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El regalo perfecto. por 1827kratSN

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La primera vez lo vio fue mientras daba su espectáculo callejero tradicional. Iba de traje y con un aura muy pesada, tal vez por eso quiso hacerle más desgraciada la vida y le cortó el paso. Sonrió con malicia a pesar de que eso no se notara por la máscara que cubría su rostro, disfrutó de ver la mala cara del oficinista, y después simplemente hizo un par de movimientos con sus manos para realizar su acto de magia.

 

—Lo tenías en tu manga —bufó aquel azabache antes de manotear la rosa que le fue ofrecida—, ahora quítate, que tengo prisa.

 

Pero Mukuro no era de amedrentarse, mucho menos cuando tenía público que esperaba ser sorprendido, por eso empujó el pecho del oficinista con dos de sus dedos, y con maestría movió su mano libre para abrir su palma y dejar que una linda mariposa aleteara. Pero no estaba conforme, así que se arriesgó a acercar su rostro enmascarado hasta el ajeno y, antes de que ese tipo lo golpeara, hizo que de sus manos brotaran decenas de papelitos brillantes.

 

—¡Dije que te quites!

 

Aquel azabache ni siquiera se inmutó, solo lo hizo a un lado y siguió su camino apurado, todo mientras se quitaba el papel brillante pegado a su traje impecable. Muchos aplausos le fueron dedicados al artista callejero, mismo que les reverenció entre risitas ahogadas, disfrutando de su travesura del día.

Las siguientes veces fue más o menos parecido, él veía al oficinista cursar el camino con apuro, y por puro capricho lo detenía para hacerlo participar en su espectáculo. No negaba que un par de veces soportó un empujón demasiado fuerte, los insultos, e incluso llegó a esquivar un golpe, pero eso no era más que un estímulo para seguir divirtiéndose con el malhumor de ese hombre.

 

—Qué te pasa, ¿eh? —Mukuro sabía que algún día lo enfrentarían—. ¿Por qué insistes en cortar mi camino todos los días?

—¿Hoy no está apurado, señor oficinista? —no tenía espectadores, así que solo jugaba con las cartas de una amplia baraja deteriorada por el uso.

—Dame una maldita respuesta, mago de cuarta.

—¿No cree en la magia? —mostró cuatro cartas en sus dedos y, al agitar su mano, se duplicaron—. Pues debería hacerlo, kufufu.

—Habla.

—Solo si me dice su nombre, porque decirle “señor oficinista” es muy feo.

—Te voy a romper la cara si no…

—¿Quiere que use mis dotes mágicas para adivinarlo?

—Solo dime por qué carajos…

 

Mukuro sabía que estaba jugando con fuego, pero fue inevitable, le gustaba el peligro. Así que, con gran habilidad, se acercó hasta aquel chico de negros cabellos, iris de carbón, y unas chistosas patillas espirales perfectas. Le rodeó la cintura con su brazo, pegó sus cuerpos que casi se igualaban en altura, acercó su rostro al ajeno, lo inclinó hacia atrás y lo miró por las rendijas de su máscara.

Obviamente le lanzaron un golpe.

Apenas pudo alejarse, riéndose de aquella fuerza que emitió un silbido, dio un par de giros para disimular su desequilibrio, con estilo movió sus manos, fingió danzar un rato, y después esquivó las otras agresiones. Sus barajas cayeron al suelo, su ego subió al cielo, los susurros en su cabeza le dieron la respuesta que deseaba, y al fin pudo quedar en paz.

 

—No eres más que un charlatán que sabe mover bien sus manos.

—Es mi talento —Mukuro movió sus dedos en burla—. Soy un maestro con mis manos… puedo darte el cielo, confundir tu mente, transmutar tus sueños…, darte placer, kufufu.

—Maldito pervertido —se dio media vuelta dispuesto a irse.

—Fue un gusto platicar contigo…, Reborn —sonrió cuando aquel hombre se detuvo y se giró hacia él.

—¿Cómo lo sabes?

—Tengo informantes… en el más allá, kufufu.

—Me espiabas —gruñó.

—Es magia —elevó sus brazos—. Todo es posible cuando dominas el arte de la magia. Saber nombres de desconocidos es algo sumamente fácil si es que tienes el don que yo tengo.

—No te creo nada.

—Puedo probártelo.

—¿Cómo…?

—En privado, sin mi mascara… y sin la tuya.

—¿De qué hablas?

—Yo sé que finges ser un oficinista cualquiera, Reborn —amagó con quitarse la máscara, pero solo dejó ver sus labios—, pero hoy, al ver tu alma a través de tus ojos…, he visto tu verdadero ser.

—Ugh… ¡Me das asco!

—¿Quieres apostar? —se relamió los labios.

—¿Qué quieres perder? —sonrió de lado, porque admitía que todo eso se estaba poniendo interesante.

—Si hoy cae la primera nevada de diciembre, alegrando niños y adultos…, tú tendrás una cita conmigo, Reborn.

—Ja —jugó con su patilla derecha, recordando los informes del clima que dictaban la nevada para dos semanas más—, ¿y si pierdes?

—Prometo desaparecer de tu vida.

—No creo en las predicciones, magia, o esas estupideces —advirtió.

—Pues deberías, cariño, kufufu…, porque la magia es el poder más grande de este maldito mundo.

 

Reborn vio como Mukuro se colocaba la máscara y chasqueaba los dedos, de la nada dos plumas cayeron cerca de su rostro, y antes de que se burlara de toda esa estupidez…, vio un copo de nieve descender con timidez.

Mukuro rio satisfecho por ver la mueca de sorpresa de aquel azabache, y después solo guardó silencio antes de hacer aparecer entre sus manos un pequeño papel con una dirección y una hora. En ese día preciso… iba a tener su anhelada cita, y a su muy hermosa y nueva víctima.

 

 

 

 

Notas finales:

 

Un Reborn x Mukuro porque yolo~

Sé que salió algo raro y medio turbio… pero… no sé, me gustó.

Krat los ama~

Intentaré subir los demás, mañana~


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