Estuvo bien loco cuando aceptó la absurda idea de que ESE IDIOTA LE GUSTABA. ¿Por qué no le golpearon la nariz para que reaccionara? ¡Por su cielito despistado! ¿Qué fue lo que pasó para que…?
Oh, ya recuerda.
Fue como hace dos años cuando le tocó convivir con el arcobaleno en crecimiento en una misión.
Bueno, aceptaba que cuando ese idiota tenía como trece años era por completo adorable, con esa facha de niño problema y esa actitud de un adulto sin miedos. Verlo pelear en medio de un tumulto de enemigos fue divertido, eso y que, a pesar de lo pequeño que podía ser, conducía una motocicleta genial.
Tal vez no debió salvarle el trasero esa vez.
Ni la siguiente.
Ni la que le siguió a la siguiente.
Y mucho menos debió aceptar ayudarlo a tomar forma adulta por un rato, usando sus llamas de la niebla. ¡Pero lo retaron!
Era tan débil a veces.
Porque verlo en aquella postura erguida, con el traje lleno de detalles mientras cargaba un casco de colores vivos, con esa felicidad marcada en esa carita llena de piercings, apreciar esos labios que se movían frenéticamente mientras le agradecía, y esos brazos que rodearon su cuello en un abrazo efusivo. Ese día fue el fatal, porque creyó que ese cuerpo calzaba perfectamente en sus adultos brazos, y bueno… lo demás se salió de su control.
—Me repites ¿por qué te traje aquí? —Mukuro se frotaba las sienes.
—Para verificar una teoría —Skull se cubrió el rostro con la mano extendida para que los rayos del sol no lo quemaran tanto.
—¡Estamos en el maldito desierto!
Mukuro dio una rápida mirada al horizonte donde no se veía más que arena, arena, y más arena. Era un mar amarillento y caluroso que podía deshidratarlos o generarles alucinaciones.
¡Hacía calor!
Se suponía que eran fechas cercanas a la navidad, que deberían hallarse en medio de la sala de la mansión, bebiendo chocolate caliente, comprando los regalos, preparándose para la cena, ¡pero no!
—Tú dijiste que me cumplirías mi deseo navideño —hizo una mueca—, y ¿ahora te quejas?
—Creí que solo debería comprarte algo y ya.
—Pues es tarde —Skull se quitó la parte superior de su atuendo, quedando solamente en una camiseta de tiras para no sentir tanto calor en su quinceañera apariencia.
—Ya vámonos.
—¡No!
—Tu deseo es descabellado —bufó.
—Quiero hacer un muñeco de nieve.
—¿Cómo te explico? —Mukuro respiró profundo antes de continuar—. Skull, los muñecos de nieve se hacen con ¡nieve!
—Pff, ¿quién dice? —rodó los ojos antes de caminar un poco sobre la arena.
—¡En el nombre! ¡Son muñecos de nieve!
—Pues si le chantamos agua, hacemos lodo, con el lodo podemos hacer un muñeco.
Sí, Mukuro estuvo muy idiota cuando aceptó frente a otros que le gustaba aquel niño inmortal con aires de grandeza, y tuvo la intención de arreglar su error usando su tridente. Estaban en el desierto, era perfecto para ocultar un cuerpo, además…
—¡No seas aguafiestas, Mukuro! —elevó sus brazos—. Ayúdame y terminaremos rápido.
—No lo haré.
—Vamos —rio a carcajadas—, ¡disfruta de esto!
—¡¿Cómo puedo disfrutar de la arena y del sol que me deshidrata solo con pensarlo?!
—Como disfrutas de espiarme cuando me baño —lo miró y se encogió de hombros.
—¿Cómo lo…?
—A veces ayudo a Tsunita con las cámaras de seguridad —sonrió de lado—. Ya deja de mirarme así y ayúdame.
—¡No estaba espiando! —sin poder evitarlo, enrojeció, porque lo habían descubierto.
—Uy, sí —rio bajito—. Así como “no” espías cuando duermo en la sala, o como cuando “no” me fotografías a escondidas…, o como cuando dices que “no” te gusto —negó divertido—. Uy sí, tienes toda la razón.
—¿Crees que puedes manipularme solo porque yo…? —estaba enojándose.
—Digo que olvidaré todo eso si me ayudas con mi muñeco de nieve —señaló la arena—. Uno aquí, le tomamos una foto y luego volvemos con los Vongola para hacer uno con nieve de verdad.
—Ay, no puede ser —Mukuro suspiró—, ¿cómo puedes gustarme?
—Porque soy todo un amor —Skull le guiñó un ojo—, hasta yo mismo me gusto —rio divertido—, es que soy una maravilla.
—Te mataré después de navidad.
—Si dejas de quejarte, puedo fingir que me paro descuidadamente bajo un muérdago y dejo que me beses —empezó a mojar una porción de arena.
—No necesito de esas cosas para obtener lo que quiero —se acercó para formar parte de esa estupidez, porque quería largarse rápido a casa.
—Oh, entonces quieres esforzarte solo —Skull asintió—, muy bien, aprecio eso.
—Ahora cállate y terminemos con esto.
—También creo que eres lindo —empezó a darle forma a la arena mojada—, un poco loco y peligroso, pero lindo.
—No me haces sentir mejor.
Una hora tardaron en armar el dichoso muñeco y que Skull quedara satisfecho. Tomaron la maldita fotografía y regresaron a casa, todo tal y como lo planearon. Sin embargo, algo cambió entre ellos. Y no fue el hecho de que Skull dijera en voz alta que su acoso quedaba perdonado, sino que… Mukuro no sabía si matar a Skull, o sacarle provecho a la situación. Como sea. Tal vez solo estaba caliente y ya. Lo averiguaría después de… besar a ese niño problema, porque sí, la idea de hacerlo le agradó un poquito.