Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Roto por Cottoncandysky

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

3.

- Niño, ¿estás ahí? – Escuchó la puerta sonar un par de veces; el mismo sonidito pequeño y debilucho de la otra noche. Tom se bajó de la cama y caminó hacia allí con pasos pequeños; levantó los brazos en la penumbra mientras lo hacía, hasta que sus pequeñas manos chocaron con la puerta y sus ojos se acostumbraron a la pequeña línea de luz debajo de ella.

Girar su cabeza y ver hacia su cama era ya imposible, pues la habitación estaba muy oscura y no podía saltar para darle vueltecitas al foco y encender la luz, como lo hacía Nana cada vez que le visitaba. 

- ¿Estás ahíiiii? – Cantó el otro niño. Tom sonrió ampliamente y una pequeña risita se le escapó de la garganta.

- …Aquí estoy… - Animó. Bill se puso a sonreír.

- ¡Hola!, ¿están tus padres en casa? – Tom negó.

- Estoy solo.

- Uigh, a mí también me han dejado solo hoy. – Se rascó la cabeza, y luego tarareó un poco en lo que se le ocurría otra cosa que hacer. - ¿Quieres jugar hoy?

- Sí quiero- Susurró, con la sonrisa más grande que ojalá alguien pudiera ver.

- Pues venga, sal de allí dentro, ya no es divertido jugar así. - Bill se cruzó de brazos, bufando. Tom intentó darle un golpecito a la puerta, pero se lastimó más los brazos antes de poder hacer que algo cambiase.

- Pero es que no puedo...- Se lamentó.

- ¡Sí que puedes, pero eres un miedoso!

- ¡No me da miedo! - Gritó, molesto. Bill se carcajeó, apretujándose la barriguita.

- ¡Entonces sal!, ¡Abre la puerta, niño!

- Jum... no sé cómo...

- ¡Qué niñato, ¿Cómo no sabes abrir una puerta?!, ¡Eres un bebote!

- ¡No!

- Qué penoso...- Bill se mordió los dedos, su cabello estaba un poco más largo y despeinado, a su madre le gustaba más así, aunque la verdad a él le molestaba tenerlo todo el rato en la cara. Se puso a pensar cómo podía hacer para verle, le era desesperante tener que hablar por medio de una puerta que él podría abrir sólo si el niño adentro no tuviera tanto miedo y sólo quitase el pestillo.  - Entonces jugamos a los gusanos... ¿Ves mi dedo?

- Hum... sí...- Lo apretó con ambos dedos, dejándole saber a Bill que sí que lo veía y sentía.

- Pues saca el tuyo y jugamos.

-...Vale...- Eso hizo, moviéndolo de arriba abajo, esperando que el otro pudiera verlo.

- <I>''Hola, me llamo Terrens, vengo de muuuuy lejos, ¿Me regalas agua?''</I>- Empezó haciendo una vocecilla mucho más aguda que la suya, algo que hizo reír escandalosamente a Tom y por consiguiente hacer sonreír a Bill, quien ya estaba esperando a tener una respuesta.

- Emm... <I>''Sí''</I>

- ¡No, tienes que decirme cómo te llamas primero! - Gritó. Tom se lamió los labios, nerviosito, y a falta de imaginación, nombró a su gusanito igual que él.

- Vale... <I>''Yo soy... Tomi y sí te doy agua''</I>… shuuuu…- Imitó el sonido del agua, y después sacó su dedo entero, fingiendo que le daba el vaso; Bill por su parte se rió poquito y acarició la yema de Tom.

- <I>''Dios, ¡Qué amable gusanito!, ¿Quieres que te hable de cómo los gusanitos hacemos seda?''

- ''Yo también soy un gusanito''- Se pasó las manos por la cara, después se acomodó mejor para poder sacar una vez más el dedo sin que se le durmiera el brazo. Bill se rió de su voz, intentaba observar ahí dentro para verlo, se imaginaba que era igual a Andy o Georg, que tenía los ojos azules y el cabello rubio, o que tenía el cabello tan lacio como Georg, tal vez una barba como la de su padre; en su corazón sentía rabia de que fuera tan miedoso y no quisiera jugar bien con él, si acaso no tuviera miedo, seguro lo invitaba a su cuarto a jugar videojuegos o quizá a ver películas, pero era un bebota y no quería estar con él.

- ''¿Eres niño?''

