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Yinghua shèngkai [Flor de cerezo] por arelii-ierOo

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Si bien la guerra contra los Hunos continuaba y había devastado a la aldea en el que vivía, Fa Ping se encontraba en una encrucijada mayor a la que cualquier hombre tuviese que enfrentarse. Lo lógico, al ser el único en su familia ante la reciente muerte de su padre, sería que él se enlistara ante las fuerzas de China para poder defender el honor familiar y el del imperio. Pero él no pensaba que morir como carne de cañón y además dejar morir también tanto a su madre como su abuela (debido al hambre mientras seguían en casa) fuese algo que mereciera honor de verdad.


Su dolor fue inmenso, pero ideó un plan para poder huir.


La Nación Nipona del Japón era una gran peninsula que había sido habitada desde hacía mucho, pero poco menos de mil años atrás se había convertido en independiente y autosuficiente. Ellos no estaban preocupados por los Hunos y aquello a China le había puesto en el medio. Japón confiaba en que su hermano mayor se encargaría del problema, pero en solidaridad, le habría abierto las puertas a bases de soldados chinos, proporcionando comida y entretenimiento.


Había escuchado de su padre que la Guerra siempre había sido un negocio, pero no había tomado ese comentario en serio hasta ahora. Significaba que si dos lados tenían un conflicto de esa magnitud, debía existir un tercero que proporcione lo necesario para continuar o terminar con dicha disputa. De cualquier manera, el tercero estaría ganando.


Su única esperanza era fingir la muerte de los tres bajo un repentino incendio. Así podrían huir sin ser buscados y hallar un lugar mejor para habitar. Calculó el alcance del daño para que el hogar de descanso eterno de sus antepasados, el templo familiar, no se viera afectado y que fuera lo suficientemente destructivo para que cualquiera no deseara adentrarse y les diera a los tres por calcinados.


No podía negarlo, amaba su aldea. Aquel lugar era todo lo que alguna vez conoció. Su padre había sido soldado, uno de los más experimentados, pero la guerra ya había durado demasiado y él ya no era tan joven. Le dolió profundamente cuando finalmente murió. Prometió que cuidaría de su familia, que haría todo por ellas. Ese todo también implicaba si debía romper la ley para conseguirlo.


Convencerlas fue muy difícil, pero en cuanto corrió la noticia en la que cualquier varón de 14 o más debía enlistarse, su madre entró en pánico. Ping había cumplido 16 hacía meses atrás, no tenía escapatoria. Bien podrían mentir sobre su edad, pero no lo aparentaba, ni confiaba en sus vecinos para que mintieran por ellos. Así que escucharon su plan.


Llevó a su madre y abuela en el caballo de su padre, Khan, un fuerte equino de color negro brillante y blanco puro. No lograron llevar mucho, sólo eran ellos, comida para un par de días y la esperanza de lograr alcanzar el primer barco pesquero que partiera de China a Japón comenzado el mes siguiente, el cual se encargaba de zarpar para traer provisiones.


Se movían de noche. Los dos días transcurrieron rápidamente de aldea en aldea, algunas más pobres o destruidas que otras. Debían viajar al sur. Llevaba consigo la brújula de su padre y los pocos conocimientos que tenía de astronomía. Debían estar en Liaoning, en el puerto de Dàlián en una semana, lo que significaba doblar el paso y aquello era significativamente difícil, pues de noche podían andar a caballo pero de día a pie.


Siempre había considerado que su abuela era astuta. Logró hallar entre casas abandonadas, algo de maquillaje blanco y hollín. Aunado a una mezcla de frutas e insectos, logró pulverizarlo con los dedos para crear un labial. Con todo ello le maquilló y utilizó una manta floral que llevaban consigo para que pareciera una mujer. Gracias a esa brillante idea y la complexión delgada de Ping, lograron utilizar el caballo también de día. Claro, debía descansar de vez en cuando, pero estaban cada vez más cerca que con el método anterior.


— ¿A dónde llevan a ese semental? — Pregubtaban de vez en cuando oficiales.


— Es una carga preciada para el general. Cuenta con nosotras para llevarlo. Es uno de los mejores caballos de mi granja. Lo necesitan como reserva. — Mentía su madre.


— ¿Para qué la anciana y la chica? — Veían con recelo.


— Ella es una profeta para el general. Y ella... — Señalaba a Ping, dudando. — Es... ya sabe. Un... bocadillo.


Los generales se veían entre sí con una sonrisa. Algunos incluso le silvaban.


— De acuerdo, continúen.


Algunos susurraban entre sí. — ¿No deberían tener una carta con la orden oficial?


— ¡No pierdan el tiempo! Ninguna mujer respetable saldría con un caballo así. Mucho menos se expondría a salir tan lejos de casa y además en grupo. Cada una tiene una sentencia de muerte. ¿A dónde las enviarías? ¿A prisión? ¡Ha!


— Yo llevaría conmigo a la más joven como método de relajación. Sólo hasta que ya no resista, después me llevaría a la que cría caballos. Debe estar acostumbrada a ver mástiles tan grandes como el mío.


Se escuchaban carcajadas. En cualquier otro momento, Ping les habría encarado, pero no estaba en posición y tampoco les hubiese ganado debido a lo pequeño y delgado que era.


Los días aún avanzaban. Para sobrevivir buscaban entre aldeas, a veces sólo tomaban comida del suelo, lo robaban también, aunque fuera arroz crudo. El agua la obtenían de donde bebían los caballos de los oficiales. Habían sido días tensos. Para que nadie esperara respuesta de Ping, su abuela alegaba que su garganta no había sido la misma cuando le encontraron de niña a punto de ser abusada. Las personas preferían no ahondar en el tema.


— Tendremos que buscarte un nombre de mujer. — Decía ella.


Pronto, vislumbraron el pueblo de Liaoning y su puerto lleno de grandes navíos, todos de pesca. Ahí se escondieron hasta hallar un barco que no estuviese tan vigilado. Su fiel caballo fue colocado en una de las bodegas vacías donde guardarían materiales para crear armaduras posteriormente. Se escabulleron en diferentes lugares, sólo Ping cuidaba de Khan de cerca, soportando el frío, insectos y ratas.


Ante el poco personal del navío, pudieron burlarles hasta tocar nuevamente tierra. A plena luz de día, tuvieron que ser rápidos para poder mezclarse en la multitud, aunque su caballo llamaba demasiado la atención. Por suerte, su abuela había sido una intérprete en sus años de juventud, sabía hablar un poco de japonés, lo suficiente para excusarse de que el caballo era para una gran venta.


Muchos veían con curiosidad el rostro blanco de Ping y su vestido improvisado. Era una doncella nueva y considerada linda a primera vista.


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