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30 días por Verde Lima

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Héctor miraba su teléfono móvil de un modo compulsivo. Desde que había abandonado el café el día anterior ese había sido su estado.

Nervioso, compulsivo, excitado.

Sus uñas podían dar buena cuenta de ese estado.

La tarde anterior trató de enfocarse en el diario, la experiencia de haber realizado algo similar durante gran parte de su vida ayudaba.

Se sentó delante de la pantalla del ordenador, la página en blanco era una gran trampa, intimidatoria, ¿cómo empezar? ¿Por el inicio? ¿Dónde empezaba el estudio y dónde empezaba él? ¿Debería mostrar más de sí mismo o con una referencia puntual al acto en sí bastaba?

Cuando decidió hacerlo se dio cuenta de que era prácticamente imposible hacerlo desde un punto de vista objetivo para él, pero no quería que los días se le juntaran ni tampoco las sensaciones.

¿Cómo quitar a Luis, por ser Luis, de todo aquello?

Se levantó y se sentó en incontables ocasiones esa tarde. Pero nada salía, nada que no fuera lo atraído que se sintió por sus ojos, por su olor, por el tono grave de su voz.

Pero no lo borró, ese era su diario, tenía que sacar de él lo que había sido la experiencia, más allá de él o su pareja.

¿Qué había sentido al poder ser "pillado con las manos en la masa"?

Lo cierto era que le excitó, saberse vulnerable, solo el recordarlo le aceleró el corazón. Cuando después se encontró al chico asiático sintió vergüenza, pero en aquel momento en concreto, el momento en el que Luis tenía su mano agarrando fuertemente su polla, masturbándolo por dentro de su ropa, en ese momento todo daba igual. Ninguna inhibición, ningún límite. Solo sentía y era estupendo, liberador, ¿lo repetirían?

Aunque había conseguido apartar eso del relato general de cómo se había sentido quedó relativamente contento con el resultado. Pero también con una dura erección de campeonato. ¿Iba a estar todos esos días así de excitado esperando el siguiente encuentro?

Una parte de sí mismo lo ansiaba, no recordaba haber tenido sexo durante tantos días seguidos con nadie. Treinta días de sexo diario, aunque lo que había ocurrido la tarde anterior solo había sido una paja, le hacía pensar que no todos los días tendría por qué haber penetración. Aunque era algo que no podía quitarse de la cabeza. Había sentido la polla de Luis contra su culo, y le había encantado.

La excitación constante, el nerviosismo de recibir la llamada, el mensaje, lo que fuera por parte de Luis era una tensión constante.

Pero tuvo el temple de no descuidar sus actividades diarias, buscar trabajo y ver series, todo un reto cuando tu cabeza está en otra persona.

Había abierto el chat de WhatsApp de Lucas, y estaba dudado si escribirle o no. Con Lucas últimamente estaban las cosas muy complicadas.

Igual que era muy fácil hablar con Miguel, con Lucas era difícil, la capacidad de no hablar de nada durante horas de su amigo era digna de estudio. Pero los sorprendía cuando opinaba de algo que ellos pensaban ni había escuchado.

A veces no entendía muy bien cómo alguien así se había convertido en uno sus mejores amigos, pero como sin él ya no concebía la vida. Ese era el caso de Lucas, desde el colegio los tres habían hecho piña. Miguel era el divertido, siempre haciendo amigos por todos lados, el que se llevaba a las chicas. Héctor era el intelectual, con el que podías hablar de mil y una cosa y acabar muertos de la risa por cualquier tontería. Lucas era el chico tímido y callado, inteligente y serio, pero que siempre estaba allí, pasara lo que pasara, él estaba allí.

El problema era que llevaba meses sin estar allí, ni en sentido literal ni figurado.

Se había ido a Barcelona a trabajar, y lo había comunicado de la noche a la mañana. Héctor en cierto modo se había sentido engañado, rechazado. Una decisión así al menos era para planteársela a tus amigos, ¿no?

Le había escrito varias veces en esas semanas y sus respuestas habían sido muy escuetas. Había pensado que Lucas estaba huyendo de algo, pero no había forma de que se lo contara si él no quería.

Confiaba en que su amistad resistiría ese alejamiento no solo físico.

Estaba mirando el chat abierto con su amigo cuando una llamada entrante le aceleró el pulso.

Luis.

—Hola—dijo intentando parecer tranquilo.

