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¿Es el fin del amor? por Kitana

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Notas del capitulo:

Hola, hola, disculpen el retraso, feliz martes

Tras despedirse de Camus, Milo volvió a su oficina. Tenía demasiadas cosas pendientes. A penas llegar, llamó al abogado que llevaba sus asuntos personales y pidió una cita para la siguiente semana. Le había dicho la verdad a Camus. estaba decidido a terminar su matrimonio con Afrodita. Faltaba muy poco para que su aún esposo diera a luz.  Necesitaba estar preparado.  Una vez que el bebé naciera, las cosas se precipitarían. Ni siquiera se le había ocurrido que necesitaría de un lugar para vivir, porque ni loco se quedaría en el departamento, estaba repleto de malos recuerdos.


 


Daba por sentado que, tras el parto, Afrodita querría irse a casa de su hermano para recuperarse y cuidar del bebé. No era lo usual, pero su esposo estaba ansioso por dejarlo a un lado y era lo más lógico pensar que eso sería lo que pasaría. Él tampoco iba a volver al departamento. Viéndolo de esa manera, las cosas se resolverían con mayor facilidad de la que había creído en un principio. Estaba a punto de darle a Afrodita lo que más quería, así que no habría conflicto.


 


Tras agendar la cita con el abogado, Milo se sentía mucho más tranquilo. No había mucho más por hacer, sólo esperar. Tampoco tenía mucho que pensar al respecto, en su mente todo estaba muy claro. Dejaría todo en manos del abogado, justo como debió hacer desde el inicio en vez de jugar al amante esposo con Afrodita. Todo lo que debía hacer era conservar la calma y no caer en las provocaciones de Afrodita. Cuando todo pasara, quizá volvería a mudarse con Kardia, al menos por un tiempo. Necesitaba pasar más tiempo con su hermano. Ya no iba a tomarse en serio la actitud de Afrodita. Se declaraba vencido por los caprichos del omega y por su desdén, si no lo quería a su lado, así sería. No iba a desgastarse más. Tampoco pensaba tomarse demasiado en serio lo que Camus decidiera. Pese a que tenía sentimientos por él, en el fondo aún estaba dolido por lo ocurrido en el pasado. Era algo que no iba a olvidar tan fácilmente. Además, siendo las cosas como era, Camus bien podría decidir que quería quedarse con su novio y ahorrarse el montón de complicaciones que una relación con él le traería.  Esa era una posibilidad, y además, una de las cosas que le impedía confiar plenamente en Camus.


 


No sentía que las cosas pudieran salir bien entre ellos tampoco esta vez. En su situación, Milo quería sentirse seguro de algo, por pequeño que fuera, pero, al parecer, esa pequeña certeza se le negaba en todas partes.  Tenía la impresión de que en su vida nada era seguro y que todo podía caerse a pedazos en cualquier momento.


 


Cansado, Milo decidió que, al menos por esa tarde, se concentraría en el trabajo y dejaría de lado su vida personal.


 


Luego de un par de horas, se había enfrascado en la revisión de algunos proyectos de contrato que requerían de su atención. Su secretario lo interrumpió. Le dijo que tenía una llamada urgente del hospital donde Kardia estaba internado. Milo no dudo ni un momento en tomar la llamada. Sin mucho preámbulo, el médico le pidió que se presentara en el hospital de inmediato. Kardia se encontraba grave y no había tiempo que perder. Sin más, Milo dejó todo a un lado y se dirigió a toda velocidad al hospital. En cuanto llegó, el médico a cargo lo hizo pasar a su privado. Milo estaba ansioso y lo único en lo que podía pensar era en ver a su hermano, o al menos saber que lo peor había pasado y él se encontraba bien. Lo primero que notó fue que el médico estaba más nervioso que él, esa no era una buena señal. Perdió la poca paciencia que tenía y se disponía a exigir una explicación.


