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El chico que vivió para escupir flores. por mugiwaranotorao

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Notas del capitulo:

¡Una disculpa por tardar tanto en actualzar! 

Observó con odio e ira contenida el maldito segundero del reloj de pared que se encontraba sobre la cabeza del profesor en turno. Debía cumplir con unas horas extras, ya que el mentado profesor se le ocurrió faltar en las horas que le tocaba su materia. ¡Claro! Era fácil reponerla el último día de la semana escolar, precisamente ese jueves, —porque su semana escolar comprendía del lunes al jueves y los viernes eran prácticas en alguna empresa o la escuela misma—. Apretó con demasiada fuerza su lápiz de madera del número dos, cargándoselo casi al instante, quebrándolo justamente por la mitad en dos bordes irregulares de madera —Sucede algo señor Eustass —preguntó el docente. Sólo eso le faltaba. ¡Maldición!

 

No, no pasa nada, profe.

 

Por favor, no vuelva a interrumpirme, joven —farfulló el hombre mayor con la cabeza cubierta de canas. Colocó de nuevo sus gafas sobre el puente de su nariz, se volvió a la pizarra verde mientras seguía escribiendo y explicando de la manera más sosa y aburrida el ejercicio de neumática, pronunciado palabra por palabra del enunciado, como si contará un puto cuento para dormirlos— bien, señores. ¿Alguien podría decirme cuál es el primer compresor conocido? —cuestionó el docente, observando con detenimiento a los alumnos que se encontraban sentados en diversos lugares y en diferentes niveles, prestándole poco o nada de atención. Se encogió de hombros mientras movía la cabeza lado a lado— señor Eustass, ¿podría? Por favor.

 

El malhumorado chico se levantó de un tirón de su asiento a la mitad del aula, dispuesto a contestar correctamente la pregunta y callar los cuchicheos de sus compañeros y borrar la risa de suficiencia —y soberbia—  que portaba el hombrecillo canoso. Estuvo a punto de comenzar a hablar, en cuanto un dolor punzante se alojo en su costado, obligándolo a tomar con fuerza sus costillas mientras se aferraba con su mano libre a la mesa larga que le servía de escritorio. Sintió como algo se paseaba desgarradoramente desde sus pulmones y viajaba lentamente, torturándolo a través de su aparato respiratorio, lastimándolo en el proceso.

 

El viejo que impartía la clase estuvo a casi nada de reprenderlo, caminando con paso decidido y enfadado tratando de darle el alcance, cuando finalmente llego al lugar donde el chico de cabellos rojos se retorcía de dolor y tomaba con fuerza sus costados, incrustando sus toscas y grandes manos a cada lado justo en sus costillas, reaccionó. Mutó su cara de enojo a preocupación en cuestión de milisegundos.

 

¿Señor? ¿Está bien? —cuestionó realmente preocupado y hasta cierto punto exasperado. Sus alumnos cerca de mostrar algo de empatía por su compañero, solo lo miraban morirse de dolor señores. ¡Señores! —gritó— Marquen a urgencias… ¡Rápido!

 

• • •

 

Luffy estaba detrás de la pila de papeles que se habían acumulado esa semana, para su suerte —o desgracia— el día viernes de esa semana no se laboraba en aquella oficina gubernamental. Parecía que era un feriado, por conmemorar quién sabe qué, y como cada año, los empleados y becarios del lugar tenían al día libre. Mala suerte para el chiquillo de sombrero de paja que aún le quedaba trabajo acumulado —gracias a su ineficiente tutor—, y estaba más que desesperado por terminarlo. Harto de todo y todos, dejó caer su cabeza en las papeletas que estaban por sobre su mediano escritorio de madera rústica —Kaido es un cretino —masculló chirriando sus dientes— ¿Cómo puede ser tan desobligado ese viejo borracho?

 

Más bien creo que no tienes suerte —comentó un chico alto, moreno y de cabellos verdes, parado en el umbral de la puerta, manteniendo un atisbo de risa en sus comisuras— mira que de todos los lugares posibles, te tocó aquí. Y justo con el viejo borracho de Kaido.

 

Cállate Zoro —contestó el chico— estúpida escuela con sus estúpidas reglas.

 

El mayor solo se limitó a burlarse de su amigo, riéndose sonoramente, mientras levantaba la mano y se dirigía a su puesto de trabajo, perdiéndose más de una vez en el camino y llegando, atrasado de nuevo. En cuanto al pequeño mono de nombre Luffy, estaba aún desganado y sin poder ver fin a esa cantidad horrorosa de papeles. Cansado se hecho hacía atrás en su muy poco cómoda silla reclinable.

 

¡A la mierda con esto!

 

Monkey se encontraba atrapado en aquel lugar no por voluntad propia, sino que la preparatoria a la que asistía les exigía un mínimo de cuatrocientas horas de servicio comunitario. ¿Para qué? Para ayudarlos a conseguir experiencia laborar desde temprana edad. Aunque la elección del lugar en el que darían su servicio no era decisión propia. Los chicos de cuarto semestre en adelante debían llenar un formulario con un centenar de preguntas y entregarlo en la subdirección de la escuela, una vez que la secretaría en turno los recibía, ingresaba todos los datos a un programa que en automático les daba dos opciones a los chicos y chicas en donde debían llevar a cabo la tarea. Una vez listo el proceso, se les regresaba a los estudiantes un oficio que debían entregar a la dependencia que marcaba la hoja y esperar su llamado. Regularmente, en la primera instalación les daban el visto bueno, empezando cuanto antes la labor.