—Hola Héctor, ¿puedes pasarte sobre las nueve de la noche por la Torre de Cristal?

Héctor se quedó dubitativo, ¿la torre cristal? No tenía ni idea de qué torre era esa.

—En las cuatro torres—añadió Luis al darse cuenta de que no sabía sobre qué edificio le estaba hablando.

—Claro—contestó rápidamente.

—Avísame cuando estés.

—Sí.

—Hasta luego.

—Hasta luego.

Tanto tiempo esperando para una conversación tan corta. Lugar y hora, era cuanto necesitaba saber. Pensaba que cuando se pusieran en contacto su nivel de ansiedad bajaría pero más bien ocurrió todo lo contrario. Subió tres escalas de golpe.

¿La torre de cristal? Iban a verse en uno de los edificios más sofisticados de todo Madrid. No tenía ni idea de cual de los cuatro rascacielos se trataba, todo el mundo los nombraba en bloque, pero cuando hizo una rápida búsqueda en internet la ubicó rápidamente, 50 plantas de rascacielos.

Una pequeña parte infantil de novedad, de conocer un lugar donde nunca había estado y que no era turístico en su interior, le llenó de emoción. Siempre se había preguntando como lucirían esos sitios por dentro, por fuera ya sabía que eran impresionantes.

A las nueve y veinte minutos estaba deambulando por la manzana que ocupaban las cuatro edificaciones, era impresionante mirar hacia arriba y que aún costará ver el final. Eran una imagen emblemática de la ciudad pero nunca se había tomado el tiempo de verlas tan de cerca.

Había tenido tiempo suficiente para meditar el motivo por el que le había citado allí, el único al que llegó fue porque trabajaría en esa torre. Todo eran oficinas en aquellos edificios salvo un hotel en otra de ellas.

¿Para qué tipo de empresa trabajaba que podía costearse una oficina en el cielo de Madrid?

Cuando la hora a la que se habían citado llegó, Héctor pasó por las puertas de acceso, iba a llamarle cuando le vio hablando con otro hombre cerca del ascensor.

¿Qué debía hacer? ¿Acercarse, llamarle como le había pedido, o esperar a que le mirara?

Finalmente no tuvo que decidir él, el hombre con el que hablaba, que parecía mayor a Luis y algo enfadado, le miró e inmediatamente sintió una gran antipatía por él.

Los ojos de Luis siguieron el mismo camino y le reconoció, se despidió rápidamente del otro y anduvo hacia él.

Se sentía algo incómodo como si hubiera entrado en mitad de una escena que él no debería haber visto.

—Me alegro de verte—dijo Luis y lo cierto era que él también, llevaba un día completo pensando en él. Su sonrisa blanca le cautivaba de nuevo, y se olvidó del desconocido, de la incomodidad y le siguió mientras este le mostraba el camino.

Le dieron una acreditación de visitante, y rápidamente estuvieron en el ascensor.

Era más pequeño de lo que él hubiera esperado para un lugar así, pero en nada se dio cuenta de que estaban subiendo más rápido de lo que su cuerpo imaginaba.

Casi no tuvo tiempo ni siquiera de tratar de llenar el silencio entre ambos, pues llegaron rápidamente a la planta 45 donde se abrieron las puertas.

Una mano en su espalda le acompañó fuera del ascensor, sentir su tacto aunque fuera por encima de la ropa ya le tenía excitado. Anduvieron un pequeño trecho por un largo pasillo hasta llegar a una amplia puerta.

Solo había un logo en la puerta, pero por la familiaridad con la que andaba Luis, supo que aquel era su lugar de trabajo. Nada podría haberle hecho suponer sino fuera porque él mismo se lo había contado que aquello era una empresa de contactos, y algo más, pero ¿qué más?

Fueron pasando puestos, despachos, salas de reuniones vacíos, la plantilla que no estuviera de vacaciones si era como el resto de empresas ordinarias tendría un horario reducido en verano. No se encontraron con nadie, y Héctor casi lo agradeció, le daba un poco de vergüenza, como si todos allí tuvieran claro que él era uno de los candidatos y que Luis se lo iba a montar con él allí.

Quedó asombrado cuando entró en aquel despacho, sabía que estaban en la planta 45 pero no se había parado a pensar en las vistas que tendrían desde allí.

Luis le llamó para que se acercara al escritorio, una serie de papeles estaban sobre la superficie. Cuando los miró más detenidamente comprobó que era una especie de contrato.