 


El médico titubeó un poco. Pero finalmente comenzó a hablar. Había llegado tarde. Kardia había fallecido antes de que él llegara. Milo se desmoronó.  ¿Qué haría ahora? ¿De qué manera podría seguir adelante? No tenía idea. Estaba a la deriva. Solo se le ocurrió llamar a Aiolia. Su mejor amigo, el único con quién podía contar en esos momentos. Cuando Aiolia contestó el teléfono, Milo solo divagaba, al final, Aiolia comprendió lo sucedido y trató de confortarlo de la mejor manera, cosa imposible dada la situación. Aiolia le dijo que lo alcanzaría en el hospital, que se quedara donde estaba y de inmediato iría a apoyarlo.


 


Para Aiolia era obvio que Milo había quedado devastado. Kardia era lo más cercano a un padre que su amigo había conocido. Siendo un muchacho, Kardia se había hecho cargo de él al morir los padres de ambos. Al verlo, Aiolia tuvo claro que su amigo estaba roto y totalmente desorientado. Milo ni siquiera puso atención en que su amigo no había llegado sólo, lo acompañaban su hermano y su esposo. El joven matrimonio terminó haciéndose cargo de todo, mientras Aiolos se encargaba de Milo. Milo no tenía cabeza para nada en ese momento, era como si todo se hubiera desvanecido con la muerte de su hermano.


 


Tanto el matrimonio como Aiolos se sorprendieron con el estado de Milo. No lloraba, no emitía ni siquiera un sonido, se mantenía en un silencio hosco y tenaz que ni siquiera su mejor amigo pudo romper. Solo estaba ahí, sentado junto al cuerpo de su hermano, mirando al vacío mientas sostenía un cigarrillo que terminó por consumirse entre sus dedos. Aiolos se quedó a su lado, esperando, intentando tranquilizarlo, sin mucho éxito.


 


Más tarde, Aiolia volvió. Se sentó junto a su mejor amigo y tomó su mano. No sabía como decirle que había llegado el momento de que la funeraria se llevara el cuerpo de Kardia.


— Milo, es hora, tienen que llevárselo —murmuró con todo el cuidado del que fue capaz.


—Sólo… sólo denme un momento a solas con él, para despedirme. Luego pueden llevárselo, ¿de acuerdo? Diles… por favor — respondió Milo torpemente.


—Lo haré. Aiolos y yo saldremos, ¿está bien? —Milo asintió en silencio. Una vez que los dos omegas salieron, Milo se acercó un poco más a la cama donde yacía el cadáver de su hermano.  Los ojos se le llenaron de lágrimas que no se molestó en contener.


—Sabíamos que esto iba a suceder, ¿verdad? Tarde o temprano, pero no significa que duela menos. Tampoco que sea fácil, ¿me entiendes? No sé que voy a hacer ahora… no sé como va a ser mi vida sin ti. No tengo idea de que voy a hacer sin ti. Lo siento… no pude cumplir lo que te prometí… él… él no me quiere a su lado y yo no sé como hacer que me ame… lo siendo, de verdad lo siento… no pude… — dijo, luego besó la frente de su hermano, lo abrazó por un momento y finalmente cubrió su rostro con la sábana. Kardia ya no estaba y todo lo que quedaba por hacer era seguir adelante, con los consejos de su hermano, aún si no sabía sí podría.


 


Abandonó la habitación, estaba lleno de una tristeza profunda, tanto como jamás la había sentido en su vida. Nunca antes había perdido a alguien que le importara tanto como Kardia. La muerte de sus padres había ocurrido cuando él no tenía más que tres años de edad, no tenía recuerdos de ellos. Sin Kardia, sentía que se había quedado sin nada. Lo único que le quedaba era la ilusión, la esperanza que le daba su hijo por nacer. Fuera de ese niño no le quedaba nada más por qué luchar. Pero tenia que considerar que Afrodita podía llevárselo alejarlo de él. La idea le hizo hervir la sangre. Eso era algo que no podía permitir, la razón y el instinto coincidían como pocas veces, no podía dejar ir a su hijo. Aunque no quería pensar en ello, la idea se retorcía frente a sus ojos una y otra vez. Afrodita se iría, pero no su hijo. Permanecería en su vida. Sin importar el rechazo de Afrodita. Su hijo era otra historia.


 


Cuando se encontró con Aiolia en el corredor, dejó que su amigo lo abrazara e intentara confortarlo a la manera de los omegas. Realmente necesitaba un poco de eso en esos momentos.


