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Inicios de vida y amistad por JennVilla

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Harry, a sus cinco años de edad, ya tenía muy claro qué quería ser cuando fuera grande. Pero no así Draco.

—Puedes ser pastelero. —sugirió Harry mientras dibujaba un león con crayola roja. El naranja se le había terminado y su madre le había prometido conseguir más. Las crayolas muggles eran mejores que las otras, pues las mágicas te hacían irritar los dedos con sus chispas.

—No quiero ser pastelero. ¿Qué es pastelero? —preguntó Draco mientras trataba de guardar un tren en su pequeña caja de juguetes.

—El que hace los pasteles. Puedes hacer pasteles deliciosos y dármelos a mí, para cuando yo termine de trabajar. En la oficina, como dice papá.

—No seré pastelero —Draco hizo una mueca cuando otro niño de la guardería empezó a llorar a gritos—. Yo quiero hacer pociones como papá, o ser investigador misterioso.

— ¿Qué es un investigador misterioso?

—Es el que busca los tesoros y atrapa a los malos.

—Eso lo hace un Auror.

—Pero el investigador lo hace mejor. Papá dice que se llaman Inefables.

— ¿Y dónde trabajan ellos?

—Papá dice que en el Ministerio.

—Entonces podemos trabajar juntos —dijo Harry con emoción—. ¿Te acuerdas de la historia que te conté del dragón? Podremos ir a matarlo y que libere a la princesa.

— ¿Quién es la princesa?

—Pansy. No hay más chicas aquí.

—También está Millie.

—Ella puede ser el dragón.

Draco rio y Harry se le unió.

— ¡Harry, Draco! ¡Es hora de irse, dulzuras! —canturreó la profesora Madeleine, desde la puerta de la sala de juegos.

—Te apuesto dos golosinas a que hoy viene papá por nosotros. —gritó Harry organizando sus dibujos tal y como le había enseñado su madre.

—Pues los perderás, porque hoy viene papá —dijo Draco con seguridad, desistiendo de empacar el tren en la caja, y más bien llevándolo en la mano—. Le diré a papá que nos lleve a comer helado y luego jugaremos al Quidditch

—Tu mamá dijo que no podíamos jugar Quidditch. —reprendió Harry.

—Mamá no está. —Draco se encogió de hombros.

—No importa. Mamá no me da permiso de jugar Quidditch contigo.

— ¿Por qué? —exclamó Draco ofendido

—Porque tú me haces caer de la escoba.

— ¡No es cierto! —gritó Draco.

— ¡Si lo es!

—Niños, apresúrense —llamó nuevamente la profesora—. El señor Malfoy les está esperando.

Draco levantó el mentón con altanería y extendió una mano.

—Dame mis golosinas. —exigió.

—No las tengo aquí. Se las pediré a mamá más tarde. —dijo Harry enfurruñado.

Antes de que ambos salieran de la habitación, uno de los niños más grandes salió corriendo y empujó a Harry fuertemente, casi haciéndole caer. Harry no había cerrado bien su mochila, y de uno de sus bolsillos, las crayolas salieron y cayeron al piso. Varias de ellas partiéndose a la mitad.

— ¡Es que no ves lo que haces! —gritó Draco en dirección al grandullón quien no le prestó atención y siguió corriendo.

Harry contempló las crayolas rotas con desolación. La abuela se las había regalado a principios de año, para que las llevara a la guardería y a la escuela, y ahora estaban destruidas.

—Oh Harry —Madeleine entró y se acercó al niño. Se inclinó y le abrazó para luego besarle el pelo—. No te preocupes, mi niño. Estoy segura de que tu mamá te dará unas nuevas, y si no quieres que ella se dé cuenta, yo misma te las daré, ¿eh?

— ¡Esas crayolas eran especiales para Harry! —dijo Draco con enojo y casi empujando a la profesora para que se alejara de Harry. Draco se acercó a su amigo y le abrazó— No hay otras como ellas.

—No... Yo... Yo conseguiré otras —Harry tartamudeó apretando los ojos para no llorar—. Debo terminar el león de todas maneras.

—Pero-

— ¿Qué pasa aquí? —la voz profunda de Lucius se dejó escuchar y los niños levantaron rápidamente la cabeza.

