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Whiskey con hielo por VinsmokeDSil

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Notas del fanfic:

Los personajes de esta historia pertenecen a Eiichiro Oda. 

Buenas! Éste es mi primer fic de One piece... espero que lo disfrutéis tanto como yo escribiendolo! Soy nueva en esta página... así que me disculpo de antemano por los posibles problemas técnicos que pueda tener. 

No he querido entrar en detalles sobre las posibles parejas que vayan apareciendo, porque puede que algún personaje tenga más de una... con estos cuatro puede pasar cualquier cosa! 

Muchas gracias, espero que os guste! 

 

 

Notas del capitulo:

Y aquí empieza el capítulo... toda una declaración de intenciones sobre la temática de la historia! Pero nada de spoilers... 

También quiero aclarar que cuando aparezcan fragmentos en cursiva puede tratarse de flashback o, en caso de frases cortas, de diálogo interior del personaje. 

Los primeros capítulos de este fic estan escritos ya, por lo que intentaré colgarlo con una regularidad de dos semanas. 

Espero que os guste! 

Crawling in my skin

These wounds, they will not heal

Fear is how I fall

Confusing what is real

 

Lunes, 16 de Junio

– ¡Estoy apunto! –gritaba suplicante la voz del chico. Los dos muchachos de encontraban en la cama, jadeando, disfrutando del cuerpo el uno del otro. Los sonidos que emitía uno entrando en el otro llenaba toda la habitación, acelerando cada vez más el ritmo, apunto de llegar al orgasmo.
Los dos habían perdido la noción del tiempo, una vez empezaron a hacerlo, solo les importaba una cosa: el placer. Ese placer irrefrenable que no podían detener hasta quedar totalmente extasiados.
El chico de ojos grises ni siquiera recordaba el nombre del rubio, tampoco pensaba utilizarlo para cuando se corriera. Lo tenía situado enfrente de él a cuatro patas, sintiendo cada embestida más intensa que la anterior, sabía que le quedaba poco, no mucho más que a su compañero de esa noche.
Agarró fuerte sus caderas mientras aumentaba la velocidad, clavándose cada vez más en su interior, ese trasero tan apretado parecía que quería tragárselo. Entraba y salía de él con fuerza, sintiendo su polla cada vez más hinchada entre esas estrechas paredes.
Los gemidos del otro chico cada vez eran más intensos, y a él eso le encendía. Sabía que estaba tocando ese punto que le hacía suplicar por más. Ése chico no necesitaba ni tocarle para que llegara a correrse, el pene de su amante era demasiado bueno para necesitarlo, y su propietario parecía saber qué hacer en cada momento.
Estaba tan caliente que perdió el control de sí mismo, solo quería que el moreno siguiera follándole duro, más duro cada vez. Cuando empezaron a hacerlo a penas le había preparado. Sólo llegar, el moreno estampó al rubio contra la mesa, de espaldas a él. Le bajó el pantalón y la ropa interior con violencia y empezó a lamerle el ano, introduciendo su lengua dentro de él.
Luego de eso, notó como éste introducía un dedo violentamente, mientras seguía lamiendo los alrededores, sin darle ningún descanso. El rubio, con medio cuerpo tumbado encima de la mesa, totalmente expuesto al otro chico, solo podía gemir.
Gritó otra vez, demandante, cuando notó como el moreno sacaba su dedo de él, con impaciencia para que siguiera, pero no se esperó que, sin más, su amante introdujera toda la longitud de su miembro dentro de él, de golpe, partiéndolo en dos. Le había dolido como mil demonios, no le dio tiempo a acostumbrarse que empezó a moverse, pero era un dolor tan placentero que ni le importaba, solo quería seguir sintiendo como entraba y salía de él.
– ¡Oh, sí! ¡No Pares, por favor! ¡No Pares! –rogaba el rubio. El moreno empezó a pellizcarle un pezón. Ver como su delgada espalda se estremecía y se retorcía debido a sus caricias, ver esos cabellos dorados volando encima de su cabeza mientras gritaba su nombre, le encantaba.
Mordió su oreja des de atrás para aumentar el placer propio y de su compañero, en el rato que llevaban ahí había descubierto que era uno de sus puntos débiles. Se dejó caer sobre la espalda del chaval, mordiendo esta vez su cuello, marcándolo de nuevo, aumentando el contacto con su
cuerpo, pudiendo entrar todavía más profundo, relajando un poco el ritmo para centrarse en llegar más al fondo.