—Nos hemos hecho cargo de todo… ya no tienes que preocuparte por los preparativos.  Shura y Aiolos irán con él a la funeraria, si no te molesta. Así no estará solo.


—Gracias… a todos. No me va a alcanzar la vida para agradecerles esto.


—No tienes que agradecer. Somos más que amigos y no necesitamos que nos agradezcas nada.


—Gracias, de verdad, Lía.


—Te llevaré a casa, ¿esta bien? Tienes que cambiarte y decirle a Afrodita.


—Sí, debería cambiarme, pero… —se detuvo, Aiolia no tenía idea de lo que sucedía entre él y su esposo. No era el momento para hablar de ese asunto. En realidad, no quería hacerlo, sí lo hacía, sería mucho más real.  Quería decírselo a Aiolia, pero, era mejor no hacerlo en ese momento, sin importar esa opresión en su pecho, sin importar la rabia ni la frustración. Tenía que quedarse callado, sólo hasta que naciera el bebé. No le importaba quedar como el villano de la historia si se sabía lo suyo con Camus, ni la opinión de todos cuando se supiera que se divorciaría a penas Afrodita diera a luz. Ya no importaba nada de eso. Sólo su hijo.


 


Aiolia condujo rumbo al departamento de Milo y lo esperó en el estacionamiento. Le había dado las llaves del auto, no se sentía capaz de conducir. Cuando Milo entró al departamento, Afrodita se sorprendió. Era temprano para que volviera del trabajo y no recordaba que tuvieran algún compromiso al que tuvieran que asistir juntos. Le sorprendió más la actitud de su esposo. Milo ni siquiera saludó. Afrodita no le habló tampoco. Pese a lo extrañado que estaba, se quedó callado y observó a Milo deambular por el vestidor que compartían.


—¿Buscas algo? — terminó por preguntarle al ver que Milo revolvía una y otra vez los cajones.


—Mi corbata negra.


—Tercer cajón de la derecha —dijo el omega desde la puerta del vestidor.  Milo permaneció agachado un momento y luego habló con un tono que en todo el tiempo que llevaban juntos Afrodita jamás le había escuchado.


—Mi hermano…mi hermano murió —dijo Milo sin mirarlo —. Yo… tengo que ir a su funeral, no voy a pedirte que estés ahí porque sé que no lo deseas. Sólo quiero que te enteres por mí y no por alguien más — dijo mientras comenzaba a desvestirse.


—Lo lamento — dijo Afrodita, sorprendido. En realidad, no sabía que hacer o qué decir.


—Gracias — murmuró secamente Milo. Afrodita lo dejó a solas y se dirigió a la cocina. Estaba confundido. No sabía que hacer. Llamó a su hermano para pedirle consejo. Albafica le dijo que lo correcto era que fuera con él al funeral. Debía estar con su esposo, sin importar como estuvieran las cosas entre ellos. Afrodita dudó. No estaban en los mejores términos y su esposo podría tomarse a mal su presencia. Era claro que Milo no estaba bien y considerando los últimos roces que habían tenido, no estaba seguro de que lo más conveniente fuera estar a su lado.


 


De cualquier forma, Afrodita no tuvo tiempo de decidir nada, Milo se fue sin decir nada. No se atrevió a llamarlo por teléfono. Ni siquiera sabía a donde habían llevado a Kardia para su velorio. Habría querido decir adiós. Su cuñado siempre había sido amable y respetuoso.


 


Para nadie era una sorpresa que Kardia falleciera. Había estado muy enfermo durante meses. Su enfermedad era grave y no tenía cura. Sin embargo, Afrodita no dejó de sentirse consternado. A solas, la inquietud de Afrodita creció. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Qué podía decirle a Milo en semejante momento? Recordaba la muerte de sus padres y se daba cuenta de que nada de lo que pudiera decir le serviría de consuelo. Porque Kardia era lo más parecido a un padre que Milo había tenido.


 


Afrodita llegó a la conclusión de que Milo no lo quería cerca, lo mejor era quedarse en casa y esperar a que volviera a casa para continuar fingiendo que eran un matrimonio feliz. No era un buen momento para intentar acercarse a él. Mucho menos para decirle que estaba arrepentido y que sentía mucho haber actuado como un perfecto imbécil.