—Oh, señor Malfoy —la profesora dijo con azoro—. Es sólo un pequeño percance; Harry ha tenido un accidente y sus crayolas están rotas. Pero se pueden reemplazar, no es nada del otro mundo. Incluso puede tener crayolas mágicas, es mucho mejor.

—Las muggles son mejores. —susurró Harry.

— ¡Papá! ¡Fue Avery! Ese niño gordo y asqueroso. —acusó Draco

— ¡Draco! —exclamó Madeleine.

—Ha empujado a Harry a propósito y le ha dicho tonto —continuó Draco ignorando los gestos desesperados de Harry—. ¡Lánzale el hechizo que dijiste que-!

—Suficiente —interrumpió Lucius apresuradamente—. No te preocupes, Harry. Conseguiremos unas crayolas mejores que las que tenías.

—Pero papá...

—No hables más, Draco Lucius, por el amor de Merlín.

Lucius bufó exasperado y entró a zancadas en la pequeña habitación. Ambos niños se sujetaron a cada mano de Lucius y salieron de allí.

—Espero que tenga en cuenta, señora Aerie, que algunos niños no deberían estar aquí. —dijo Lucius sobre su hombro con una significativa mirada. La profesora se apresuró a asentir antes de que Lucius se Apareciera de allí con los dos niños.

—No pude despedirme de la profesora. —se lamentó Harry, ya en el vestíbulo de la Mansión Malfoy.

—No se lo merece —dijo Draco con rencor—. Papá, ¿por qué no buscaste a Avery para lanzarle una-?

—Oh pequeño diablillo, ¿no entiendes en el problema en que me ibas a meter?

—No soy un pequeño diablillo —gritó Draco—. Le diré a mamá que me has dicho así de nuevo.

— ¿Ah, sí? —Lucius hizo una mueca e imitó la voz infantil de Draco— Pues yo le diré quién fue el que dejó caer el espejo pequeño favorito de ella. Oh sí, ese que tenía incrustaciones en diamantes.

— ¡Me prometiste que lo arreglarías! —gritó Draco ofendido.

— ¿Y por qué tengo que cubrir tus travesuras? —Lucius se cruzó de brazos— ¿Sabes a quién le toca que dormir en el cuarto de invitados por tus travesuras? ¡A mí! ¡Y se supone que el que debería hacerlo eres tú!

— ¡Yo soy un niño solamente! ¡Mamá me quiere más que a ti!

—Eso crees tú... —Lucius se interrumpió al ver que Harry se alejaba escaleras arriba con la cabeza gacha— Hey, Harry —Lucius le alcanzó en pocos pasos y le detuvo suavemente—. ¿Qué te pasa?

—No es nada —hipó Harry, con los ojos húmedos—. Es sólo que...

Draco corrió hacia su amigo y se paró frente a él

—Puedes ir a visitar a tu abuela para que te dé otros, Harry. —dijo con voz suave.

—Muy cierto —dijo Lucius—. Estoy seguro de que ella te dará unos nuevos y mejores. Y de muchísimos más colores, ¿eh? Ahora relájate y sube con Draco a descansar hasta que llegue tu madre, ¿te parece?

Harry asintió temblorosamente y luego sonrió. Lucius le devolvió la sonrisa y se inclinó para besarle la cabeza.

—Anda. Mandaré a un elfo con comida deliciosa. Draco, ve con él.

—Está bien. —dijo Draco alegremente y se puso de puntillas para pedir un beso a su padre.

Lucius sonrió. No podía resistirse a su hijo, aunque fuera un chiquillo insufrible. Se inclinó y le dio un sonoro beso en la mejilla haciendo reír a su primogénito.

—Suban antes de que reconsidere si hechizar el jardín del lado oeste para jugar a perseguir la Snitch. —dijo Lucius incorporándose y dando la vuelta para ir a su estudio.

El humor de Harry cambió por completo y junto con Draco, gritó emocionado para luego subir corriendo las escaleras.

Antes de entrar a la habitación, Draco detuvo a Harry y extendió una mano abriéndola lentamente. Un pequeño girasol brotó de la palma e hizo enmudecer a Harry.

—Aprendí este truco hace muchos días —dijo Draco—. ¿Quieres este girasol? Es para que te pongas más feliz.

Harry sonrió y tomó la pequeña flor de la mano de Draco.

—Gracias. —dijo. El girasol parecía brillar por sí solo, pero nada se comparaba a las sonrisas de los dos niños.


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