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Terminal [Puppyshiping] por Kidah

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Notas del capitulo:

Siento mucho la tardanza :'( entre mi familia y la universidad no he tenido tiempo para ponerme a escribir tranquilamente. A eso hay que sumarle un bloqueo de inspiración que he tenido que eliminar a pura fuerza de voluntad para poder continuar esta historia y no dejarla a medias TT_TT con lo que me gusta (claro, si no me gustase a mi no la escribiría XD)

 

PD: Este cap me ha salido un pelin de nada más largo que los anteriores, sobre todo porque había que explicar más cosas y situaciones.

 

Disclaimer: Yu-Gi-Oh y sus personajes no me pertenecen, solo los cojo prestados para mis idas de olla ^^

Barrios bajos, Ciudad Domino, Lunes 02 de Septiembre de 2019.

 

El despertador sonó a las cinco de la madrugada sin piedad alguna, haciendo que una mano tanteara en la mesita hasta encontrar al causante de su abrupto despertar, dándole un par de veces hasta que consiguió apagar el insistente y molesto pitido, conteniendo las ganas de estamparlo contra la pared, sobre todo porque si se lo cargaba no tendría dinero con que reponer el dichoso aparatito. Tratando de no remolonear demasiado, empezó a deshacer el capullo de sábanas en el que se había envuelto durante la noche. Hacía años que tenía que dormir así, se sentía más seguro, además de que de esa forma no sentía tanto el frío que amenazaba con causarle un resfriado. Una vez en pie se vistió rápido, cogió su mochila revisando primero el tener todo lo necesario y bajó con cuidado, silencioso, hasta la cocina para dejar preparado el desayuno del mayor, el cual aún dormía la mona en el sofá del salón. No tardó mucho en dejarlo todo listo, pues solo dejó hechas unas tostadas de pan y una jarra de café junto a un bote de aspirinas que ya estaba por terminarse. Sacó de su mochila una pequeña libreta y apuntó “Aspirinas” en una lista que tenía para hacer la compra y no olvidarse de las cosas de primera necesidad… O en este caso del tipo prioritario.

 

Salió de su casa procurando que la puerta no diera un portazo y echó la llave con cuidado, sacó su bicicleta de donde la tenía escondida en el pequeño, y mal cuidado, jardín lateral que tenía la destartalada casa, se acomodó la mochila a la espalda y, pedaleando rápido, se fue a su primer trabajo del día: la imprenta. No tardó ni diez minutos en llegar. Hacía años que se sabía de memoria los caminos más rápidos para llegar, prácticamente desde su primer año. En la puerta de la imprenta “Domino Times” ya se encontraba el encargado de la repartición de los periódicos, preparando los fajos y paquetes que les tocaba entregar a los empleados. Se trataba de un hombre de mediana edad, estatura baja, apenas le llegaba por el hombro al rubio, cabello muy corto de color negro y ojos también negros, pero con una capa grisácea. En cuanto le oyó llegar levantó la cabeza de la caja que estaba abriendo y le dedicó una somnolienta sonrisa.

 

-          El primero como siempre, Wheeler –se incorporó haciéndose crujir la espalda y, en cuanto el joven estuvo a su lado, le tendió la mano para estrechársela con fuerza.

 

-          Ya me conoce, señor Moriya –le estrechó la mano, admirando la fuerza que demostraba tener incluso a esas horas estando aún medio dormido- ¿Qué tal las vacaciones? –se bajó de la bicicleta para colocar en esta las alforjas que usaba para guardar los periódicos.

 

-          Bastante bien, me llevé a mi mujer y a mi hija a la playa. Tenías razón, niño, les encantó –Joey soltó una ligera carcajada al recordar la última conversación que mantuvo con aquel hombre antes de que se cogiera las vacaciones que prácticamente le habían obligado a tener.

 

-          ¿Si? Me alegro de que le fuese bien –el señor Moriya empezó a pasarle los fardos de periódicos una vez que la bici estuvo lista- ¿Y qué tal lo de sus ojos?

 

-          Aún nada. Estoy por pedir un crédito, aunque de momento no me molesta demasiado, y el oculista me ha dicho que no me corre prisa, que no me voy a quedar ciego de la noche a la mañana. Además, son solo unas cataratas, nada serio… Pero gracias por preguntar, muchacho.