 


Las cosas estaban muy tensas entre ellos. Aunque Milo ya no hablara con él, Afrodita sabía que las cosas no estaban bien. Milo había cambiado, a penas pasaba tiempo en casa, a penas le dirigía la palabra para lo indispensable y lo dejaba salirse con la suya la mayor parte del tiempo sin discutir. Era absurdo creer que todo eso cambio en Milo se debía sólo al amante de su esposo. Había algo más, algo que de verdad le dolía a Afrodita. Milo se había rendido con él. Las cosas entre ellos habían cambiado y ni siquiera se había dado cuenta de en qué momento comenzaron a cambiar. Podía buscar mil justificaciones, mil pretextos, pero, en realidad, tenía bien claro que el principal responsable era él. Había sido en buena medida su culpa el que las cosas estuvieran así de mal entre ellos. Cada vez que Milo intentó acercarse, cada vez que había hecho algo para intentar que su relación progresara, Afrodita había respondido con rechazo y desprecio. ¿Qué esperaba que sucediera? ¿Qué Milo le tomara el gusto al maltrato? Eso era imposible.


 


Milo no se había rendido tan fácilmente, esa era la verdad. Él había hecho más de lo necesario. Había tolerado de todo.  Milo se había esforzado. Lo había complacido en todo, en cada capricho, en cada petición, hasta en los detalles más pequeños, y él le había escupido en la cara una y otra vez.


 


Sin duda, había actuado muy mal. No había tenido en cuenta nada más que sus propios deseos y sentimientos. Jamás le pasó por la mente que podría llegar a sentirse así cuando Milo optara por alejarse. Jamás consideró que Milo podría haber estado enamorado de él. Ni que eso que había llegado a sentir por su esposo podría ser más fuerte de lo que había pensado. No imaginó que su matrimonio podría haber funcionado sí solo hubiera cooperado un poco. Jamás se le ocurrió que Milo pudiera llegar a sentir algo genuino por él.


 


Afrodita no era ingenuo y comprendía que para esos momentos podía ser ya demasiado tarde como para intentar arreglar su relación con Milo. Al principio todo entre ellos había sido maravilloso, casi había sido feliz. Tal vez lo habría sido de no pensar constantemente en que Milo y Saga estaban cortados con la misma tijera. En ese momento quería creer que quizá aún le quedaba tiempo para recupera r a su marido. Había sido egoísta y tonto de su parte no aceptar lo que Milo le ofreció.  Cuando lo conoció un poco más, creyó que Milo era alguien en quién podía llegar a confiar. Era inteligente, decidido, abierto, honesto, todas esas cosas que Afrodita valoraba en otras personas y que había creído encontrar en Saga. Lo había visto como a alguien que deseaba que permaneciera en su vida. El embarazo había cambiado las cosas, no era algo que Afrodita esperara ni deseara, mucho menos en las circunstancias en que se dio. Milo había reaccionado mucho mejor que él y era evidente que amaba a su hijo por nacer.


 


Tenía que admitir que en esos momentos no tenía ninguna certeza de que las cosas salieran bien. Si lo intentaban, quizá podrían llegar a un buen acuerdo y no acabarían despedazándose uno al otro por la custodia del niño. Pero era absurdo pensar que terminarían siendo amigos y felices. Había demasiadas cosas en el medio, entre ellas el amante de Milo. Afrodita lo había notado desde el primer día. El que no fuera como muchos omegas y le pusiera demasiado empeño a conservar a su marido, no significaba que no le importara. Después de todo, era un omega, tenía instintos de omega y era condenadamente territorial.  Sabía que Milo olía a alguien más, pero aún no lograba definir quién era, aunque vaya que lo intentaba.


 


Afrodita supo que ese era el momento de la verdad. Si no hacía algo para recuperar a Milo, no sólo él perdería, también su hijo. En realidad, se dijo que ya no tenía nada que perder. Tampoco tenía tiempo. Llamó a Gaetano y, como de costumbre, le pidió ayuda. Necesitaba a su amigo, a su cómplice de siempre si iba a lanzarse a esa aventura. Gaetano le dijo que iría de inmediato.  Afrodita sólo tenía que averiguar dónde estaba su esposo. Pero esa era la parte fácil.