Bajó la mano hacia su miembro, masturbándole, cada vez más duro, deteniendo su pulgar en la uretra del chico.
No le dejaba un momento de descanso. Se jactaba de ser un gran amante, no era de esos que solo pensaba en su propio placer, a él lo que de verdad le ponía cachondo a más no poder era calentar lo más posible a sus parejas, sentir que tenía ese poder, que tenía el control, y ser capaz de ver como ése chico gritaba su nombre con locura fue demasiado para él.
Más duro. Más fuerte. Más intenso. Lo masturbaba mientras acertaba de lleno ese punto. De arriba abajo, notando en su mano el líquido pre seminal, ayudándose de éste para seguir. Más calor. Más placer. Más gemidos. Lamió su nuca lentamente para acabar de nuevo en otro mordisco, sin tanta delicadeza. Más. Más. Más.
– ¡Law! ¡Oh sí Law! –gritó el rubio dejando salir su esencia sobre su mano. Law no llegó a prestar atención al final del orgasmo del otro, él mismo llegó al clímax en ese momento, hechizado al notar ése poder que era capaz de ejercer en sus amantes, fueran hombres o mujeres.
El interior del muchacho se sacudió tirando de él, se estremeció, su propia polla ya no podía soportar el sufrimiento a la que la estaban sometiendo, y en un sonido gutural se dejó ir, sin dejar de acariciar el entumecido pene de su amante, sudado, exhausto y temblando.
Sentir como se corrían gracias a sus besos, a sus caricias, al notar la dureza de su miembro, tener el control de la situación y saber que podía alargar esa dulce agonía de sus múltiples parejas era una sensación tan placentera como la que estaba sintiendo él mismo en ese preciso instante.
Ni siquiera se molestó en salir del chico antes de correrse, en un solo momento decidió que quería impregnarlo de él, y que ni que fueran diez minutos, se acordara de él una vez acabado el sexo.
Agarró otra vez con las dos manos las caderas del chico, finalizando la dulce tortura que había infringido sobre él, dejando descansar su cuello enrojecido, embistiendo con más fuerza, llegando más al fondo cada vez. Sólo en estos momentos se permitía perderse y sucumbir a esa locura tan placentera.
Más. Más. Tan caliente. Tan bueno. En esos momentos, no existía nada a parte de ellos dos, solo él penetrando al otro chico, llenándolo completamente por dentro, su pene creciendo en el interior del rubio, hasta que se corrió.
Perdió su capacidad de respirar con normalidad mientras se corría dentro del chico. Más. Gruñó. Más. Gimió. Más. Suspiró. Más. Acabó.
Se dejó caer encima del otro chico, completamente exhausto y sin fuerzas. Abrazó fuerte la cadera del rubio con un brazo mientras que con el otro aguantaba el peso de los dos para mantenerlos a gatas un poco más, tocando los abdominales de ese chico, tomándose un momento para recuperar la cordura.
Se mantuvieron en esa posición unos segundos antes de dejarse caer a la cama y salir del chico, con el semen saliendo de dentro de él, cayendo en las sábanas ya manchadas por el del rubio. El olor a sexo, a sexo del bueno, emanaba por toda la habitación, cargando el amiente, proveniente de los cuerpos de los dos hombres sudados, tumbados en la cama.
El otro chico se durmió prácticamente al instante, había sido una noche muy intensa, tenía que reconocer que lo había satisfecho perfectamente, lo habían hecho tres veces, le había seguido el ritmo como pocos podían, y casi nunca acababa tan cansado como lo estaba ahora, tuvo que luchar contra el sueño. Sólo había una pega en toda esa situación.
Había mordido la manzana y había perdido el interés. Ya se lo había follado, ya no podía ofrecerle nada más, y una vez echo, él ya no pintaba nada allí.
Se habían conocido de casualidad, casi de película, como había dicho el otro chico.

Law acababa su turno en el hospital, estaba cansado, con más ojeras que de costumbre y sólo deseaba irse a casa para pegarse un buen baño. Iba mirando el móvil, sin prestar mucha atención a su alrededor, cuando algo lo golpeó y casi lo lanza al suelo.

Al levantar la mirada malhumorado, vió un chaval rubio sonrojado, pidiendo disculpar por lo que acababa de pasar. Menuda hermosura tenía delante.

–No te preocupes, muchacho. Era yo quien iba distraído. Déjame invitarte a algo para compensarte. –dijo Law con su sonrisa más sincera e inocente. Ése pequeño aristócrata marcado era realmente apetecible, y no podía asustarlo de buenas a primeras.

