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Sugardaddy.com por Verde Lima

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John estaba mirando a Ethan, completamente desnudo cuando entró en el cuarto que compartía con David.

Echando una ojeada dentro lo encontró vacío, pero la cama de su hermano estaba revuelta.

En ese momento se dio cuenta, le miró y recordó al tipo con el que había chocado en el ascensor.

Era demasiado mayor para su hermano. Su tierno hermano que, al menos, ya tenía su culo tapado.

—No te voy a decir con quién tienes y no tienes que acostarte, Ethan—le dijo, pero su tono parecía demasiado duro para que fuera creíble—¿No es demasiado mayor para ti?

Ethan sabía como quedarse callado sin expresión y dejar que el tiempo pasara. Ese gesto lo había aprendido de él, y cuando lo usaba en su contra odiaba que el chico fuera tan buen imitador.

—¿Qué haces aquí, John?—le preguntó Ethan sentándose en la cama, no le pasó por alto el gesto molesto al hacerlo.

¿Lo había tratado con rudeza? Estaba empezando a ponerse realmente nervioso. Se pasó una mano por el pelo, un gesto que ambos sabían qué significaba.

—Sé cuidarme solo, no te preocupes por mí—sonrió, Ethan volvía a ser su hermanito, siempre serio pero que le dedicaba aquella triste sonrisa por la que John había hecho todo lo que estaba en su mano.

John suspiró, Ethan tenía 19 años, estaba en una etapa en la que experimentar era natural, y un tipo mayor y atractivo como el que se había topado podría entenderse en ese contexto. ¿Le gustaba? No. Pero debía reconocer que Ethan siempre había sido alguien responsable y maduro para su edad.

Fue a sentarse a su lado, pasándole un brazo por los hombros, aspiró el olor de su pelo.

—He venido a la fiesta de compromiso de Lucas—dijo John—. Se casa... con una chica.









 

 

 

 

Lucas estaba en el despacho de su padre, padre e hijo eran muy parecidos, el cabello extremadamente rubio y largo de Arthur, ocultaba las hebras canosas, sus ojos color azul hielo eran idénticos a los suyos.

Pero salvo el aspecto físico, padre e hijo poco compartían desde hacía años. Lucas era el único hijo del matrimonio Mountbatten, antiguos aristócratas que habían perdido todo, generación tras generación.

Lucas recordaba las historias interminables de nombres y hazañas de sus antepasados, nombres y más nombres, tiempos que nunca más volverían. Él lo sabía, pero su padre al parecer no lo aceptaba.

A ellos solo les quedaba el nombre y el orgullo, algo que sin duda había heredado Lucas, pero lo que para su padre era andar un viejo camino, para Lucas era la oportunidad de labrarse un nuevo futuro, una nueva línea para su vida.

Él había luchado contra su padre para demostrarle que no necesitaban nada más que su esfuerzo para labrarse un nombre. Lucas tenía olfato para los negocios, a pesar de su juventud era un inversor en bolsa en auge, solo necesitaba un poco más de tiempo.

Pero para Arthur el tiempo había llegado.

Su compromiso con Elizabeth Porter había sido ideado por sus padres, apalabrado como si vivieran en la edad media.

No le había pasado por alto otra de sus intenciones, el tiempo de experimentar había acabado.

Por experimentar se refería a su clara inclinación homosexual, intolerable como opción de vida para un Mountbatten.

—Ellos son unos nuevos ricos deseosos de entrar a las más altas esferas de la sociedad londinense—le contó como si no fuera de su vida de la que estuviera hablando—. Ellos ponen el dinero, nosotros el apellido y la posición.

Lucas aguantó la bilis que le subía por la garganta, aunque no era la primera vez que su padre le dejaba claro cual sería su futuro, siempre había creído que cuando le demostrara que por él mismo conseguiría hacerse un hueco, para él y para su familia, eso se olvidaría, no sería necesario.

Se había equivocado.

La única persona en la que realmente confiaba era su amigo John, y este se había ido de la ciudad, desesperado día tras día, había ideado a cada plan más absurdo. Hasta que una mañana aceptó, se rindió ante la realidad.

Él jamás se enfrentaría a su padre y a su apellido.

Beth había resultado ser una chica preciosa y adorable, pero no era una estúpida, era lista e incluso podía llegar a ser mordaz.

