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Draco's Plan por JennVilla

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Cementerio local de Pequeño Hangleton

Dos chicos, junto con una copa grande y brillante, cayeron con un golpe seco en el húmedo suelo del cementerio de Pequeño Hangleton.

Todo estaba en un silencio tétrico; no un silencio normal de un cementerio, sino un silencio frío que podía calar los huesos y la mente. Olía a peligro y a muerte, más sin embargo, Cedric Diggory miraba a todos lados, buscando un posible obstáculo de la prueba, y por qué no, buscando también a los organizadores del Torneo para que dieran el veredicto final. Cedric estaba seguro de que dividirían el premio entre Harry Potter y él, pues, a fin de cuentas, ellos habían llegado juntos con la Copa Lo que le había parecido extraño en un principio, pues no entendía por qué la Copa era un Traslador.

Harry Potter no pensaba lo mismo. Él intuía que algo estaba mal. Lo supo desde que había visto a Viktor Krum siendo víctima de un Imperius. Y el hecho de que ahora estuvieran en ese cementerio, sólo significaba problemas. Metió una mano en su bolsillo izquierdo para apretar el amuleto de su novio Draco, el cual estaba envuelto en la Capa de Invisibilidad de su padre. En ese momento necesitaba de toda la suerte que pudiera recibir; las cosas no pintaban nada bien.

— ¿Dónde estamos? —preguntó.

Cedric negó con la cabeza. Se puso de pie y ayudó a Harry a levantarse. El Gryffindor cojeó un poco; la pierna herida dolía y ardía.

Un sonoro siseo se dejó escuchar en el ambiente, y los chicos se sintieron extrañamente observados. A pesar de que ellos buscaran con la mirada el origen de esta vigilancia, no veían nada, salvo una pequeña iglesia y la silueta de una casa antigua, alzándose imponente en una pequeña colina.

—No se nos dijo que la Copa fuera un Traslador. —dijo Cedric, mirando confuso hacia esta.

— ¿Será esto parte de la prueba? —se preguntó Harry en voz alta.

El siseo se escuchó de nuevo. Cedric se estaba poniendo nervioso.

—Ni idea. Es mejor que nos preparemos con las varitas.

Harry asintió y sacó la varita. Aún se sentía extraña al tacto y a él no dejaba de maravillarle que la varita de Dumbledore le funcionara. Recordó la vez cuando había intentado usar la de Ron, y cómo esta había tergiversado el hechizo.

Cedric llamó la atención de Harry, señalándole el cielo. Unas formas negras lo sobrevolaban y se acercaban. Pasó menos de un instante para que estas aterrizaran frente a ellos y tomaran forma.

Eran Mortífagos. Cinco en total. Con sus máscaras plateadas y túnicas negras con capucha.

— ¿Quiénes son ustedes? —gritó Cedric, apuntándoles con su varita.

Ningún mortífago contestó o se movió. Harry también les enfrentó con la varita, decidiendo que era lo mejor, pues, aunque los Mortífagos no tuvieran sus varitas en ristre, podrían atacar en cualquier momento.

— ¿Qué quieren? —gritó Cedric de nuevo.

Los Mortífagos por fin se movieron, dando paso a otra figura. Harry supuso que estaba descalza, pues sus pasos casi no se sentían en el suelo de gravilla que circundaba a las altas lápidas del cementerio.

Harry afirmó el agarre en la varita, y entonces, sin previo aviso, la cicatriz empezó a dolerle. Fue un dolor más fuerte que ningún otro que hubiera sentido en toda su vida. Al llevarse las manos a la cara, la varita se le resbaló de los dedos. Se le doblaron las rodillas. Cayó al suelo y se quedó sin poder ver nada, pensando que la cabeza le iba a estallar.

— ¿Harry? —preguntó Cedric al verle de rodillas.

Desde lejos, por encima de su cabeza, Harry oyó una voz fría y siseante que decía:

—Encárguense del otro.

Cedric supo que hablaban de él, y sin pensarlo mucho, lanzó un protego cuando una lluvia de maleficios le atacó. Luego corrió y se escondió detrás de una lápida, respondiendo a los ataques con cuanto hechizo se le ocurriera. Vio a Harry aún doblado sobre sus rodillas, y cómo dos mortífagos se acercaban a él y lo ataban mágicamente.

