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¿Es el fin del amor? por Kitana

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Notas del capitulo:

Lamento la tardanza, aqui esta el nuevo capítulo, espero que sea de su agrado

Luego de que Milo se fuera, Camus se quedó a solas en la cocina sin saber qué era lo que debía hacer a continuación. De pronto no quería pensar en ello, ni en las consecuencias. Lo más sencillo era, evidentemente, quedarse callado, fingir que nada había ocurrido. Pero era una piedra demasiado pesada como para llevarla encima, lo que había hecho no estaba bien. Sin importar lo que Milo dijera ni lo bien que se hubiera sentido. Había actuado irracionalmente. Había cedido a sus deseos y los de Milo, sin pensar en las consecuencias. Ni siquiera le había pasado por la cabeza Hyoga.

 

Se sentía terriblemente mal. Hyoga no se merecía eso. Cansado de sentir pena por sí mismo, Camus decidió que necesitaba ocuparse en algo para dejar de pensar y sentir lo que estaba sintiendo.

 

Después de darse una ducha, Camus puso manos a la obra. Lavó la ropa que se había acumulado en el cuarto de lavado desde hacía tres semanas, cambió las sabanas y todas las cortinas. Limpió cada objeto, cada rincón del departamento hasta dejarlo reluciente. Para cuando terminó, el sol estaba a punto de esconderse en el horizonte y el ruido de su estómago le recordó que no había comido nada desde esa mañana. Cansado, se tumbó en el sillón y de nuevo su mente volvió a lo que le preocupaba. El teléfono sonó, recordándole que no estaba tan solo en el universo como le hubiera gustado creer. Era Hyoga, cosa que lo hizo sentirse aún más culpable, se había olvidado por completo de él.

— Hola, ¿cómo está Isaac? — le preguntó, luchando con la culpa que sentía y lo avergonzado que se sentía por no haberlo llamado.

—Se encuentra mejor, la cirugía salió muy bien, aunque el médico quiere mantenerlo en observación unos días más. Calculan que dejará el hospital en una semana.

—Excelente, me alegro por él.

—Mamá llegó hace un rato, así que ya no tendré que hacerme cargo solo.

— Esas son buenas noticias.

—En especial para mí —dijo Hyoga, Camus se sintió aliviado, al menos él no había preguntado nada sobre la boda —. ¿Quieres cenar? Mamá cuidará a Isaac esta noche y yo quiero estar contigo.

—Sí, ¿por qué no? ¿Quieres salir?

—Si no te molesta, preferiría que nos quedáramos en casa, estoy realmente cansado.

—De acuerdo, ¿viene so voy a tu departamento?

—Iré yo, estoy cerca. ¿Pepperoni o margarita?

—Tú elige — Hyoga sonrió al otro lado de la línea.

—Será pepperoni, ¿quieres una copa de vino o alguna bebida en especial?

—Pondré a enfriar una botella de vino, recuerdo que tengo una por aquí…

—Bien, no tardo.

—Te espero — Camus colgó sintiéndose la peor criatura sobre la faz de la tierra. ¿Qué demonios estaba pensando al actuar como sí no pasara nada? Hyoga se daría cuenta en cualquier momento de que le escondía algo y no sabía como iba a responder sí es que él le preguntaba directamente.

 

Hyoga llegó casi una hora después, con una pizza de pepperoni y una ración doble de esos palitos de queso que volvían loco a Camus. además, había traído consigo un litro de helado del sabor favorito de Camus: menta con chispas de chocolate. Hyoga dejó que fuera Camus quién eligiera la película, también lo dejó acurrucarse contra él mientras cenaban y veían esa película a la que ninguno de los dos ponía atención, aunque por distintas razones. Hyoga no dejaba de pensar en que el estado de Camus se debía a que durante la boda había recibido el mismo trato que en aquella fiesta a la que lo había acompañado. Camus, por su parte, seguía lidiando con la culpa que le generaba haber sido infiel. No creía merecer que Hyoga se preocupara tanto por él, que cuidara de él como lo estaba haciendo. Era evidente que su novio estaba esforzándose por hacerlo sentir mejor. Pero no había nada en la faz de la tierra que lo hiciera perdonarse por lo que había hecho.