Ella parecía contenta con el acuerdo al que habían llegado sus padres, y Lucas tan solo se dejó llevar.

Pensó que podría hacerlo, casarse, gestionar el patrimonio de Beth, sus empresas y seguir con su carrera respaldado por el capital de su suegro. Tener un hijo que continuara con el nombre familiar.

¿El amor? Bueno, no es como si alguna vez hubiera creído en él, a él le atraían los hombres, pero nunca había tenido más que sexo con ellos, quizás pudiera amar a Beth y si no era así, su vida tampoco cambiaría tanto.

Eso había sido su idea hasta la fiesta benéfica, hasta que aquel tal Taylor se lo había follado en el baño y Lucas se había sentido bien por al menos el tiempo que duró.

Realmente bien.

Cuando estrechó su mano, y vio en sus ojos del color de la miel, supo que algo pasaba. Algo que no iba a poder controlar. Y más tarde lo comprobó.

Pero eso no iba a cambiar nada, la fiesta de compromiso, el motivo por el que ahora estaba en el despacho de su padre, era su prioridad en ese momento. La lista de invitados estaba hecha.

La repasó dándose cuenta de dos cosas importantes.

—¿Por qué no está John Savidge en la lista?—preguntó conteniendo su enfado.

—No es alguien de nuestro círculo, no representa nada en una fiesta como esta—sentenció su padre.

—Es mi amigo, mi mejor amigo.—No le pasó por alto el gesto de desagrado de su padre.—Él y su hermano son mis únicos invitados.

—Vienen compañeros tuyos del trabajo—le dijo como si aquello compensara todo.

—Ellos van a venir, lo quieras o no—fue lo último que dijo Lucas marchándose de allí.

La otra alteración en su lista de invitados era un nombre, uno que apenas acababa de conocer.

Richard Taylor.

Su cuerpo reaccionó involuntariamente en el momento que lo leyó, si hubiera sido sensato como siempre solía ser, hubiera eliminado ese nombre de la lista.

Pero no estaba siendo sensato, para nada sensato.







 

 

 

 

 

David había pasado la noche dando vueltas, el encuentro con Richard había sido extraño. Por un momento pensó que ese hombre estaba interesado en él. Solo sexo, estaba acostumbrado.

Pero se había dado cuenta que no era en él en quien había estado pensando cuando lo tocaba y si era sincero él tampoco lo había estado haciendo.

Ver a Mountbatten le había desagradado, el rubio jamás le gustó, no entendía qué podía ver John en él. Era estirado, siempre serio como si no hubiera cagado en años, el problema era que cuando ambos estaban juntos el rubio se relajaba. Y David odiaba eso, odiaba el poder que John tenía en los demás.

Ese era el problema real, John. Siempre John, el inalcanzable John que jamás sería para él.

Su bonito traje nuevo estaba arrugado, fue de bar en bar, conocía a la gente adecuada y siempre tenía garantizada una fiesta.

Por la cara de Samuel, y conociendo a Ethan, estarían follando como conejos en su habitación, por lo que cuando llegó a la residencia se fue directo al sillón de la sala de televisión. No era nada cómodo pero era lo que había.

Le dolía el cuello y quería ducharse, el traje estaba hecho un cuadro, y se apenó por él. Quizás en la tintorería pudieran hacer algo.

Llamó a la puerta, tampoco quería encontrárselos en plena cópula, aunque podría ser divertida la cara de Ethan.

La puerta se abrió, y la persona a la que menos esperaba encontrar estaba allí, con su negrísimo pelo corto y sus impresionantes ojos negros.

—John—dijo como si no pudiera creérselo, quizás fuera por el sueño, quizás porque era incapaz de dejar de pensar en él. Por el motivo que fuera se abrazó de su cuello, mientras el mayor se reía abrazándolo.

—Al menos hay alguien que se alegra en verdad de verme—dijo, sabía que se refería a Ethan.

Pocas veces habían tenido ese tipo de contacto, John revolvía su pelo, y palmeaba sus hombros en señal de apoyo. Los besos en la frente siempre habían sido cuando el menor dormía y hacía años que eso no ocurría.

—Te hemos echado de menos—se excusó separándose, no se le escaparon los ojos negros de su mejor amigo mirándolo, David se encogió de hombros algo avergonzado.

