Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

The beautiful boy and the beast por OldBear

[Reviews - 8]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Parte 3.

 

De pie bajo el umbral de la puerta Harry despidió a su padre cuando este partió. Vio como el cielo oscurecía en poco tiempo y deseó que no lloviera, pues sabía que los caminos que recorrería Sirius eran nuevos para él y podría perderse con facilidad.

 

Cerró la puerta y se decidió rápidamente a leer el libro que el maestro Lupin le había prestado, pues el alfa Riddle le había interrumpido en un párrafo bastante interesante. Estuvo devorando las páginas con ímpetu desmedido, disfrutando de cada letra que leía, hasta que tocaron su puerta con fuerza y sin descanso; casi aporreándola. Se extrañó al no esperar ninguna visita.

 

Cuando se levantó para abrir casi maldijo su suerte al encontrar al Alfa más molesto del pueblo del otro lado de la entrada. Tomás traía un puñado de rosas aplastadas en una mano, y con la otra mano libre se apoyaba del marco de la puerta, sonriéndole al omega.

 

-Hola, hermoso mío.

 

- ¿Qué haces aquí Riddle?

 

Riddle empujó las flores contra su pecho y Harry tuvo que tomarlas por obligación. El alfa se adentró en la casa sin perder tiempo. Vio todo a su alrededor, los inventos y desastres de Sirius y los libros amontonados de Harry y anotó mentalmente que cuando se casaran le diría a su esposo que necesitaba ser más ordenado.

 

-Llegó a mis oídos que tu padre estaría unos días lejos. Y es mi deber como el alfa más fuerte de este pueblo velar por aquellos débiles que estarán solos.

 

Harry dejó las flores en la mesa sin mucho cuidado, cansado de aquel hombre que no hacía más que demostrar su idiotez y superioridad a cada segundo. Se cruzó de brazos, dispuesto a sacar al intruso lo antes posible y regresar a su lectura. Si bien cualquier otro omega estaría intimidado ante la presencia de un alfa estando solo, a él no podría importarle menos aquel tema de géneros; pero sabía que no podría sacarlo por la fuerza debido a la diferencia física entre un alfa y un omega. Chasqueó la lengua con frustración cuando el olor a madera de las feromonas de Riddle llegó hasta él nuevamente.

 

- ¿Visitas la casa de los omegas que están solos para liberar tus feromonas? - Tapó su nariz ante el inconfundible aroma del alfa. Lo hizo no porque aquello le causara atracción, sino porque las feromonas alfa siempre le provocaban náuseas.

 

- ¿Liberé mis feromonas?

 

Riddle fingió inocencia en sus palabras y se acercó a Harry. El omega cambió su expresión corporal, luciendo más relajado. Le sonrió y pareció que iba a abrazarlo. Cuando Tomás se estiró, pensando que su plan había funcionado, el omega lo tomó de los brazos y, gracias a que el alfa no lo esperaba, logró tirar de él con la suficiente fuerza y hacerlo trastabillar hasta que salió por la puerta intentando no caerse.

 

Pero el alfa terminó tropezando en las escalinatas del hogar y su cara chocó contra el pasto verde.

 

- Te lo diré por última vez, Riddle. ¡Déjame en paz!

 

El ruido de la puerta al ser cerrada bruscamente fue lo último que escuchó el alfa tras de sí. Oculta entre unos árboles Nagini salió para ayudar a su jefe a ponerse de pie, mientras le sacudía los pantalones sucios por la caída.

 

- Te lo dije Nagini- dijo Riddle, fuera de la casa - ese omega pide a gritos que lo haga mío.

 

..............................................................................

 

Sirius le Black se ajustó la capa que cubría su cabeza con fuerza, esperando que con eso la inclemente lluvia que azotaba su camino no le hiciera tanta mella. El inicio de su viaje había sido relativamente tranquilo, pero una repentina y furiosa lluvia estaba haciendo de su camino más difícil de lo que ya era.

 

Hedwig, su hermoso caballo, ni siquiera podía distinguir por donde debía andar y su vista tampoco le ayudaba. Las ruedas de la carreta que llevaba se hundían de cuando en cuando en el lodo y el caballo debía hacer un esfuerzo para sacarlas. El feroz viento que acompañaba a la lluvia azotaba a los árboles con furia, casi con odio.

 

- ¡Cuidado Hedwig! - gritó cuando unas gruesas ramas terminaron por caer y obstruir el camino que debía seguir.

 

Pensó que tendrían que regresar y emprender el viaje al día siguiente, pero aquel pedido era importante y necesitaban el dinero del negocio; así que aferró las riendas y le pidió con voz fuerte al caballo que se tranquilizara.

 

A un lado de donde habían caído aquellas ramas vio una especie de camino secundario y pensó que tomando aquella ruta en algún punto podría volver a caer en el camino principal.

 

- Vamos por ese camino mi querido Hedwig- decía al tiempo que tiraba de las riendas.

