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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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La noche estaba fresca, el ambiente era silencioso y solitario, solo dos hombres disfrutaban de esa intimidad. Inuyasha ignorando el presentimiento que tenía, solo se aferró a su señor sintiendo la calidez del abrazo. Realmente lo había extrañado y se había preocupado por él, una de las caras del amor era así. Preocuparse por su ser amado y pasar noches en vela pensando en lo que le pudiera ocurrir estando lejos. Pero ya estaba de regreso, ya podía reposar en sus brazos y cumplir sus anhelos. Por eso dejó de lado todo lo irrelevante y solo se dedicó a disfrutar de la intimidad que estaban compartiendo. Disfrutar del silencio y la vista del lugar era mejor que pensar tanto.

Cuando el abrazó se rompió, la brisa fría lo estremeció al punto de abrazarse a sí mismo para conservar el calor. El general parecía querer abrazarlo nuevamente, pero las voces de un par de guardias hicieron que ambos se retiraran de la orilla del lago y se acercaran a los árboles cercanos, no debían dejar que los vieran juntos. No quería estropear la imagen del impecable general Taisho en su egoísmo. Por eso, se ocultó tras un árbol en cuando el par de hombres se acercaron. Después de que el general los echara y les ordenara que no se acercaran cuando él descansaba ahí, salió de su escondite y el general lo empujó contra el árbol pegando sus cuerpos sin un milímetro de separación. No dijo nada, la mirada dorada era tan atrapante que no podía apartar la vista. Ni siquiera se quejó cuando las manos del general trataron de colarse dentro de su camisa.

Después de tantos meses, Inuyasha pudo volver a sentir los labios de su señor sobre los suyos robándole el aliento. Había extrañado esa sublime sensación. Al igual que el hombre frente a él, tuvo la necesidad de tocarlo y comprobar que no era una ilusión de su mente. Sus manos se posaron en el pecho del general, además de sentir el subir y bajar rápido, pudo sentir la piel rugosa, algo que no estaba ahí la última vez. Rompiendo el beso, se enfocó en el pecho del hombre y una gran y horrible cicatriz era visible aún con la poca luz. Sorprendido era poco, sabía que el general se había hecho daño pero nunca espero algo de esa gravedad. Un poco más profundo y sería letal. Sus dedos temblorosos delinearon el relieve de esa marca permanente, sintió un nudo en la garganta. El mundo era así, la codicia y la violencia creaba las guerras, el egoísmo de otros afectaba a muchos.

—Solo es una cicatriz, no es la primera ni la última que tendré. No hagas un escándalo con algo tan insignificante. —Habló el general tras verlo absorto en esa herida.

—Pero...

—Una cicatriz para un guerrero, es un trofeo. Las cicatrices no solo son marcas en la piel, son recuerdos así que deja de llorar por eso.

Y el general pasó sus dedos por su rostro limpiando lágrimas que no sabía que derramó. Estaba demasiado sentimental, tal vez porque ese era un reencuentro después de meses de angustia. No lo sabía, pero tampoco le importaba. Si las cicatrices eran recuerdos, miró la que figuraba en la palma de su mano. No estaba tan marcada debido a los cuidados y medicinas que el general le proveyó. Un recuerdo, eso sonaba bien. De repente, el general tomó su muñeca y le dio un beso a la cicatriz de su mano.

—Esta cicatriz fue hecha con la hoja de mi espada. Tómala como una marca mía, esta demuestra que me perteneces y no quiero que lo olvides.

Asintió. Pero para él esa cicatriz simbolizaba otra cosa, esa cicatriz le traía el recuerdo de una expresión preocupada, muchos cuidados y atenciones de un hombre que no le importaría nada más que sí mismo y el territorio a proteger. Eso le recordaba a la primera vez que vio algo más que molestia en esos ojos color oro. Después de haber aclarado todo eso, las caricias y besos volvieron, vaya como había extrañado esa sensación.

Después de un beso sonoro y acalorado, el general volvió a tomar la palabra y la inquietud en el corazón de Inuyasha empezó a latir con fuerza.

