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Physical por jotaceh

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Miguel I:

 

Me vi en el reflejo de una ventana, hace tiempo que no contemplaba mi rostro. Es extraño, a veces siento que soy otra persona, no aquellos rasgos, como si de pronto me hubiera convertido en un extraño, en alguien sin memoria.

Mis padres son muy viejos y que la pensión no les alcanza para mucho. Ambos fueron profesores toda su vida, y ahora, nadie les tiende la mano. Aunque me dicen que podemos vivir bien, esa es una mentira que no me trago.

Me cansé, no quiero que sigan pasando penurias, y aunque no tengo estudios, hoy salí a buscar trabajo para poder ayudar en casa. Tengo veinte años y ya es hora que tome las riendas. Mis viejitos siempre me han consentido y amado con locura, por eso, ahora tengo que devolverles todo el amor que me han entregado.

Sin querer, justo al lado del reflejo que contemplaba, divisé un anuncio: Se necesita personal de aseo. ¿Podía ser una señal? Quizás el destino me estaba indicando mi camino, que quería que trabajara en ese lugar. Como no tenía más que perder, teniendo en cuenta que ya me habían rechazado en cuatro otros trabajos, entré a ese edificio grande de la zona acomodada de la ciudad.

-Hola, vengo por el anuncio de trabajo –le dije a la recepcionista, que sin muchos ánimos me señaló con el dedo la sala de Recursos Humanos. Vaya mujer más altanera.

Caminé hasta esa sala, toqué a la puerta y luego de escuchar un “pase”, entré. Ahí me encontré con unos cuantos escritorios, personas vestidas de traje tecleando en sus computadores, mientras una chica de pie y con overol discutía con el que parecía el jefe.

-No entiendo por qué me hacen este descuento –alegaba la muchacha de baja estatura y cabello alborotado.

-Porque llegas todos los días tardes. No vamos a pagarte minutos que no has laborado –

-¡No me puedo levantar más temprano! La concha de mi hermana, que hago todo el esfuerzo, pero es que es imposible llegar aquí a las ocho de la mañana. ¿Quién mierda diseñó el horario? Se nota que alguien que no vive tan lejos como yo. Que tomo dos microbuses y tengo que caminar diez minutos. ¿A qué hora quieren que me levante? ¿A las cinco? –

-Ese ya es tu problema. Si no te gusta, te puedes ir. Cuando quiera contrato a alguien nuevo… Mira, aquí tenemos uno. Ven, acércate muchacho. ¿Cómo te llamas? –

El que parecía el jefe me estaba llamando, al parecer entendió de inmediato que iba buscando trabajo. Me acerqué un tanto tímido, especialmente porque la muchacha que estaba alegando me miró con desprecio.

-Buenos días, señor. Vengo por el aviso de afuera, que necesitan personal de aseo –dije bajito, sintiendo el fuego que salía de los ojos de la pequeña mujer despeinada.

-¿No ves? Siempre habrá quien te reemplace, Celeste –

-¡Váyanse todos a la mismísima mierda! No pienso renunciar, aunque me corran el horario a las siete –la chica se fue furibunda, cerrando la puerta con tanta energía, que tembló toda la oficina.

El sujeto de gran abdomen suspiró profundamente como si estuviera cansado de esas actitudes. Meditó unos segundos antes de sentarse frente a su escritorio e invitarme a hacer lo mismo.

-Bien, ¿tienes tu currículum? –

Busqué en mi mochila el papel que fui a imprimir al cibercafé. Traté de pasarle el que estuviera menos arrugado.

-Miguel Troncoso… veo que no tienes experiencia en nada –

-Es que apenas tengo veinte –traté de defenderme.

-Sí, en eso tienes razón. Veamos, aquí dice que estuviste internado hace dos años, ¿tuviste una enfermedad grave? –

Tragué saliva y es que ese suceso era algo que intentaba olvidar.

-Me atropellaron cuando cruzaba la calle cerca de mi casa. Estuve tres meses en coma…-me quedé pensando en aquella vivencia, en el momento exacto en que abrí los ojos y lentamente me di cuenta que estaba en un hospital.

-¿Estás bien? ¿Ese accidente te dejó alguna secuela o algo por el estilo? –

-Desde que desperté he estado en rehabilitación, porque sufrí de cierta parálisis muscular, por eso de vez en cuando cojeo un poco, pero no es nada grave… Digo, hago el aseo de mi casa, y no votó el tacho con agua ni nada por el estilo –tenía que parecer sano, necesitaba el trabajo.

