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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Notas del capitulo:

Perspectiva del General/hijo del dique/Sesshomaru.

El general Taisho aún mantenía en brazos a su sirviente, sintiendo esa añorada calidez que tanto deseó. Pasando sus dedos por el cabello del más joven y sintiendo que el mundo se había detenido para que solo ellos dos importaran. En ese abrazo pudo detectar anhelo y algo más que no pudo identificar, pero tan bien se sentía que no pensó mucho en ello. Simplemente se aferró delicadamente al cuerpo de su niño y disfrutó los placeres de un íntimo pero inocente abrazo. Aprovechándose así de la dependencia de Inuyasha hacia él. Pasaron unos segundos cuando decidió que era hora de soltarlo y ver su rostro nuevamente, hacía tanto ya que no podía admirarlo de cerca.

Sesshomaru Taisho notó como su sirviente temblaba y se abrazaba a sí mismo, el ambiente estaba fresco y no lo había notado. Optó por volverlo a calentar en sus brazos, sería una buena excusa para seguir manteniéndolo en ese lugar. Pero, antes de que pudiera dar un paso hacia él, las voces de un par de sus hombres hicieron que se dirigieran con rapidez hacia la intimidad que podían ofrecer los árboles junto al lago. Después de comprobar que Inuyasha se había ocultado, decidió echar a esos hombres que interrumpían su descanso.

—Largo de aquí, no quiero ver a ninguno de ustedes aquí. El que se atreva a molestarme sin una buena excusa tendrá un castigo doloroso.

Al ver como los guardias huían prácticamente del lugar, volteó solo para encontrar la mirada miel de Inuyasha. Verlo después de tanto tiempo lo había hecho anhelar muchas cosas, cosas tendría esa misma noche. No se contuvo, empujó a su sirviente contra el árbol cercano y al ver la sorpresa, sonrió de lado. Los ojos miel lo miraban fijamente, como si esperara algo de él, como si también ansiara lo mismo. Se lo daría.

Después de tanto tiempo, pudo degustar los labios de su sirviente más preciado. Moviéndose al compás con cada movimiento, sintiendo como su cuerpo temblaba ante esas ansiadas sensaciones. Sus manos inquietas buscaron cabida dentro de los delgados ropajes de su sirviente, al sentir la tersura de la piel, no pudo evitar pasar sus dedos por el vientre plano que subía y bajaba con rapidez, que se sentía marcado y firme, como si solo estuviera hecho para ser perfecto y pertenecerle.

Había descubierto que los besos y caricias sabían mejor cuando su sirviente cooperaba. Por eso decidió dar rienda suelta y asegurarse de que hubiera más que eso en esa noche. De repente, sintió la aspereza de las manos de Inuyasha sobre su pecho, le gustaba sentir esa sensación. Ese toque duro, le hacía saber que estaba con un hombre y no una mujer, que estaba haciendo algo inmoral, pero que le provocaba una fascinación antinatural. La calidez que esas manos pequeñas comparadas con las suyas, se instaló en su pecho de manera agradable. Todo hasta que sus besos se detuvieron. Solo se enfocó en ver como su sirviente delineaba esa insignificante cicatriz que poseía, claramente era menos interesante que seguir en lo que estaban, pero su sirviente era peculiar algunas veces.

Para él esa cicatriz era insignificante comparada con lo que valía, esa cicatriz era la prueba de que había defendido el territorio de su padre y había resguardado miles de vidas. Muchos ciudadanos vivirían en paz y el precio a pagar había sido ese. Aunque, si se hubiera quedado a descansar como los médicos lo ordenaron, no habrían tenido que coser la herida a cada tanto tiempo y hubiera sido menos desastroso, pero no se arrepentía ya que había acabado más rápido y había vuelto solo para abrazar a su fiel sirviente. Una cicatriz más, una cicatriz menos, no importaba realmente para él pero para su sirviente era todo lo contrario. Simplemente lo reprendió y le explicó el significado de una cicatriz, alguien común no lo sabría y estaba en lo correcto. Pero, ver las lágrimas silenciosas que derramaba por él, hizo que se conmoviera en gran manera. Las limpió en silencio pensando en cuan benevolente se mostraba solo con ese niño. Lo tomó de la muñeca y al ver la cicatriz, fue suficiente para reafirmarlo. Una marca hecha con la hoja de su espada, una perfecta marca de pertenencia, le dio un beso ignorando la mirada de su sirviente.

—Esta cicatriz fue hecha con la hoja de mi espada. Tómala como una marca mía, esta demuestra que me perteneces y no quiero que lo olvides.