—Veo que tú también has tenido una noche movidita—le dijo John escaneando su indumentaria.

David se rió, dirigiéndose a su cama, tiró la chaqueta de cualquier modo y abrazó la almohada. Mirando como John y Ethan interactuaban casi le hacía recordar esos viejos tiempos en los que los hermanos vivían en el antiguo apartamento diminuto y él se coló en sus vidas.

Desde el refugio de su cama escaneó a John, era evidente que estaba más delgado desde la última vez que lo vio. Pero no perdía el atractivo que siempre había tenido. Si algo compartían los hermanos era la seriedad con la que solían manejarse, era algo que siempre había intrigado a David que tendía a la risa y al alboroto con suma facilidad. A veces daban un poquitín de miedo cuando te miraban así, pero cuando algo rompía eso era como si hubiera venido Papá Noel, los gestos cariñosos provenientes de ellos dos, eran mil veces más brillantes que los del resto. O al menos, eso sentía David.

—John, ¿en serio tengo que ir a eso?—se quejó Ethan.

—No creas que a mi me hace mucha gracia ir, yo sé que se está equivocando—aclaró John—. Pero es mi mejor amigo y sé que me necesita, y él te tiene mucho aprecio.

Ethan arrugó los puños de su sudadera.

—Tendremos que alquilar un traje para ti—le dijo John y Ethan miró a David en lo que sabía que era una petición de ayuda. Ethan con las estrecheces económicas en las que estaban no podía aparecer con el traje que le había regalado Samuel.

—Puedes usar el mío, pero tendrás que llevarlo a la tintorería—dijo desde su cama.

—¿Qué haces tú con un traje tan elegante, David?—preguntó John enarcando una de sus negras cejas.

—Voy a ser uno de los mejores abogados de Londres, tengo una imagen que cuidar—dijo tomando una pose sensual y sonriendo coqueto.

Nunca usaba esa pose con John, le parecía inapropiada, y este se quedó mirándolo sorprendido, lo que hizo enrojecer a David.

Dio un salto de la cama y cogió ropa limpia.

—Hora de darme una ducha, apesto—dijo saliendo de allí como pudo.




 

 

 

 

Samuel llegó realmente contento a la oficina, tras pasar por su casa, darse una ducha y cambiarse de ropa. Steven le llevó hasta el centro de la ciudad.

Una amplía sonrisa que no iba a abandonarle durante todo el día, ese era el efecto que tenía Ethan en él.

Solo de imaginarlo esa noche en su casa de nuevo le hacía desear que el reloj corriera velozmente. Parecía un adolescente enamorado, y ese pensamiento le alegró el día, obviamente ni era un adolescente ya, ni estaba enamorado. Pero la sensación era muy similar y quería disfrutarla todo el tiempo que durara. Como ya sabía, esas cosas acababan por aburrirle y dejar de desearlas cuando todo comenzaba a complicarse. Pero su sugar baby era eso, un acuerdo perfecto que le llenaba de una energía que hacía mucho no tenía.

Cuando abrió la puerta de su despacho Richard le estaba esperando apoyado sobre su mesa, la expresión de su cara no iba acorde con su buen humor.

Tenía dos sobres en sus manos, uno grande color perla, con toda la pinta de ser una invitación, y otro alargado y blanco con el logo de un laboratorio.

—Ninguno de los dos son buenas noticias—dijo agriando completamente su buen humor mañanero.

Tomó primero el grande, una invitación a una fiesta de compromiso, Lucas Mountbatten y Elizabeth Porter.

Esa casi la vio venir la noche antes, el padre de Markus y Beth era socio suyo, muy agradecido con él y SHC. Pero tener que lidiar de nuevo con Markus no iba a ser algo bueno, sin duda. Y esa vez, no tendría a Ethan allí.

El otro sobre eran los resultados de unos análisis clínicos. El resultado era positivo, Samuel apretó el puente de su nariz, era una posibilidad, pero habían sido tantos los que habían llegado con oscuras intenciones que la idea de un hermano secreto tan solo le revolvía las tripas.

—¿Quieres un café?—le preguntó Richard dándole un par de palmaditas en el hombro.

—Con whisky, por favor.

Richard sirvió dos tazas, él mismo había recibido una invitación a esa fiesta, y lo único que pensaba era en follarse al novio de nuevo.

 


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