 

Por su parte, Hyoga seguía pensando que todo lo que hacía falta para que Camus se sintiera mejor era confortarlo, cuidar de él de la mejor forma posible. Necesitaba, sin duda, algo de amor físico. Por eso dio el primer paso, esperando que Camus le respondiera como solía hacerlo cada vez que él tomaba la iniciativa. Lo besó con intensidad y comenzó a acariciarlo por encima de la ropa. Camus no lo rechazó, ni se opuso de ninguna forma, al contrario, de inmediato reaccionó a las caricias de su novio, aunque con menor entusiasmo que el que Hyoga mostraba en esos momentos. Ambos eran betas, y Hyoga fue incapaz de notar que en el cuerpo de Camus aún quedaban rastros del aroma de Milo.

 

Camus no tuvo el valor suficiente como para rechazarlo cuando Hyoga comenzó a quitarle la ropa. El hombre de cabellos rojos suspiró con los ojos cerrados mientras las manos de su novio le quitaban la ropa lentamente, amorosamente. Camus no se había percatado de cuanto lo amaba Hyoga en realidad. Hasta ese momento, no había mesurado los sentimientos de su novio. Cuando los ojos de ambos se encontraron, sólo en ese momento, Camus pudo entender la magnitud de los sentimientos que Hyoga albergaba hacia él. Supo, también, que sin importar lo que dijera, lo que hiciera, ese amor no iba a desvanecerse ni a menguar ni un poco. No, ni siquiera el saber que había pasado la noche con Milo, con un alpha, haría que Hyoga dejara de amarlo. Quizá lo odiaría, un poco, un tiempo, pero no dejaría de amarlo. Ese pensamiento lo paralizó. Hyoga iba a perdonarle todo gracias a ese amor que sentía por él. Un amor que no era recíproco. Porque no lo amaba y en ese momento entendió que no lo podría amar mientras Milo siguiera presente en sus pensamientos y en su vida.

 

Por su parte, Hyoga se sentía más que enamorado, más que pleno al lado de Camus. no había sido fácil acercarse a él, ni que le permitiera estar a su lado. Hyoga no sólo amaba a Camus, también amaba la idea que tenía de lo que eran juntos, de lo que podrían alcanzar juntos. Sin lugar a dudas, lo amaba profundamente, más allá de lo que había amado a alguien antes que a él.

Para Hyoga era simplemente imposible no ser correspondido, Camus le había mostrado interés y afecto, pero él no lograba comprender que eso no era amor. Creía que ese afecto tibio y tímido que Camus le profesaba sólo necesitaba desarrollarse, que Camus necesitaba liberarse, y que de esa manera los sentimientos de Camus terminarían convirtiéndose en una pasión tan abrasadora como la que él sentía por Camus.

 

Esa noche hicieron el amor un par de veces. Cerca de las once, Hyoga se fue del departamento de Camus. debía volver a casa y reunirse con su madre. Además, al día siguiente tenía que levantarse temprano e ir al trabajo. Camus, como era su costumbre, no lo retuvo, aunque en el fondo quería hacerlo. No quería estar solo y pensar, sentirse tentado a llamar a Milo y hundirse de esa manera un poco más en sus mentiras.

 

Una vez a solas, el impulso fue más fuerte que su consciencia y no tuvo la entereza para resistirse. Terminó marcando al número que Milo le había dado. Cuando él le contestó, Camus sintió que su corazón latía con más fuerza. El teléfono había timbrado tanto que creyó que él no respondería y se disponía a colgar. Pero ahí estaba la voz de Milo, profunda y masculina, acariciante.

—Creí que no me llamarías, es algo tarde — dijo Milo al otro lado de la línea.

—Yo…estuve algo ocupado. Tenía muchas cosas que hacer en casa.

—Entiendo. Bien, me llamaste, eso debe significar algo, ¿no?

—Supongo que sí.

—En ese caso… quiero verte. ¿Podrías el martes?

—Pero yo…

—Si no puedes está bien, sólo avísame. Te envío la ubicación del lugar donde nos encontraríamos y tú decides si vas o no, ¿de acuerdo?