 


Mientras Afrodita divagaba, Milo, luego de abandonar el departamento fue a reunirse con Aiolia para emprender el viaje al sitio donde se llevarían a cabo las exequias de su hermano.


— ¿Afrodita no viene? —preguntó Aiolia al notar que su amigo volvía solo. Milo se quedó mudo por un segundo.


—Él… nos verá allá —balbuceó mientras buscaba su teléfono. No se había detenido a pensar en que la ausencia de su esposo iba a despertar sospechas que no necesitaba despertar.  Aiolia iba a pedir explicaciones que no estaba preparado para darle sí le decía la verdad. Para su mejor amigo, al igual que para el resto del mundo, su matrimonio, aunque inexplicable, era un matrimonio feliz.


—Entonces vámonos —dijo Aiolia antes de echar a andar el motor. Milo noto que Aiolia no parecía satisfecho con lo que le dijo, y se puso nervioso, ¿cómo iba a explicarle que Afrodita no iba a presentarse?  El alpha se cubrió el rostro con las manos por un momento. Necesitaba encontrar una solución y la solución más viable era suplicarle a Afrodita que lo acompañara en el funeral.


—Afrodita no tiene la dirección.


—Tranquilo, en cuanto llegues allá le compartes la ubicación y listo.


—Sí, eso haré, voy a mandarle un mensaje para avisarle —dijo Milo, Aiolia sonrió, después de todo, Milo y Afrodita a sus ojos eran un matrimonio normal.


—De acuerdo —dijo Aiolia, se concentró en el camino y se olvidó de las dudas que había tenido antes. Milo se apresuró a escribirle a su esposo.


 


Un sorprendido Afrodita recibió el mensaje. Milo le pedía que lo acompañara en el funeral de su hermano y le decía que más tarde le daría los datos de a donde debía ir. El omega sonrió complacido. Aunque no fuera por los motivos que él quería, Milo lo necesitaba a su lado. Después de todo, Milo aún no estaba listo para mandar todo al demonio. Le contestó de inmediato que Gaetano lo llevaría a donde fuera. Milo sólo respondió “OK”. Por el momento estaba bien para Afrodita. Era un buen comienzo.


 


Milo estaba atravesando un mal momento; y, aunque fuera rastrero de su parte, Afrodita planeaba aprovechar la oportunidad para acercarse a él de nuevo. Llamó de nuevo a Albafica, le contó a detalle lo que estaba sucediendo y acordaron que en cuanto tuviera la información, le diría en donde iba a llevarse a cabo el funeral de su cuñado para que Albafica y Minos pudieran asistir junto a él. La familia tiene que apoyarse, dijo Albafica antes de colgar. Era obvio que su hermano no iba a permitir que pasara por semejante situación solo.


 


En cuanto tuvieron la dirección de la funeraria, Afrodita y Gaetano salieron hacía allá. En tanto, Milo seguía pensando que no estaba del todo seguro de querer a Afrodita a su lado en esos momentos. Sin embargo, tampoco era buen momento para encender el fuego de las habladurías. Despertar rumores antes de tiempo podría causar que perdiera a su hijo.


 


Afrodita lo sorprendió, llegó antes de lo que se había imaginado. Le sorprendió un poco que su cuñado y su esposo llegaran poco después, en realidad, no se le había ocurrido que el esposo de su cuñado podría querer asistir, después de todo, tenían buenos negocios más allá del vínculo familiar. Ni siquiera se le había ocurrido que debía avisar a alguien fuera de la familia de la muerte de Kardia. Eso significaba un nuevo problema para él. Sólo en ese momento pensó que estaba obligado a algo más. Como cabeza del grupo Antares, tenía que informar a los accionistas, a los empleados del corporativo. Tendrían que esperar a que tomara control de las acciones propiedad de Kardia. En lugar de concentrarse en su dolor, tenía que empezar a tomar acciones. Acciones concretas. Se alejó un poco de los asistentes para llamar a su asistente y al vicepresidente. Los puso al tanto de la situación y ordenó a su asistente que pagara la publicación de esquelas en los periódicos, y donde se realizaría el funeral. Tendría que lidiar con los medios, pero ya lo haría cuando llegara el momento. En ese preciso momento, lo mejor era dejar que la seguridad de la funeraria se ocupara de los indeseables. No quería que alguien que no tuviera su aprobación se acercara a su hermano.


