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Don't break my soul por Roronoa Misaki

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Notas del capitulo:

Holaa, chicos, ya traje el segundo capítulo :) Perdón por la hora, tuve un día bastante ocupado, y acá en México técnicamente ya es lunes, así que vengo retrasada, ups. Intentaré ser más puntual con la próxima actualización.

Este capítulo es bastante más corto que el anterior, y se sitúa en el mismo día, no pierdan el hilo de las fechas ;)

[Capítulo 2 ─ Llamada de emergencia]

«Sábado, diciembre 13 ─ 6:05 hrs.»

El primer pensamiento de Aomine esa mañana, antes siquiera de que moviera un solo músculo de su cuerpo, fue que el despertador era un aparato insufrible que seguramente había sido inventado por alguien que quería joderle la existencia a todo el mundo.

Después de lanzar un gruñido y apagarlo casi de un golpe, su segundo pensamiento fue que estaba demasiado cálidamente cómodo bajo la seguridad de sus mantas y que no había forma de que abandonara tal sentimiento de confortabilidad para salir al endemoniado frío de invierno antes de las malditas siete de la mañana.

Su tercer pensamiento fue la golpiza que Imayoshi y Momoi le darían a partes iguales si no llegaba a tiempo al trabajo.

Maldiciendo a la vida, a sus amigos y cualquier otra cosa que se le pasara por la mente en ese momento, Aomine se arrastró fuera de la cama para ir directamente al baño a tomar una ducha que le ayudara a terminar de despejar su somnolienta cabeza.

Mientras el sueño se disipaba gradualmente con el agua cayendo sobre su cuerpo, su celular vibró desde la repisa sobre el escusado al recibir un mensaje de Imayoshi avisando que pasaría por él para que comenzaran su patrullaje matutino, y 20 minutos después Aomine salió de su departamento vistiendo un abrigo sobre su uniforme reglamentario. Bajar tres pisos por las escaleras no le tomó mucho tiempo, y al salir de la seguridad del edificio departamental apresuró el paso hacia la patrulla policial que se encontraba aparcada junto a la acera.

—¡Qué frío! —fue su frase de saludo al momento de tomar el lugar del copiloto y cerrar la puerta.

—Buenos días a ti también, Aomine —contestó Imayoshi, acostumbrado a la completa falta de modales del hombre que le acompañaba. Ajustó sus anteojos sobre el puente de su nariz y encendió el coche para incorporarse a las, en ese momento, casi desiertas calles de la ciudad.

—Sí, sí, lo que sea —replicó Daiki, acomodando el cuello de su abrigo—. Sólo conduce, me muero de hambre.

La única razón por la que ambos salían de la comodidad de sus hogares con una gran cantidad de tiempo sobrante antes de la hora en que su patrullaje debía comenzar, era la oportunidad de pasar a su cafetería favorita por el desayuno —y sí, Aomine sabía que parecía demasiado el cliché de policías con café y rosquillas, pero que se jodiera el primero al que se le ocurriera hacer un comentario al respecto, porque él definitivamente no pensaba pasarse el día persiguiendo imbéciles sin haber recuperado un poco de vitalidad gracias a esa deliciosa bebida.

No tardaron más de quince minutos en llegar al local, que apenas estaba terminando de prepararse para abrir sus puertas al público. Bajaron del coche y cruzaron la acera, desde donde Aomine podía reconocer una un tanto desordenada cabellera morada. El hecho de que uno de sus amigos cercanos fuera dueño de la cafetería era solo una ventaja adicional, sobre todo para los días en que empezaban a trabajar tan temprano, como ese.

Murasakibara los vio detenerse frente a la puerta de cristal cuando estaba colocando el letrero de “Abierto”, y apenas un segundo después abrió para que pudieran pasar.

—Mine-chin —saludó el más alto, con esa voz arrastrada y débil que hacía parecer que le daba pereza estar vivo—, siempre llegan muy temprano.

—Es culpa del trabajo, Murasakibara, te aseguro que no me hace jodida gracia estar fuera de mi cama ahora —contestó el moreno, dirigiéndose a la primera mesa a su paso, la que estaba junto al ventanal.

—Buenos días, Murasakibara —saludó Imayoshi con cortesía.

El otro hizo un asentimiento como respuesta y se encaminó a su lugar detrás del mostrador, donde comenzó a preparar café para los dos hombres, justo como siempre lo pedían.