- ''¡Si!''</I>- Gritó alegre, Bill se mordió los labios.

- Vale, yo soy la niña... <I>''¿Quieres ser mi novio, gusano?''</I>

- No sé...

- ¡Veeenga!

- ¡Auuu! ¡Noo! - Le apretó el dedo fuerte, una y otra vez hasta que Tom sacó la mano y se la apretó al pecho, a punto de ponerse a llorar por la agresión; y Bill se dio cuenta de ello hasta que le escuchó gemir adolorido. Se cubrió los ojos con las manos, como castigándose por haberlo lastimado.

- ¡Perdón gusanito!

- Me dolió...- Chilló. Ahora Bill puso los ojos en blanco.

- ...Sería más fácil si salieras, así no te harías daño...

- ...No sé cómo... – El de cabello azabache se puso a bufar; no le creía que fuera incapaz de abrir una puerta, quizás lo que pasaba es que no quería verlo y jugar con él.

Sintió un pequeño apretujón en la barriga que le hizo sentir también un poquito de rabia: si ese niño no quería jugar con él, lo mejor era que se lo dijera, así no perdía más su tiempo. Pero no le dijo nada, de hecho sí que quería perder un poquito de su tiempo con él, porque las tardes le parecían eternas y no encontraba muchas cosas que hacer; ya había terminado su tarea y arreglado su ropa, sólo quería jugar con alguien.

Entonces sólo suspiró y buscó una opción diferente.

- …Nana se ha ido apenas, y si vuelve…

- ¡Nana es mi mamá! - Chilló, asombrado de que él también la conociera.

- ¿¡Enserio?! – Miró a la puerta, igual de asombrado. No sabía que su Nana tenía hijos.

- ¡Sí!

- ¡Entonces ella tiene la llave guardada!, ¡Aquí espérame! – Saltó, corriendo fuera del sótano para ir a casa. Subió a la recámara de sus padres, aunque sabía que no estaban; también fue al cuarto de Nana, el que sus padres le prestaban cuando le daban permiso de quedarse a dormir allí y acompañar a su hijo por la noche.

Buscó en los cajones, pero ahí sólo encontró un montón de papeles, fotografías y cremas, en el otro era más o menos lo mismo: cosas que poco le importaban porque no tenían forma de llaves. En el baño había pensado en no buscar nada, porque ¿quién escondería una llave en el baño?, además, Nana era muy limpia, si acaso tenía escondida una llave, no sería en un lugar tan estúpido como el baño, por lo que se decidió a seguir buscando hasta debajo de las almohadas, desesperándose por encontrar una pista; nunca lo habían considerado un niño problemático, y él solito podía decir que era muy tranquilo, por eso a sus padres poco les importaba dejarlo solo, pues siempre que lo hacían creían que se pasaba las tardes mirando el <I>Cartoon Network</I> en la sala de televisión, y así era hasta que encontró a su nuevo amigo.

Encontró en el tocador una cajita de terciopelo roja, y sintió en su interior que era ahí donde tenía que buscar, pero no alcanzaba muy bien a llegar. Se puso de puntitas y alargó la mano para lograr tocarla y acercársela un poco más. Después de un montón de intentos el niño logró tirar el contenido al suelo y encontrar en él una fotografía de una mujer y un hombre, un montón de collares enredados y lo que tanto deseaba: un llavero con una sola llave. Sonrió para él mismo, orgullosísimo de su búsqueda, y corrió con la llave apretada entre una de sus manos hasta abajo, saltando super feliz, no sin antes ir a su recámara a buscar uno de sus juguetes preferidos para que pudieran jugar.

- Niño... ¡Niño!

- ¿Bill? - Pegó la oreja a la puerta, intentando escuchar mejor la voz del otro niño. Escuchó un sonido raro, aunque no supo cómo definir, era como si muchos objetos chocasen; después los pies de Bill se escuchaban acercándose cada vez más.

- ¡Sí, ya tengo la llave! – El sonido de objetos chocando se hizo mucho más escandaloso; era Bill agitando todos los llaveritos colgados en una sola llave.

- ¿Puedes abrir? – Preguntó ilusionado.

