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Sugardaddy.com por Verde Lima

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David estaba mirando a John que dormía plácidamente en la cama de su hotel. Era increíble, algo con lo que tan solo se había atrevido a soñar y temía el momento en el que despertara de ese sueño.

La noche anterior había salido como era su costumbre, desde que John estaba en la ciudad la necesidad de llenar su cuerpo con el de otros era mayor. Dejarse hacer, olvidarse de él y, lo que menos pudo haber esperado fue, acabar entre sus brazos mecidos por la música del local, embrujado por sus ojos negros que le pedían olvidarse de ese David que había sido con él. John quería tenerlo, besarlo y follarlo. Y David se lo dio todo y un poco más.

Aún notaba sus labios por todo su cuerpo, sus manos desnudándolo con ansia y devorándolo como si fuera el alimento que tanto había necesitado.

¿Feliz? No sabría decirlo, todo había sido tan repentino que aún no lo asimilaba.

Los párpados de tupidas pestañas oscuras comenzaron a moverse, John estaba despertando y David contuvo la respiración.

No era el primer "a la mañana siguiente" que vivía, pero sin duda era el más importante.

No cerró sus ojos, no se hizo el dormido ni tapó su cuerpo que había sido tomado una y otra vez. David no se ocultaba.

El pestañeo somnoliento y finalmente la mirada de entendimiento. No necesitó mucho más. Del mismo modo en que había aprendido todas y cada una de las expresiones de John a lo largo de su vida, esta también la conocía.

Arrepentimiento, era una posibilidad, pero ojalá no hubiera sido la que sintiera. 

Recogiendo su destrozado corazón, David trató de recomponerse para intentar salir de allí con un mínimo de dignidad.

John no dijo nada, solo lo miraba vestirse, tenía tantas ganas de llorar. Ya había intuido la noche anterior que no era a él a quien había estado buscando, pero la esperanza era lo último que se perdía.

Bueno, pues ya la había perdido. Un revolcón culpable. Eso era lo que había sido para John, para su amor platónico desde siempre.

—Me voy en unas horas—le dijo cuando estaba por irse y David asintió a la puerta.—Despídeme de Ethan.

—Claro.—Intentó contener el nudo en su garganta.

—David...—le llamó, no quería mirarle ese tono era claro y no quería mirarlo cuando le dijera las dichosas palabras, pero era lo malo de estar enamorado de alguien, que haces lo que él quiere aunque tú no quieras.

Le miró a los ojos, agarrándose a sí mismo, el golpe iba a ser duro.

—Lo siento...

—Por favor, no lo digas, no sigas—suplicó David, no podía escucharlo, que fue un error, que se arrepentía. No le había importado escucharlo otras veces pero esta, esta, tan solo no podía.

Cerró la puerta tras de sí, a veces que los sueños se cumplan no era ninguna maravilla, pensó tristemente.








 

 

 

Lucas estaba jadeando, el alba les había descubierto y Richard no le había dado el más mínimo descanso. Sentía su cuerpo exhausto y a la vez pletórico.

En cuanto había llegado a la dirección que Richard le había dado, su cuerpo le perteneció por completo. Nunca había sentido algo parecido por ninguno de sus amantes, y Lucas, no era alguien dócil en la cama.

Pero con sus manos, sus labios y esos ojos ambarinos le dominaba. Las palabras fueron escasas, pero precisas para llevarlo al límite.

Ese hombre parecía insaciable y le retaba a dar más y más cada vez. El sudor caía por su frente, su pelo rubio y suelto ondeaba al frenético ritmo de sus embestidas.

Nada del elegante y refinado Lucas Mountbatten quedaba en ese momento, con su boca abierta y jadeando como un animal.

—Me gusta verte descompuesto, sin ese corsé que usas cuando todos te miran—le decía mordiéndole el cuello.

Quedarían marcas, imposible que no lo hicieran, pero en ese punto a Lucas le daba todo igual, solo sentía y quería más.

Cuando llegó al orgasmo, fue volteado acabando con el miembro del Richard frente a su rostro.

—Abre la boca—le exigió, y Lucas obedeció recibiendo la inmensa mayoría de su semen en ella, tragándolo para deleite de Richard.

Ambos se miraban, exhaustos, había sido una sesión de sexo maratoniana, y Lucas, pasado el climax comenzaba a sentirse incómodo.

¿Qué estaba haciendo?

A pesar de sentir el cansancio de una noche sin dormir y de la exigencia física del sexo, se levantó de la cama en la que había estado.

Buscó sus ropas, sorprendiéndose de que no estuvieran hechas jirones, habían sido prácticamente arrancadas de su cuerpo al llegar.

Desde la cama, un Richard recostado lo miraba vestirse con premura.

—¿Vas a salir corriendo cada vez que nos acostemos?—preguntó.

—Esto no va a volver a suceder—dijo Lucas más para sí mismo que para nadie.

La risa ronca a sus espaldas le molestó, giró su rostro mirándole con su expresión más helada.

Richard se levantó de la cama, y si había pensado que con él su barrera helada serviría estaba muy equivocado, ya se había dado cuenta.

Completamente desnudo se posicionó delante de él, agarrando su mandíbula con cara de pocos amigos.