Miró a ese chico de aspecto dulce e ingenuo, tenía una curiosa cicatriz en el ojo, parecida a una quemadura, la cual había llamado su atención en un primer momento, eso y su curiosa forma de vestir, un sombrero de copa negro con gafas, chaleco azul oscuro y un pañuelo alrededor de su cuello, igual que un noble. Sólo la cicatriz desentonaba en su físico, esa pequeña imperfección que lo hacía todavía más magnético.

Quería romper esa elegante apariencia.

Iba con algunos amigos más, dos chicas y dos chicos, pero ni siquiera les prestó un poco de atención hasta que no fue necesario. A esos jóvenes parece que les había hecho gracia lo rojo que se había puesto el rubio, él los miraba cómplices, dudando de lo que debería hacer, aunque fuera evidente que se moría de ganas de irse con el desconocido.

El chico rubio con la cicatriz en el ojo se negó en primer lugar, parecía sorprendido por la petición de Law, pero por suerte para él sus amigos parecían de su parte.

–Oh vamos, no finjas que te duele dejarnos plantados. –dijo la mujer castaña.

– ¡Koala! –se sonrojó él. Así que había dado en el clavo.

Un par de palabras amables y unas sonrisas más y ya estaban sentados en la mesa de una cafetería cercana, tomando un cortado el chico y un expreso sin azúcar Law.

Law se interesó por los planes frustrados del chico, en ése momento realmente le importaba cada detalle de la vida de ese chaval. Le contó que los de antes eran su grupo de amigos, que hacía poco que había vuelto de un viaje de estudios, y tenía ganas de pasar tiempo con ellos también,  así que tendría que compensarle por el plantón que les había dado.

– ¿A qué te dedicas, Trafalgar? –preguntó después de un rato hablando, dando un sorbo a su café.

–Soy médico, trabajo en un hospital cercano. Por eso conocía la cafetería. –dijo él, sin darle más importancia. Tampoco quería darle muchos detalles de su vida.

– ¿Y cuál es tu especialidad? –preguntó curioso, mirándolo con sus ojos color miel.

–Cirugía cardiovascular –dijo Law, quitándole importancia nuevamente, sabiendo perfectamente cuál sería la reacción del rubio.

– ¡Vaya, suena realmente interesante! –normalmente no se valía de su profesión para ligar, pero la gente siempre se fiaba de los médicos, y viendo la cara del otro chico, supo que estaba cayendo en sus redes.

Aunque el chico vestía como un conde, no actuaba como tal, al contrario, había sido muy abierto con él, fascinado por los tatuajes de sus manos, y no le costó más de una tarde convencerlo para enseñarle los del resto de su cuerpo.

Estuvieron dos horas hablando tranquilamente, contándose sus vidas, hasta que Law decidió pasar al ataque.

–Se está haciendo tarde, podría acompañarte hasta tu casa. –en esos momentos, el rubio acababa de dar un trago a la cerveza que tenía delante, habían cambiado de bebida al ir cogiendo confianza.

Todavía la sostenía con la mano cuando Law alargó su brazo hacia él, tocando muy suavemente sus dedos, quitándole la copa de la mano y llevándola hacia sus labios, mirándolo directamente a los ojos. Toda una declaración de intenciones que, claramente, ese chico no esperaba.

Vió como el rubio bajaba la mirada y se sonrojaba, había pillado la indirecta. Ese era un momento clave. ¿Cómo respondería? ¿Se lo pensaría mucho?

–Yo… no te lo tomes a mal, pero nos conocemos desde hoy y no soy ese tipo de chicos… –así que se haría el difícil… no pasaba nada, podría seguir.

–No te preocupes, solo te ofrecía mi ayuda. Soy muy sufrido, y me preocupa que pueda pasarte algo. –dijo más casual, reculando un poco. Debía ser más cuidadoso, hacerle sentir especial.

Reconocía que normalmente con un par de horas le bastaban para llevarse a alguien a la cama, pero el hecho que ese chico tan dulce hubiera fingido hacerse el difícil sólo hizo aumentar su deseo de verlo volverse loco en sus manos.

–Ahora sí que debería irme…  –dijo Law mirando su teléfono, llevaba horas adulando a su noble rubio, y cada detalle de su físico le gustaba cada vez más. Quería morder esos labios, tirar de ése pelo desde atrás para poder besarle el cuello, quería lamer cada rincón de su espalda recta y estilizada.

Había estudiado su figura y su rostro, y tenía claro cada rincón que quería devorar. Todo él. Para conseguirlo, tocaba el momento de jugársela. Fingir irse. Empezó a levantarse y sacó la cartera para invitar.