 

-          Tenga cuidado con eso –mencionó con preocupación mientras terminaba de cargar todos los periódicos. Entró un momento al edificio para poder dejar propia mochila en el cuarto del responsable de seguridad, el cual le saludó con una simple inclinación de cabeza. Sabía que si  la llevara sería solo un estorbo, además de añadirle un peso que solo le retrasaría- Todo listo. ¿Algún cambio en la ruta?

 

-          Tranquilo, sabes que lo tengo –se colocó las gafas que usaba cuando sentía la vista demasiado cansada- Y no, no hay ningún cambio que yo sepa. No ha llamado ningún repartidor para notificar ausencia alguna.

 

-          Pues me voy ya, no vaya a ser que cambie mi suerte –le guiñó un ojo mostrando una brillante sonrisa antes de subirse a la bicicleta de un salto y salir de allí pedaleando con todas sus fuerzas, escuchando la despedida a sus espaldas de su jefe directo.

 

Su ruta era la misma desde hacía ya un año, después de ganarse el respeto de los de la imprenta cuando evitó que unos pandilleros de poca monta atracaran el local. De algo tenía que servirle ahora el haber estado en una pandilla. Desde entonces le permitieron el entrar un poco antes a repartir y tener una ruta fija a excepción, claro estaba, de cuando faltaba algún miembro del equipo de distribución, y como él siempre era el primeo en llegar era al que le endosaban una parte de dichas rutas. No es que se quejase, porque después siempre le daban un pequeño extra, pero siempre que le tocaba sustituir llegaba más tarde de lo acostumbrado a clase, y este año no se lo podía permitir. No si quería subir lo suficiente su media.

 

Tardó una hora y media más o menos en terminar de repartir los diarios por toda su ruta, volviendo todo lo rápido que sus piernas y el golpe de la noche anterior se lo permitían. Si, aún le dolía, y bastante. Esperaba que no se tratase de una fractura de costilla. Bueno, no tenía tiempo para comerse el coco con esas cosas. En cuanto llegó vio que su superior ya le estaba esperando con su mochila cerca y el sobre con su paga. Había llegado a un acuerdo con los jefes de pagarle de forma semanal, por lo que suponía que ese era el dinero restante del mes pasado.

 

-          ¿Algún problema? –en cuanto el chico llegó a su lado le ayudó a quitar las bolsas enganchadas al vehículo para que no perdiera tiempo mientras que recogía su mochila.

 

-          Que va. Ni siquiera los perros del vecindario me han dado problemas esta vez, debían de estar todos dormidos –se rio por lo bajo antes de volver a subirse a la bici con la mochila ya a su espalda- Nos vemos mañana, señor Moriya.

 

-          Hasta mañana, Wheeler –apenas le dio tiempo a despedirse del muchacho, pues él ya estaba alejándose a toda velocidad- Siempre con prisas. Un día ese niño va a caer redondo de cansancio.

 

Apenas le quedaban veinte minutos para llegar a su escuela, la cual estaba alejada de la imprenta, en la otra punta de la ciudad, siendo que su casa quedaba entre ambos lugares. Para cuando quiso llegar al centro público de estudios estaban a punto de cerrar la verja de entrada. Pudo pasar por los pelos, bajo la reprochante mirada del vigilante, al que escuchó gritarle un par de improperios a los que hizo caso omiso, pedaleando rápidamente hasta llegar al aparcamiento de bicis que había en la parte trasera del edificio principal, dejándola ahí aparcada para salir nuevamente corriendo, intentando darse toda la prisa posible para llegar hasta el panel de noticias, donde seguramente estarían ancladas las nuevas listas de alumnos y las clases asignadas. No tardó en encontrar su nombre entre todos los listados, ventajas de tener un apellido extranjero: destacaba por sobre los demás. Anotó el número de la clase y salió disparado hacia esta. Por desgracia, y al estar en el último curso, también le tocaba estar en la última planta del edificio lateral. Sentía como sus piernas le ardían de subir a toda prisa los tres tramos de escaleras de tres en tres escalones y de la carrera en bici anterior. Según iba pasando por las puertas cerradas se iba cerciorando de que no se pasaba la que le tocaba. En cuanto vio el número correspondiente a su aula dio un frenazo que le hizo derrapar en el suelo, causando que casi se callera de morros al piso, y cuando consiguió quedar estable abrió la puerta, quizás con más fuerza de la que le habría gustado, llamando la atención del resto de los presentes en el interior del aula, provocando que todos giraran la cabeza en su dirección, incluida la de cierto profesor de historia al que, a ciencia cierta, no le caía para nada bien.