El jefe me miró detenidamente, como si estuviera deliberando mi sentencia de muerte.

-Por mí está bien, ni que necesitaras tanta experiencia para barrer los pisos. ¿Cuándo puedes empezar? –pedante, fue grosero, pero me aguanté porque me había aceptado.

-Ahora mismo, señor –

Y así fue como sacaron un contrato, lo llenaron con mis datos personales y comencé a trabajar en: Physical. Recién cuando leí el contrato, supe a dónde me había metido: en el prestigioso gimnasio donde van todas las celebridades.

Me llevaron hasta el cuarto de limpiezas, el que también servía de cuarto de empleados. Ahí me habilitaron un casillero, me pasaron dos overoles que serían mi uniforme, una escoba, una pala, una mopa y un frasco con cloro.

-Esto es todo lo que necesitas. Ahora vístete y sala a limpiar los baños de hombres –fueron todas las indicaciones que me dieron.

Mientras me vestía recordaba las palabras del jefe: no necesito de mucha experiencia para barrer los pisos. ¿Qué tan difícil podía ser este laburo?

Y claro, todo habría podido ser normal en cualquier otro lugar, en una oficina o en un colegio, pero resulta que todos los hombres que asisten a ese gimnasio con jodidamente atractivos y me distraje a cada momento mientras limpiaba los baños.

Ah sí, lo que sucede es que me gustan los hombres. No es un efecto secundario del accidente, porque mis papás me dijeron que era así desde chiquitito. La cosa es que es normal o eso era antes, porque con todos los cuerpos desnudos que vi hoy, creo que ahora me encantan. Dios, que no sabía que hubiera criaturas tan bellas en el universo.

-Mira, no te conozco mucho, pero si quieres un consejo, será mejor que dejes de mirarle las pijas a los que van a mear al baño. Acabo de escuchar los comentarios de un par de imbéciles que dicen que el nuevo del aseo es un maricón perdido –

La misma chica ruda que estaba discutiendo en la oficina se me acercó mientras trapeaba el piso.

-¿Qué? ¿De qué hablas? Si yo no he hecho eso –

-Ey chico, que a mí no me tienes por qué mentira, que te acabo de ver mirándole el paquete el moreno de ahí atrás –mierda, esta chica es como un ninja.

-Por favor no le digas a nadie que soy gay, que no quiero tener problemas –le supliqué.

-¿Problemas? ¿En un gimnasio? Por favor, si la mitad de los que viene aquí son maricas, y la otra mitad también, tan solo que no lo asumen. Vieras la de orgías que he presenciado en los camarines. Si quieres un consejo, será mejor que asumas abiertamente que eres homosexual, quizás y te consigas un hombre bien ricolino –

La muchacha parecía un poco desquiciada, tan solo que terminaba siendo agradable y es que, de todos mis nuevos compañeros del aseo, ella fue la única que me habló. El resto hacía sus labores en silencio, como si fueran presidiarios en una cárcel.

-Todos estos lelos piensan que, porque limpian la mierda de los demás, son menos personas. Yo no me dejo pisotear por nadie, a mí me respetan o se ganan un golpe en sus rostros operados. Y tú tienes que ser igual, no dejes que te humillen estos hijitos de papá-

Para ser sincero, me habló toda la tarde, como si fuera un loro salvaje. Fue tanta su plática, que tuve que preguntarle qué le sucedía. Nunca me había pasado algo parecido y es que me trataba como si fuera mi mejor amiga, como si nos conociéramos de toda la vida.

-Es que me recuerdas a alguien… más gordito y peludo, pero no sé, desprendes la misma energía que él. Es extraño de explicar, pero… eres tan parecido y a la vez tan distinto –

-¿Estás drogada? –le pregunté y es que no parecía estar lúcida.

-Claro que no, si la pepa me la tragué el finde pasado en la fiesta con el Rulo. Ya no tengo efectos –

-Bueno, ya que veo que me hablarás todos los días, me presento. Soy Miguel Troncoso –le extendí la mano.

-Yo soy Celeste, y desde ahora, tú dejarás de ser Miguel y te convertirás en el bebote… en mi bebote –no me estrechó la mano, sino que me abrazó con mucha fuerza.

Nunca había convivido con alguien tan extraño, aunque… debo reconocer que me sentí muy bien al sentir su calor. Podría parecer ruda y un tanto malhumorada, pero en el fondo, era tan cariñosa como un osito de peluche.


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