No sabía desde cuándo empezó, pero ahora que estaba en la preparatoria era un poco extraño para él tener frente a sí una cajita de regalo con su nombre. Y si bien solía recibir regalos de sus admiradoras, el paquete frente a él tenía un sello distintivo que bien conocía.
—¿Qué es ahora?
Reborn dejó sus cosas de lado, importándole poco que las miradas estuvieran posadas sobre él, se sentó con las piernas abiertas, y con desgano empezó a deslizar la cinta de la cajita. Poco vio de la nota en chino que le deseaba una linda navidad, después de todo, era la misma frase de siempre, pero le interesaba el contenido porque el regalo siempre cumplía con sus expectativas.
—Oh, tienes buen gusto —susurró.
El regalo de este año era un reloj de bolsillo, de calidad obviamente, con detalles dignos de un artista, la hora sincronizada en dos países que no eran nada más que Japón y China. Reborn no pudo contener una carcajada divertida antes de guardar cuidadosamente su regalo y volver a su faceta de alumno estudioso que cursa su último año de preparatoria. Pero mucha atención no puso a las clases ni a las charlas, solo pensaba en él.
Vivían en países diferentes, tenían vidas disparejas, y, aun así, cada uno se daba forma de hacer llegar los regalos en las tres fechas destinadas para eso, sean estas el cumpleaños de cada uno y navidad. Reborn sabía que su hermana o hermano ayudaban, incluso su madre, porque él hacía lo mismo con los dos tarados de los hermanos de Fon, así que misterio de la llegada precisa de los regalos no había.
—¿Te gustó el obsequio? —lo llamó en cuanto pudo, en el receso para ser exacto.
—¿Por qué tenía que ser un anillo? —la voz del otro lado sonaba calmada como siempre—. Sabes que no puedo usarlos en las prácticas, así que temo perderlo en alguna ocasión.
—Solo di que te gustó.
—Reborn —se escuchó una leve risita—, gracias, es un lindo detalle.
—Lo sé.
—¿Pero tenías que grabar tus iniciales en él?
—También hay un corazón… y tus iniciales.
Para ningún miembro de sus familias fue secreto que durante la niñez se llevaban bastante bien a pesar de sus personalidades disparejas, que mientras crecían mostraban que esa amistad se volvía aún más intensa, y cuando se separaron al mudarse la familia de Fon, todos, incluso el par de chiquillos de trece años, entendieron que ya no era amistad lo que los unía. Fue algo que se trasformó en silencio, que no pudo completar su mutación por la distancia, pero que pareció haberse detenido en el tiempo porque el par de involucrados así lo quisieron.
—Ganaré la beca a Italia —Reborn sonrió mientras jugaba con su bolígrafo sobre un ejercicio sin terminar.
—Tenemos el mismo objetivo —del otro lado se escuchaba el traqueteo de los platos que eran lavados—, así que nos veremos allá, Reborn.
—¿Qué me dirás cuando me veas, Fon?
—Diré… Hola, Reborn, ¿cómo estuvo el viaje? —esa suave risita era como un calmante para Reborn, siempre le gustó.
—Pues yo pensaba lanzarme sobre ti y besarte en medio del aeropuerto.
—Si hicieras eso, yo tendría que golpearte.
—Ya quisieras.
—Lo haría, porque ni siquiera hemos hablado de frente sobre este vínculo que nos negamos a soltar a pesar del tiempo y la distancia.
—¿Para qué hablar de algo que es casi ridículo discutir?
—Quiero que lo digas mirándome a los ojos.
—Qué romántico —se burló mientras se empujaba en la silla para balancearse sobre las patas traseras.
—Reborn, tal vez para ti esto sea una broma, pero para mí… no lo es.
—Nada es más serio que jamás haber fallado a una llamada, un regalo, y mucho menos una plática por video. Jamás te he fallado y tú me has correspondido de igual forma. ¿Qué otra cosa quieres que haga para probar la seriedad de esto?
Un largo silencio se dio, incluso los platos fueron abandonados; el de largo cabello negro solo buscó asiento para poder reposar y ahogar la risita que quería brotar de su garganta. Reborn solo chistó entre suspiros porque de cierta forma acababa de confesarse; deslizó sus dedos por una de sus patillas como cuando estaba estresado, y luego suplicó porque su hermana menor no lo hubiese escuchado o al siguiente día las burlas serían solo sobre él.
—Cuando te vuelva a ver en el aeropuerto de Italia —Fon sonrió divertido—, llevaré conmigo el primero de los regalos que me hiciste llegar.
—¿Me recuerdas que era?
—Sé que lo sabes.
—El broche de cabello en forma de…
—Sol —rio entre dientes—. Aún está intacto
—¿Lo usas? —se burló.
—Solo en ocasiones especiales.
Ambos estaban seguros de que sus planes se cumplirían, no por nada habían luchado arduamente por eso, así que en ese momento solo les quedaba esperar unos meses, hacer algunos trámites más, y después solo seguir como hasta ese punto…, siendo un par de adolescentes embriagados por la ilusión de su primer amor.