—No sé si debamos seguir alentando esto.

— ¿Por qué no? ¿Por mi esposo y por tu novio?

—Por ellos y porque no me siento cómodo con esta situación.

—No diría que cómodo es como me siento, pero la verdad es que no me había sentido así de bien en mucho tiempo, Camus. además, quizá sólo charlemos, como viejos amigos ¿qué hay de malo en eso?

—Nada, en realidad…

—Retomemos la amistad, Camus, me debes al menos eso.

—Milo… —le disgustó la manera en que Milo le hablaba, pero una parte de él le decía que era verdad, al menos eso le debía después de arruinar las cosas como lo había hecho.

—Entonces, ¿cuento contigo?

—Sí, está bien. Te veré el martes.

—Mejor que sea mañana, tengo muchos deseos de verte.

—Esta bien —cedió Camus, abrumado por la forma en que Milo estaba hablándole.

 

A la mañana siguiente, Camus se levantó más tarde de lo debido. Había dormido poco y mal. Se sentía mal, física y emocionalmente. De cualquier forma, debía presentarse a trabajar, eso era algo no negociable.

 

Milo, por su parte, había tenido un despertar no muy agradable, aunque había dormido como un bebé. Afrodita tenía otro de esos días. Se suponía que acudirían a la revisión médica de rutina, pero Afrodita se negaba a que Milo lo acompañara,

—Sí no quieres que te acompañe, está bien, sólo llama a tu hermano o a Gaetano, que uno de ellos te acompañe — dijo Milo cubriéndose el rostro con las manos. Afrodita lo miró verdaderamente sorprendido —. Lo único que me interesa es que no vayas solo a la consulta.

— ¿Estás seguro? — dijo Afrodita.

—Sí, estoy seguro. No quiero discutir, ¿de acuerdo?

—Está bien, llamaré a mi hermano — dijo Afrodita, extrañado por la conducta de su esposo. Durante todo su matrimonio, Milo jamás había cedido tan fácilmente.

 

Milo se fue a la oficina sin despedirse. No estaba interesado en que Afrodita encontrara algún motivo por el cual discutir. En realidad, estaba de buen humor, la charla con Camus le había sido más que agradable, no podía negarlo. Quería estar calmado, sereno, y Afrodita no lo ayudaba en ello. Camus sí. Por eso había insistido en verlo ese mismo día, a pesar de Afrodita, del novio de Camus y de su propia conciencia.  No le importaba demasiado que su esposo se enterara. Afrodita le había dejado muy claro que no estaba interesado en mantener su matrimonio después de que el bebé naciera. ¿qué mas le daría si se enredaba con Camus o con cualquier otro después de él?

 

Afrodita acudió al médico sin dejar de pensar en que Milo estaba actuando raro. Él, como todos los alphas, no cedía tan fácilmente como lo había hecho esa mañana. Algo no andaba bien. Definitivamente algo no andaba bien y eso no lo dejaba estar en paz. Al salir de la clínica, Albafica notó lo inquieto que él estaba.

—Dido, ¿te encuentras bien? Te ves nervioso.

—No es nada, no pasa nada.

—¿Estás seguro?

—Milo está actuando raro. No sé que le pasa, pero estoy seguro de que hay algo.

—Dido, querido, ¿no se supone que no te interesa lo que él haga?

—Tú no entiendes nada — dijo Afrodita molesto.

—Es cierto, no entiendo nada, no lo toleras y ¿de pronto estás muy preocupado porque no es el de siempre? Tienes toda la razón, no entiendo nada.

—Albafica…

—Deberías venir conmigo a casa y olvidarte de todo. Insistes en que te divorciarás en cuanto el bebé nazca, ya te falta poco, ¿por qué no vienes a casa conmigo y dejas de pasarlo mal en el departamento de ese hombre? No estás feliz ahí, Dido, no lo estás, eso podría hacerte daño, ¿lo sabes?

—Tengo que estar ahí, al menos hasta que nace el bebé. Lo sabes, sí no estoy con él, algo podría salir mal con el embarazo. Es su bebé, tengo que estar a su lado.

—El médico podría darte algo para sobrellevar la separación, no tienes que estar junto a él necesariamente. No sí tú no quieres.

