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Sugardaddy.com por Verde Lima

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Lucas estaba revisando los datos de las acciones de un cliente cuando sonó su teléfono personal. Solo había marcado ese número una vez, pero se le había grabado a fuego.

Estuvo tentado de no responder a la llamada, de hecho no debería hacerlo, no tenía sentido ahondar en ningún tipo de relación con él. Pero como si su mano y su cerebro no estuvieran conectadas entre sí, descolgó la llamada.

—Dígame.

—Ven a mi casa esta noche.—La voz ronca de Richard se le metió hasta la médula, sí, definitivamente su cuerpo iba por un lado y su mente por otra.

—No sé quien eres, pero no vuelvas a llamarme—dijo con una voz que esperaba hubiera sido más segura de lo que a él le sonó.

La risa de Richard le llegó desde el otro lado de la línea.

—Lucas, ven a mi casa y no hagas planes para mañana, no voy a dejarte ir por un día completo—dijo volviendo a ponerse serio.

—Vete a la mierda.—Le ponía furioso, a unos niveles que nunca había experimentado, si hubiera sido cualquier otro el que le hubiera dicho eso, no hubiera ni gastado saliva.

Pero no, ese hombre no solo le excitaba más que nadie que hubiera conocido nunca, también sacaba lo peor de él.

—Sigue así y no vas a poder sentarte por días, Lucas. —Siempre retándolo, Lucas bufó como un chiquillo, hacía años que no hacía un berrinche y allí estaba, en su oficina, rodando lo ojos, acalorado y empalmado.

Finalmente tuvo la entereza de colgarle, no iba a ir, no podía ir, no debía ir. Pero una pequeña sección de su cerebro pensaba en cómo acomodar su agenda del día siguiente.

 

 

 

 

 

 

 

 

Richard estaba mirando la pantalla de su teléfono móvil, le había colgado. Era una posibilidad, después de todo, pero a pesar de ello, no podía dejar de sonreír.

Hacía más de una semana que lo había visto marchar de su casa, con su digno porte y su culo de aristócrata que le volvía loco. Porque siendo sinceros, ese chico le volvía loco.

Richard tenía una fijación por los hombres sumisos, y Lucas, lo era, realmente lo era. Pero ese lado suyo que lo retaba, que se resistía le resultaba adictivo. Su belleza casi imposible y su exquisito cuerpo eran el pack completo para que no pudiera dejar de pensar en él.

Había estado investigando sobre su familia, una que había caído en decadencia, pero mientras más información recababa, más aumentaba la necesidad de volver a tenerlo.

En los ámbitos de la bolsa londinense, el joven Mountbatten estaba empezando a tener su sitio, uno que nada tenía que ver con su sangre y sus títulos. Sintió un pequeño orgullo al imaginar como Lucas había luchado por ello, lo imaginaba perfectamente.

Por eso, sabía que ese compromiso era una imposición y no solo porque el rubio era gay, completamente gay, sino porque no encajaba en el modo de actuar que había encontrado.

Al parecer, había huido de ayudas y favores que su apellido hubieran podido ofrecerle, un futuro labrado por sí mismo.

Pero ese no era su problema, no quería una relación amorosa con nadie, si quería casarse, estupendo, no sería su primer amante casado. Su problema era que lo quería en su cama, quería ver sus ojos azul hielo derretidos y pidiendo más, quería verlo perder la compostura. Y parecía el tipo de persona, que a pesar de tener una debilidad —Richard había llegado a la conclusión que podía considerarse una—era un saltador de obstáculos ágil y entrenado.

Y de ahí a no mucho tiempo, saltaría.

Quería aprovechar el tiempo y por eso había movido ficha.

Se levantó de la cómoda silla de su despacho en SHC, quería hacer algunas compras y tener todo preparado para cuando Lucas llegara, esas 24 horas iban a ser memorables.

 

 

 

 

 

 

 

 

David tenía una máxima en la vida, no dejarse hundir por nada ni por nadie, porque allí abajo no habría nadie para él.

Y menos ahora, miraba a Ethan, en su habitación compartida, estudiar. Su amigo sabía que le ocurría algo, pero no se arriesgaría a contarle nada, porque por mucho que le quisiera, más quería a su hermano. Y no estaba dispuesto a perder a Ethan, aunque tuviera que agarrar el recuerdo de su noche con John y arrancarlo con sus propias manos.

Siguió su vida, siguió sus clases, siguió con todo, pero algo había cambiado, por mucho que quisiera evitarlo.

John siempre había sido un sueño, una meta, inalcanzable; algo que brilla al fondo y hacia lo que corres para alcanzarlo.

Sus fantasías de cómo sería quererle y que le quisiera, ya no le valían. Tristemente descubrió como a veces los sueños, las fantasías, eran mejor dejarlas en eso, meras fantasías.

No era alguien de estar revolcándose en su propia mierda día y noche, llevaba así más de una semana y ya empezaba a estar cansado.