La lápida tras la cual se había escondido, estalló. Cedric no dudó en buscar un nuevo refugio; tenía que enfrentarse a tres de ellos, se dio cuenta con nerviosismo. Los duelos no eran su fuerte, pero si quería sobrevivir, tenía que dar lo mejor de sí.

Lanzó un incarcerus, seguido de un petrificus totalus y un crucio casi le alcanza. Cedric no tuvo tiempo para asombrarse; tenía que atacar de la misma manera si es que quería salir vivo de allí, así que rogó a Merlín para que le diera fuerzas.

— ¡Crucio! —rugió Cedric con toda la furia que pudo sentir, acertándole a uno. El mortífago cayó al suelo retorciéndose mientras gritaba.

Era una mujer. Cedric no tuvo tiempo tampoco para sentirse mal pues un maleficio, que él no identificó, le dio en la espalda, haciendo que esta ardiera como si estuviera en carne viva. Un bramido estalló en su garganta, acompañando los gritos de la mortífaga. Alzó la varita para atacar de nuevo, pero su contrincante atacó primero, y le ató con unas pesadas cadenas.

Harry, aún con el fuerte dolor en su cicatriz, abrió los ojos para ver cómo Cedric era atacado y luego sometido. Y antes de intentar levantarse para impedir que hicieran daño al Hufflepuff, sintió que dos mortífagos le arrastraban hasta los pies de alguien. Forcejeó y uno de ellos le golpeó… con una mano a la que le faltaba un dedo. Harry lo reconoció inmediatamente. Colagusano.

— ¡Tú! —jadeó.

Pero él no contestó, y con ayuda del otro, levantó bruscamente a Harry hasta que quedara de pie, tambaleándose.

Harry, luego de obtener un poco de estabilidad en sus piernas, levantó la mirada para enseguida reconocer a la presencia frente suyo. Voldemort. Sus ojos rojos brillaban con malicia y malsana diversión.

—Harry Potter —la voz sibilina se hizo escuchar—. ¡Qué bueno volver a verte! Me estaba preguntando si ya te habías olvidado de mí.

Harry sintió el odio recorrer su cuerpo, y forcejeó nuevamente con las cuerdas.

Lord Voldemort sólo sonrió; había esperado mucho este momento. Era hora de recuperar su gloria y vengarse de aquel niñato estúpido, era hora de regir como se debía al Mundo Mágico. Pero Lord Voldemort no olvida, así que primero tenía que hacerse cargo de muchos traidores y enemigos.

Por el momento, quería divertirse un poco con Harry Potter antes de acabar con él, para recuperar todo lo que había perdido. Dio la vuelta, encontrándose con Macnair y Montague sujetando al otro chico. Carrow estaba tendida en el suelo.

—No entiendo por qué, ustedes, imbéciles, han decidido hacer este repentino acto de misericordia. —dijo suavemente refiriéndose al obvio estado del chico encadenado. Los dos mortífagos le miraron confundidos. El Lord bufó fastidiado —. No importa —y dirigiéndose a Harry, dijo: —. ¿Acaso no te causo lástima, Potter? Heme aquí, con cinco mortífagos. Te preguntarás: ¿qué pasó con los fieles a Voldemort? ¿Significa que él piensa dominar el Mundo Mágico con cinco magos a su favor?

Hizo una pausa como esperando una respuesta, para luego continuar:

—Lamento decirte, Harry, que estás equivocado. Pero no es mi deber o deseo revelarte más cosas; de nada te serviría. Ahora que me honras con tu presencia, puedo llevar a cabo lo que deseo. Pero primero-

El Lord fue interrumpido por un jaleo de lucha.

El otro chico al parecer trataba de ahogar a Macnair con las mismas cadenas con las que estaba sujetado. Montague y una temblorosa Carrow se apresuraron a intervenir, apartando al joven de un asfixiado mortífago.

El Lord sinceramente no podía con la ineptitud de esos inútiles.

— ¿Qué hacen imbéciles? ¡Mátenlo!

— ¡No! —gritó Harry con terror— Cedric no tiene nada que ver en esto, Voldemort. Si vas a matar a alguien, atrévete conmigo.

Voldemort se giró hacia él sorprendido; los mortífagos dejaron de forcejear con Cedric e incluso, los que estaban a cada lado de Harry, contuvieron el aliento.

— ¿Qué dijiste? —siseó el mago oscuro.

—Lo escuchaste muy bien. ¡Ahora déjate de palabrería y haz lo que tienes que hacer! —gritó Harry.

