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Sospechoso por Kurenai_801

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Notas del capitulo:

Los personajes son de Shinjiku Nakamura.

 

 

 

Takano caminó entre los pasillos del Burdel Rosa que había visitado hacía dos días. Era consciente de que no era muy profesional al presentarse tan recientemente, pero a la vez nadie de estas personas lo juzgaría por ello.

Esta vez no iba para investigar.

—Pase —dijo alguien desde adentro de la habitación tras dar su nombre.

Al cerrar la puerta se giró y miró la menuda espalda: la bata gastada caía recta y prolija; de espaldas contaba el dinero del trabajo anterior.
El trabajo anterior.
Takano intentaba no pensar mucho en eso.
El joven se volteó y resolló fuerte al ver a Takano.

—Iré a bañarme.

—Voy contigo…

El joven subió los hombros con desdén.

En la ducha, Takano le abrazó por detrás, con anhelo. El agua caía.

—Oda… Oda… Oda…

Takano besó la nuca y los hombros del hombre. Este puso jabón en el estropajo. El joven dijo sin pena:

—Ya que está allí, láveme la espalda.

Takano deslizó con cuidado sobre la piel tierna y cremosa.

De pronto paró y asombrado dijo:

—¿Quién te hizo esto!

Takano quería tocar el área y a la vez temía lastimarlo. Era una marca violeta-rojiza  debajo del omoplato derecho.

Oda simplemente chasqueó sin decir nada.

—Pensé que una de tus reglas era que… sin chupetes.

Si Takano esperaba una explicación, tendría que esperarla por el resto de su vida. Oda le arrebató la esponja y continuó limpiándose.

Takano temía mencionarlo, sin embargo dijo:

—Oda… ¿Estás molesto por haberte llevado a la estación? No fue cosa mía…

Ni una palabra, el sonido del agua sí que permaneció.
Oda respondió un momento después:

—Mmm… pues eso ya no importa, Takano… se ve que todo está bien… y no me han llamado…

Apartando al morocho de manera brusca, Oda apagó la regadera y salió. La bata puesta y la segunda toalla en su pelo.

Takano habló fuerte tras él.

—No me dijiste a mí, pero en la estación le dijiste a Kirishima de… ese hombre era cliente tuyo.

Aun con las manos en la cabeza, secándose el pelo, Oda se giró para mirar a Takano. Tenía las cejas fruncidas con una expresión de desagrado. Parecía querer hablar, pero solo negó y tiró la toalla del pelo al piso. Su cara confusa.

—¿Trajo cena?

Takano tomó la recién tirada toalla para secarse.

—Sí.

Oda en bata, Takano con la menuda toalla atada a la cintura, él sacó las cajitas de comida y las sirvió en los platos. Oda sacó dos tacitas de porcelana que guardaba en el buró.
Ambos se acomodaron en la pequeña mesa.

Nadie había preguntado por la mesita en la habitación de trabajo de este gigoló, de todas maneras, era una historia un poco tonta: El joven Oda la había conseguido tras la vergüenza de comer en el suelo con Takano, durante las primeras veces que él había llegado al burdel con comida.
Oda, descubriéndose a sí mismo poniendo las sillas con una leve felicidad, se sintió tonto; se preguntaba si había sido buena idea, ya que era poco probable que Takano continuara llevándole comida… sin embargo, hasta el día de hoy, había sido una gran idea.

Pero tampoco era como que las cenas con Takano fueran muy importantes para Oda…

 

—Oda… —Llamó Takano, iban a mitad de la cena. Parecía que había meditado sobre lo que diría a continuación durante la velada. Era posible que desde días anteriores lo hiciera.  —¿Qué opinarías de venir a vivir conmigo? Mi compañero de cuarto se fue… no es como si lo necesitara para pagar la renta, de hecho le di lugar por mero agradecimiento. Podríamos…

Takano se había quedado sin aire, tosió levemente y le sostuvo la mirada a Oda. Bajó la mano izquierda y sobre su pierna tamborileó los dedos. Tomó aire para continuar:

—…Podríamos…

Oda se rió y regresó la vista al plato.

—Ya le dije lo que quiero ¿Verdad? Estoy así de juntar la plata que necesito… —hizo un movimiento con los dedos índice y pulgar, como si los dedos estuvieran a punto de besarse.

¡Por supuesto que Takano lo sabía!
Entre madrugadas de adormilamiento lo había comentado hasta volver a dormir.
Pero ¿Eso impedía que vivieran juntos?
Podrían…

—Podríamos irnos juntos...

Oda suprimió con los labios una sonrisa. Negó con la cabeza.

¿Y si de verdad estaba “así” de cerca de irse?

Takano deseaba cosas buenas para Oda, de corazón.

Miró el cuarto: modesto, paredes beige, una cama, esta mesa, un buró bastante simple y el baño. Este lugar de paredes chorreadas era poco para el joven.
Su deseo, el de Takano, era alejarse de todo con Oda.
Estaba listo con los ahorros, y listo con la placa para entregarla por si les molestaba su romance con el chico.