– ¡Espera Law! –eso le llamó la atención, por fin acababa de llamar por su nombre, no por su apellido. –Hay algo que... –parecía que lo tenía por fin. Law dejó el dinero en la mesa, miró al rubio. También se levantó.

–Claro, dime. –dijo Law, esperanzado. No podría esperar mucho más, estaba muy impaciente. Iba yendo hacia la salida, y el rubio lo siguió ruborizado, no sabía si por las muchas cervezas que ya llevaban ambos o por otra cosa.

–Esto… ¿qué significan tus tatuajes? No me has hablado de eso. –vaya chasco. Así que solo era eso… No pasaba nada. Podría darle la vuelta. Quería comerse a ese chico, y lo haría.

–Oh cariño… lo siento, no puedo decírtelo –dijo Law, sonriendo. Habían salido a la calle, Law se detuvo debajo de una farola.

– ¿Por qué no? –preguntó el rubio descolocado. Si se los había puesto en un sitio tan visible como sus manos, ¿por qué querer ocultarlo?

–Sabes… se trata de un tatuaje compuesto. Para poder entenderlo, tendrás que ver el resto. –tenía a ese chico a su lado, dudó si se acercaba o no.

– ¿Llevas más? –preguntó levantando levemente la mirada, con una ligera inseguridad, más rojo que antes. Con que se trataba de eso… el rubio estaba extendiendo su conversación para no separarse todavía, y ni se imaginaba las ganas locas que Law tenía de cumplir su deseo, pero ahora que ya lo tenía, cuanto más alargara esa agonía, más placentera sería.

–Así es –había vuelto al ataque. Cogió la mano del rubio y, poco a poco, empezó a guiarla por su cuerpo –no sólo en las manos, también me suben por los brazos… –dijo mientras hacía subir la mano del chico, de su propia mano, recorriendo lentamente su antebrazo, su bíceps, su deltoides. 

“–Por mis hombros… –el rubio dejaba que Law le guiara por su cuerpo a través de su ropa, fascinado por éste –tengo otro que ocupa todo el pecho… –Law ya tenía las dos manos cogidas, haciéndole tocar su musculado torso, viendo cada reacción en él, estudiando sus síntomas, como buen doctor.

Observó cómo dejaba su boca entreabierta, empezando a respirar con dificultad, sus pupilas se dilataban, el sonrojo en su cara era demasiado evidente, y no tenía que hacer ningún esfuerzo para acercarlo a él. Estaba consiguiendo excitarlo.

“–Y por mi espalda –dijo finalmente, atrayéndolo más a él, haciendo que lo abrazara. Tan cerca, tan dulce… –pero claro, para que pueda enseñártelos, deberíamos ir a un sitio más privado…

A medida que hablaba, se acercaba cada vez más al rubio. Dijo la última palabra en un suspiro, justo encima de sus labios. 

– ¿Privado? –preguntó el otro, sin apartarse lo más mínimo. Podía olerle, tan delicioso…

–Conozco un hotel, cerca de aquí. Por lo que me has dicho, vives lejos, y la estación de tren está cerrada. –propuso en la misma postura. Una palabra más, y podría lanzarse encima de él. Era un chaval tímido, así que debía medir cada paso, cada palabra, hasta poder pasar al ataque.

Pero le sorprendió.

El chico rubio, sin decir una palabra, empezó a besarle como una bestia. Law no se esperaba que tomara la iniciativa, estando tan cerca, con su muslo estratégicamente colocado entre sus piernas, hacía rato que notaba cuan caliente lo había puesto, y aceptó su lengua en su boca muy agradecido. Por fin tendría lo que quería.

Se levantó pesadamente, quedándose sentado en la cama, observando como el rubio dormía plácidamente. Las ropas de ambos estaban tiradas por el suelo, des de las camisas a la entrada de la habitación hasta sus calzoncillos a los pies de la cama, haciendo los pantalones y calzoncillos del rubio una pequeña pausa encima de la mesa, donde lo hicieron por primera vez.

Después de esa experiencia donde no habían dejado un rincón de la habitación sin mancillar, tenía claro que el chico de tímido no tenía un pelo.

En ese momento habían estado tan impacientes que a Law sólo le dio tiempo de prepararlo un poco y bajarse pantalones y ropa interior de golpe antes de penetrarlo mientras el chico jadeaba lleno de deseo contra la mesa. Le supo solo un poco mal por él, era grande y sabía que había tenido que dolerle, pero llevaba toda la tarde acechando a la presa y estaba muy impaciente por comérsela.