 

El caballo hizo su mejor esfuerzo por ir por aquel sendero bajo aquella inclemente lluvia; pero, para sorpresa del jinete, aquel clima cesó.

 

- Comenzamos a tener buena suerte mi fiel caballo- comentó con ligereza y alegría. Pero, antes de convertir su reciente alegría en verdadero júbilo, la extrañeza lo embargó cuando los copos de nieve comenzaron a caer sobre él. - ¿Nieve? ¿En esta época del año?

 

Aquello que caía sobre su cabeza y chocaba en su nariz eran copos de nieve, sin lugar a dudas. De entre todas las extrañezas que vio en su vida jamás creyó ver nevar a medio verano.

 

No pudo darle una explicación razonable a aquel fenómeno, pero de todas formas su concentración se enfocó en el aullido inconfundible de los lobos. En menos de un parpadeo una manada lo tenía casi rodeado y Sirius tiró de las riendas para hacer correr al caballo.

 

Galopó lo más rápido que pudo intentando alejarse pues los animales salvajes los perseguían muy de cerca. Como pudo desenganchó la carreta que llevaban cuando uno de aquellos animales casi alcanza con sus colmillos la pata de Hedwig.

 

Los lobos estuvieron a punto de alcanzarlo cuando un inmenso castillo se abrió paso frente a sus ojos. Sin pensarlo demasiado atravesó las rejas para buscar refugio, pero aquellas bestias que le perseguían se quedaron en la entrada y parecían temerosas de aquella fortaleza.

 

Sintiéndose ligeramente a salvo se desmontó del caballo, admirando la grandeza de aquel lugar.

 

-Nunca había visto nada semejante.

 

Se preguntó si acaso se trataba del castillo de algún rey o príncipe, pero sería algo ilógico, pues el reino de Hogwarts no tenía realeza.

 

La nieve seguía cayendo y su húmeda capa hacía poco por protegerlo del frío. Logró encontrar un cobertizo en la entrada para su caballo y amarró las riendas de la portezuela. Esperaba no ser descortés ante los habitantes de aquella mansión, pero necesitaba con urgencia secar su ropa. Después del incidente del fuego tanto la fuerza de su pierna como su salud habían mermado.

 

Subió las escalinatas de la entrada y entró por las puertas dobles que estaban entornadas. Con dificultad por su pierna, y por qué había perdido el bastón que llevaba en la carreta, se adentró con cautela unos cuantos pasos.

 

- ¿Hay alguien que pueda escucharme?

 

Su voz hizo eco en los pasillos desolados. El lugar parecía estar abandonado, sin embargo no había ni un solo rastro de polvo en las estanterías o los marcos. A un lado de la entrada, a la izquierda, vio un pequeño saloncito que lucía acogedor con la chimenea encendida y no pudo resistirse.

 

Se adelantó unos pasos pensando que solo necesitaba secar sus ropas unos minutos, pero antes de poder llegar frente al fuego escuchó unas voces a sus espaldas.

 

- ¡Es nuestro primer invitado en años! ¡Quizás no todos nos hayan olvidado!

 

Sirius se giró para pedir disculpas a los habitantes del castillo por su intromisión, pero se detuvo y parpadeó varias veces, considerando que el hecho de ver a un candelabro y un reloj hablarle debía considerarse una prueba irrefutable de que estaba loco.

 

-No nos mires así, -se quejó el candelabro, -somos corteses de invitarte, deberías apreciar esa hospitalidad.

 

¡Un candelabro y un reloj le hablaban! ¡Se había vuelto completamente loco!

 

El alfa tragó duro y decidió salir de aquel lugar lo más pronto posible. Corrió hasta su caballo pero, antes de partir, a su vista llegó el jardín de rosas que había a un lado del establo. Las rosas eran blancas y hermosas, las favoritas de Harry pues les recordaban mucho a sus padres. Él siempre llevaba rosas a su hogar en cada uno de sus viajes para darle un recuerdo de sus progenitores. Así que decidió que antes de partir de aquella locura podría tomar una flor de aquellas y se agachó para cortarla.

 

En cuanto la tuvo en sus manos un fuerte rugido lo hizo temblar. Se giró, y nunca esperó ver frente a sus ojos a un enorme monstruo.

 

- ¡¿Me estás robando?!

 

Una enorme bestia, con dientes y garras afiladas salió detrás del establo, encarándolo. El forcejeó fue breve. El alfa no tenía la suficiente fuerza para combatir contra aquella bestia y fue sometido casi de inmediato y tomado como prisionero cuando lo llevó de vuelta al castillo.

 

Lo único que pudo escapar de aquella terrible escena fue el caballo, quien llegó a al hogar de le Black, relinchando con furia, asustado después de haber visto a aquel monstruo.

 

...........................................

 

Harry conocía muy bien el sonido de Hedwig, así que salió de inmediato de la casa cuando este llegó dando bruces.

 

Se preocupó al ver el caballo sin la carreta y al no ver a su padre por ninguna parte.