- ¡Sí! – Saltó, intentando meter la llave mientras estaba arriba, pero sólo logró darse un golpe en la mano y fallar. -... uish, no alcanzo…

Miró alrededor de la habitación, encontrándose con una de las sillitas que su tía le regaló hace muchas navidades y que ya no usaba nunca, por eso estaba ahí arrumbada, con un montón de papeles y basura que el mocoso quitó de un manotazo, y sin mucho esfuerzo entonces arrastró la silla hasta la puerta y subió en ella, logrando entonces meter la llave sin problema.

- ... humm ¡Yaa!

No alcanzó a ver nada en primera instancia, todo estaba oscuro, y ni siquiera la luz de la habitación alumbraba un poquito. Lo primero que percibió fue un olor a humedad insoportable, también que olía a cuando su perro se cagaba en su habitación y el olor lo despertaba de tan fuerte que era; sintió los pies fríos por el suelo sin alfombra, y no quiso ni dar un paso al frente de pensar que algún demonio o fantasma lo fuese a jalar al mismísimo infierno. Por su parte Tom se cubrió ambos ojos al ver tanta luz por primera vez en mucho tiempo; sintió que su corazón se le iba a salir por la boca de la impresión, y no fue capaz de seguir viendo hasta que habló:

- ¡Cierra la puerta!

- Pero está oscuro...- Chilló; al no obtener respuesta del otro dio un par de pasitos al frente y cerró. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, ya no quería caminar hacia allí, tenía miedo, por eso Tom le permitió dejar la puerta medio abierta, para que un halo de luz fría se colara por dentro.

Pero Bill tuvo una mejor idea, y como sabía que su padre guardaba aquí sus bicicletas para cuando querían ir a la montaña, salió del cuarto y fue a por las lámparas que siempre cargaban. Le pesaban mucho, pero una vez logró encenderla, la casa de Tom se iluminó mucho.

Los dos se rieron al mirarse, para nada era como Tom lo imaginaba: era más o menos de su tamaño, tenía el cabello negro, largo, pero mucho más cortito que él, y unos ojos gigantescos bajo las cejas poco tupidas. Labios delgados y rosados, las mejillas regordetas; de sólo verlo sabía que era inofensivo, que no quería hacerle daño y que quizá hasta tenía el mismo miedo que él por el señor que a veces venía a lastimarlo y a gritarle.

Para Bill fue menos sorprendente mirarlo, sólo pensó que no se parecía nada a Andy, que el cabello castaño hasta los hombros lo hacía parecer una niña y que estaba muy flaco; al mirarle a los ojos vio en uno de ellos un moratón gigante, pero no le preguntó nada porque su madre lo había estado educando muy bien a no ser un mocoso impertinente.

- ¡Yo tenía una playera así!, pero la he regalado porque ya no me gustaba. – Comentó Bill, viendo la playerita de Tom, con el dibujo de muchos cohetes. Ninguno de los dos sabía que se trataba de la misma que había desechado, y sus padres la habían aprovechado para vestir a Tom.

Después miró alrededor y su cuerpo se hizo un poco pequeño.

- ¿Por qué tu casa es así? - Tom se encogió de hombros, no entendiendo a qué se refería.

- No sé…

- ¿Dónde está tu baño, y tu cocina?, ¿En dónde está tu jardín? - Por más que giraba la cabeza en busca de más que sólo una habitación oscura y maloliente, no encontraba nada. - ¿No tienes más cuartos, o una sala?

- Mi baño está ahí- Apuntó a la cubeta amarilla de la esquina aún alumbrada. - …Y no tengo más… el señor me trae de comer a veces y mi mami se va a dormir a otro lado.

- ¿Cómo?, ¡¿Haces popó y pipí en una cubeta?!- La cara de Bill se deformó en asco, pensó para sí que con razón olía a completa mierda el lugar. Sacó la lengua fingiendo una arcada, a lo que Tom lo miró con los ojos muy abiertos, confundido como nunca en su vida. Como si tuviera algo de malo ir en una cubeta, ¿no se supone que todos en el mundo hacían igual? - ¡¿Pero por qué?!, ¡Te va a dar una infección en el culete, guarro!

- ¿En el qué?

- ¡En el culo!, ¡Qué guarro! - Se tapó la nariz, exagerando su aberración a la situación. – Mi papá me dice que sea limpio siempre, pero creo que el tuyo…

- No tengo papá. - Susurró. Bill lo miró.

- Con razón… ¿y dónde te bañas?

- Hum… el señor viene y me limpia, pero no sé en dónde…- Se lamentó, pues siempre que era la hora de su baño tenía que ponerse una venda en los ojos para no ver al hombre.