—Tienes que firmar en la tercera página de las dos copias—le dijo Luis a su lado—. Léelo con calma y firma cuando acabes.

Vio como este se alejaba de él, y aunque le encantaba su cercanía, de verdad era algo que ansiaba, era incapaz de leer y entender teniéndolo tan cerca.

Leyó párrafo a párrafo comprendiendo cada punto. Era prácticamente todo lo que habían hablado el día anterior, así que no encontró nada que le provocara dudas.

Luis miraba más allá, tomó una bocanada de aire y firmó las dos copias, una para la empresa y otra para él.

Cuando soltó el bolígrafo, Luis le estaba mirando, era realmente apuesto, y con la luz de la tarde entrando por la ventana parecía una especie de sueño, un sueño hecho realidad.

—Ven.—Le pidió Luis, y obedeció acercándose a la ventana.

Aún no había anochecido, y podía ver la Castellana, una de las arterias principales de Madrid, a vista de pájaro. Luis extendiéndole la mano le invitaba a que se acercara más a las enormes ventanas que daban la sensación de que allí solo había aire.

La sensación de vértigo fue inmediata, pero Luis le agarró por detrás brindándole su cuerpo como sujeción.

—Hay personas que desarrollan un tipo de parafilia por las alturas, la sensación de vértigo, el miedo, les excita sobremanera.

Héctor comenzó a hiperventilar, sentía las garras del miedo inconsciente a caer arañarle por dentro. Pero estas iban calmándose al saberse seguro, arropado por el cuerpo y las palabras que Luis no dejaba de pronunciar contra su oído.Le estaba excitando, muchísimo, si iban al caso.

¿Las alturas? Nunca habían sido una de sus fantasías, pero entendía el punto de riesgo, el miedo era un estimulante natural, canalizado como era el caso, sin ceder al impulso de huir o luchar, sabiéndose protegido por el cristal. Sintiendo las manos de Luis acariciar su cuerpo y la dura erección de este sobre su trasero.

—Da un paso más—le pidió, su corazón bombeaba como un martillo, pero obedeció. Las olas del miedo, la sensación de vértigo volvieron. Pero ya no quedaba ni un ápice de espacio entre ellos. Como un solo cuerpo moviéndose al unísono.

Una mano sobre su entrepierna le hizo jadear, estaba completamente duro. La anticipación de todo el día, el cuerpo de aquel hombre detrás de él, sus palabras susurradas contra su piel. Aspiró buscando un poco de aire que llenara sus pulmones, el olor de su colonia y su propia piel era algo que ya había sido interiorizado en su cerebro haciéndolo excitarse más.

Poco a poco recorrieron los escasos centímetros que los separaban de estar completamente pegado al cristal.

Aprisionado por delante y por detrás, su rostro acabó contra el cristal que le devolvía una fría caricia. Su piel ardía, quemaba y estaba quedando desnuda.

Luis fue desnudándolo hasta que la imagen que otorgaba le excitó a sí mismo. Desnudo contra el cristal, su polla dura contra el cristal, expuesta al cielo. A todos aquellos que eran incapaces de ver nada de lo que sucedía a aquella altura. Desnudo y expuesto a la nada. Y tan excitante que lo estaba empapando de su preseminal saliendo constantemente mientras Luis le acariciaba.

—Quiero que te corras sobre la ciudad.—Cada palabra que le decía le encendía más, nunca había sido de conversación erótica pero se daba cuenta de que esta, al nivel al que lo llevaba Luis, era un fuerte erógeno. Pero era incapaz de articular palabras más allá de sus constantes síes y gemidos.

Las caricias sobre su polla se iban intensificando, Héctor lo disfrutaba pero no quería una nueva paja, por buena que esta estuviera siendo. Sentía la tela del pantalón contra la piel desnuda de sus nalgas, Luis le había acariciado entre ellas al bajarle los pantalones. Pero quería más, llevaba ansiando la dureza que se insinuaba allá detrás.

Clavada, anclada pero inalcanzable. Sus manos sobre el cristal, su culo pidiéndolo de un modo callado. Pero nada, bajó una de sus manos dirigiéndola hacia atrás, pero una de la de Luis se la volvió a colocar sobre la superficie lisa del cristal. Y Héctor, por primera vez en esos dos días se sintió frustrado.

Aquella mano retomó las caricias sobre su miembro, ascendiendo hasta llevarlo justo al borde donde era casi incapaz de pensar en nada más que en correrse.