—Mi señor, déjeme cruciarle por insolente. ¿Cómo osa hablarle así? —dijo Colagusano, con expresión solícita y estúpida.

— ¿Y tú cómo osas querer tocar lo que me pertenece? —siseó el Lord— ¡Yo decidiré qué hago con Potter, rata asquerosa! —el Lord, ignorando el gesto ofendido de su mortígafo, se dirigió rápidamente hacia donde estaban los otros tres y el joven Hufflepuff— ¡Libérenlo! —ordenó. Luego miró al chico y preguntó: — ¿Dónde está su varita, muchacho?

—La tengo yo, mi señor. —dijo Montague temblorosamente.

El Lord se la arrebató y la partió en dos. Luego se agachó y agarró al chico por el cuello del buzo.

— ¿Es Cedric tu nombre, chico?

Cedric pudo ver por primera vez los ojos rojos del mago más despiadado del Mundo Mágico, y se sorprendió al no sentir miedo, sino un odio frío y penetrante. Recordó a su madre, ya fallecida, y escupió a los pies del mago oscuro.

El Lord rio.

— ¿Ves porque siempre que quiero hacer algo bueno, nadie lo agradece, Potter? ¿Y a este insolente es el que quieres salvar? —y apuntando al chico, gritó: — ¡Crucio!

Cedric sintió cómo el dolor amenazaba con quebrarle los huesos y despellejarle la carne. Gritó mientras caía al suelo con una nube de lágrimas cubriéndole los ojos.

El Lord ni se inmutó y se giró hacia sus mortífagos.

— ¡Amigos míos, ha llegado la hora de que su Lord, vuelva de nuevo con toda su gloria! —bajando el tono de la voz, continuó: — Muchos consideran que soy apenas la sombra de lo que fui, y que soy un mago incapaz de hacer hasta al más simple hechizo. Se equivocan en parte; sí, es verdad que mi antiguo poder me fue arrebatado por una magia antigua y absurda, pero no soy ningún pelele como Dumbledore y todos los demás creen. Me he estado fortaleciendo, he escuchado, hablado y pensado lo que me conviene y ahora voy al fin a recuperar lo que es mío. He estado usando a mi mortífago más fiel, establecido en Hogwarts, para asegurarme de que el nombre de Potter entrara en el cáliz de fuego, usándolo para asegurarme de que el muchacho ganara el Torneo... de que fuera el primero en tocar la copa, la copa que mi mortífago habría convertido en un traslador y que lo traería hasta aquí, lejos de la protección de Dumbledore, a mis brazos expectantes. Y aquí está... el muchacho que todos ustedes creían que había sido mi caída.

Voldemort avanzó lentamente entre las risas de sus súbditos, y volvió su rostro hacia Harry. Levantó su varita.

— ¡Crucio!

Fue un dolor muy superior a cualquier otro que Harry hubiera sufrido nunca: los huesos le ardieron, la cabeza parecía que se le iba a partir por la cicatriz y los ojos le daban vueltas como locos. Deseó que terminara... perder el conocimiento... morir...

—Creo que ahora ustedes pueden ver, como lo verán los demás después, lo estúpido que es pensar que este niño haya sido alguna vez más fuerte que yo —dijo Voldemort—. Pero no quiero que queden dudas en la mente de nadie. Harry Potter se libró de mí por pura suerte. Y ahora demostraré mi poder matándolo, aquí y ahora, delante de todos ustedes, sin un Dumbledore que lo ayude ni una madre que muera por él. Le daré una oportunidad. Tendrá que luchar, y a ustedes, mis queridos mortífagos, no les quedará ninguna duda de quién de nosotros es el más fuerte. Ahora, Colagusano, desátalo y devuélvele la varita.

Colagusano desató a Harry, quien intentó sacudirse su aturdimiento y apoyar en los pies el peso del cuerpo sin éxito. Cuando al fin pudo ponerse de pie, pensó durante una fracción en huir, pero la pierna herida le temblaba, y aún sentía en su cuerpo los resquicios de la maldición cruciatus. Los mortífagos se acercaron, arrastrando a Cedric y formando un círculo más apretado en torno a Voldemort y Harry. Colagusano le devolvió la varita.

—Harry. —susurró temblorosamente Cedric, recibiendo un puntapié de uno de los mortífagos inmediatamente.

— ¿Te han dado clases de duelo, Harry Potter? —preguntó Voldemort con voz melosa. Sus rojos ojos brillaban a través de la oscuridad.