—Quiero que me ames, ámame hasta que lo único que puedas pensar sea en mí.

Claramente, esas palabras alteraron la acalorada escena. Pero teniendo el permiso de su señor para amarlo, era algo que Inuyasha no se esperaba y aunque le alegrara enormemente poder amar al hombre sin límites, una duda surgió en su mente e instintivamente, la dijo en voz alta.

—¿Por qué?.

—Si me amas lo suficiente, no vas a traicionarme. Si tu amor por mí es más valioso que tu vida, no serás capaz de engañarme.

Y esas palabras terminaron por romper el ambiente y la excitación que sentía. Ese hombre no lo sabía, pero ya lo amaba más que a su propia vida y su amor era tan grande que era capaz de matarse antes que traicionarlo. Pero su amor no era del todo puro, lo estaba engañando y todo por el egoísmo en su corazón, por el temor de no poder seguir a su lado. Sabía que debía morir y ya había estado negando su vida a la muerte durante mucho tiempo. Había planeado ocultarse y vivir una vida tranquila sirviendo a los que lo mataron a él y a su familia, pero no contó con la personalidad y presencia de Sesshomaru Taisho. No contó con enamorarse profundamente del que hubiera sido su verdugo. Ya estaba cansado, cansado de que su amor se manchara con el egoísmo de las mentiras que había estado diciendo para su supervivencia y después de unos segundos de meditación, tomó una decisión que no sabía si era correcta o que consecuencias le traería. Se apartó un par de pasos del general y le dió la espalda, no se atrevía a mirarlo a los ojos después de hacer lo que debía haber hecho desde el principio.

—Hace dos años atrás, el ducado Setsuna existió. Todo el territorio conocía a la familia a cargo, a Takemaru Setsuna y sus incontables hijos. Takemaru solo reconoció a seis de sus hijos. Los educó e instruyó para que fueran tan ambiciosos como él, para que fueran capaces de traer riqueza y enorgullecerlo. Los primeros dos, eran su adoración tan parecidos a él tanto física como mentalmente y los dos que les seguían no eran la excepción. Solo el último era diferente, un hijo repudiado por ser un bastardo y el fruto de una traición. No solo no poseía las características de la familia, sino que tampoco poseía su ambición.

—¿Por qué me estás contando todo esto?. —Inuyasha no contestó y siguió con su relato.

—Y así pasaron los años, los mayores repudiaron a su hermano por no ser como ellos y él nunca se quejó porque merecía eso y más. A pesar de eso, todos tenían una vida tranquila. Hasta ese día, el día en que cambió todo. El día en que el ducado Setsuna cayó junto a sus líderes y herederos. Pero hubo algo que nadie supo, eso fue que el último hijo logró escapar de su inédita muerte.

Inuyasha ya tenía un nudo en la garganta que le impedía hablar con claridad y sus ojos ya estaban acuosos nuevamente. Finalmente iba a hacerlo, iba a revelar la verdad que calló. Estaba deseando que el general Taisho perdonara su ofensa y le permitiera seguir disfrutando a su lado o que al menos el castigo fuera rápido y que pudiera ver su rostro por última vez.

—¿De qué tanto estás hablando? Solo ve al grano de una vez, odio que le den vueltas al asunto. 

La mirada del general indicaba que ya estaba atando cabos, simplemente decidió decir lo que había ocultado y esperar los resultados. Se dio la vuelta y se armó de valor, un valor y orgullo que había escondido en lo más profundo de su interior. Era hora de que Inuyasha Setsuna apareciera nuevamente, tal vez por última vez.

—Mi nombre es Inuyasha Setsuna, el último hijo vivo de Takemaru Setsuna.

Soltó todo lo que lo había aquejado desde que había llegado a esa mansión. Su expresión seria no cambió, su mirada estaba sobre la del general Taisho que parecía procesar lo dicho, analizando las palabras y aunque eso lo asustó más de lo que quisiera admitir, ya no podía echarse para atrás. Eso era algo que debía decir en cualquier momento, pero no sabía si lo había dicho antes o después de tiempo.

Continuará...

 

 


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