Una orden directa y clara, debía ser obedecida, al verlo asentir casi de inmediato, supo que así sería. Pero ya había sido mucha palabrería, era un hombre de acciones, no de palabras. Cortó todo indicio de habladuría por parte de Inuyasha y siguió llenándose con la suavidad de sus labios.

Mientras lo hacía, una voz en su mente le pedía algo que ni él mismo comprendía. El otro general rogaba por algo más que dependencia, algo más que ciega obediencia. Porque a sus ojos, Inuyasha no era algo más que un simple cachorro que buscaba la atención y consideración de su amo. Alguien que solo esperaba la aprobación de su señor y que significaría que llegaría a hacer hasta lo imposible por lograrlo. Pero el otro general no quería eso, quería que Inuyasha hiciera lo que su corazón quisiera e hiciera todo por sí mismo, que le pidiera atención y que él iniciara las cosas. El general Taisho quería que Inuyasha le diera a él exclusivamente ese algo que no conocía pero que había visto, ese brillo que había visto en los ojos de su madre y que únicamente era dirigido a su señor padre, esa calidez que emanaban las parejas que veía por la ciudad. Y aunque no supiera ni lo conociera, él otro general quería que Inuyasha lo amará pero sabía que ese chiquillo solo sabía seguir ordenes y él era bueno dándolas.

—Quiero que me ames, ámame hasta que lo único que puedas pensar sea en mí.

No supo porque, pero sintió que sus palabras habían causado algún tipo de conmoción en su sirviente y era de esperarse, aún le parecía irreal lo que estaban haciendo. Unas palabras así no podían ser dichas a la primera y tan descuidadamente, pero no se arrepentía aún si ese instinto de supervivencia que poseía empezaba a inquietarlo a puntos alarmantes. La interrogante del joven frente a él fue resuelta con lo primero que le vino a la mente.

—Si me amas lo suficiente, no vas a traicionarme. Si tu amor por mí es más valioso que tu vida, no serás capaz de engañarme.

Eso ansiaba de su sirviente, una fidelidad absoluta. Porque estaba seguro de que cualquiera a su alrededor sería capaz de darle una puñalada por la espalda, pero no su sirviente favorito. Inuyasha era tan fiel a él y obediente que no creía que fuera real, estaba frente a él la prueba de que no todo el mundo estaba corroído por la ambición. Inuyasha estaba ahí con él, por ahora debido a su dependencia pero si lo lograba, estaría solo con él por amor.

La inquietud que lo azotaba empezó a prolongarse en el momento en el que su sirviente se alejaba de él y le daba la espalda. No sabía que estaba pasando, pero algo le decía que no era nada bueno y estaba en lo cierto. A medida que su sirviente hablaba, empezaba a maquinar todo y las ilusiones creadas por el otro general empezaban a flaquear, a desmoronarse con cada palabra dicha. Notó el cambió de voz, los temblores pero eso no impedía que su mente empezara a recrear lo que había sospechado fugazmente en el principio.

Un sirviente por más cercano a la familia que fuera, no usaría ropas finas y elegantes. Un sirviente no se vería tan galante o educado como vio a Inuyasha en un principio. Desde el principio había sabido que algo na andaba bien, su intuición nunca mentía, pero algo instalado en su pecho le decía que su mente se equivocaba y toda sospecha había quedado en el aire en el momento en el que veía los ojos miel cargados de miedo ese día. No quería creer lo que su mente le decía, no quería creer en lo obvio y que la visión que tenía sobre su sirviente se estropeara. No quería que siguiera hablando, quería gritarle para que guardara silencio, cubrirse los oídos en un intento para evitar todo eso más no lo hizo, simplemente quiso que él mismo dijera la verdad. Quería escucharlo desde sus propios labios, quería convencerse de que solo eran teorías erróneas. Expresó su malestar y rogó porque fueran solo pensamientos infundados.

—¿De que tanto estás hablando? Solo ve al grano de una vez, odio que le den vueltas al asunto.

Finalmente, su sirviente se dio la vuelta y pudo ver el sufrimiento plasmado en su rostro. No dijo nada y se mantuvo expectante, rogando en silencio que todo fuera una mentira y que la noche que prometía ser especial, volviera de inmediato.

—Mi nombre es Inuyasha Setsuna, el último hijo de Takemaru Setsuna.

Esas palabras fueron demasiado para él, esas palabras destruyeron todo lo que una vez pensó y que inconscientemente llegó a sentir por aquel chiquillo que creyó puro e inocente. No apartó su vista de él, pero estaba perdido en sus pensamientos tratando de procesar todo lo que había escuchado. Estaba tratando de ignorar el dolor del otro general y traer esa coraza que mostraba a todos, pero su vista seguía clavada en ese niño y la repercusión de esas palabras tan fuertes.

No quería creer en ellas.

Continuará...

 

 


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