- Vives como un cavernícola, ¿verdad?

- …Creo…- Sonrió. Bill se carcajeó mucho. – Tengo mi cama ahí… a veces mi mamá me trae colores para dibujar.

- ¿Tienes colores?, ¡hay que colorear! – Animó, pero Tom negó mucho, haciendo que el otro niño lo mirara serio. - ¿Te los han quitado?

- Amjam… mi Nana.

Bill lo asumió enseguida: lo habían castigado. De seguro se portaba mal y por eso lo tenían así, sin ningún juguete, ni comida rica. De hecho, ahora no había visto tampoco un refrigerador; con razón estaba tan flaco.

Se quedó callado; Tom por su parte lo miraba y se quedaba pasmado, admirando su piel tan blanca, sus ojos tan grandes y brillosos, su cabello oscuro. Se preguntaba si él se veía igual o no; ojalá que sí, porque era muy bonito y al mismo tiempo tan extraño, porque nunca había observado a alguien así, toda la gente que había visto era adulta, mucho más grande que él.

- ¿Quieres que te enseñe mi casita? – Los ojos de Tom se abrieron, sorprendidos.

- ¡Sí quiero! – Bill asintió, y salió del cuarto de Tom de un salto, llevándose la lámpara con él. El otro niño se quedó de pie en la penumbra, esperando las órdenes de su nuevo amigo.

- ¡Bueno, sal de ahí, te quiero enseñar mi habitación!, ¡Tengo mil juguetes guays! – Tom siguió inerte; su corazón empezaba a latir tan rápido que tuvo que llevar ambas manitas a su pecho, y su respiración empezó a fallar. El otro regresó y lo cogió de la mano; después lo jaló hacia sí y lo sacó de ahí.

Tom tuvo que cerrar los ojos muy apretados, porque la luz empezaba a cegarlo; echó un quejido y Bill se lo quedó mirando, un poco horrorizado, pero entonces se talló mucho, hasta arrancarse un par de pestañitas y logró mantenerlos un poco abiertos, aunque no mucho porque aún calaba.

El azabache lo guió por las escaleras que subían y llevaban al interior de su casa, pero al toparse con ellas, Tom las desconoció por completo. Nunca había visto algo así y su cuerpo tenso le dejaba saber que no era bueno, que podía lastimarse, o peor: morirse. Vio a Bill subir a saltos alegres, y ya estaba lo suficientemente lejos como para poder verle todo el cuerpo; se había detenido para esperarlo, pero Tom no se dignaba a moverse un ápice, porque tenía mucho miedo.

- … ¡Sube, niño!... – Animó, agitando ambas manitas.

- …N-no sé cómo… hum… ¿q-qué es?

- ¡Son escaleras!, sólo súbelas, ya no eres un bebé.

- ¡No soy un bebé! – Aseguró, con una sonrisa, porque su nana todo el tiempo le estaba diciendo que crecía muy rápido y que ya parecía mayor. Bill bajó las escaleras y se sentó en ellas.

- ¿Todavía no sabes subir escaleras? – Tom negó, apretando los labios y cogiéndose un mechón de cabello, un tanto ansioso. Bill vio que en los nudillos tenía un poco de sangre seca; lo primero que pensó era que se había caído jugando al soccer. Ni siquiera se molestó en preguntárselo. - ¿Cuántos años tienes?

- Amm… ¡Tengo seis! – Le enseñó seis dedos; ahí Bill pudo ver que tenía las uñas largas, como una niña. No le importó mucho.

- ¡Yo también tengo seis! – Se rió. - ¿Entonces por qué no puedes subir escaleras?

- …No lo sé… - Susurró, mirando las escaleras, imponentes, y una pequeña puerta al final. Bill suspiró.

- Eres un poco retardado, ¿no? – Se miraron. Bill recargó los codos en sus rodillas, pensando que Tom no era nada parecido a sus amigos de clase. – Oye… ¿por qué no le dices a tus papis que te enseñen a subir?, ya me está dando hambre… y no puedo… ¡oh, ya sé!

Tom apretó los ojos, asustado ante el gritito, pero al ver la sonrisa de Bill, la suya también apareció, y se le quedó mirando, atentamente.

- ¿Tienes hambre? – Asintió mucho. – Vale… ¿y si nos hago emparedados de mermelada?