—Te agradezco la preocupación, pero no voy a cambiar de opinión, Albafica, me quedaré a su lado hasta que el bebé nazca. En cuanto eso pase, inmediatamente me iré a casa contigo, ¿de acuerdo?

—No estoy de acuerdo, pero sí esa es tu decisión, te apoyaré.

—Gracias, hermano.

—Vamos a almorzar, me muero de hambre, luego te llevo a casa.

—No iré a casa, Tano y yo vamos a ir de compras.

— ¿No estoy invitado?

— Sólo si quieres tolerar un maratón de compras como los que acostumbro cuando estoy con Tano.

—En ese caso, no cuentes conmigo querido. Me llamarás cuando estés en casa, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. Te llamaré en cuanto pise el departamento.

—Más te vale, ahora vamos a almorzar, de verdad muero de hambre.

 

Los hermanos almorzaron en un lugar cercano al sitio donde Afrodita había acordado encontrarse con Gaetano, su mejor amigo de toda la vida. Albafica se retiró, algo preocupado. No terminaba de convencerse que de verdad su hermano menor estaba bien. Desde su boda Afrodita se había ido amargando más y más, sin que pudiera hacer nada para evitarlo, ni él ni nadie. Su hermano menor era demasiado obstinado.

 

Gaetano ya estaba esperando a Afrodita en el lugar acordado cuando los hermanos llegaron. El hombre sonrió ampliamente al contemplar a su amor platónico al volante. Había estado enamorado de Albafika desde que lo conociera años atrás. Había sido amor a primera vista, no correspondido, pero que se había encargado de mantener vivo de todas formas.

— ¿Cuál será la primera parada? — preguntó Gaetano.

—La oficina de mi esposo.

— ¿Te volviste loco?

—Sólo quiero decirle que todo está bien con el bebé.

—Entonces llámalo por teléfono.

—Necesito comprobar algo.

— ¿Sobre tu esposo?

—Sí, sobre él.

—Preferiría soportar tu maratón de compras a soportar a tu esposo.

—No tendrás que soportarlo. Sólo iremos a observar.

—¿Es decir que no entraremos?

—Sólo yo iré y tú me esperarás en el auto, ¿estás conforme con eso?

—Sí, creo que sí.

— ¿Por qué lo odias tanto?

—No es que lo odie, sólo no soy capaz de tolerarlo.

—A veces yo tampoco lo tolero.

 

A Milo le sorprendió mucho la presencia de Afrodita en su oficina. En todo el tiempo que llevaban casados él jamás se había aparecido por ahí, algo debía estar sucediendo.

—Hola — dijo Afrodita mientras se sentaba frente al enorme ventanal que dominaba la oficina de Milo.

—Hola, ¿qué te trae por aquí?

—Sólo vine a decirte que todo esta bien con el bebé. Estabas muy interesado en saberlo, ¿o no es por eso que querías ir conmigo a la consulta?

—Sí, claro que estoy interesado.

—Entonces querrás ver esto — dijo Afrodita mientras ponía sobre el escritorio de Milo la USB donde el médico había puesto la grabación del ultrasonido de ese día.

—Bien, gracias —dijo Milo sin saber que más decir o hacer.

—Me voy, Tano está esperándome.

— ¿Irán de compras otra vez? —Afrodita sonrió.

—Si, tal vez, aún no lo he decidido —mintió el omega.

—No sabes mentir, ¿lo sabías?

—Da igual, gasto mi dinero, no el tuyo, no tendría que importarte la frecuencia con la que voy de compras.

—Era demasiado bueno para ser verdad…  — murmuró el alpha, francamente contrariado.

—Te veré en casa para cenar.

—Hoy no. Tengo una cena de negocios.

— ¿Con quién?

—No tengo por qué decírtelo.

—Es cierto. Suerte. Te veré cuando te vea — dijo Afrodita antes de abandonar la habitación, no sin antes haber liberado una buena cantidad de sus feromonas como si estuviera marcando su territorio. Milo de inmediato se puso alerta. Él estaba sospechando algo.

Notas finales:

Si no sucede nada extraño, aqui nos veremos la proxima semana, bye!


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