—Mira, Lucas, me importa una mierda si tienes novia, si vas a casarte o cualquier otra estupidez—dijo como si aquello fuera algo insignificante—. Vas a volver aquí, tú lo sabes y yo lo sé, y vas a rogarme para que te folle hasta que te tiemblen las piernas—Soltó su rostro y Lucas sintió como la cólera le llenaba, era un arrogante, un imbécil presuntuoso que creía que podía hacer con él lo que quisiera.

Recogió su chaqueta del suelo y caminó hacia la puerta.

—Y ahora ve y dale un beso a Beth con esa boca que he estado utilizando yo toda la noche—escuchó que le decía, cerró de golpe la puerta del dormitorio. Se olvidó de todo y salió corriendo por la casa.

El aire le faltaba, cuando salió, el aire de la mañana temprana le golpeó. Hacía frío, y se sentía mal.

Richard Taylor era un desgraciado, alguien con quien no quería verse nunca más. Le hacía sentir tan débil y equivocado.

Miró el cielo de Londres, iba a llover y dejó aquel barrio, aquel lugar al que no pensaba volver.










 

 

 

 

Ethan despertó en los brazos de Samuel, era malditamente bueno estar rodeado enteramente por él.

Se había escabullido como un auténtico colegial la noche anterior, algo que nunca necesitó hacer cuando lo era realmente.

Samuel lo esperaba en su coche para llevarlo a su casa, la manera en la que le besaba como si no fuera saliva lo que compartían sino oxígeno, era demasiado adictiva.

Le había dicho a su hermano que le dejara vivir una aventura, y había querido convencerse a sí mismo de que podía ser eso, una aventura. Una de esas que vivía David, por ejemplo.

Miraba al hombre que lo tenía fuertemente abrazado mientras seguía dormido.

¿Una aventura? Besó sus labios entreabiertos, queriéndolo despertar, algo que realmente no le costó demasiado.

Unos somnolientos orbes grises le miraban mientras Ethan profundizaba su beso cada vez más demandante.

Pero fueron interrumpidos por el sonido de un teléfono.

Samuel extendió su mano mientras seguía acariciándolo y Ethan besaba su mandíbula.

—Entiendo, ahora bajo—dijo serio.

Samuel apartó suavemente a Ethan de sí mismo.

—¿Pasa algo?—preguntó Ethan desde la cama.

—No te preocupes, quédate aquí.—Pero notaba a Samuel completamente lejos de él.

Se vistió con premura y abandonó la habitación. Ethan, aunque molesto pensaba obedecer lo que le había dicho y seguir durmiendo, pero sintió hambre y decidió que era buen momento para desayunar y ponerse a estudiar para sus próximos exámenes.

La casa parecía desierta por lo que Samuel debía estar tratando el asunto en su despacho.

En la cocina estaba Greta, la cocinera que al verlo le sonrió. A Ethan le gustaba bajar y comer allí con ella en vez de que Terence le subiera la comida a la habitación.

La mujer parecía aquella abuela que él nunca tuvo, el recuerdo de su madre era todo menos el de alguien dulce y sonriente.

—¿Huevos y baicon con tostadas?—preguntó Greta, ya se había rendido al verlo bajar y comer con ella cuando Samuel no estaba.

La veía trabajar brindándole una clase de calma muy placentera.

Ella sonreía mientras lo veía comer, siempre había pensado que el mejor modo de agradecer por una comida era no dejando ni las migas.

—Desde que usted está aquí el señor Hereford es mucho más feliz—dijo ella mientras cortaba verduras.

Ethan asintió tímidamente, aquellas palabras confirmaban lo que él también suponía.

—Espero que el señor Porter se vaya pronto, siempre que viene le altera.—El bocado que iba a llevar a su boca se paralizó—Él nunca me gustó, no es como usted.

A Ethan el desayuno se le atragantó ¿era el tal Markus el que había hecho salir de la cama a Samuel y dejarle?

No quería sentir nada respecto a ello, no era su problema, Samuel no era su novio, no eran pareja. Pero la bilis le estaba empezando a llegar a la garganta

Se despidió de Greta dejando su desayuno a medias e ignorando la preocupación de la mujer.

Cuando salió de la cocina corrió rumbo a su habitación, si Markus estaba allí, lo que menos quería era coincidir, lo que menos quería era verlos juntos.

Pero la suerte no estaba de su lado, y tuvo que presenciar algo que hubiera preferido ahorrarse.

Samuel abrazaba a Markus, mientras le acariciaba el cabello y susurraba palabras al parecer de cariño en su oído.

Pero los ojos castaños del hombre le miraron, y cualquier rastro de pena mudó a rabia.

—¿Qué hace él aquí?—gritó haciendo que Samuel también le mirara.

Dolía verle abrazar a otro pero más dolió ver el reproche en su mirada.

—Markus...

—¿En serio te estás acostando con un niño?—preguntó Markus—¿En serio crees que me puedes sustituir por ese?

Ethan quería marcharse de allí, iban a seguir lloviéndole insultos y no estaba dispuesto a ello.

—Markus, basta.—Le sacudió Samuel por los hombros, intentando calmarlo.

—Dime que solo te lo estás tirando...—Su voz fue un ruego y cuando vio la manera en la que Samuel le comenzó a acariciar, ya no había duda alguna.

—Ethan, será mejor que Steve te lleve a casa—dijo Samuel sin mirarle.

Ethan asintió a la nada y se marchó de allí dejándolos solo.

El chofer le abrió la puerta del coche, Ethan no miró ni una vez hacia atrás, no merecía la pena.

Allí no había nada para él.

 


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