Un par de minutos después, Himuro atravesó la puerta que daba a la pequeña cocina, con el celular en la mano y sin ver a nadie directamente.

—Taiga dice que Kise sigue durmiendo, y no tienen intención de despertarlo. Espero que esté descansando bien, después de anoche… —el hombre dejó de hablar cuando levantó la cabeza y se dio cuenta de la presencia de los policías en el lugar—. Oh, Aomine, Imayoshi. Buenos días.

Imayoshi regresó el saludo oralmente, mientras que Daiki se limitó a levantar una mano en un ligero gesto.

—¿Pasó algo con Kise? —preguntó antes de que pudiera retener las palabras en su boca.

Era un mal hábito, quizá, pero siempre que escuchaba el nombre del modelo no podía evitar sentir curiosidad por lo que sea que estuviera sucediendo en su vida. Por supuesto, lo veía de vez en cuando en las reuniones que organizaban con todos sus amigos, pero no era lo mismo a una amistad íntima. Daiki sabía que eso era algo que no podía pedirle.

—Hmm, pues… —Himuro miró a Murasakibara, como inseguro acerca de si debía hablar al respecto.

Atsushi solo se encogió de hombros y siguió preparando el café—. Matsu-chin le pidió matrimonio anoche —dijo, como si tal cosa.

Aomine pudo sentir cómo, por una fracción de segundo, el aire se atoraba en su garganta. Imayoshi se giró a mirarlo, directamente y con más atención de la que a él le hubiera gustado. No podía soportar que su compañero se preocupara por él, no por algo como esto.

—Bien por ellos, entonces —dijo, tratando de mantener un tono calmado para que no se notara el esfuerzo que ponía en cada palabra.

Lo decía en serio. Conocía a Matsumoto de las veces en que acompañaba al rubio a sus reuniones, sabía que era un buen hombre, y que adoraba a Kise sobre cualquier cosa. Ryouta se merecía ser feliz. Se merecía lo que él no pudo darle.

Himuro negó con la cabeza ante su comentario—. Kise lo rechazó.

—¿De verdad? —preguntó Imayoshi, quien parecía expresar la sorpresa que Aomine sentía por dentro.

¿Lo rechazó? ¿Pero por qué? Matsumoto lo trataba como un tesoro invaluable. El hombre no le había hecho daño sin que nadie lo notara, ¿cierto?

Aomine lo mataría si ese era el caso.

—No sabemos muy bien cómo sucedieron las cosas —explicó Tatsuya, comenzando a ayudar a Atsushi para preparar el desayuno de ambos hombres—, solo sabemos que Taiga y Kuroko encontraron a Kise en un bar, borracho en alcohol y culpabilidad por haber dicho que no a la propuesta, y que lo llevaron a su departamento para que pasara ahí la noche.

Aomine apretó el ceño, mirando hacia sus propias manos en busca de respuestas.

—Matsu-chin me agrada —dijo Atsushi, llevando dos tazas de café hacia su mesa y colocándolas frente a cada uno. Aprovechó el momento para mirar a Daiki a los ojos, mientras completaba su comentario con un—: pero Kise-chin no lo ama. No con esa intensidad.

Dicho eso, se alejó de la mesa y se adentró en la cocina.

Aomine apretó los dientes, sintiendo un ligero pinchazo dentro de su pecho, y se puso de pie.

—¿Aomine? —preguntó Imayoshi.

El hombre lo ignoró y se encerró en el baño, sin decir palabra.

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Aomine sonrió, con una mezcla de orgullo y superioridad —solo un poquito— cuando vio que el balón entraba limpiamente en el aro por sexta vez consecutiva.

—Joo, Aominechi —comenzó a lloriquear Kise, con esa voz aguda y un tanto chillona que hacía que le doliera tener el sentido del oído intacto—. ¡Otra vez! ¡Otra! —exclamó, tomando el balón del suelo y girándose a él con una mirada de determinación en el rostro.

Aomine sabía que esa era su condena; no había forma de que se zafara del chico cuando adoptaba esa actitud tan testaruda.

Aun así, podía intentarlo.

—Es todo por hoy, Kise, acepta tu derrota.

Por supuesto, Kise comenzó a quejarse en voz aún más alta, pidiéndole que jugaran una vez más y asegurando que podía ganarle. Aomine se frotó el rostro con las manos, gruñendo para sus adentros. ¿Por qué demonios seguía aceptando jugar con Kise cada maldito día después del entrenamiento? Lo único que conseguía siempre era terminar con los tímpanos a medio reventar y la cabeza dándole vueltas.

