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Tentación por 1827kratSN

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Fue como una invitación, una estela llamativa que le hacía cosquillas en la punta de la nariz, y agradeció la fortuna que tenía. Aunque, si lo pensaba bien, era su estrategia la que rendía frutos, porque sentarse cerca de la fuente de ese perfume fue su mejor idea en ese día.

No le costó descubrir lo que pasaba con aquel chico, y tampoco tardó en darse cuenta que muy pocos aparte de él notaron ese cambio. A veces, estar distraído en las reuniones era bueno. Lo demás fue solo dejar a sus pies recorrer el camino hasta aquel lugar, y después aspirar aquella esencia dulce y relamerse el labio superior.

Sin embargo, su intención no era mala.

Solo quería ceder ante su instinto de protección.

Porque descubrió a un omega al inicio de un celo.

Y no iba a dejar que alguien más se aprovechara.

Ni él.

 

—No, chulo, pérate —reía entre dientes mientras alejaba esas manos de su camisa.

—Mexique… solo…

—No, no, güero —le sujetó con firmeza—, que el suelo no es lugar.

 

Pero olía tan rico, el ambiente estaba tan adornado, y la imagen era tan exquisita, que simplemente no pudo evitarlo. Tuvo que averiguar si esa boca era dulce como la miel de maple, o picante como los videos para adultos que se fabricaban con empeño en tierras frías.

Joder.

No pudo controlarse.

Se le lanzó encima en cuanto le fue posible, y lo arrinconó contra la primera pared que halló, para meter su pierna derecha entre las ajenas y presionarlo entre roces sutiles. Los centímetros que ese canadiense le llevaba por encima, no fueron impedimento, porque lo hizo deslizarse un poco y flexionar esas rodillas para que se agachara y así se besaran sin respirar siquiera.

Los alfas se quejaban de que aquel omega de pequitas era demasiado alto, que no se sentían cómodos porque su orgullo como dominantes se iba a la chingada. México también lo creyó así durante años, admitía que su masculinidad era frágil porque estaba bien pendejo y centrado en otras cosas. Pero después de ese día, diría con convicción, que le gustaban grandotes.

 

—Muestra tu cuello, maple.

 

Tenía la altura perfecta como para doblegar —literalmente— a un primermundista, haciendo que este se acople a su estatura, que cumpliera sus órdenes y mostrara ese cuello intacto. Estaba en la posición perfecta para deslizar su lengua lentamente por esa piel, y morderla cerca de la quijada para escuchar un lindo gemido extasiado. Tenía el porte perfecto para empujarlo contra los lavamanos mientras se rozaba contra esas piernas.

Y por sobre todo.

Estaba bien ubicado como para deslizar sus manos por esos muslos y sostener ese firme trasero. Fue la gloria al apretarlo y acariciarlo mientras en su oído derecho se multiplicaban las suaves súplicas por más besos y alivio. Sonrió triunfante, para después simplemente morder esos labios, repasarlos con su lengua, y ahogar un jadeo agudizado por el placer.

 

—¿Te gusta?

 

Susurró con la voz ronca, rasposa, deseosa por aquella piel. Sintió ese cuerpo temblar contra el suyo y soltó una suave risita. Sujetó esas piernas y con habilidad se ubicó entre estas para apretar su virilidad despierta contra la otra en igual condición. Soltó un gruñido bajo, un jadeo contra esos labios que exhalaban el aire caliente, y movió sus caderas con lentitud para generarse placer.

 

—Date vuelta.

 

El movimiento de Canadá fue torpe, México lo apreció dos pasos alejado, apretando los puños para no zafarse el cinturón de una buena vez, mordiendo el interior de su mejilla para controlarse un poco, respirando aquel aire lleno de feromonas y sintiendo su piel erizarse.

Se acercó despacio, pegándose a la espalda del chico maple, empujándolo un poco para que este se reclinara sobre los lavabos. Lo dejó respirar mientras él deslizaba sus manos por aquellas caderas y esos mulsos. Jugó un rato con la paciencia del chico que jadeaba y se recostaba sobre el mármol para descansar.

 

—¿Puedo ver? —México detuvo sus dedos sobre la hebilla del cinturón ajeno.

—Sí —su voz tembló.

 

Canadá apretó los dientes al escuchar el metal de su hebilla, el como la presión desaparecía y poco después cómo su zíper resonaba. Estaba nervioso y a la vez muy ansioso, por eso cerró los ojos y se sostuvo con fuerza del borde. Vio a sus cabellos regarse por sus costados, se dio cuenta que perdió su gorrito de mapache hace mucho, y de paso agradeció que no recortase el largo de sus hebras porque en ellas ocultó su rostro rojizo y sorprendido cuando sus pantalones cayeron y poco después su ropa interior.

Soltó una quejita suave cuando parte de la piel de su vientre topó el frío de la baldosa, y después jadeó al sentir el tacto de esos dedos que ascendían por la piel de sus caderas y exploraban lentamente. Quiso decirle que quería un beso más, pero solo pudo gemir cuando una de esas manos sostuvo la parte interna de su muslo para hacerlo separar las piernas.

 

—¿Tan mojado te pongo, maple?