 


Afrodita llegó justo en el momento en el que el personal de la funeraria colocaba el féretro de Kardia en la capilla ardiente. En medio de un silencio respetuoso, el omega se colocó junto a su esposo. Cuando notó que flaqueaba, tomó su mano, sin pensar, sin ninguna intención. A Milo le sorprendió ese gesto tan inesperado de apoyo de quién menos lo esperaba en esos momentos. Aunque no lo parecía, Afrodita entendía bien lo que Milo estaba pasando. Para Milo, Kardia era su padre. Afrodita había perdido a sus padres siendo más joven, aunque no tanto como cuando Milo perdió a los suyos. Por eso entendía cómo se sentía Milo. Había atravesado por algo similar cuando él y Albafica quedaron en la orfandad. Aferró la mano de Milo, recordando ese momento. A falta de palabras con qué expresar lo que sentía en esos momentos, con qué expresar su apoyo, quería que ese gesto le transmitiera a su esposo lo que sentía, su apoyo, que estaría con él hasta donde se lo permitiera.


 


Milo notó el aroma suave que emanaba de su esposo. Le vino a la mente uno de los escasos recuerdos que tenía de su madre. Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Se había quedado solo, tremendamente solo. No tenía padres, y ya no estaba Kardia. Todos se habían ido. Se había quedado completamente solo. No quería pensar en ello, en su dolor. Se dejó envolver por el suave y reconfortante aroma de Afrodita, por la ilusión de que él estaba a su lado y que podía contar con él. Necesitaba aferrarse a algo, a alguien para conservar lo poco que le quedaba de cordura en esos momentos, aún si sabia que el apoyo de Afrodita podía no ser real. Porque estaba seguro de que su esposo no albergaba ni una gota de amor por él. Solo le quedaba su hijo. Quería pensar sólo en él, en ese bebé que Afrodita llevaba en su vientre.  Ese niño no nato era su única esperanza, lo único real que existía en su vida.


 


Milo aferró la mano de Afrodita, miró hacía el lugar donde se encontraba el féretro de su hermano. Con Kardia se habían muerto un montón de cosas que a penas comenzaba a digerir.


 


El alpha quería creer que sería capaz de sobreponerse a la muerte de su hermano. Sin embargo, desde el instante mismo en el que supo que estaba solo en el mundo, se sintió incapaz de procesar lo que sucedía. La pérdida de Kardia era un golpe terrible para él, algo que no estaba listo para enfrentar pese a ser un adulto. Quería creer que tendría la fuerza para seguir adelante, que encontraría las razones para hacerlo, sin embargo, esa vocecita en su cabeza que le decía que todo estaba perdido, que todo estaba yéndose al demonio, comenzaba a tomar más y más fuerza. Por primera vez en su vida tenía la sensación de que estaba cayendo y no podía hacer mucho por impedirlo. Ni siquiera cuando Camus lo abandonó se había sentido así de desolado. Entendía que había perdido a su guía, a su verdadera ancla a la realidad.


 


En esos momentos, le vino a la mente Camus, lo que Kardia habría dicho de saber lo que tenía con él. No, no había hecho bien las cosas, lo más justo para todos hubiera sido que se alejara de Afrodita antes de iniciar algo con Camus o con cualquier otra persona. No, ninguno de los dos había hecho las cosas bien. Quizá lo mejor que podía hacer era hacerse a un lado y dejar que siguiera con su vida, como si no hubiera pasado nada entre ellos. No podía darle esperanzas de algo en lo que ni él mismo creía que tuviera futuro. Pero Camus seguía diciéndole que lo amaba, que de verdad quería estar con él sin importar nada, sin que todo lo que había alrededor de ambos pesara.


