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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Después de recibir una ''clase de modales'', el hijo del duque Taisho sacó al teniente a empujones de la habitación. Su presencia ya era innecesaria después de haber aclarado sus dudas. Y habiéndose deshecho de su visita no deseada, volvió a sus aposentos. Dentro aun yacía dormido el niño en su cama, después de vestirse apropiadamente, se acercó y se acostó a su lado. Su codo sirvió de apoyo para sostener su cabeza.

Mientras lo miraba, su invitado inesperado volvió a removerse. Ahora su sirviente había quedado con el rostro en su dirección, obviamente aún dormía. Pero al tenerlo tan cerca, pudo notar detalles que no había visto antes. Por ejemplo, se veía demasiado adorable con un ligero hilo de saliva deslizándose lentamente por su comisura y los labios entreabiertos, ver su cabello desordenado entre la suavidad de las sábanas. Pero lo que más llamó su atención fueron esas mejillas que se veían rosadas y suaves, no se quedó con ganas de tocarlas. La mano libre delineó las levemente regordetas mejillas. Eran suaves y cálidas. Sus dedos se deslizaron con suavidad y cautela, sintiendo lo cálidas que eran. Aunque no todo dura para siempre, tras unas cuantas delicadas caricias, su mano fue cautiva de una más pequeña. El sirviente que era casi como un niño a sus ojos, había despertado.

Esperaba una reacción así, que al verlo, el sirviente se asustara. Era algo de todos los días y que estaba dispuesto a cambiar. Ver lo avergonzado que se veía su sirviente, era algo gracioso. Sin embargo, si quería que dejara de temer, no debía demostrar cuán divertido estaba de esa situación. Pero lo primero era lo primero, debía averiguar porque despertó en esa posición.

-¿Qué estás haciendo en mi cama?.

Volvió a levantarse solo para darse cuenta que había ignorado el dolor de cabeza y la resaca que le presidía. Y lo peor de todo es que su mente aún no se iluminaba con el conocimiento de los recuerdos de la noche anterior. Y nadie como su sirviente personal para iluminar su mente. Pero, el niño parecía demasiado turbado como para contestar. Decidió hablar de lo que recordaba, tal vez así el sirviente tuviera la confianza como para hablar.

-Solo recuerdo algunas partes de lo que ocurrió ayer. Tan solo recuerdo que bebía con Naraku y que te estaba buscando.

Lastimosamente, su plan fracasó. Aquel niño solo se cubrió con pudor y retrocedió aún más. Y la irritación llegó al general Taisho, estaba frustrado al no recordar y ese sirviente no estaba cooperando. Una última intimidación bastaría para que hablara con franqueza.

Se abalanzó contra él y atrapó sus manos sobre su cabeza, sus experiencias anteriores le hacían saber que el chiquillo era reacio a cooperar y siempre trataba de escapar de sus garras.

-Me gusta que me tengas miedo pero también me resulta molesto. Habla ahora o tendré que hacer que en verdad me tengas miedo

Después de su advertencia, las cosas seguían iguales. De repente, admiró mejor el cuerpo semi descubierto que se movía frenético bajo él. Marcas rojas, muchas marcas rojas adornaban esa tersa piel. Solamente dejadas en lugares específicos como si se trataran de alguna marca de pertenencia para alejar presencias indeseadas. Conociendo lo pudoroso que llegaba a ser su sirviente, nadie más que él pudo haber hecho algo tan indecoroso. Cuando bebía solía salir de su zona de confort, de decir cosas que no debía y tendía a olvidarlo todo durante la mañana. Por esa razón no bebía a menudo o demasiado. Cuando pensó que tendría que romper sus ideales de un comportamiento tranquilo y caballeroso, su sirviente habló.

-¿En verdad no recuerda nada?.

Esa expresión avergonzada en verdad causaba estragos en él, lo llenaba de pensamientos no aptos para menores. Pero debía concentrarse en lo que quería saber y dejar esa posición comprometedora antes de que algo más allá de simples besos en el cuello, ocurriera.

-¿Te parece que miento?.

Pero el niño no contestó y todo se descontroló. Su autocontrol se había esfumado, sus deseos habían surgido y esa posición en la que bien podría tomar al chiquillo, no ayudaba a controlarlo. Su boca hambrienta de esa piel, hizo de las suyas. Y antes de proceder con ferocidad, recordó las palabras del teniente Ayakashi: ''Solo si cambias tu actitud, dejará de temer''.