No, no iba a salir de la vida de Ethan, a pesar de John, y veía que su amigo tampoco estaba bien, pero era puro hermetismo.

Debió pasar algo con Samuel aunque él dijera que nada había cambiado, que era un mero acuerdo comercial y que estaba bien con ello. Por las noches no dormía allí, pero el brillo en sus ojos de los primeros días había desaparecido.

 

 

 

 

 

 

 

 

John miraba la pantalla de su teléfono móvil, en ella un número. No era la primera vez que lo estaba mirando sin hacer nada.

David, debía llamarlo, hablar con él, ¿volver a disculparse?

Creía que aquello solo empeoraría las cosas por como reaccionó en la habitación del hotel en Londres. ¿Realmente lo sentía?

Había estado bailando con él en aquel club, besándole, acariciando su fino cuerpo y deseándolo profundamente.

Cuando se habían ido al hotel, había sido incapaz de apartar cualquier parte de su cuerpo del suyo, agarrándolo para besarlo en cualquier esquina.

Y cuando finalmente lo tuvo bajo su cuerpo, desnudo, abierto y sin dejar de gemir le pareció que era el único sitio donde quería estar, dentro de él por mucho tiempo.

¿Se arrepentía? En realidad, no, en realidad recordaba sus labios varias veces al día, unos labios que tanto conocía cuando reían, cuando se sentía inseguro, cuando confiaban en alguien.

Lo que sentía era que había roto su confianza, que se había aprovechado de él, porque David tenía un sentimiento por él desde que solo era un niño y John nunca le había dado esperanzas.

Claro que le parecía atractivo, de hecho era un pecado de crío, pero sobre todo era el mejor amigo de su hermano, su único amigo, en realidad. Y lo había visto prácticamente crecer solo.

Él no quería ser el tipo que se lo follaba y ya está, él casi lo consideraba como un segundo hermano. Y aunque ya no era un niño, sintió como si lo fuera.

Miraba la foto de su contacto en el teléfono, pero su dedo nunca pulsaba para activar la llamada. Y era mejor así, podía decirle algo que solo lo complicara más.

Iba a apagar la pantalla de su teléfono cuando le llegó un mensaje, era del banco y le devolvían un pago realizado a la Universidad de Ethan.

Abrió el texto, le comunicaban que la matrícula de su hermano ya había sido pagada en su totalidad por ese curso.

No entendía nada, él realizaba los pagos trimestralmente y solo hacía dos días que había emitido la orden.

Miró su reloj, aún podía llamar al banco.

Marcó el número y después de un tiempo de espera un operador le atendió. La confirmación de que la Universidad había devuelto el dinero al estar cubierto, le hizo pensar que tendría que ir a la mañana siguiente al banco para verificar.

Lo que sí no esperaba era que la misma agente le dijera que si quería consultar el nuevo movimiento de su deuda, o si quería el recibo vía email.

—No he realizado ningún ingreso a la deuda—dijo con un sudor frío corriéndole por la espalda.

—Lo siento, señor Sadvige, los datos que tenemos son que la deuda ha sido fraccionada en 6 tramos, siendo el primero pagado ayer—dijo la voz dulce de la mujer, aunque ella misma parecía sorprendida al darle la noticia a un perplejo John.

Jamás en la historia de su vida, un banco se había equivocado a su favor, y eso solo podían ser problemas, si él no lo había realizado, ¿quién lo había hecho?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ethan estaba saliendo de clase, cuando vio el conocido coche negro esperándolo en la puerta. Suspiró, pero se dirigió hacia él.

Abrió la puerta y vio a Samuel esperándolo, estaba consultando algo en una tablet entre sus manos.

No pasó ni un día cuando el mayor le llamó buscándolo, pero algo había cambiado para Ethan.

Aquello solo era un negocio, y así se lo tomaría, al ver al hombre sentado en el coche, reconoció el deseo, pero ya no había nada más.

—¿Qué tal tu día?—le preguntó volviendo sus ojos grises hacia él.

—Bien, tengo que estudiar—dijo, y no era algo falso, debía estudiar para sus exámenes, pero hacía pocos días solo hubiera pensado en pasar su tiempo con Samuel.

Samuel hizo sitio en su regazo, parecía que para él nada había cambiado. Ethan tomó su sitio en sus piernas y se dejó acariciar.

—Tengo que irme varios días de la ciudad—dijo mientras besaba su cuello, y frotaba su entrepierna contra su trasero.

—Aha—contestó Ethan dejándose hacer.

—Quiero que vengas conmigo—susurró casi de un modo inaudible porque se perdía entre sus besos.

—No puedo, tengo exámenes pronto—dijo mientras Samuel metía la mano en su pantalón y le comenzaba a masturbar.

—Seguro que podemos encontrar un modo de justificar tu ausencia.—Ethan gemía entre sus manos—Tengo amigos en tu facultad.

—No...—Ethan estaba empezando a perder el hilo, le había cerrado su corazón a Samuel pero no su cuerpo.