 

-          Vaya, señor Wheeler, menuda sorpresa –en cuanto le vio en el listado de alumnos supo que eso iba a pasar- Veo que no quería perder las viejas y malas costumbres. –dirigiéndole una mirada demasiado despectiva para un hombre que, supuestamente, se dedicaba a enseñar a los jóvenes, señaló el pupitre que quedaba libre- Haga el favor de disculparse con sus compañeros por la interrupción y vaya a su pupitre.

 

-          Lo… Lo siento… Ya voy –dijo agachando la cabeza, más por el coraje de que ese hombre se aprovechara del momento para humillarlo que por estar avergonzado. Sin ver a nadie más, el rubio se encaminó entre las filas de estudiantes hasta llegar a un sitio libre al fondo de la clase, al lado de la ventana, susurrando para sí mismo sin que le oyera nadie- Genial, los lunes van a ser una mierda…

 

-          Bien, como iba diciendo –aquel desagradable prospecto de profesor prosiguió con sus explicaciones, las cuales habían sido interrumpidas por el joven rubio con su entrada en la clase- Vuestro tutor no ha podido venir hoy, algo sobre una cita médica ineludible. Chorradas. Los jóvenes de ahora no aguantan nada.

 

El murmullo se hizo presente en la clase. Eso quería decir que habría un nuevo profesor durante el curso escolar, que este era joven y sería el tutor de su clase. Las chicas no pararon de hablar ni siquiera cuando el viejo profesor de historia japonesa intentó poner orden. Resultado: nulo. Al final, y como no había preparado materia para el primer día, abandonó el aula dejando a los adolescentes hablando a su aire y aumentando el volumen de sus voces en cuanto cerró la puerta a sus espaldas. Solo había dos chicos que no se habían sumado al conjunto de voces: un rubio, muy cansado para sumarse al escándalo, y un castaño al que no le importaba en lo más mínimo aquella “increíble” noticia.

 

Joey aprovechó la salida del profesor para echarse sobre su pupitre para poder descansar un poco. La cabeza le había empezado a doler por culpa del sobreesfuerzo realizado en su carrera de dos horas por la ciudad. Con un suspiro pesado giró la cabeza para poder mirar a través de la ventana, colocando los brazos bajo esta para estar más cómodo. El día estaba despejado y cálido, se notaba que aún no quería entrar el otoño del todo, aunque eso a él no le molestaba realmente, pero prefería los días fríos porque de esa forma no había ningún problema en usar prendas de manga larga y cuello de tortuga que ocultasen sus lesiones. Aunque, para ser sinceros, lo que más le gustaba era el viento. Siempre que soplaba el aire se ponía de cara a este para poder sentirlo de lleno, sentir como le revolvía los cabellos… Sentirse libre por un instante que, aunque efímero, lo disfrutaba plenamente. Nadie podía quitarle eso.

 

Por otro lado, en la primera fila, al lado de la puerta por la que momentos antes había salido el inútil del profesor, se encontraba un peli-castaño con un ordenador portátil sobre la mesa, trabajando en sus asuntos al margen de todo lo que ocurría a su alrededor. No tenía tiempo para las tonterías de un grupo de chavales hormonados, y eso que supuestamente él también entraba en esa categoría, pero gracias al “entrenamiento” al que había sido sometido por su padrastro durante años sabía cómo mantener a raya sus propias emociones, sentimientos y, en cierta medida, sus reacciones físicas. Y menos mal, porque había estado a punto de soltar una de sus cínicas risas al ver entrar al perro de Wheeler, jadeando y todo desarreglado, siendo reprendido, como siempre, por el profesor de turno. Aunque hasta para el más tonto de los presentes era más que obvio que aquel hombre le tenía manía al chucho. Nadie sabía exactamente el por qué. Por su parte, siguió trabajando en una serie de documentos que necesitaría para una junta que se celebraría esa misma tarde en su empresa para hablar de los nuevos proyectos a realizar con el resto de los jefes de los departamentos de Kaiba Corp. Y no se olvidaba de que tenía que revisar que Recursos Humanos estuviese ya en la tarea de reemplazar a los que había despedido el día anterior.