Pasó su lengua por esas marcas rojizas, todo con calma. Besó cada centímetro de piel y mientras lo hacía, vagos recuerdos de la noche aparecieron. Recordó el miedo en la mirada de su sirviente, por eso hizo todo lo más gentil que pudo. Conteniendose para evitar asustarlo. Sentir los estremecimientos y escuchar los suaves suspiros, le hinchó el pecho de orgullo, estaba haciendo un buen trabajo. Se alzó para ver al niño, la expresión era sumamente encantadora. La respiración errática, las mejillas fuertemente coloreadas y los labios entreabiertos tratando de respirar con normalidad, le parecía algo excitante.

Un beso, un beso diferente a todos los anteriores. Cuando decidió poseer los labios rosados, sintió que era diferente a todas esas veces en las que obligaba al joven sirviente a besarle, sentía esos suaves labios tratando de moverse al compás de los suyos, algo que antes no había pasado más que en sus sueños indecentes. No sabía que más desear, estaba entre las piernas de ese extraño pero lindo chiquillo y le besaba con el mismo fervor que él, liberó sus manos al darse cuenta que ya no necesitaba forzarlo a ello. Cuando se separó de él para llenar su organismo del vital oxígeno, los brazos de su niño se pasaron tras los suyos para terminar aferrándose con fuerza a él. Algo que no pensó que sucedería y que le agradó enormemente.

Al estar en esa posición, el estar acariciando el menudo cuerpo bajo él y los fogosos besos correspondidos, hicieron que los deseos reprimidos aparecieran. Y aún así, sus impulsos se mantuvieron en orden para no arruinar todo. Se dio cuenta que tanto beso y toqueteo estaba pasando factura al sentir un tirón dentro de sus pantalones. No obstante, no era el único. Al estar recostado sobre su sirviente, pudo darse cuenta que no era el único en esa situación dolorosa. Y él lo había dicho, solo él era digno de causarle dolor al joven sirviente, ni siquiera el cuerpo de ese niño iba a quitarle ese derecho.

Su mano se coló dentro de la pequeña prenda que lo separaba de sentir en plenitud a su sirviente y con algo de cautela, empezó un lento pero firme vaivén en búsqueda de que el dolor que estaba sintiendo él mismo, no ocurriera con el niño. Era la primera vez que hacía eso para alguien más, era la primera vez que tocaba a un hombre y a pesar de sentirse extraño, no podía dejar de hacerlo. Un nuevo gusto culposo había surgido en él.

De repente, un sonoro gemido hizo que se diera cuenta que lo que estaba haciendo, era bien recibido. Pero el chiquillo era reacio a sus caricias algunas veces y se mostró en el momento en el que trató de apartarlo y cerrar las piernas. Suspiró suavemente y se dirigió hacia su oído.

-Calma, no voy a hacerte daño.

Eso pareció bastar, su sirviente se aferró a él con necesidad. Simplemente siguió en lo que hacía hasta que un grito liberador surgió, el sentir su mano pegajosa y húmeda, fue la señal que esperaba. Ver el estado post orgásmico de su sirviente, le complació. Solo él era merecedor de provocar esas reacciones en ese niño.

-Lo hiciste bien, niño. ¿Ves lo fácil que es ganarse mi benevolencia?. -Comentó mientras se limpiaba.

Pero las dudas aparecieron, su sirviente parecía algo inseguro respecto a lo ocurrido. Y fue cuando entendió que tal vez no era el único con dudas, con raros pensamientos respecto a esa extraña relación en la que había obligado a su sirviente a participar. Después de dejarle en claro el porqué lo hacía, se sentó solo para darse cuenta que su ropa interior estaba más que arruinada. Pero la incomodidad que causaba su dureza seguía ahí.

De repente, su sirviente empezó a gatear hacia él. Ver esa acción hizo más doloroso su problemilla. Pero ver que se acercaba a él, le hizo pensar por un minuto que le ayudaría. Eso solo mantuvo su rostro neutro, no quería que supiera lo mucho que influía en su vida. Pero, lo vio sentarse a escasos centímetros de él y con una mano sosteniendo la sábana que lo cubría. Algo incrédulo sintió como la mano restante cubría su frente, tras un breve análisis, se dio cuenta de lo que pasaba por la mente del niño. No sabía si reír o llorar de pura frustración sexual. Aunque el gesto le pareció tierno.

-¿Satisfecho? No estoy enfermo.

Tras una tierna disculpa, le ordenó que fuera a limpiarse pues las mujeres de la limpieza no tardarían en hacer su aparición y no es como si quisiera que lo encontraran en una posición tan comprometedora con otro hombre.

Continuará...

 


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