Harry no respondió. Concentró todas sus fuerzas mentales y físicas en no caer en la provocación de Voldemort. Tanteó el amuleto y la capa en su bolsillo, pidiendo, mentalmente, fuerzas.

Recordó el club de duelo en su segundo año, y cómo se había enfrentado a Draco. Todo cuanto sabía hacer, era el encantamiento de
desarme, Expelliarmus. ¿Y qué utilidad podría tener, el quitarle la varita a Voldemort si es que conseguía hacerlo, cuando estaba rodeado por cinco mortífagos? Nunca había aprendido nada que fuera adecuado para aquel momento. Supo que Voldemort, sin dudarlo ni un instante, le atacaría con la maldición Avada Kedavra. Harry entendió que estaba completamente desprotegido...

—Saludémonos con una inclinación, Harry —dijo el Lord viendo su vacilación. Se inclinó un poco, pero sin dejar de mirar a Harry—. Vamos, hay que comportarse como caballeros... A Dumbledore le gustaría que hicieras gala de tus buenos modales. Inclínate ante la muerte, Harry.

Los mortífagos volvieron a reírse y el Lord sonrió. Más, sin embargo, Potter no se inclinó. Chico tonto, pensó el Lord divertido.

—He dicho que te inclines. —repitió, alzando la varita.

Harry sintió que su columna vertebral se curvaba, como empujada firmemente por una mano enorme e invisible. Los mortífagos rieron más que antes.

—Muy bien —dijo Voldemort con voz suave, y cuando levantó la varita, la presión que empujaba a Harry hacia abajo, desapareció—. Ahora da la cara como un hombre. Tieso y orgulloso, como murió tu padre... Y tú, Cedric, mira cómo muere tu héroe.

Voldemort levantó la varita una vez más, y antes de que Harry pudiera hacer nada para defenderse, recibió de nuevo el impacto de la maldición cruciatus. El dolor fue tan intenso, tan devastador, que olvidó dónde estaba: era como si cuchillos candentes le horadaran cada centímetro de la piel, y la cabeza le fuera a estallar de dolor. Gritó más fuerte de lo que había gritado en su vida.

Y luego todo cesó. Harry se dio la vuelta y, con dificultad, se puso en pie. Temblaba incontrolablemente. En su tambaleo, llegó hasta el muro de mortífagos quienes lo empujaron hacia Voldemort.

— ¡Déjelo en paz! —gritó Cedric desde su lugar, poniéndose de pie.

Voldemort movió la varita de manera perezosa haciendo que Cedric cayera de nuevo al suelo, sosteniéndose el brazo. Estaba sangrando.

—Un pequeño descanso —dijo Voldemort—. Una breve pausa... Duele, ¿verdad, Harry? No querrás que lo repita, ¿a qué no?

Harry no respondió. Intentó acercarse a Cedric. El brazo del Hufflepuff sangraba escandalosamente. Colagusano le empujó de nuevo.

Voldemort levantó la varita de nuevo, pero aquella vez Harry estaba listo: con los reflejos adquiridos en los entrenamientos de Quidditch, se lanzó al suelo. Rodando hasta quedar a cubierto detrás de una lápida de mármol. Voldemort atacó nuevamente y Harry oyó cómo la lápida se resquebrajaba al recibir la maldición dirigida a él.

—No vamos a jugar al escondite, Harry —dijo la voz suave y fría de Voldemort, acercándose más entre las risas de los mortífagos—. No puedes esconderte de mí. ¿Es que estás cansado del duelo? ¿Preferirías que terminara ya, Harry? Sal, Harry... sal y da la cara. Será rápido... puede que ni si quiera sea doloroso, no lo sé... ¡Como nunca me he muerto!

Harry permaneció agachado tras la lápida, comprendiendo que había llegado su fin. No había esperanza... nadie iba a ayudarlo. Y al oír a Voldemort acercarse aún más, sólo supo una cosa que escapaba al miedo y a la razón: que no iba a morir agachado como un niño que jugara al escondite, ni iba a morir arrodillado a los pies de Voldemort. Metiendo una mano en el bolsillo y apretando lo último puro y bello que le quedaba, se preparó para morir.

Cuando salió de su escondite, Voldemort ya estaba listo. Al tiempo que Harry gritaba Expelliarmus, Voldemort lanzó su Avada Kedavra.


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