Descubrió su rostro y miró a su acompañante con exasperación. Ahora el rubio intentaba hacer comentarios que le picaran en el orgullo. Bueno, al menos debía admitir que encontraba curiosa la manera en que sus manos se sacudían exageradamente en cada movimiento, o cómo su pecho parecía inflarse cada vez que tomaba aire para seguir hablando; cómo sus perfectos labios rosados se curvaban y estiraban al pronunciar su nombre, y el cómo sus ojos, jodidamente dorados y…

Oh.

Oh.

Aomine lo entendió entonces.

“Ah, claro, es por eso. Por supuesto.”

Era tan obvio y absurdo, y se preguntó por qué demonios había tardado tanto en descubrirlo.

Kise seguía hablando más rápido de lo que era humanamente posible cuando Aomine comenzó a acercarse a él, y no detuvo su diatriba hasta que sintió la mano del chico tomarlo desde la barbilla, cuando ya lo tenía a escasos centímetros de distancia, apenas un segundo antes de que el moreno se inclinara sobre sus labios.

El beso duró apenas un instante, y en realidad no fue más que torpes labios posándose unos sobre otros, pero Daiki no podía negar el cosquilleo que había nacido en el área de contacto y recorrido todo su sistema nervioso en cuestión de segundos.

Había tenido razón, como siempre.

Se separó del rubio solo para encontrar un par de brillantes ojos, jodidamente dorados y hermosos, mirarlo a toda su capacidad con sorpresa.

—¿Q-qué…? —comenzó a balbucear Kise.

Daiki sonrió de lado y le acarició la mejilla—. Así estás mejor: callado.

Las blancas mejillas de Kise se tornaron súbitamente color cereza, y su cabeza parecía querer explotar en una nube de humo—. ¡Aominechi —exclamó con vergüenza.

Aomine se soltó a reír, una carcajada limpia y alegre, y le rodeó la cintura con el brazo derecho, acercándolo a él hasta sentir que sus pechos se encontraran sobrepuestos. Le acarició por un momento el alborotado cabello rubio y volvió a inclinarse sobre él. Esta vez, Kise tuvo tiempo para reaccionar, y le cruzó los brazos alrededor del cuello en un agarre semi flojo, como con nervios. Él lo apretó un centímetro más cerca, como si le dijera que era seguro hacerlo; que podía abrazarlo cuanto quisiera, porque no se quejaría.

Daiki siempre había escuchado que el primer beso era algo maravilloso y mágico que se recordaba para siempre (Satsuki se lo había repetido hasta el cansancio desde que eran niños), pero ahora sabía que el segundo podía ser aún mejor. Y el tercero, y el cuarto. Y todos los que le siguieran. Eso era perfecto.

Al menos hasta que Aomine fue un completo imbécil y lo echó todo a perder.

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Apenas un poco después de su hora del almuerzo, Imayoshi y Aomine habían sido requeridos para participar como apoyo en una delicada situación de rehenes en uno de los bancos más grandes de la ciudad, y al final se habían visto envueltos también en la persecución de los ladrones que habían logrado escabullirse del edificio con un par de civiles.

Entre todo el asunto se demoraron media tarde, un poco más allá de su horario regular, pero de alguna milagrosa manera todo había terminado bien, con los ladrones arrestados y los rehenes rescatados sin heridas graves.

Aomine todavía estaba a la mitad de redactar su reporte de toda la situación, cuando su celular comenzó a sonar sobre la superficie del escritorio.

El simple hecho de recibir una llamada ya le pareció extraño, pues no era algo que sucediera a menudo (por no decir que nunca pasaba), pero al ver en la pantalla el nombre del contacto, una alarma interna se disparó al instante.

«Llamada entrante: Kise»

Tal vez él y su rubio excompañero no estuvieran exactamente enemistados ni nada por el estilo, y podría decirse que seguían siendo amigos, de alguna extraña y muy cordial manera, pero jamás había entre ellos contacto mayor al que pudiera desarrollarse cuando se encontraban rodeados de sus amigos. El que Kise estuviera llamándole en ese momento, por más que Aomine quisiera verlo como algo positivo, le despertaba cierta sensación angustiante en el interior del pecho.