 

No tardaron mucho en escuchar el timbre que anunciaba el inicio de la segunda hora, dando la bienvenida al profesor de matemáticas avanzadas, momento en el cual el rubio aprovechó para desperezarse y sacar su cuaderno y bolígrafo para empezar a tomar notas. Esa era una de las asignaturas que mejor se le daba, y había tenido suerte en ser aceptado en ella, porque normalmente no aceptaban en esa clase a cualquiera. Como su nombre indicaba, era para alumnos avanzados. También era esa la razón por la que supuso que no estaría en la misma clase que sus amigos al momento de echar la matrícula, al menos no con la mayoría. Por primera vez desde que entrase al salón de clases, alzó la vista para recorrer las cabezas que había delante de él y a su derecha, comprobando que, efectivamente, solo había tres cabelleras que reconocía: las de Yugi Mutö, Duke Devlin y Seto Kaiba. Menuda suerte la suya. A ver, obviamente agradecía, y mucho, el estar en la misma clase que su mejor amigo, cuyos cabellos tricolores parecían desafiar a la gravedad con aquel extraño peinado, por el tercero no se quejaba realmente, y menos sabiendo que estaban en esquinas opuestas de la clase, pero el de pelo negro con coleta de caballo y pendiente en forma de dado en su oreja izquierda era otro cantar. Si bien es cierto que en el transcurso de sus aventuras habían llegado a una convivencia amena y casi amistosa, a él nunca llegó a terminar de agradarle, sobre todo cuando recordaba la humillación a la que había sido sometido públicamente, por la televisión nacional, mientras llevaba puesto un disfraz de perro. Solo por recordarlo sentía como se le encendían las orejas por culpa de la vergüenza y el coraje que sintió aquel día. Y el que hubiese sido Yami el que le rescatara tampoco ayudaba mucho a su maltrecho ego… Aunque hacía ya mucho que ese pequeño detalle no le importaba tanto como otras cosas. No, lo que realmente le fastidiaba de aquel chico era el insistente acercamiento que siempre trataba de llevar a cabo con él. El estrambótico muchacho era bien parecido, sí, pero…

 

Sin saber en qué momento había comenzado, terminó de dibujar las últimas líneas de un pequeño dibujo en el margen de su cuaderno, pudiendo distinguirse la silueta a boli de unas manos finas sobre lo que parecía ser una superficie llena de cuadraditos, supuestamente un teclado. Lo miró por un momento, sin prestar mucha atención a las indicaciones que el profesor estaba haciendo sobre el cómo se llevaría a cabo su asignatura a lo largo de este último curso y los requisitos necesarios para aprobar la susodicha. Siempre son las mismas condiciones y las mismas palabras. Lo único que cambiaban eran los nombres de los profesores y de las asignaturas. Lo siguiente que supo es que estaban pasando una hoja y mandando guardar todo menos algo para escribir. Joey guardó su cuaderno en la mochila y cogió el último de los folios que habían pasado por su fila, dirigiéndole una pequeña sonrisa a su amigo de ojos violetas, que se había girado para darle ánimo. Se trataba de una prueba de nivel, seguramente para corroborar lo que las pruebas que se hicieron al final del curso pasado ya habían indicado. En cuanto el profesor pidió que empezaran, la clase entera comenzó a escribir, siendo el rasgueo del boli sobre el papel lo único que se escuchaba, además de alguna queja proveniente de aquellos que decían que un examen el primer día no era justo.

 

Al cabo de media hora el profesor mandó terminar, pidiendo que pasaran hacia delante los exámenes, y que no se olvidaran de poner su nombre completo, como si fuesen niños de primaria. En cuanto tuvo todos los exámenes dio por finalizada la clase y salió de esta antes de que sonara la alarma que indicaba el cambio de clase. Estaba claro que aquel día los profesores no tenían ganas de iniciar nada. No es que se quejara, pero para ser el último curso los docentes ya podrían aplicarse un poquito. Aquello era lo que pensaba un castaño de ojos azules que, aburrido, había vuelto a sacar su inseparable laptop para continuar con su trabajo.