—Dime qué sientes, imagina que te corres sobre todos ellos.—Esa última palabra, su polla dolorosamente sobrestimulada y sentirlo duro contra él hizo que no pudiera evitar correrse, correrse contra el cristal.

Héctor sentía las piernas flojas, el momento postorgásmico le dejaba fuera de juego durante unos minutos.

Pero un pensamiento punzante se abrió paso entre todo lo demás ¿No iban a follar nunca? ¿Aquello iba de masturbarle en lugares morbosos para anotar qué sentía en cada uno de los escenarios?

Lo que estaba claro era que Luis se excitaba con él, poco a poco Héctor se subió los pantalones. Y recolocó su ropa, miró sin mucho disimulo su entrepierna. Aún estaba empalmado, ¿no quería hacer nada más? ¿No debía hacer nada más?

Ambos se miraron en silencio, Héctor no tenía claro qué debía hacer a continuación. Imaginaba que lo más razonable era que se fuera y esperara al día siguiente para que le llamara y le dijera lugar y hora. Pero en cierta parte eso le ponía muy incómodo.

—¿Quieres ver algo asombroso?—dijo Luis rompiendo la tensión.

Héctor se relajó y asintió, ambos caminaron juntos fuera de la oficina y subieron en el ultra rápido ascensor hasta la planta 50. Juntos y en silencio salieron al exterior.

Impresionado, Héctor miró al rededor, una terraza al aire libre con un fondo de jardín vertical, el aire allá arriba parecía distinto. Era cálido, imposible escapar del calor del verano, pero mucho más fresco.

—Este es el cielo de Madrid—dijo Luis a su lado.

Ambos estaban apoyados en los miradores a los que podían tener acceso. Héctor miraba la ciudad bajo el manto de un anochecer rosado, era francamente bonito. Y se alegraba de poderlo estar disfrutando.

Miró a su lado, el cabello de Luis mucho más claro que el suyo absorbía los colores de ese anochecer. Sus ojos verdes miraban hacia delante, enfocados en nada en particular.

Las ganas de besarle eran muy fuertes, y se recordó a sí mismo que mientras más sentimientos dejara de lado, mejor parado saldría de allí.

Pero como su mente y su cuerpo no siempre se entendían, se descubrió a sí mismo acariciando la mejilla de Luis. Ahora sí que su mirada estaba enfocada, estaba enfocada sobre él. E hizo aquello que tanto había deseado.

Le besó, al principio de un modo suave, solo una caricia. Pero no pudo evitar profundizarlo más, y menos cuando Luis le correspondió con entusiasmo.

El sonido de un teléfono móvil destrozó el momento, Luis atendió a la llamada. Algo que en el fondo le molestó, se giró de nuevo hacia el anochecer pero los rosas habían dado lugar casi a los morados, eran bonitos pero no eran lo mismo.

—Tenemos que bajar—le confirmó Luis.

En el ascensor la puerta se abrió en la planta 45.

—Mañana tienes cita en un centro de análisis de ETS, te mandaré la ubicación y la hora en un mensaje.

Aquel tono profesional le dejaba un mal regusto en la boca, pero fue muy similar al del día anterior.

Héctor solo asintió, dándole un último vistazo antes de que las puertas se cerraran.

Una vez solo, el breve trayecto de aquella máquina le sirvió para suspirar sonoramente.

Le parecían oportuno los análisis, por su parte siempre se había cuidado, pero los últimos que se había hecho tenían más de seis meses.

El hall del edificio estaba desierto, salvo los de seguridad, no debería quedar nadie en las oficinas. ¿Quién estaría allí un viernes por la noche en cualquier caso?

Salió de la mole de cristal, y la noche ya había llegado a Madrid.

Miró unos minutos hacia arriba, era imposible saber qué ventana era en la que había estado. Pero allí arriba estaba Luis, a veces lo notaba cercano, como si no fuera solo él el que sintiera la conexión, no eran los momentos en los que le tocaba. Le excitaba la mera idea de "él", pero no eran esos momentos, habían sido en aquellos dos besos donde había sentido la conexión.

¿Qué iba a hacer con ella cuando los 30 días pasaran?

Miró su móvil, tenía una llamada perdida de Miguel, sonrió y marcó su contacto.

—Tío, acabo de tocar el cielo.

—Eres demasiado poético cuando follas—le contestó su amigo.

 

 

 

 


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