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El regalo perfecto. por 1827kratSN

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Mukuro sentía que ese admirador suyo se estaba pasando de la raya, pero no sabía quién carajos era como para darle un lindo regalito de su parte, uno que consistiría en sogas, cigarrillos, un tridente y mucha imaginación.

 

—Esto ya es molesto —bufó antes de darle la tarjetita a su querida Chrome.

—Mukuro-nisama, ¿no va a leerla?

—No.

—¿Puedo leerla yo? —estaba emocionada, siempre lo estaba con esas tarjetotas.

—Si quieres.

—Dice… que sus ojos son bonitos —la chica miró divertida el tic en la ceja derecha de su hermano, mismo que parecía palpitar

—Eso ya lo sé —se masajeó la sien izquierda—, pero ¡por qué carajos tiene que usar una tarjeta de navidad solo para decir eso!

 

Es que no era una tarjetita simple, no, y era ridículo. Esas palabras cabrían apropiadamente en una tarjetita pequeña, de tal vez cinco centímetros por otros cinco, no le importaba la medida. ¡Pero no! Su maldito admirador usaba una tarjeta de tamaño A4, adornada por ositos o cualquier animal esponjoso que cubría la mayoría del espacio. ¡Las letras desaparecían entre tanto adorno! ¡Y era incómodo encontrarse eso en sus casilleros o en su buzón!

¡Maldita sea!

Decidió calmarse, respirar, tomárselo como una broma, después de todo eran solo cinco días en los que lidiaba con eso. Además, se acercaba la navidad, tenía sus propios asuntos que atender en esa ocasión, como pensar en lo que le daría a su hermanita, a Ken y Chikusa, al tarado del ave huraña que era el presidente del consejo estudiantil, y a su muy adorable kohai del nivel inferior —al que le robaba los panecitos que solía traer junto con su almuerzo—.

 

—Mukuro-nisama —sujetó sutilmente de la manga de su hermano—, hoy Tsuna-kun no vendrá.

—Demonios —gruñó entre dientes antes de arrinconarse en un pasillo y golpearse la frente contra la pared—, ¿por qué hoy?

—Pero me envió esto —sonrió al sacar una fundita pequeña donde destacaban dos panecillos pequeños.

—Por eso me cae bien tu compañerito —sonrió tomando la fundita.

—Tsuna-kun dijo que debería calmarse, que su admirador secreto solo intenta ser agradable.

—No metas ese tema ahora, Chrome.

—Está bien.

 

En medio de las clases aburridas, Mukuro se dedicaba a dibujar cualquier estupidez sobre las tarjetitas navideñas que le llegaban —aprovechando que tenía espacio de sobra—, tratando de no pensar en los árboles usados para fabricar esa cosa, intentando hallarle algo bueno a esa frase. Aceptaba que su ego subía cada vez que el desconocido halagaba sus ojos, su cabello, su porte o su ingenio, ¿quién no se sentiría bien por eso? La cuestión era que las tarjetitas no eran lo suyo, menos esas de tamaño descomunal…, pero aun así las conservaba.

Ni siquiera debería hacerlo.

Cuando llegaba a casa la doblaba por la mitad y amagaba con tirarla a la basura…, pero no podía, porque seguía pensando en que el estúpido admirador —porque la caligrafía un poco desalineada debería pertenecer a un chico— se tomaba el tiempo para hacerlo y demostraba que al menos estaba siendo sincero… o maniaco… o solo no tenía cerebro. La cosa era que en el fondo creía que esos detalles eran lindos, pero jamás lo diría en voz alta.

 

—¿Otra?

—Sí —miró su casillero donde guardaba sus zapatos y suspiró—, ¿quieres leerla?

—Dice —Chrome miró rápidamente y sonrió—. Dice que tu cabello ondea como las olas del mar.

—Idiota —murmuró antes de caminar.

—¿No quiere saber quién es?

—No.

 

Intentaba ignorarlo, pero parecía que eso solo volvía loco a su acosador, porque al siguiente día la tarjeta tenía otros detalles, otra frase, y cuando fue el décimo día, también tenía un chocolate en barra agregado. Después fueron dulces, una flor, y cuando la fecha de navidad estaba próxima… fueron pendientes. ¿Por qué carajos eran pendientes? ¿Es que se le estaba acabando la imaginación al desgraciado?

 

Eres como una droga, porque me haces ingresar en hermosas fantasías.

Estoy seguro que los lunares en tu piel representan estrellas guías.

Algún día desearía navegar por la piel de tus labios.