Trató de ignorar el sentimiento y contestó la llamada antes de que terminara por entrar el buzón de voz.

No llegó siquiera a decir una palabra, pues el sonido de una pesada respiración, entrecortada con jadeos y sollozos ahogados, le dejó sin habla.

—Ao-Aominechi… ayúdame, por favor…

Daiki se levantó en un instante, con el corazón rebotándole a media garganta.

—¿Kise? ¿Qué sucede, estás bien? —preguntó con prisa, apretando el celular con demasiada fuerza.

Imayoshi, que en ese momento se acercaba hacia él para asegurarse de que hubiera terminado su trabajo y pudieran retirarse a casa, escuchó la tensión en su voz y se aproximó en dos veloces pasos, indicándole que pusiera la llamada en alta voz. Daiki así lo hizo, y ambos fueron capaces de escuchar las siguientes palabras.

—Él no… no está respirando… n-no sé qué hacer —la voz de Kise apenas y lograba comprenderse, pues se notaba que las palabras se le atoraban en la garganta en un tembloroso intento por superar el llanto—. Hay tanta… mucha sangre…

Imayoshi se alejó de inmediato a informar una salida de emergencia por un reporte de un presunto accidente y una víctima herida, y Daiki prácticamente corrió hacia el estacionamiento del edificio y hacia la patrulla que les correspondía.

—Kise, ¿dónde estás? ¿Estás herido? —demandó saber al momento en que se metía en el asiento del piloto.

El chico seguía batallando para hablar—. Y-yo traté, pero n-no puedo…

—Kise, necesito que te tranquilices —dijo con una mesura que contrastaba mucho con el punzante pánico dentro de su cabeza—. Dime dónde estás y llegaré en un segundo. Te lo prometo.

Imayoshi entró en el asiento del copiloto mientras los sollozos ahogados de Kise se detenían el tiempo suficiente para que el chico les brindara la dirección de un complejo de departamentos, y Daiki no esperó más tiempo para accionar la sirena y arrancar la patrulla a toda velocidad. Imayoshi se encargó de pedir el apoyo de un equipo de paramédicos, y tuvieron suerte de que les confirmaran una ambulancia cerca de la zona.

La llamada seguía encendida, pero Kise no volvió a hablar, solo se escuchaban sus sollozos constantes y un sonido sordo de lo que parecían ser pequeños y rítmicos golpes. Daiki hubiera querido tener palabras de apoyo para brindarle, cualquier cosa que pudiera tranquilizarle, pero estaba demasiado concentrado en conducir a través del tráfico. La cabeza le palpitaba dolorosamente y sus manos apretaban el volante con demasiada fuerza.

Mentiría si dijera que no estaba asustado por lo que encontrarían al llegar. Ryouta no le había dicho si él mismo se encontraba bien o no, solo había mencionado que alguien no respiraba, y sangre; parecía estar demasiado en shock para decir otra cosa. Daiki sentía un retortijón en el estómago cada vez que la imagen del rubio con una herida de gravedad se le aparecía en la mente.

En cuanto llegaron al lugar bajaron a toda prisa del coche con sus pistolas en mano; por lo que sabían no había nadie peligroso en el lugar, pero no podían arriesgarse a entrar a una posible escena del crimen con la guardia baja. Alcanzaron a escuchar la ambulancia que solicitaron acercándose, pero debían monitorear el lugar primero y cuanto antes.

Imayoshi fue delante. Se detuvieron frente a la puerta con el número de departamento que Kise les había dicho; estaba sin seguro, así que el hombre la abrió y le dio un pequeño empujón para poder entrar con el arma por enfrente.

—Está despejado —dijo tras haber inspeccionado la sala rápidamente. Él se dirigió por el pasillo que se encontraba a la izquierda, aun con el arma preparada, mientras Aomine caminaba de igual forma en dirección a la cocina.

Lo que encontró le estrujo duramente cada fibra interna que poseía.

Kise estaba hincado en el suelo junto al cuerpo recostado de Matsumoto Ryuu, realizando compresiones en su pecho y dándole respiración boca a boca.

—¡Aominechi! —exclamó el rubio con urgencia al sentir su presencia y girarse hacia él—. ¡Ayúdame, por favor! ¡No puedo conseguir que respire! —imploró con los ojos desorbitados por la desesperación.