—Bebé.—Notaba la dura erección de Samuel apretando.

—No.

El contacto se paró de golpe, sacándolo de ese estado. Samuel lo giró para mirarlo.

—¿No quieres conocer Nueva York?—preguntó asombrado.

Ethan respiró un par de veces acomodándose en su asiento humano.

—Me encantaría, pero tengo exámenes y tengo que hacerlos.—Lo que no estaba diciendo era que no iba a ser utilizado más de lo que él quisiera.

¿Follar? Follarían, era el mejor sexo que había tenido nunca. Le llamaría "Papi" si era su jodido fetichismo. Pagaría la deuda que los ahogaba y ya está.

No iba a eludir su futuro, su carrera.

Había guardado el corazón bajo llave, como había hecho siempre. Y sabía que de ese hombre no obtendría otra cosa.

Mirando sus ojos grises que le retaban recordó el encuentro que tuvieron al día siguiente de su encontronazo con Markus.

24 horas para encerrar un corazón, 24 horas para imponer la razón a los sentimientos. Era algo que a sus escasos 19 años ya había hecho en demasiadas ocasiones.

John se había llevado la peor parte de la ira de su padre, pero Ethan había sabido bien cómo ocultar su dolor y su miedo para no hacer sufrir más a su hermano.

Silencio, resignación, paciencia.

No creía en el amor, no al menos en el amor de pareja. Solo creía en el amor de su hermano y de David.

Cuando ese mismo sedán en el que estaba subido en ese mismo momento llegó a la residencia con Samuel dentro, y le preguntó qué tal su día. Supo que había hecho lo correcto.

Cuando el mayor sacó un justificante bancario del primer pago de la deuda, sintió que había hecho lo correcto.

Así que hizo lo correcto, se subió a su regazo y le besó, suave como el niño bueno que ese hombre había pagado.

Tuvieron sexo allí, antes de que Ethan volviera a sus clases.

—Me gustaría que vinieras—dijo Samuel devolviéndolo al momento actual.

—En el contrato que firmamos acordamos que mis estudios quedaban al margen—dijo Ethan serio.

El gesto de Samuel fue de enfado, era parte del acuerdo, también que iría cuando él quisiera a dónde él quisiera, salvo por sus estudios.

—De acuerdo—dijo Samuel, la molestia en su voz le pareció infantil. Y Ethan empezaba a conocer al hombre con el que hacía negocios.

Era un rico consentido que siempre hacía lo que quería, dudaba que el NO rozara sus oídos con frecuencia. Y estaba obteniendo una pequeña satisfacción de ello.

Ethan bajó por su cuello besándolo, le había calentado y quería su sexo. Nadie dijo que él no pudiera disfrutar del acuerdo.

Samuel se dejó hacer, su ceño aún fruncido, pero Ethan se frotaba contra su entrepierna con fuerza.

En nada estuvo sobre el asiento siendo embestido con fuerza, mientras Samuel le miraba fijamente.

Ethan se corrió con el regocijo de saber que no había perdido el control de su vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

Samuel se empujaba dentro de Ethan, maldiciendo en silencio lo que había dejado por escrito.

¿Quién en su maldito juicio querría hacer exámenes a ir a Nueva York? Ese jodido crío que le tenía completamente loco.

Había esperado un reclamo cuando fue a buscarlo al día siguiente de su discusión con Markus. Pero no había dicho nada, ni la más mínima muestra de enojo.

Él no era bueno pidiendo disculpas, y una parte de él creía que no debía darlas. Si quisiera un novio que le reclamara hubiera seguido su relación con Markus.

Ya no le amaba, si es que realmente lo había llegado a hacer. Samuel lo intentó pero tampoco era dado a forzarse y menos cuando comenzaron las quejas.

Eso no hacía que no le guardara cariño a Markus y verlo sufrir no era de su agrado.

Sin embargo, Ethan no reclamó, no al menos como todos solían hacer. Él le montó, le besó con pasión y le dejó más relajado que en ningún momento de las 24 horas anteriores.

Pero desde ese momento empezó a notar el cambio en el muchacho. Ethan era alguien reservado, aún así, reconocía que había compartido momentos con él que atesoraba, su risa, el brillo de su ojos, era loco, pero incluso el sabor de sus labios, parecía distinto.

Seguía siendo un gatito que se dejaba mimar en todo momento, pero notaba una distancia que creía antes no existía.

Y nunca le había dicho que no.

Lo miraba retorcerse de placer bajo él, agarró su cara, quería mirarlo llegar al orgasmo, ver el brillo en sus ojos negros mientras se corría.

Ahí no había barreras, ahí volvía a verle. Esta vez vio un tipo de satisfacción diferente, había disfrutado al decirle que no.

No pudo evitar correrse en su interior mientras le miraba.

Acarició su cara apretándola con sus pulgares, quizás fuera mejor así. Quizás. 

 


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