Solo quisiera que me sonrieras a mí.

 

Rio por lo bajo ese fin de semana, donde en la soledad de su habitación empezó a releer sus tarjetitas, intentando dar con una pista de su desgraciado acosador para dedicarle un buen golpe en la maldita cara. Suspiró dos veces mientras acomodaba sus tarjetas, porque recién se dio cuenta que en letras muy pequeñas y cursivas había dos iniciales en una esquina.

 

—B. G. —murmuró animado—, el lunes te patearé el trasero.

 

La navidad estaba a pocas horas, por eso decidió que el lunes descubriría sí o sí a su acosador, y si bien no se esforzó en nada hasta ese punto porque estaba muy ocupado, ahora que tenía todo preparado sí le pondría el empeño necesario. Porque quería darle un golpe en la nariz al idiota que le mandaba tarjetitas de tamaño carpeta con frases pequeñitas y adorables.

Lamentablemente, lo sorprendieron a él.

No estuvo seguro de cómo pasó, pero en medio de su espionaje en solitario, alguien logró cubrirle los ojos y después atarlo. Fue cargado hacia uno de los salones usados por el club de teatro, todo sin que pudiera reaccionar como era debido. Digamos que le reconocía la rapidez, fuerza y sigilo a ese idiota, pero sus ganas por matarlo aumentaron por esa estupidez.

 

—¡Vas a pagármelo! —reclamó cuando pudo quitarse la corbata de las muñecas.

—Tranquilo, Muku-chan, solo quería que nuestro primer encuentro sea en privado.

 

Mukuro se quitó la otra corbata de los ojos para mirar al idiota del B.G., hallándose de frente con un chico que le igualaba en altura, de mirada lila y de cabellos casi blancos, con un tatuaje en uno de sus pómulos y… con un uniforme de otra escuela. ¡Qué carajos! ¿Cómo es que el ave huraña permitió una infiltración de esa clase en la preparatoria? Y más importante que eso, ¿cómo alguien con esa apariencia pudo cargarlo como si nada?

Le pateó la cara.

Obvio.

Y rio satisfecho al verlo quejarse en el suelo. Había valido la pena solo para ese momento.

 

—Qué malo eres, Muku-chan —se quejó de forma infantil al levantarse, sin rastros de la agresión.

—Eres solo un acosador.

—¡Yo solo buscaba información! —hizo un puchero—. Porque me gustas mucho.

—¿Y de dónde diablos me conoces, pervertido?

—Como no conocerte —sonrió—, si tu belleza destaca por sobre todos los de la ciudad.

—Lo sé —Mukuro se acomodó un mechón de cabello—, pero eso no te da derecho a acosarme.

—Eres lo más hermoso de este mundo. Además, eres una de las personas más fuertes que he visto, y la más dulce —sacó una bolsita de malvaviscos y la ofreció tras una reverencia.

—Lo tomaré, pero aun no me caes bien —agarró la bolsita y la apretó contra su pecho.

—Estoy dispuesto a ofrecer mi vida si tan solo me aceptas.

—Estás loco, kufufu.

—Pero por ti, Muku-chan.

 

Mukuro rio bajito por toda esa estupidez, no pudo evitarlo, era simplemente divertido. El chico era una joya, además no era feo, por el contrario, tenía su encanto. Le gustaban esos halagos y el hecho de ser tratado como un rey, así que, ¡al demonio! Le iba a dar la oportunidad de ganarse un poquito de su cariño, y mientras tanto, lo trataría como su perro faldero por un tiempo. Si no terminaba de gustarle, lo desecharía, y si no… pues quien sabe.

 

—Quiero saber tu nombre.

—Byakuran Gesso —dijo orgulloso.

—Bien, Gesso —le apuntó con el dedo—, deja de enviarme esas tarjetas que solo desperdician espacio.

—¡Pero son muy bonitas!

—Deja de hacerlo.

—Pero quiero llenarte de detalles.

—Chocolates —se cruzó de brazos—, prefiero los chocolates.

—¡Lo que pida el amor de mi vida!

 

Pero cuando Byakuran quiso invadir el espacio personal de Mukuro, recibió un fuerte golpe en la cabeza. Era obvio que tardaría en ganarse el derecho al contacto mutuo, pero lo aprendería a través de los golpes y regaños.

 

 

 

Notas finales:

 

Un 10069 porque yolo~

Krat tiene que trabajar fines de semana, así que desaparecerá. Deséenme suerte y volveré el lunes~

Los ama: Krat~


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