 

Tal vez fue esa grave voz, o el aroma fuerte que desprendía el mexicano, Canadá no estaba seguro de qué exactamente lo hizo perder el control. Pero ahí estaba. Había perdido ante un falso celo, no se controló, dejó brotar una explosión de feromonas, y lo estaba gozando.

Aunque intentó esconderse, fingir que no disfrutaba, negándose a algo que anhelaba en silencio... Fue descubierto y acorralado.

 

—Mexique... Mexique… —jadeaba sosteniéndose apenas del lavamanos, inclinado hacia delante, sin desear verse en el espejo—. No… hagas esto.

 

La negativa podía ser a la situación, podía significar que no quería eso, pero no era así. La negativa era porque esas manos no seguían acariciándolo, porque esos dedos se alejaron de su mojado esfínter, porque ya no podía besarlo o escucharlo, porque México no seguía siendo dominante con él, porque le negaban el derecho a ser cogido con fuerza.


—Hueles a miel y flores —susurró cerca de ese cuello tan bonito, rozando la punta de su nariz.

—Mexique... Ya...


Sus pantalones y ropa interior estaban en el suelo, sus piernas abiertas y apenas cubiertas por el sobrante de su camisa mal colocada, estaba totalmente expuesto ante la mirada del que consideró su amor de ensueño y su imposible.

 

—Oh mon Dieu!

 

Se contrajo, arqueó su espalda al sentir la intromisión repentina, gimió en alto al sentir los fríos falanges dentro de su cuerpo, y sus lágrimas cayeron por sus mejillas. Estaba tan húmedo ahí atrás que ni siquiera necesitó preparación mínima, y estaba tan sensible que sintió casi eyacular solo con eso.

 

—Sólo puedo... escuchar cómo... —movió su mano con lentitud— mis dedos son succionados por tu lindo agujero, maple.

—Ah... Mexique... —podía sentir las cosquillas en su trasero, y sus entrañas acoplarse a los invitados—. ¡Otro! —suplicó perdido en su placer—. O… o... Otro.

—Tú mandas, güerito.

 

México se relamió el labio superior al añadir un dedo más, para que fueran tres los usurpadores de aquella delicia. Los deslizó con cuidado, lentamente, controlándose para disfrutar de ese interior que ardía y humedecía cada vez más.

Por él.

Para él.

Escuchaba jadear desesperadamente a Canadá y eso solo hacía que su propia erección punzara y doliera. Pero le gustaba jugar, y por eso admiraba a sus dedos perderse dentro de su chico maple. Soltaba gruñidos de vez en vez, y aceleraba sus movimientos para después detenerse y presionar profundo hasta escucharlo soltar un gritito muy leve.

Había soñado tanto con ese momento.

Desde el mismo día en que su nariz reconoció el aroma dulzón del hermano protegido de USA. Desde el día en que fingió no darse cuenta de esas miradas o esos suspiros, de las feromonas que Canadá no controlaba cuando andaban cerca. Desde el mismo instante cuando sintió su piel erizarse con tan solo la sonrisa y la mirada de ese canadiense.

 

—Me... ¡Me vengo! —casi gimoteó mientras gozaba del placer dado por su próstata.

—Entonces es hora, maple...

 

México ya ni podía respirar bien, su estado era casi tan alterado como el del omega pelirrojo, sus dedos no querían dejar de moverse en ese interior que se apretaba alrededor de estos, su erección dolía, su animal interno quería poseer ese cuerpo. Quería a Canadá.

 

—Pero no aquí —soltó un gruñido corto.

—¿Eh? —Canadá elevó su mirada para ver a México a través del espejo.

—No ahora, precioso —sonrió de lado al ver la confusión en el canadiense—. No quiero hacerlo en un baño... —rio entre dientes mientras apartaba sus dedos—. Te mereces algo mejor, maplecito.

—Mexique... —respiró, pero no pudo hablar.

—Pero no te voy a dejar así —se inclinó sobre Canadá y fingió una embestida—. Solo confórmate con esto… —jadeó— por ahora.

 

Se rozó contra ese trasero humedecido por el deseo, dándose placer a la par que su mano se centraba en el placer de Canadá. Se movió aceleradamente, imaginando lo rico que debería ser penetrar ese trasero, mordiéndose el labio para no ceder ante las ganas de volver su fantasía realidad.

Y, aun así.

Sus oídos disfrutaron de escuchar a Canadá gemir su nombre, tartamudear en protesta por el roce de la tela, casi sollozar por el placer de un estado casi explosivo, y después verlo casi ahogarse en un orgasmo delicioso que él compartió.

Solo los espejos empañados fueron testigos de aquel momento.

Hicieron un desastre en ese baño... Pero México juraba que arruinarían el cuarto donde de verdad hicieran el amor hasta el cansancio. Porque iba a hacer las cosas bien y no sólo por calentura. Iba a reclamar a Canadá como su omega, y que les valga verga a los demás.

 

 

 

Notas finales:

 

Por el celular no puedo hacer cortos tan detallados, así que we, Krat se consiguió una computadora y un poco de tiempo libre. Espero saliera bien.

Krat los ama~

Besos~


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