No era bueno en esas cosas, lo aceptaba, era más complicado porque lo estaba practicando en secreto y de esa forma no podía pedir consejos. Suspiró. Debía volver a ver ese tutorial en internet, porque estaba seguro que el desastre que tenía entre sus manos no era adecuado.
—Vamos, Dino, tú puedes —se dijo a sí mismo antes de ir por su computadora personal.
El líder de los Cavallone no se podía rendir con una tarea tan simple como envolver un regalo, por dios, además no era cualquier regalo, sino que se lo daría a la persona que le había robado el corazón desde hace años y con la que salía desde hace ocho meses, tiempo en el cual había sido extremadamente feliz.
Es que Enma lo era todo para él.
Su sonrisa tímida, esas mejillas que enrojecían cual cerecitas, el cabello sedoso que parecía fuego cuando el sol le llegaba directamente, esos ojos tan llamativos, y por sobre todo la fortaleza que escondía, el valor, la amabilidad y el respeto por todos sus allegados.
Suspiró.
Volvió a suspirar.
Rodó un momento en el suelo de su cuarto, dejando de lado su portátil y descuidando todos los envoltorios que compró hace tiempo. Es que, de solo mentalizar la carita de Enma, lo hacía sobrevolar nubes hechas de algodón de azúcar.
Enma era perfecto ante sus ojos. Por eso se merecía el mejor regalo.
—El regalo —suspiró antes de sentarse correctamente y mirar la pequeña caja aterciopelada—, si tan solo pudiera envolverla correctamente… ¡estaría listo!
Le fabricó un broche con la forma del símbolo de la familia Simon, bañado en oro y con una pequeña inscripción en la parte posterior. Se lo daría para que adornara los trajes en las reuniones formales a las que asistían, porque estaba seguro de que quedaría lindo en combinación con el brillar de esos ojitos.
—Una vez más.
Puso atención al tutorial que seguía desde hace tiempo y lo puso en práctica con una cajita del tamaño correcto, porque, solo hasta perfeccionar su técnica, lo intentaría con el regalo original. Dobló el envoltorio en la secuencia adecuada, colocó la cinta adhesiva, luchó por los pedazos que se le quedaban pegados en el dedo, se cortó un poco con la tijera, no halló la silicona para colocar el lazo que adornaría la parte superior…
Y suspiró.
Era un desastre chueco y lleno de cintas donde no deberían ir. Se sentía tan frustrado que decidió dar un paseo por su mansión, salió al jardín en busca de aire fresco, y después solo se quedó de pie mirando el horizonte. Ya no faltaba mucho para la reunión de navidad y él seguía peleándose con la envoltura de su regalo.
—A veces, si lo piensa demasiado, suele errar.
—¿Tú crees, Romario? —hizo una mueca.
—¿Quiere que lo ayude?
—No —suspiró—, quiero hacerlo solo.
—¿Y si solo lo veo de lejos y le digo cuando algo parezca incorrecto?
—Pues… —lo analizó—, está bien.
Fue así como Romario se internó en la habitación de su jefe, admiró el trabajo delicado que esas manos hacían, sonrió divertido cuando el último doblez fue errado y apenas logró comentarlo, para al final dar unos ligeros aplausos cuando su jefe vitoreó su trabajo final.
A veces el apoyo de un tercero hacía la diferencia.
Y para eso estaban todos los subordinados del jefe de los Cavallone, para ayudarlo, cuidarlo, darle ánimos, hacer del trabajo del rubio algo menos pesado, y festejar la felicidad ajena. Además, ellos apoyaban fervientemente la relación de su jefe con el líder de los Simon, lo hacían desde que vieron la sonrisa sincera y emocionada de su rubio jefe cuando trataba con el pelirrojo de tímida personalidad.
El amor era tan bonito.
—Es para ti.
—Gracias —Enma tomó con cuidado el obsequio y sonrió—, me gusta el lazo.
—Lo hice yo mismo —se avergonzó de tal forma que rascó su mejilla, ambas brillaron en carmín.
—Wo —exhaló el aire antes de reír bajito—, es impresionante. Yo no hubiese podido hacerlo sin ayuda.
—Quería que fuera especial.
—Mientras tú me lo des —su voz tembló—, siempre será especial.
Se miraron unos segundos antes de estallar en carmín y desviar su mirada, riéndose suavemente porque estaban seguros de que eran muy cursis a veces, pero felices del cómo estaba su relación. Felices uno con el otro.
—Iagh —tres pares de miradas destacaron en el perfil de esa puerta—, son tan… melosos a veces.
—Ya nos descubrieron por tu culpa, Koyo —culpó Julie antes de suspirar.
—Mi jefe merece ser feliz —comentó Romario, quien se había unido a los espías por curiosidad.
Enma los regañó por espiar, porque era inadecuado para la edad que todos tenían, y Dino solo lo dejó pasar porque ya estaba acostumbrado a la falta de privacidad en las mansiones aliadas.
Lo que importaba era que estaban felices.
Ya fuera en esa navidad, o en otras fechas, mientras estuvieran juntos serían felices.
Era el amor nacido en el mundo mafioso.