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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Tras unos largos días, Inuyasha ya había regresado a ese lugar que llamaba ''hogar''. El viaje había terminado y esos días llenos de emociones, también. Después de todo lo acontecido durante su estadía en la capital, necesitaba unos días lejos del general Taisho. Había un fuerte y claro ''sí'' como respuesta en su mente, pero no podía ver la pregunta o qué significaba esa afirmación. Estando lejos de su señor, podría descubrirlo. Necesitaba estar lejos de la fuente de su confusión por un pequeño lapso de tiempo.


Ya estando frente a las puertas del terreno que guiaba a la mansión, Inuyasha sintió un brazo confianzudo colarse en su cuello. Dio un ligero respingo por la sorpresa pero sabía quien era y no pudo ocultar la sonrisa en su rostro.


—¿Me extrañaste, Inuyasha?. —La voz de Koga llena de su distintivo entusiasmo, alejó sus pensamientos y se relajó.


—Claro que no, ni siquiera noté tu ausencia. —Ambos rieron y entraron a la propiedad del hijo del duque.


Mientras Koga e Inuyasha hablaban, ignoraron la intención asesina a sus espaldas. El general Taisho estaba a unos metros atrás, aun montando a su yegua color crema pero sin apartar su peligrosa mirada de esa acción tan personal entre los dos sirvientes.


Mientras Inuyasha reía entre broma y broma, desvió su vista a su espalda. Pudo ver a su señor con el ceño fruncido ligeramente pero su mirada daba miedo, pero a cualquier otro. Para él fue un alivio ver esa expresión, era como antes. Tal parecía que el general había vuelto a la normalidad y eso era algo bueno, no importaba que un extraño sentimiento amargo, lo abrumara en lo más profundo de su interior. Negó disimuladamente y siguió a su amigo a su cabaña, había caminado por un buen rato y necesitaba descansar.


...


...


Semanas después, las cosas estaban algo agitadas en el territorio de Taisho. Inuyasha había escuchado algunos rumores entre los guardias acerca de la situación que se llevaba a cabo en la frontera. Una posible guerra por territorio se avecinaba y eso había mantenido ocupado al general y al teniente. En esos días, Inuyasha no había podido ni ver de reojo a su señor. El general apenas y salía de su despacho por estar tratando de controlar la situación además de planear estrategias. Pero de algo estaban de acuerdo, la guerra era inevitable.


Antes de su viaje a la capital, Inuyasha bien podría agradecer en silencio la futura partida al campo de batalla del general pero ahora, tenía miedo. Realmente no quería que se fuera, no quería que nada le pasara. Porque si bien era un buen guerrero, seguía siendo humano y tenía debilidades. Simplemente no quería recibir la noticia de que él no regresaría de la batalla. Inclusive, se arrepentía por haber deseado en el pasado que se quedara indefinidamente en aquellos terrenos hostiles.


Pero no era hora de lamentarse, Inuyasha había escuchado que el hombre estaba en el patio de entrenamiento e ir a dar una mirada a escondidas, tal vez ayudaría a alejar los pensamientos desastrosos que lo atormentaban.


Con un suspiro de alivio, Inuyasha pudo ver como aquel fiero hombre mostraba que en verdad era un estratega de batalla. Se veía imponente al dar las órdenes a sus hombres, al hacerlos luchar entre ellos con espadas, a unos simplemente dejándolos parados con pesas en las manos y a otros haciendo combates cuerpo a cuerpo. Observó como su señor veía complacido el entrenamiento riguroso que supervisaba, ese era el verdadero general Taisho, ese era el hombre que sembró confusión en su corazón.


En ese tiempo, Inuyasha tuvo oportunidad de averiguar qué era ese ''sí''. Sabía que era lo que su corazón quería y a quien quería, aun si lo que sentía estaba prohibido. Una vez le preguntó a Koga como se sentía estar enamorado, el hombre solo rió al verlo tan ansioso e Inuyasha estuvo a punto de golpearlo y marcharse ofendido pero el hombre de la coleta le dijo una simple frase que le hizo entender todo y nada a la vez: ''El amor no es algo que yo te pueda explicar, eso es algo que solo tú puedes sentir'' . En definitiva, Koga era como un hermano mayor aunque nunca se lo diría. Y después de pensar en todo lo que sentía, sabía la respuesta.


Se había enamorado de Sesshomaru Taisho, se había enamorado de su amo y señor.


