese brillo peligroso en esos ojos.

—Te dije que me perteneces y aun así opones resistencia, ¿es porque soy yo y no Fujimori?.

—¿De que habla?.

—¡Los vi! ¡A mí no vas a engañarme, te dije que eras de mi propiedad y te revuelcas con ese imbécil!.

Era la primera vez que veía tan furioso a su señor, tal vez producto del alcohol. Sabía que había mentido y que ese hombre odiaba las mentiras pero al final, su vida estaba hecha a base de mentiras.

—¡No es lo que cree! ¡Se lo juro!. —Empezó a forcejear con más ímpetu, estaba asustado. No quería morir ahí mismo y estaba más que consciente de que era su culpa.

—¡No vas a volver a engañarme, esclavo!. —El general besó con fiereza a su sirviente y sin importar los forcejeos, fue capaz de descubrir aquel bronceado torso. A ver las silenciosas lágrimas, supo que estaba haciendo mal pero su rabia le impidió pensar con claridad. —¡Me has traicionado y vas a pagarlo con tu cuerpo!.

Sin llegar a tener cuidado, el general Taisho despojó de sus prendas al alterado sirviente que tenía debajo. Su furia hacía que dejara de pensar en claridad, que no le importara lo mal que estaba obrando. Cuando su sirviente quedó simplemente cubierto con sus ligeros paños menores, se dio tiempo para admirar ese tembloroso cuerpo. Una piel bronceada por el sol y ligeramente perlada gracias al sudor. Un físico fuerte sin llegar a exagerar, todo por el trabajo que llevaba. Unas manos pequeñas pero ligeramente ásperas por sostener herramientas manuales. Y finalmente, un rostro perfectamente colorado, húmedo por el sudor y un camino de lágrimas que se deslizaban por esas tersas mejillas.

Para el general, era la primera vez que hallaba a un hombre atractivo y deseable a la vista. Para Inuyasha, él deseaba haber muerto junto a su madre para evitar todo el dolor que había estado soportando durante toda su vida. Estaba más que aterrado, su cuerpo sería mancillado junto a sus esperanzas de una vida tranquila y aún así, no podía odiar a ese hombre.

Inuyasha sintió como los besos de su señor descendían a su cuello, no importaba cuanto se defendiera, no era capaz de apartarlo. Involuntariamente, gimió al sentir como aquel despiadado hombre atrapaba uno de sus botones con la boca. Sentir esa caliente boca succionar esa sensible parte de su piel, hizo que jadeara y sintiera su cuerpo siendo consumido por un calor abrasador. De repente, sintió como la mano de su señor tanteaba su indumentaria interior. Su forcejeo se volvió más intenso, trató de cerrar sus piernas lo más que pudo y de echar a un lado al hombre.

Después de que ese mismo hombre le había arrebatado todo, no permitiría que también se hiciera con su castidad.

—¡Suélteme! ¡Se lo suplico!.

—¡Cállate, si lo permitiste con Fujimori, lo harás conmigo!.

El general se levantó sosteniendo las manos de su sirviente con una sola de sus manos, planeaba abofetearle por su insolencia. Al alzar su mano y posar su mirada en aquel chiquillo, se dio cuenta de lo que había estado haciendo. Una lucidez momentánea, le llegó de golpe liberando al ''otro general'', ese lado suyo que quería proteger a su sirviente. El hombre podía ver como el sirviente lo miraba como si fuera el monstruo más aterrador que pudiera llegar a existir, esos ojos antes claros ahora estaban enrojecidos. Ese temblor le caló en lo más profundo del alma. La mano que antes usaría para golpear, se acercó al rostro del niño. Ver como cerraba los ojos con fuerza y se encogía en su lugar, le causó una gran inquietud.

—Cuando te veo, tengo tantas ganas de romperte al punto de que llores por tu muerte. Pero, también tengo ganas de tenerte a mi lado y verte sonreír. Por eso te odio, haces que piense en cosas raras y que pierda el control de mí mismo.

Inuyasha abrió los ojos lentamente ante esa suave voz, pudo ver la mirada arrepentida del general. Aun si ese hombre seguía sobre sí, pudo empezar a tranquilizarse poco a poco. Escuchó atento cada palabra, dejó la incomodidad de lado cuando el general cambió de posición y lo acunó en sus brazos, sin duda el alcohol cambiaba a las personas.

—Solo tú eres capaz de ponerme así. Solo tú eres capaz de hacerme pensar en algo más que en sangre, poder y muerte. Llenas mi pecho y suplantas el odio que habita en él con una calidez extraña. —Suspiró. —Tu sola presencia hace que quiera arrancarle los ojos a los que pueden ver lo que yo no, aquellos que pueden estar cerca de ti sin que quieras huir.

Para Inuyasha, esas eran las palabras más cálidas que alguien le hubiera dicho en su vida. Nunca en su corta vida de sirviente menor, pensó que pudieran salir de un hombre tan peligroso. El general Taisho se estaba sincerando gracias al alcohol que había tomado en su arranque de ira e Inuyasha lo sabía y se sentía mal por ello, él estaba vivo gracias a las mentiras que había dicho desde el principio, por las verdades que había callado.

Pasaron unos minutos en silencio, únicamente escuchando el rápido latir de sus corazones. Inuyasha seguía entre esos fuertes pero peligrosos brazos, temía que si llegaba a moverse, esa faceta que había innumerables veces en su señor, apareciera una vez más. Pero, si se sinceraba consigo mismo, estar en esa posición se sentía bien. Era como si pudiera sentirse protegido y querido por alguien, pero solo quería creer que eran los desvaríos de un huérfano necesitado de afecto. Sintió ese agarre estrecharse, al final, estaba dándole la espalda al general, siendo rodeado por sus brazos en medio de un abrazo pero en una posición un tanto comprometedora. Sus cuerpos estaban pegados, incluso podía sentir la respiración serena en su cuello.

—¿Qué pasaría si decidiera tomarte ahora y sin importar tus lloriqueos?.

Inuyasha se tensó al escuchar esa voz una vez más. Pero el tono usado daba a entender que no quería mentiras y esperaba una verdad absoluta. Y por haber causado tanto innecesario alboroto, se la daría.

—Pasara lo que usted quisiera hacer. —Pausó su hablar y inhaló profundo para después soltar lentamente, buscaba tranquilizarse. —En cuanto pueda moverme, me iré. Tenga por seguro que estaré tan lejos que nunca podrá encontrarme.

Tras una ligera risa amarga, el general contestó.

—Lo supuse.

—Mi señor, ¿si yo no fuera la persona que usted cree que soy, qué pensaría?.

Inuyasha sabía que era peligroso decir esas palabras pero necesitaba saber la respuesta antes de que la cadena que tenía en el cuello, siguiera amenazando con extenderse a su corazón. Hubo silencio por unos momentos, cuando pensó que no habría respuesta, el general habló una vez más.

—Eso sería imposible. Con tan solo verte, sé que no me mentirías y aunque lo niegue, eres la única persona que dejaría estar junto a mí estando en esta forma tan vulnerable. Ya no pienses en tonterías, te traje aquí para que mi mente se aclarara.

Inuyasha sintió su corazón oprimirse al escuchar esas sinceras palabras. Si ese hombre supiera la verdad, se daría cuenta que no era quien creía. Solo se trataba de un cobarde que se ocultaba tras la fachada de ''esclavo'' para poder sobrevivir, se odiaba por esa razón.

Continuará...

 


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