Al final no habían hablado del significado de sus tatuajes, pero al menos ya no tendría que inventarse ninguna historia.

Miró por un momento la habitación de ése hotel, no era uno de esos donde se alquilan habitaciones por horas, dentro de la ignorancia que sentía por sus amantes una vez habían acabado, tenía la caballerosidad de llevarlos a un sitio decente, pagado por él, pero nunca a su casa.

Se vistió antes de pegarse una ducha, ya tendría tiempo para eso, pero no quería que el rubio despertase y tener esa conversación incómoda sobre que no volverían a verse. Él no le mintió, en ningún momento le prometió un cuento de hadas, pero había sido lo suficiente prudente como para dejar que el chaval pudiera creer que podía ser algo más.

Se fue igual que tantas otras veces había hecho, miró un último momento la cara tranquila del rubio, a esa quemadura en su cara, dándose cuenta que era más joven de lo que se había fijado en primer momento, quizá unos veinte y si llegaba, y en ese momento recordó su nombre.

Le había preguntado por el origen de la cicatriz, aunque el rubio no parecía querer contárselo, eso también le intrigo en su momento, pero ahora ya le daba igual.

Martes, 17 de Junio

Era un cabrón, lo sabía, pero tampoco le importaba demasiado.

–Siempre que dejas a alguien desnudo en la cama acabas tu historia con la misma frase, ¿no será porque te sientes culpable por cómo utilizas a las personas? –dijo la mujer, sentada en el escritorio delante de él, tomando su café solo. Law dejó de divagar entre los recuerdos de la noche anterior, después de explicarla con todo lujo de detalles, y volvió a centrarse en su conversación con la belleza morena sentada justo enfrente de él.

–No, es porque es la verdad. ¿No es eso lo que acostumbras a pedir en ésta sala, sinceridad absoluta? –dijo el moreno tumbado en el sofá, con las piernas por encima del respaldo, sin mirarla en ningún momento.

Su ritual semanal siempre ocurría de la misma forma, él iba a ver a la doctora los martes durante el desayuno de ambos, se tumbaba en el sofá hablaba con ella sobre sus problemas sin mirarla en absoluto, y solo se centraba en sus grandes ojos azules para dedicarle todo lujo de detalles sobre sus noches de sexo, queriendo provocarla, aunque nunca lo había conseguido. Todavía.

–Doctor, últimamente sólo me hablas de tus amantes de una noche. Los que dices que no tienen importancia, pero cada semana estás con dos o tres personas distintas. ¿No crees que puede significar algo? –preguntó ella, mirándole.

–Que soy un toro en la cama –declaró el hombre, sentándose y mirando a su doctora sonriendo. La mujer le devolvió la sonrisa tranquilamente. Sólo deseaba que llegara el día en que pudiera destrozar esa serenidad que tenía su siniestra doctora.

–O que necesitas sentirte deseado, sentirte querido, puede que hasta necesitado, pero ni una de esas personas pueden llenar el vacío que dejó la única en la que una vez pudiste confiar. –dijo sin alterarse ni un poco, incluso cuando la mirada del joven cambió de seducción a ira.

Ya estaba acostumbrada a los cambios de actitud del joven doctor. Aunque él intentó recuperar la calma, su doctora podía ver a través de su apariencia. Siempre podía ver a través de él.

–Ése cabrón ya está superado. Hace tres años de eso, no quiero vengarme de él ni nada por el estilo a través de mis amantes, durante nuestros encuentros les trato con mucho más amor del que él me trató nunca –apoyó su espalda contra el respaldo del sofá con los brazos por detrás de la cabeza mirando al techo esta vez.

Había levantado la mirada, lo que le indicaba a la doctora que todavía no lo tenía superado ni mucho menos, pero había algo en su afirmación que le llamó más la atención.

Había hablado demasiado rápido de su expareja, el cual le costó sesiones enteras de saber de su existencia, intentaba desviar el tema. Por suerte siempre utilizaba las mismas tácticas, o sacar un tema que pudiera desviar su atención del auténtico trauma, o ligar con ella, y si ni así podía, venia la hostilidad.

La morena pasó un mechón de pelo detrás de su oreja, sabiendo que estaba a punto de tocar un punto sensible, y que, como otras veces, posiblemente acabaría con el muchacho saliendo de su consulta de un portazo.

–Doctor, no estoy hablando de tu ex. ¿De quién quieres vengarte? –preguntó ella, apoyando la mandíbula en su mano. Dio otro sorbo a la taza, todavía humeaba, pero así le gustaba a ella. Siguió atenta al lenguaje no verbal del hombre.