- …Yo no puedo sub-bir…

- ¡No te preocupes, niño, tú me esperas aquí!

- Vale. – Sonrieron. Entonces Bill subió las escaleras y desapareció por la puerta. Después fue corriendo a la cocina, de donde sacó todos los ingredientes necesarios: el pan de barra, la mermelada y la mantequilla. Cortó cuidadosamente cuatro rebanadas de pan, un poco amorfas, pero le valió así; los metió dentro de la tostadora, y mientras esperaba sirvió dos vasitos con leche.

Los panes saltaron y se quejó al quemarse los deditos, pero se recompuso rápido y untó dos panes con mantequilla y dos con mermelada, después hizo los emparedados, poniendo uno encima del otro en el mismo platito para poder cargar los vasitos con leche, lo cual fue difícil y de seguro vertió un poco en el suelo, pero ya lo limpiaría después, pensaba.

Abrió la puerta y se encontró a Tom sentadito en el suelo, jugueteando con un hilillo que sobresalía de las pequeñas bermudas que llevaba puestas. Bajó con mucho cuidado hasta donde él estaba, y se sentó en la última escalera, para poder estar frente a Tom.

- ¿Me ayudas con los vasitos?

- Sí. – Dijo enseguida y cogió ambos vasos, con un líquido sumamente ajeno a él; el color era muy blanco, no podía ver el fondo del vaso ni a sus propios dedos reflejarse a través del plástico. - ¿Qué es?

- ¡Leche!, no me digas que no te dejan beber leche. – Exclamó, ya molesto de que ese niño no conociera nada de lo que él le mostraba. Tom negó.

- …Sí que me dejan…- Mintió, y se sentó justo a un lado de Bill, quien le puso un emparedado en las rodillas y él se quedó con el platito. También cogió su vaso.

- Espero que te guste, niño, te lo hice con cariño. – Ambos se miraron, y también ambos sonrieron, infantiles.

Tom miró el pedazo de pan, y este sí que no se le hizo ajeno, pues el hombre siempre casi siempre lo alimentaba con uno de esos. Le dio un mordisco enorme al no haber probado bocado de comida en más de doce horas, y el saborcito dulce hizo que sus papilas gustativas se pusieran como locas. Bill por su parte le daba mordiscos muy pequeñitos, y se asombró de ver cómo su nuevo amigo estaba haciendo un escándalo con toda la comida. Primero pensó no decirle nada, pero sus padres le habían educado a ser un niño de bien, así que tuvo que decírselo:

- Oye, mastica con la boca cerrada. – Fue como un regaño, y Tom despabiló sus pensamientos al escucharlo.

- ¿Eh?

- Así – Se apuntó sus labios y masticó, cuidadosamente. – Es de mala educación comer como tú lo haces… te ves grosero.

- Oh… - Miró su emparedado, y después le dio un mordisco al pedacito que estaba más lleno de mermelada. Se forzó a masticar sin separar los labios, y Bill sonrió.

- Así. – Felicitó.

No charlaron hasta que terminaron de comer, porque Bill estaba acostumbrado a no hacerlo, a sólo escuchar a sus padres platicar entre ellos, o a comer solito en la cocina cuando Nana y sus padres lo dejaban solo; y para Tom era normal no hablar, de hecho, casi nunca lo hacía.

Cuando terminaron de comer, Bill recogió los trastos y se acarició la barriga.

- ¿Te ha gustado, niño? – Tom lo miró y asintió, muy serio. – Qué bueno… oye… ya me tengo que ir…

- ¿Por qué?

- Es que… mis papis no me dejan estar aquí… si me pillan me van a castigar. – Ante los ojos enormes de Tom, Bill echó una pequeña carcajadita y luego le dio un empujoncito en el hombro, haciendo que el otro se tensara mucho. – No es tan malo, ¿eh?... pero bueno, ¿le pides permiso a tu mami de salir mañana?

- …Está bien…

- Vale… ¡Buenas noches! – Vio cómo Bill se iba otra vez y lo dejaba ahí solito. Corrió de vuelta a su habitación y cerró como pudo; después, a rastras tentó el suelo hasta llegar a su cama y meterse debajo de las cobijas. Cerró los ojos, muy fuerte, y en su cabeza sólo pasaba la imagen del niño que acababa de ver, y que no le había hecho ningún daño.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).