 


Quería creer en su amor, en que todo podía ser como en el pasado. Pero no dejaba de desconfiar, de pensar que Camus volvía sólo para burlarse de nueva cuenta de sus sentimientos. Había sido sincero, sentía algo por él. Pero no podía creer que Camus lo amaba y que esta vez no se iría. Quería creer que todo podría ser como cuando eran novios y él creía ciegamente en que, más allá de la biología, podían llegar a ser felices, que más allá de las feromonas, él y Camus estaban hechos el uno para el otro. Entonces creía que no tenía ninguna importancia que él fuera un alpha y Camus un beta. En ese tiempo, no habría sido capaz de creer que lo que le sucedió con Afrodita era tan real como todo el mundo decía. Era joven e ingenuo. En el presente, anhelaba verdaderamente volver a estar ciego, a creer en todas esas cosas en las que creía siendo joven.  Deseaba desesperadamente volver a ser joven e ingenuo, para creer que si Afrodita salía de su vida y se quedaba con Camus todo estaría bien, que el amor que Camus decía sentir era real y le bastaría para seguir adelante.


 


Con amargura, se dijo que solo era un anhelo absurdo por algo que no sucedería jamás.


 


A su lado, Afrodita permanecía en silencio, contemplando desde la distancia la tormenta que se adivinaba en los ojos de su esposo. No le sorprendía que Milo no dijera ni una palabra durante las largas horas del funeral. A penas era capaz de responder a quienes se acercaban a él para expresarle sus condolencias. Su esposo parecía muerto en vida, librando una batalla en la que, para bien o para mal, el propio Afrodita estaba involucrado y que, de algún modo, definiría también su futuro.


 


Durante el transcurso de la noche desfilaron frente a la pareja docenas de personas a las que Afrodita a penas conocía pero que, en su mayoría, eran cercanos a su esposo. Milo reaccionó muy a penas a algunos de ellos. Afrodita sabía que estaba muy afectado, pero no al grado que estaba mostrando. Milo ignoró olímpicamente a la gran mayoría, por lo que Afrodita tuvo que hacerse cargo de todo. Milo estaba absorto en su dolor, en sus pensamientos. Afrodita tuvo que tomar las riendas de la situación. Afrodita representó a la perfección su papel de esposo, tal como debía ser, mientras que Milo se entregaba a su dolor.


 


Todo transcurría con la naturalidad de un acontecimiento semejante; sin embargo, cerca de la medianoche, se presentó alguien que provocó que Afrodita montara en cólera. Pese a que estaba verdaderamente furioso e indignado, el omega se obligó a mantener la compostura. No era el lugar ni el momento para dar rienda suelta a su furia y poner en su lugar a ese sinvergüenza.


 


Camus desoyendo tanto las advertencias de Shura como a su propia prudencia, había decidido presentarse en el funeral de Kardia. Milo no había contestado ninguna de sus llamadas y había creído que, considerando la situación, considerando la situación, sería un buen gesto de su parte, presentarse y darle algo de apoyo.


 


Se dio cuenta de que había sido una grave equivocación cuando sintió todas esas miradas sobre él. Pero, en especial, cuando estuvo frente a frente con Milo y su esposo. El omega era deslumbrantemente bello y estaba evidentemente furioso. Noto la furia en los bellísimos ojos azules, en la fina mandíbula tensándose, y en el bien disimulado odio que podía sentir emanando de esa grácil figura frente a él. Él sabía. El esposo de Milo lo sabía todo y sabía quién era él. Al borde de su resistencia, Afrodita lo miró fijamente. Su furia se desbordó cuando reconoció el aroma de ese beta.


 


En tanto, Milo simplemente los miraba, sin hacer o decir nada, con una expresión vacía en el rostro.


— Yo…solo… solo vine a presentar mis condolencias — dijo Camus, nervioso.


—Gracias, señor… disculpe, creo que no tengo el gusto — dijo Afrodita, luchando por contenerse ante lo que consideraba un gran descaro.


—Delluc, soy Camus Delluc — dijo Camus, aunque Afrodita no rechazó su mano cuando se la ofreció Camus pudo sentir plenamente el rechazo y el odio del omega.

Notas finales:

Gracias por leer


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