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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Y estaban dos hombres en la habitación de una lujosa mansión, besándose con una gran necesidad. Porque Inuyasha no sabía como era que el General había recorrido un largo camino solo para verlo, pero que lo haya hecho le alegraba en demasía. Le daba esperanzas del posible perdón que su atormentada mente necesitaba. Pero tenía miedo, miedo a que si lo tocaba, desaparecería justo como en su sueño. Tenía miedo de aún estar soñando y a que el hombre lo apartara con brusquedad apenas lo rozara con sus dedos. La inseguridad pese a molestarlo, no impidió que disfrutara del momento. Nada podía arruinarlo, ni siquiera sus grandes temores.

—Esta es la respuesta que tanto esperé. —Murmuró el General. —Esto resuelve todo.

Las palabras dichas por el General, no fueron comprendidas por él. Pero al ver como sostenía su rostro entre sus manos, le hizo olvidarlo. La mirada del General era cálida, nunca había sido dirigida una mirada así hacia su persona. Realmente estaba tan feliz por lo que ocurría. Había estado anhelando ver nuevamente a su amo y señor, ahora por alguna razón, ese deseo se había cumplido. Realmente estaba feliz por ello.

—Perdón, perdón por todo lo que hice. —Fue capaz de decir. El general lo empujó hacia atrás lentamente, ambos caminaron hasta que chocó con la cama. Un empujón más y terminó acostado nuevamente, pero con el General Taisho sobre él. Su respiración se aceleró tras eso.

—Olvida el pasado, yo ya lo he hecho. —Murmuró y nuevamente lo besó.

Estaban ambos sobre la cama, besándose con el anhelo y la necesidad que sintieron al separarse. Inuyasha tuvo la necesidad de tocarlo con el miedo latente a que desapareciera en cuanto lo hiciera. Pero, al aferrarse a sus oscuras ropas sin dejar de sentir los labios moviéndose con los suyos, le hizo ver que todo estaba pasando en realidad. No era un sueño, Sesshomaru Taisho estaba ahí. Y unos simples besos de un par de amantes nocturnos, no serían suficientes para satisfacerlos. Cuando Inuyasha sintió las manos duras de su señor tratando de arrancar sus ropas de dormir, pudo entender la ''cosa'' que Sesshomaru Taisho siempre había querido obtener, se sentía ingenuo por no haberlo sabido antes y en un acto osado, él también empezó a retirar la ropa del hombre que no dejaba de besarlo y que solo lo dejaba libre para respirar. Antes de que pudiera terminar por abrir la ropa del General, este detuvo su acto y le habló con la voz ligeramente ronca.

—Antes de hacer esto, hay que aclarar un par de cosas. Porque una vez que lo hagamos, no habrá marcha atrás.

—Lo que usted diga, lo haré.

—En primera, dejarás de hacer todo solo porque yo lo digo. Ya no eres más mi sirviente.

—Todo lo que hago es porque yo lo deseo, hago todo lo que me ordena porque yo así lo quiero.

Ambos se miraron a los ojos, corroborando que Inuyasha decía la verdad. Cumplía las ordenes de su señor porque quería, no porque debía. Una vez hecho eso, el General volvió a hablar.

—No voy a cambiar mi actitud.

—No quiero que lo haga. —Suspiró al sentir la rasposa mano acariciar su rostro. Él se había enamorado de esa actitud altanera y desdeñosa, de su orgullo y severidad. Que el General cambiara, sería algo que debía hacer por sí mismo y no por alguien más, él lo amaría con sus proezas y defectos. Su amor por ese hombre lo hacía amar todo de él sin importar que fuera.

—Es posible que jamás escuches un ''Te Amo'' sincero de mi parte.

—Nunca esperé uno.

Tras haber dicho esa pequeña oración, Inuyasha sintió al hombre besarlo nuevamente y esta vez, se aferró a él. Su amor no necesitaba ser dulce y romántico, no necesitaba escuchar un par de palabras para saber que el General había vuelto porque le tenía un poco de afecto. Él no esperó ser correspondido, porque su amor lo hacía feliz a él mismo y sentirlo lo llenaba de dicha. No necesitaba ser amado, porque su amor era tan grande que podía ser para los dos. Con tener la atención de Sesshomaru Taisho, era suficiente para él. Amar a Sesshomaru Taisho como lo hacía, era más de lo que alguna vez llegó pensar respecto a su vida. Y dejando de lado sus pensamientos, se empeñó a disfrutar el momento. Ya habría tiempo para cuestionarse, pero nunca para arrepentirse.