 

Para desgracia del menor, le tocó en el sector rural, encargado de los permisos y seguimientos de los procesos de agricultura y ganadería de la zona. Le tocaba revisar notas, facturas, escrituras, títulos de propiedad, constancia de renta y demás, muy aparte de los documentos oficiales de los titulares y arrendatarios de la zona, que para su recurrente desgracia y mala suerte, era la principal actividad económica del lugar.

 

Después del berrinche que estuvo haciendo mientras se colocaba de manera extraña en su silla —berrinche que duro media hora de cero productividad— siguió con su trabajo a medias, maldiciendo a su tutor una y mil veces, mientras volvía a acomodar por cuarta vez la carpeta de facturas de la semana —¡Como lo odio!

 

• • •

 

Otra malditamente vez en ese maldito hospital en ese maldito cuarto con esos malditos cacharros, pensaba Kid en cuanto el médico colocaba un par de placas negras traslúcidas en una pantalla y encendía algún tipo de luz azul.

 

El dolor aún persistía aunque era menos fuerte. Lo habían llevado al hospital más cercano, que resulto ser el mismo que él frecuentaba, y en cuanto su médico de cabecera lo vio llegar en una silla de ruedas —por el dolor— lo hizo pasar inmediatamente a rayos x para sus radiografías —¿has tomado el medicamento como lo prescribí? —cuestionó el médico interrumpiendo sus cavilaciones.

 

—Sí, doc. Pero el dolor ahí sigue —musitó con dificultad— muy levemente —agregó.

 

No podía descifrar las facciones del médico, que estaba escudriñando con demasiado intereses sus placas. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho y su vista, —que estaba enmarcada por unos anteojos—, no dejaban de observar insistente unos pequeños puntos de diferente forma y tamaño alojados en la caja torácica del muchacho pelirrojo. Respiró profundo, aún no podía un veredicto porque eran muy conocidos los síntomas de Eustass pero muy inusual lo que revelaba la radiografía. Los casos de esa enfermedad aumentaban cada vez más,  no es que un tercer caso fuera mucho, lo inquietante es que los tres casos estaban relacionados con el joven Monkey D. Luffy, claro que debido a su profesionalismo y ética no podía mencionarle nada a Kid. Aunque particularmente en cada uno era un fenómeno distinto, el joven D termino por perder su capacidad para amar, Kid parecía tener dos diferentes tipos de pétalos en su sistema respiratorio y al parecer muy incrustados en los órganos y al final el otro chico estaba en coma por negarse a una ayuda temprana.

 

Vamos a tener que aumentar el tratamiento, Eustass —comentó el galeno que escribía unas cuantas cosas en una receta de color azul, ya conocida por el paciente— puedes pasar a la farmacia por ellas —observo la muda pregunta en los ojos cansados del hombre y prosiguió— los resultados de tus análisis y demás estarán en dos semanas. Lo siento.

 

• • •

 

¿Puedes venir por mí al hospital? —preguntó a la persona que le había contestado del otro lado de línea— estoy bien, mocoso. No, solo fue un chequeo de rutina. ¿Qué te importa? ¡¿Vendrás o no?! Bien, te espero —añadió antes de cortar la llamada un tanto enojado— tal vez no debería haberte llamado —espetó al gélido aíre de la noche— Luffy —dijo con las mejillas ligeramente rojas.

 

• • •

 

¿Estás loco Mugiwara? —cuestionó irritado, enojado y un tanto alegre al observar al chico llegar en una motocicleta mediana, lo justo para que fueran ambos montados sobre ella. Claro que no había mucho problema, el único detalle es que irían ambos muy juntos y para su desgracia el mocoso no traía casco puesto ni uno para prestarle— no sé porque de entre todas las personas te hablé a ti.

 

Malhumorado, cansado y molesto, Luffy le rodó los ojos estando sentando sobre la moto, con un pie en el piso y el otro sobre el pedal, sus manos estaban en el manubrio manteniendo encendido el transporte. Rodó los ojos de nuevo y observo enojado al pelirrojo —¡Eres un malagradecido cabellos de pinchos! Sabo no me quiso prestar el carro porque aún no me entregan el permiso de manejo y sólo tengo la motocicleta —gritó frustrado— si quieres morirte congelado, por mí, bien —subió el pie que mantenía en el piso, dispuesto a largarse ahora mismo de ahí.

 

Está bien, subiré, pero deja de quejarte como una nena.

 

—¡Que te den estúpido pelo de pinchos!

 

• • •

 

 

CONTINUARÁ...

Notas finales:

Algún error ortográfico, detalle o sugerencia, hagánmelo saber y trabajaré más en ello. 

Gracias por leer. 


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