Recordó la primera vez que vio a Oda.
Fue en la primer ronda con su entonces jefe, quien le mostraba la zona rosa. Mientras parqueaban la patrulla en la esquina del reconocido burdel, un grupo de jóvenes gigolós molestaba a su nuevo miembro y lo obligaron a dar su primer servicio.

—Buenas noches ¿Ustedes quisieran…?

El jovencito castaño se paralizó al ver al hombre mayor y su placa en el pecho, rojo de la vergüenza, solo pudo musitar un “disculpen”.

El anciano jefe se río de la gracia, y el joven Takano no pudo quitar los ojos de ese mozo inocentón.

Una vez a la semana era su turno de patrullar con su jefe, pues esa zona siempre fue bastante peligrosa. Takano fingía hacer labores de rutina y el jefe le descubrió “interrogando” al chico de ojos esmeralda en varias ocasiones.

Patrullaría esa zona con más frecuencia y libremente cuando fuera detective, así que Takano se esforzó en ello. Justo a tiempo, el castaño, Oda, dejó de ofrecerse ordinariamente en la acera: al tener popularidad, ya esperaba a sus clientes en la comodidad de un sillón en el vestíbulo del burdel.

El día en el que Takano recibió su placa, fue a buscarlo allí: Oda estaba solo, de brazos y pierna cruzada y la camisa semiabierta.
Caminó hacia él y dijo un “hola” descuidado, Oda se puso de pie, listo para llevarlo a la habitación.

Takano se había acercado disimuladamente al chico durante mucho tiempo, sabía su nombre y él había dado el suyo ¿Era posible que lo empezara a distinguir entre los hombres de su clientela?

—…Soy detective —dijo Takano, esperando el reconocimiento del muchacho.

Pero al chico no le interesaba guardar en la memoria a cada persona del burdel.
Oda se puso a la defensiva.

—¿Qué quiere?

Takano parpadeó y frunció levemente el ceño.

Yo solo…Vacilante, levantaba su placa.Yo he venido ¿Recuerdas? Con el oficial Rob.

Al fin, Oda relajó el rostro, pareció decir con toda ella “oh”. Entonces había alguien a quien sí recordaba…

—¿Qué hay de él? No lo he visto hace tiempo.

—Se retiró… hace tiempo.

—Oh…

Takano se prometió que Oda no lo olvidaría. Cada noche que pudo llegó a su habitación en el burdel, deseando volverse una estampa en las pupilas, en la mente, en el alma de aquel hombre.

Eventualmente llegaron a este punto: con duchas en pareja, mesa y tacitas de porcelana… y la cama improvisada en el piso.

Takano, tan obstinado como era, no quería compartir el mismo lecho de aquellos hombres. Con un montón de sábanas, el rincón de la habitación empezó a parecerse a un nido.

En ese nido solo dormían.

A veces se tocaban sin llegar a más, pero siempre, Takano dejaba dinero.

Para Oda, ese dinero sin esfuerzo era como bendición, para ser honestos. No pensaba ponerse digno ni con penas, sin embargo, el hombre mayor dejaba entrever una situación matrimonial con ese acto y eso era bastante raro y escalofriante, a su parecer.

—Lo digo en serio —continuó Takano, poniéndose una camisa. —Quiero que vivamos juntos. Si quieres irte del país, iré contigo.

Oda acomodaba las almohadas en el piso, sabía que Takano no lo miraba e hizo un gesto de desagrado. Intentando no sonar tan hostil, respondió:

—No. Además, me iré la semana que viene.

Oda se lanzó a las sábanas y Takano, aún de pie, lo miró con sorpresa.

—…No dijiste…

Oda chasqueó

La lámpara todavía encendida, la habitación en penumbra. Se oían golpes sordos tras las paredes, es que sus colegas sí tenían trabajo. Picoteos y murmullos que se volvían arrulladores.

Takano gateó hacia Oda.

—Yo… No dijiste. Tendría que renunciar y…

Oda se giró sobre la almohada.

—¡Ya basta! —Oda se removió para alejarse. —Mire en lo que me ha metido.

Takano tenía el ceño fruncido, guardó silencio.

—¿Qué? —susurró después de un momento.

 

Oda giró y vio a Takano a los ojos, continuó hablando sin miedo.

—No he debido decirle a usted que él me mordió anoche… y tengo esa porquería en mi casa aún. No quiero tenerla más allí.

Ambos se escrudiñaron las caras.

Oda continuó: —En la estación dijo que declarara lo que supiera… ¿Por qué?

Takano parecía divagar.

—De todas maneras, no dije que él fue mi cliente anoche, dije que fue de la semana pasada ¿Eso me meterá en problemas?

Takano quieto, parecía que sus ojos de miel se fugaban a diferentes puntos de la habitación. La débil luz ámbar le difuminaba la cara.

Poco a poco regresaba de sus propios pensamientos, frunció el ceño.

—Estoy… empezando a recordar que vine a verte ayer…

 

El enfado de Oda pasó a duda, pronto a desconfianza.
No durmió, pero esperó a que Takano lo hiciera.

 

 

 


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