Algo dentro de él se revolvió. No vayas por ahí.

Los labios del chico se volvieron una línea fina muy apretada, su mandíbula estaba tensa, y sus ojos grises se abrieron un poco, aunque siguió en la misma postura, sentado, con los brazos cruzados detrás de su cabeza. Se tomó todavía un segundo para respirar antes de seguir.  

–No me gusta el rumbo que está llevando nuestra conversación casual, Robin. –déjalo, por favor, no me hagas esto. Aunque Law intentara seguir fingiendo relajación, la doctora sabia distinguir perfectamente esos pequeños gestos. Llevaban años trabajando juntos, aunque no tanto de terapia, deducía que habían empezado una semana después de la ruptura con su expareja, pero la doctora Nico Robin era la mejor terapeuta del hospital.

–Me sorprende que llames “conversación casual” a nuestras sesiones, teniendo en cuenta que te cuelas en mi despacho durante mi descanso una vez por semana para evitar que el resto de compañeros sepan que estás aquí. –a ella no le importaba dar terapia a sus compañeros y mantenerlo en secreto, el doctor Trafalgar no era el único que acudía a ella, aunque sí era su paciente-compañero más longevo.

Aunque a Law no se lo pareciera, por ese hecho Robin le tenía cierto cariño, únicamente como doctora, y realmente le preocupaba que no fuera capaz de afrontar su pasado ni siquiera en un entorno seguro.

El interior del doctor volvió a pegar un salto. Una vez más, se dijo a si mismo que con Robin hacía lo mismo que con el resto de sus amantes, les daba detalles de su vida para crear esa conexión y después llevarlos a la cama, pero ella era la mujer más dura que jamás había conocido, aunque no le impedía rendirse. Pero la mala costumbre que tenía ella de revolver su mierda le cabreaba de sobremanera… déjalo donde está, lejos de aquí, lejos de mí.

–Eso es porque a nadie le importa lo que haga con mi vida. –su tono de voz cambió, cada vez estaba más enfadado, le costaba contenerse. Law seguía quieto, muy quieto, y muy tenso. La doctora veía que estaban cerca, esta vez conseguiría sacarlo.

–Pero necesitas hablarlo con alguien, por eso vienes aquí cada semana. –Robin seguía estirando la cuerda, preparada para su explosión de ira cuando petara. Se tomó el último sorbo de su café, dejándolo en el platillo haciendo un pequeño y estridente ruido, lo que molestó al doctor. Empezaba a estar en ese punto que cada pequeña cosa le molestaba.

Él no necesitaba hablar con nadie, no necesitaba a nadie. No estaba interesado en el amor, sólo en su parte divertida, por lo que no hacía falta una sola pareja estable. Si quería vida social, se apuntaba a beber con sus compañeros de trabajo, y si algún día necesitaba compañía en casa, ya adoptaría un gato.

–Eso es porque somos amigos. –dijo él, fingiendo mucho peor que de costumbre la despreocupación. Law quería recuperar el control, volvía a perder ante la doctora, tenía que hacer algo.

–Doctor, no soy tu amiga, soy tu psicóloga, y tu compañera de trabajo. –Law cerró los ojos un momento. Eso lo sabía perfectamente, sólo había hablado sin pensar, empezaba a ahogarse. Le costaba respirar, aunque no iba a mostrárselo a la mujer delante de él. No quiero recordarlo. Recuperar el control. Recuperar el control. Recuperar el control.

–Vaya, yo que creía que después de oír mis habilidades por fin aceptarías esa cita que me prometiste. –y ahí volvía el doctor Playboy. Robin no se dejó engañar por su nefasta actuación, el chico seguramente quería acostarse con ella, pero ella sabía que, aunque él se negara en rotundo a aceptarlo, nunca había venido por eso. Ni una sola vez.

–Las citas las hemos tenido una vez por semana los últimos tres años, solo que no como esperabas. No cambies de tema, Doctor. Tienes que admitirlo. –si no hacía algo, lo perdería otra vez. Si él no quería enfrentarse a sus demonios, estos acabarían con él, y como su terapeuta, no podía permitirlo.

–No sé de qué hablas. Tengo una vida muy satisfactoria. Me encanta mi trabajo, me pagan bien, me acuesto con quien quiero cuando quiero, gozo de buena salud. ¿Qué más podría pedir? –con los ojos entreabiertos, mirando al techo, un punto fijo, centrando sus pensamientos. No sigas. No sigas. Recuperar el control. Recuperar el control. Recuperar el control.