Y antes de lamentarse por ese amor que no sería mutuo, decidió que sólo él lo sabría. Inuyasha nunca tuvo una posesión propia, nunca tuvo algo que considerar para sí mismo y siendo un simple esclavo de guerra, jamás obtendría nada y por esa razón, su amor sería suyo y solo suyo. Al haber aceptado sus sentimientos, la carga en su corazón se aligeró. 


Estaba mirando el entrenamiento tras un muro, todo de manera discreta para que el general no lo notara. Siempre le habían llamado la atención las luchas, en su antigua vida solía mirar los combates de los guardias durante sus entrenamientos. Nunca había luchado, Takemaru no se lo permitía alegando que era mejor usar la diplomacia que la fuerza bruta. Además, decía que era demasiado débil como para levantar una espada, que dejara esas cosas para sus hermanos mayores y que se enfocara en seguir llenándose de conocimiento. Las palabras de su padre habían hecho que perdiera sus esperanzas y que dejara de lado el deseo de luchar. Pero no su gusto por ver a los demás hacerlo.


En lo que Inuyasha miraba, hizo contacto visual con el general. Inmediatamente se ocultó tras el muro con la expresión apenada y con el corazón latiendo a mil. No quería ser descubierto, ni siquiera debía estar ahí. Ya tranquilo, volvió a asomarse pero el general estaba distraído. Supuso que no lo había visto y solo había sido un fallo en su percepción. 


...


...


Después de unos días, el arribo del duque a la mansión, hizo que todo se supiera. Una vez más, el general partiría a la batalla e Inuyasha no podía hacer nada para evitarlo. Muchas veces se alegraba por ello, deseaba que así fuera y ahora solo le quedaba rezar en silencio por la seguridad de aquel hombre.


Era de noche, todos dormían excepto Inuyasha. Al alba, el general partiría por tiempo indefinido junto a sus tropas. Y eso lo mantenía despierto, el insomnio le prohibía cerrar los ojos y descansar. Sin hacer ni un ruido, Inuyasha se levantó con cautela. Lo último que quería era despertar a Koga. Salió de la cabaña y caminó al lago, pensar bajo la luz de la luna sonaba gratificante.


Al llegar, el escenario era el mismo de todos los días a excepción de que no estaba solo. A unos metros de él, la figura espléndida del general se mostraba mirando el firmamento. Dudó por unos momentos pero decidió dar media vuelta y marcharse, tal parecía que no había sido notado.


—Acércate.


Como si se tratara de una especie de comando, Inuyasha se acercó. Se paró a un lado de su señor y su vista se dirigió al punto en el que el hombre miraba, buscando el objeto de su atención.


—Deberías estar durmiendo, debes estar descansado para mañana.


Pero esas palabras solo formaron un nudo en su garganta, no quería que amaneciera. Quería que la tranquilidad vivida, permaneciera.


—Es tarde, volveré y espero que hagas lo mismo. —El general dio media vuelta y antes de que diera un paso, Inuyasha sostenía su mano con las propias. Mantenía su mirada en el suelo y temblaba, todo fue confuso hasta que escuchó ligeros sollozos. —Me iré y es un lugar al cual no me puedes acompañar, es mejor así. Lo mejor que puedes hacer es callarte y aceptarlo.


Inuyasha solo negó y apretó el agarre con firmeza, aun sabiendo que era un comportamiento infantil. Todo había cambiado, él había cambiado y su pensar acerca de ese hombre también. El general estaba conmovido por esas acciones, Inuyasha no era capaz de soltar la mano que sostenía con tanta vehemencia. Inuyasha alzó la mirada al sentir la mano algo áspera en la mejilla, sus ojos cristalinos se posaron en la mirada seria del hombre al cual servía con devoción.


—Voy a volver, no me tomes por alguien débil.


A pesar del trato un tanto tosco, Inuyasha se sintió reconfortado y liberó el agarre. Las lágrimas que logró contener, fueron libres y limpiadas al instante.


—Tendrás que esperarme, tú tienes algo que quiero y cuando regrese, me lo darás. —Susurró el hombre. Besó a su sirviente en complicidad de la noche y como aquellos días en la capital, fue correspondido con la misma calidez que no sabía que poseía.


Después de esas acciones, Inuyasha logró calmarse y confiar en las capacidades de su señor. Incluso se abofeteó mentalmente por dudar de él y por montar una escena patética. Solo debía ser paciente y esperarle, también debía averiguar qué era lo que el hombre quería de él y de ser posible, dárselo sin dudar.


El general Taisho acompañó a su sirviente a la cabaña en la que vivía, después de una despedida ambos se separaron a descansar y esperar el día en el que se separarían sin saber por cuanto tiempo.


Continuará...


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