Inuyasha sintió como los besos antes recibidos en los labios, bajaban a su cuello. Sentía como el hombre sobre él parecía saber en qué punto poner sus labios para hacer que su piel se erizara y provocar que empezara a suspirar gustoso. Como sus manos sabían que punto de su cuerpo tocar para que empezara a retorcerse y respirar con pesadez. Gimió al sentir como el hombre mordía ligeramente su hombro, pero la mano del General cubrió su boca.

—Me gusta escucharte, pero no quiero que toda la guardia lo haga. —Susurró en su oído antes de darle una ligera mordida que le provocó un gemido ahogado. Solamente asintió, estaban en la casa de su primo y no quería alertar a nadie sobre la presencia de un hombre en su habitación. Mucho menos, que se trataba del temido General Sesshomaru Taisho.

Entre besos y caricias, Inuyasha logró arrebatarle al hombre la parte superior de sus ropas y él estaba en la misma situación. Ambos estaban tocándose y probando que tan lejos podrían llegar, que tan sensible era su cuerpo y que tanto se habían deseado. Porque Inuyasha sintió al General besar su cuerpo con devoción, su cuello y clavícula, su rostro y su pecho. El General no estaba dejando ni un solo trozo sin probar y él únicamente empezó a gimotear ahogadamente, porque aquella mano seguía cubriendo su boca. Ninguno sabía que hacer con certeza, pero dejarían que sus cuerpos dijeran lo que sus palabras no podían. Se amarían tanto con sus cuerpos que las palabras no serían necesarias.

Entre caricias inexpertas y suspiros, se amaron sin importar nada más, dejando atrás los prejuicios y el pasado. Con su poco conocimiento, lograron en medio de apasionados besos, ser uno solo. Y aunque fue doloroso para ambos, no dejaron de verse a los ojos en muestra de ese amor que se había formado por el tiempo y que se había mantenido a costa de mentiras. 

Inuyasha estaba experimentando sensaciones que solo el General sería capaz de brindarle, mordía la mano que cubría su boca en cuanto se sentía lleno del General. Pasaba su lengua por ella al sentir esos extraños y exquisitos choques sacudirlo, pero de vez en vez, era capaz de sentir nuevamente esos besos que lo habían mantenido en abstinencia por un largo tiempo. Porque el General se tomaba su tiempo para acariciar cada rincón de su cuerpo, pero su mente nublada por el éxtasis y la falta de cordura, apenas y lo dejaba soltar frases ahogadas e incoherentes. Inuyasha solo era capaz de sentir como sus cuerpos se movían como uno solo a pesar de la inexperiencia, como su cuerpo se sentía en llamas y los hilos de sudor que lo recorrían. Pero en su vista nublada, solo pudo ver al hombre sobre él y en la misma situación, el General jadeaba en su oído con cada movimiento que hacían.

Finalmente, el momento cúspide llegó.

Inuyasha solo pudo arquearse y volver a morder la mano que cubría su boca al sentir como era libre de la presión en su vientre bajo. Poco después escuchó un gruñido cerca de su oído y fue señal para sentir como el General Taisho liberaba su propia pasión. Aún cansados, sudados y jadeantes, se separaron y en una frase silenciosa, Inuyasha se levantó de la cama y aún con el cuerpo temblando, se encerró en el baño adjunto y limpió su cuerpo a consciencia. 

Mientras se aseaba, Inuyasha se dejó llevar por sus pensamientos. Anteriormente había sido ingenuo, no conocía mucho del mundo más allá de lo que le inculcaron y por esa razón era inocente en algunos temas. Finalmente le había dado la ''cosa'' que el General tanto quería y mientras se sumergía en la helada agua de la tina, se preguntó que más pasaría. El General ya había obtenido de él lo que más quería, no sabía si seguiría teniendo el interés del General después de lo ocurrido y en cierta forma le preocupaba, no quería perderlo cuando apenas lo había recuperado. No después de haber compartido ese momento tan íntimo. Pero haciendo caso del caos que era su mente, no obtendría la respuesta, simplemente se dedicó a limpiarse y salir para que el General hiciera lo mismo. No pensaría más, no quería opacar la inmensa felicidad que sentía por sinsentidos. 

Continuará...

 


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