–Hasta tú mismo te das cuenta de lo solo que estás. Lo que en verdad piensas es: ¿de qué me sirve todo esto si no puedo compartirlo con nadie? Tus acciones gritan por sí solas. –el muchacho echó una risotada al aire. Déjame, me ahogo.

–Oh vamos, nunca he sido un sentimental. –dijo sin importancia. No puedo respirar, me ahogo.

–Sigues sin responderme. –pero ella seguiría insistiendo. Me duele el pecho, mi corazón palpita demasiado fuerte. Me ahogo.

–No sé a qué te refieres. –Law se sentía cada vez más asfixiado. Por favor, no lo digas. No lo nombres. No quiero pensar en él. No quiero recordar que existió. No. No. No. Y la doctora lo sabía por toda la tensión que destilaba cada fibra de su ser. Control. Control. Control.

– ¿Qué hay de tu padre? –Se hizo el silencio. Tocado. Caigo.

–Murió cuando era pequeño, ya lo sabes. –dijo Law con total tranquilidad, al menos tanta como su cuerpo le permitió, sin mover un músculo. El abismo y la oscuridad me tragan.

Robin empezaba a ver los bordes de la máscara del doctor, esa que llevaba siempre puesta. Se la estaba arrancando con las uñas, sin piedad.

–No me refiero a Corazón, también lo sabes, eres inteligente. ¿Cuánto llevas sin hablar con él? –preguntó, adoptando un tono más casual. Intentaba hacerle entender que ése era un espacio seguro, nadie le haría daño si se mostraba vulnerable, pero el doctor era más terco que nadie que hubiera conocido jamás. La gravedad me está arrastrando a un pozo muy profundo de memorias apartadas, grito, pero nadie me oye. Estoy solo.

Aunque Robin llevaba oyéndole gritar des de su primera sesión, aunque le tendiera la mano en cada ocasión, el pozo del Doctor era demasiado profundo para que pudiera verlo.

–Si no recuerdo mal el mismo que él lleva sin hablar conmigo. –respondió Law, bajando por primera vez en mucho rato la mirada hacia ella pero manteniendo la posición. Oigo los gritos. No veo nada. Solo un golpe seco al llegar al fondo. Una luz, pero no es buena. Su piel oscura no disimulaba para nada las ojeras que siempre tenía, que tanto resaltaban con sus ojos grises, los cuales se mostraban amenazadores, por mucho que en esos estuviera sonriendo, lo que le daba un aire aterrador.

–No te pongas sarcástico conmigo. Sabes que eso solo me indica cuan traumatizado estás por los años que viviste con él. –en todas sus sesiones, solo consiguió una vez que le hablara de él, y casi fue más por accidente que por voluntad propia, justo antes de que éste huyera y no apareciera hasta la siguiente semana, con nuevas conquistas que contar.

No digas su nombre, si lo dices vendrá. Law borró esa falsa sonrisa y cerró sus ojos, volvía a ser un niño asustado otra vez. Estaba perdiendo.

–Mi tío no tiene nada que ver con mi vida. No vuelvas a llamarle padre. –finalmente, había conseguido cabrearle. No lo digas, no le llames. No le llames. No le llames. Tengo miedo. Ella sabía que no era su función, pero solo conseguía que su terco compañero fuera sincero haciéndole perder la calma, lo que normalmente pasaba por una ira inicial. Aunque él lo odiara, eso era un progreso.

–En ése caso, háblame sobre tu padrastro. – ¿Por qué lo has hecho? lo has llamado y ha venido. Está aquí, en esa luz mala. Viene a por mí. ¡Viene a por mí! Nico Robin lo miraba, viendo como su máscara de impasibilidad se rompía con una sonrisa suave, y también pudo ver al niño que corría para esconderse, sin poder llegar a ninguna parte. El doctor había perdido, ni siquiera podía respirar, y estaba segura que su corazón palpitaba con fuerza, asustado por sus recuerdos.

A la mierda el control.

– ¿Esto de divierte, verdad? Sacar los trapos sucios de la gente, sacar su mierda a relucir para ver cómo reaccionan. Dime, ¿todos tus pacientes son tus cobayas para rellenar una vida vacía? Deberías acostarte con alguien de una maldita vez. –Law la miraba con autentico odio, sentado delante de ella, con los brazos cruzados enfrente, apoyando sus codos en sus rodillas, mirándola por primera vez en mucho rato y como nunca antes lo había hecho.

Ya no había barreras, estaba expuesto, era el niño con voz de adulto quien hablaba ahora. Sin mentiras ni falsos cortejos, mostrando como se sentía en realidad. No era rabia, era miedo camuflado, igual que un perro atrapado.