Pero Daiki no podría hacer nada. Lo comprendía solo de ver el rostro sin color de Matsumoto, la herida en su vientre y la cantidad de sangre cubriendo el suelo. Podía sentir cómo su propio corazón se abría con una nueva grieta por cada compresión que Kise, en vano, seguía haciendo.

Escuchó a Imayoshi quedarse de pie tras él, lo que significaba que había terminado de registrar el lugar y no había nadie más allí. Aomine guardó su arma en la funda de su cinturón, y se acercó con un par de tambaleantes pasos hacia el rubio. Se detuvo justo a su lado, y con un poco de vacilación, le colocó una mano en el hombro.

—Kise, basta. Detente.

El chico lo ignoró, sin detener ni disminuir el ritmo de las compresiones.

—Tienes que respirar, tienes que respirar —repetía en voz baja con turbación.

Daiki ya se había imaginado que se encontraba en shock y negación, y tendría que sacarlo de ese estado, por su propio bien.

Se hincó también en el suelo, y en esta ocasión intentó tomarlo de la mano para hacer que se detuviera.

—Para, no tiene caso. —Ryouta negó con la cabeza y se soltó de su agarre con un manotazo, volviendo a su tarea—. ¡Kise!

—¡Solo un poco más! —exclamó con fuerza, con los ojos clavados en el rostro de Ryuu—. Ya casi…

A esa distancia, Daiki podía ver las marcas que debían haber dejado las lágrimas cayendo por su rostro, veía cómo sus labios se apretaban duramente hacia el interior, entre sus dientes, y cómo sus ojos temblaban desorbitados dentro de sus cuencas, con la mirada vacía.

Se obligó a sí mismo a tragarse sus propios sentimientos de compasión y tristeza, y tomó al rubio con fuerza de ambas muñecas.

—Kise, mírame.

El chico forcejeó violentamente, deseando con desesperación volver a colocar sus manos sobre el pecho de Ryuu y seguir insistiendo. No podía rendirse ahora y abandonarlo. No podía renunciar a él.

Aomine apretó los dientes y lo tomó con aun más fuerza—. ¡Mírame! —Con eso, por fin consiguió que se girara hacia él, y así pudo contemplar directamente sus profundos ojos dorados, inundados de miedo y desolación. Sintió que su corazón volvía a resquebrajarse, pero ahora cien veces peor—. Se ha ido —declaró, tratando de hablar firme y claramente para que el otro pudiera procesarlo mejor. Pudo ver un pequeño, muy leve gesto de entendimiento en la profundidad de su mirada, y se sujetó de él—. Se ha ido, ya no puedes hacer nada más.

Poco a poco, la mirada del rubio se transformó de desesperado miedo, a un profundo y agonizante dolor. Las lágrimas volvieron a correr por su rostro, ahora con mucha más abundancia y soltura, mientras sus pequeños sollozos se convertían en un verdadero llanto a todo pulmón.

Daiki le rodeó el cuerpo con ambos brazos y lo atrajo hacia sí en un apretado abrazo, deseando con todas sus fuerzas que eso en verdad sirviera para tranquilizarlo o reconfortarlo un poco, pero sabía que no sería así. No había nada en el mundo que él pudiera hacer para amainar, aunque fuera un poco, el dolor que Kise estaba sintiendo en ese momento. Solo podía estar ahí, sosteniéndolo durante todo el tiempo que el chico necesitara para dejar salir sus emociones, apretándolo entre sus brazos como si intentara de esa manera sujetar su cordura a la tierra. Nunca se había sentido más impotente que en ese momento.

Kise, sumido en el oscuro abismo en el que había caído al regresar a la realidad, miró sus manos por sobre el hombro de Aomine, cubiertas de la sangre de Ryuu, de su Ryuu, del hombre que le había entregado todo su mundo durante los últimos tres años, y no pudo hacer más que emitir un desgarrador grito desde lo más profundo de su garganta, dejando que una pequeña parte de su alma abandonara su cuerpo junto con él.

Notas finales:

Y eso es todo, perdón por toda la tensión :( Me sentí mal escribiéndolo, pero era necesario. 

Espero que les haya gustado el capítulo, muchas gracias por leer y darle una oportunidad a la historia :) Pueden mandar sus comentarios o críticas en un review, acepto de todo mientras sea con cortesía.

Próximo capítulo: Girasoles para un sol. Domingo 30 de agosto.

Cuidense mucho, chicos ;)

Misa-chan.


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