 

La siguiente hora fue igual. El profesor de turno les hizo una prueba de inicio y después se fue, supuestamente a corregirlas, y como el siguiente timbre iba a anunciar el receso, la mayoría salió directamente al patio y a la cafetería del centro, incluido cierto rubio que al pasar por enfrente de Kaiba ni siquiera le dedicó una mirada, saliendo del salón junto con Yugi. Aquello extrañó al castaño, e incluso al tricolor. De todos era sabido que en cuanto ambos se cruzaban empezaban una batalla verbal que, siempre, ganaba el CEO de KC. El castaño no le dio más importancia de la necesaria, volviendo a dirigir su atención al ordenador, viendo por el rabillo del ojo como el moreno del zarcillo guardó sus cosas a toda prisa y salió tras el rubio y su bajito amigo, dándoles alcance a mitad de camino de la cafetería.

 

-          ¡Ey, Joey! –ante la mención de su nombre, se dio la vuelta, conteniendo las ganas de hacer una mueca y en su lugar dedicarle una de sus siempre radiantes sonrisas.

 

-          Duke, hola, no te había visto –se paró para esperar al de ojos esmeralda hasta que se puso a su altura y entonces reanudar la marcha- ¿Qué tal el verano?

 

-          Oh, ya sabes, con mucho curro en la empresa. Mis juegos están subiendo como la espuma –le dedicó un guiño mientras se atusaba un poco su flequillo- Hola Yugi –por fin había reparado en la presencia del más bajito del grupo. Aunque hubiese pegado un pequeño estirón durante las vacaciones, seguía sin superar el metro sesenta de altura.

 

-          Hola Duke ¿También el juego del calabozo? –sabía que a su amigo de ojos melados le encantaría poder escuchar que aquel juego se hundía en la miseria y que nadie lo jugaba, pero supuso por la sonrisa del excéntrico joven que su juego principal también seguía siendo un éxito.

 

-          ¿Bromeas? Gracias a un nuevo contrato voy a vender también en Estados Unidos. Estoy a punto de aumentar mis ingresos de forma estratosférica. –alzó un pulgar a la par que les dedicaba un guiño marca Devlin.

 

-          Me alegro por ti, Duke –el rubio le dedicó una nueva sonrisa antes de entrar a la cafetería, buscando una mesa libre grande en la que poder sentarse para esperar al resto de la pandilla.

 

Mientras esperaban, Joey se acercó a la tienda para poder pillar algo para desayunar, calculando cuanto podía gastarse, lo cual no era mucho, pero algo tenía que comer si no quería quedar agotado antes de que terminara el día, y eso no le convenía ya que después de las clases le tocaba turno en el pub del señor Fudo. No tardó mucho, solo pidió un bocadillo de jamón y queso  y volvió a la mesa, donde ya estaba sentado Tristan hablando con Devlin. Se acercó a ellos, dándole un golpe con el codo en la cabeza a su castaño amigo de eterno peinado militar, haciendo que este se levantara de golpe buscando a quien le había golpeado para encontrarse con el rubio ya sentado en frente suya. Estuvo muy tentado a lanzársele y devolverle el golpe, pero fue detenido a tiempo por la llegada del resto del grupo. Tea se acercó a saludar a Yugi junto con Ryu, que se sentó al lado de Joey tras saludar al resto. Tanto Tea estaba en la misma clase que Ryu, y a Tristan este año le había tocado en solitario. Todos se habían sorprendido de que no estuviera Joey con él, pues el último curso dividía a los alumnos según sus calificaciones, y todos creían que las de su compañero habrían sido de las más bajas de la clase. Lo que no sabían es que el rubio había solicitado realizar, al final del curso pasado, una prueba extra de cada una de sus materias, la cual incluía todo lo que se había dado durante el curso, y que había pasado esas pruebas con unas notas bastante altas, lo suficiente como para que el director le ofreciera asistir a las clases avanzadas con una condición: que mantuviera sus calificaciones dentro del ranking durante todo lo que durase el año escolar y no solo en un examen extra. Obviamente no se negó a ello, era una oferta única en la vida. Sobre todo porque estar en la clase avanzada le daba más puntos para obtener una beca y poder entrar en la universidad que quería… Junto con un pequeño extra, y es que podría estar en la misma clase que cierto castaño huraño.

Notas finales:

Espero que les haya gustado el capítulo.

 

Dejen sus comentarios/reviews y revísenlos, pues suelo contestar a ellos (siempre que me de cuenta de que me han escrito alguno XD)

 

Que tengan buen día/tarde/noche ^^


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