Era la primera vez en todas sus sesiones que la había mirado cuando hablaba de algo importante para él, y por fin después de mucho tiempo vio por donde tendría que presionar. Quizá Law no se daba cuenta, pero ella estaba consiguiendo que se abriera.

–Puedes descargar tu frustración en mi si así lo prefieres, pero eso no cambia lo realmente jodido que estás. Y no dejarás de estarlo hasta que te enfrentes a tu pasado. Solo intento ayudarte, doctor. –Robin intentaba hacerle entender que ése proceso era importante, que si realmente quería mejorar, debía superar lo que fuera que le pasara, pero antes tendría que admitirlo.

– ¿Sabes? Estoy harto de ser tu juguetito mental, sólo venia por el placer de tu compañía, y para echarte un buen polvo, pero no me interesan las psicópatas. –su máscara estaba hecha añicos, pero eso no le impidió ponerse otra rápidamente y volver a cerrarse en banda. Volvería a huir otra vez, como siempre que parecía que avanzaban algo.

Se levantó de ese sofá de cuero tan incómodo y salió de su despacho dando un portazo. Tal y como Robin había supuesto que pasaría, cada vez que sacaba el tema de su padrastro acababan igual.

Pensaba que por una vez habían hecho progresos, pero es imposible ayudar a alguien que no lo quiere, aunque sus acciones lo griten desesperadamente.

Law se dirigió rápidamente al baño, no quería que nadie lo viera así de vulnerable. ¿Jodido él? Tenía todo lo que deseaba y más todavía. Un buen trabajo, dinero, sexo cuando quería, y a 100km de su tío. ¿Qué se había creído esa doctora?

El joven se miró en el espejo, y se dio cuenta que una lágrima de rabia había empezado a brotar. ¿Ahora iba a llorar por ese imbécil? Odió la imagen que le ofrecía el espejo, odió su propio reflejo de debilidad, el niño que había sido, y sin siquiera pensar en lo que hacía lanzó un puñetazo hacia la patética cara que tenía delante de él.

Lo destrozó. Y un gran estruendo retronó por toda la estancia, en ese momento fue consciente de lo que acababa de hacer. El ruido seguro se hubiera oído desde fuera, la gente no tardaría en llegar.

Se limpió rápidamente la sangre que salía a borbotones de su mano, puso un poco de papel y se colocó uno de los guantes de látex que utilizaba siempre para cubrir sus tatuajes. En ése momento llego un enfermero.

– ¿Pero qué coño…? –preguntó el chico, no mucho más joven que él.

–Penguin, voy a llamar a mantenimiento para que recojan esto. Quédate aquí para que no entre nadie. Éste maldito edificio se cae en pedazos. –Dijo con una media sonrisa mientras salía de ahí, casi huyendo.

El enfermero miró la espalda del doctor mientras se iba y se ponía el otro guante, siempre había sido un hombre serio y distante, y nunca le había dedicado una sonrisa o palabra amable a nadie durante su jornada laboral. Salían a beber de vez en cuando, había sido agradable, y aunque parecía integrarse con ellos, estaba claro que una parte de él estaba muy lejos de ahí.

El Doctor Trafalgar Law era la envidia de muchos de sus compañeros de profesión. Joven, talentoso, inteligente, atractivo. La viva imagen del éxito. Él mismo formaba parte de su equipo, era de los más cercanos a él junto con los otros miembros. Tenía una relación cordial con todos en el hospital, algunos estaban convencidos que se llevaban bien con él, que tenían algo parecido a la amistad.

Pero por alguna razón, a Penguin no se lo parecía. El doctor siempre tenía un semblante sombrío, y aunque consiguiera disimularlo muy bien delante del resto de gente, él era capaz de notarlo. Por muy duro que les tratara, sentía simpatía y mucha lástima por ese hombre.

Se volvió a mirar los pedazos de espejo rotos por el suelo, miró enfrente de él para mirar los pocos que todavía quedaban colgando, cuando se dio cuenta que había rastros de sangre.

Miró una vez más en dirección donde se había ido el cirujano, suspiró y empezó a limpiar como pudo esas gotitas del espejo y del suelo antes de que nadie se diera cuenta de lo que había pasado en realidad. 

 

Notas finales:

Bueno y hasta aquí el primer capítulo de la historia! Qué os ha parecido? Cualquier duda, aclaración, críticas... lo que sea, dejadme vuestras reviews por favor! Todo es bueno para mejorar! 

 


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