 

-Hedwig, ¿Qué haces aquí? ¿Qué ha sucedido? -el caballo, lejos de tranquilizarse, se ponía cada vez peor. Tuvo que tomar las riendas con fuerza para calmarlo. -Llévame con mi padre.

 

Harry montó y cabalgó raudo adentrándose en la espesura del bosque sin preocuparse de los peligros que pudiese encontrar, tan solo preocupado por la salud de Sirius.

 

Ni siquiera pudo sorprenderse del hecho de la nieve tan preocupado como estaba. Él sabía que Sirius no tenía mucha fuerza debido al accidente, y temía que se encontrara enfermo o atrapado bajo el frío.

 

El imponente castillo se mostró ante sus ojos y el omega supo que Le Black debía encontrase dentro de aquel fortín. Dejó a Hedwig en el establo y entró rápidamente por las puertas dobles. No pudo divisar a nadie y aquel lugar le dio la impresión de estar abandonado; pero Hedwig era un caballo muy inteligente y él estaba seguro de que ahí se encontraba Sirius.

 

- ¡Padre!

 

Gritó varias veces y recorrió varios pasillos, adentrándose sin miedo en el castillo sin importar la oscuridad que reinaba o que el lugar fuera tétrico. Sin una luz que le ayudase se le hacía difícil caminar a través de la penumbra, pero aun tropezando en varias ocasiones siguió adelante.

 

- ¡Harry!

 

Se detuvo al escuchar con claridad su nombre y no tuvo dudas de que provenía de su padre. Sirius siguió llamando a su hijo al estar seguro de haber escuchado su voz; aunque esperaba que fuese una alucinación por estar encerrado y que Harry no estuviese en un lugar como aquel. Pero era real, y Harry no tardó en dar con el pasillo en donde estaba, un pasillo que se dirigía al calabozo.

 

Su padre estaba en una celda.

 

- ¡Padre!

 

- ¡Harry! Oh mi dios, Harry ¿Qué haces aquí?

 

Sirius no podía creer lo que estaba viendo. Aun con la alegría de volver a ver a su hijo no había esperado -ni quería- que el omega estuviese en aquel lugar. Su hijo corría peligro con aquella bestia.

 

Harry vio a su padre tirado en el suelo junto a los barrotes. Se inclinó hacia él y tocó sus manos un segundo y las sintió heladas. Era más que notorio que se había empapado con la lluvia y ahora tiritaba de frío. Sirius no podía estar en un lugar como ese, si bien era un alfa no tenía la misma fuerza del pasado y se encontraba débil.

 

-Vine a buscarte padre.

 

-No Harry, debes irte, debes correr por tu vida.

 

-Nos iremos padre. -Intentó encontrar alguna llave cercana sin ningún éxito, así que procedió a tirar de los barrotes con toda su fuerza, aunque sabía que era algo inútil. -Nos iremos juntos.

 

Harry ignoraba las suplicas de Le Black de que se marchara. No estaba dispuesto a dejarle solo en aquel lúgubre sitio sabiendo que su salud empeoraría.

 

-Harry, no entiendes, aquí hay una bestia temible. Debes irte antes de que venga, no sé lo que pueda hacerte.

 

Un rugido gutural los paralizó. Harry se dio la vuelta y encontró un trozo de madera en el suelo. Lo tomó con rapidez, pensando que podría usarlo para atacar a su oponente. Pero nunca esperó ver lo que ante sus ojos se presentó.

 

De entre las sombras emergió un enorme monstruo. Más alto que él, con cuernos y garras y unos dientes afilados que mostraba en señal de ataque. Harry tembló ligeramente pero no se amedrentó; juntó toda la valentía que tenía para no dejarse asustar por aquel monstruo y lo enfrentó elevando el trozo de madera que había tomado del suelo.

 

- ¿Por qué tienes a mi padre cautivo?

 

-Es un vulgar ladrón.

 

La voz de la bestia era grave mas no fue la que el omega esperó. No era una voz gutural o de monstruo, era la voz de un hombre. Poco tiempo pensó en aquello y se concentró en la mentira que estaba diciendo. ¡Su padre no era ningún ladrón!

 

- ¡Estas mintiendo! -le gritó Harry incapaz de creer aquello.

 

-Robó una de las rosas de mi jardín.

 

- ¿Lo condenas por tomar una rosa?

 

-Yo fui condenado por no tomar una.

 

La bestia giró el rostro recordando la maldición que le condenó diez años atrás, y de la cual le quedaba poco tiempo.

 

Harry apretó los labios lanzando el trozo de madera a un lado. Dio un paso hacia el frente, dispuesto a hacer lo que la bestia quisiera para darle a Sirius su libertad. Si su padre continuaba prisionero en aquella celda moriría en poco tiempo.

 

- ¿Que deseas para dejarlo en libertad?

 

La bestia le miró largamente. Aquel joven era el omega más hermoso que había visto en su vida; con sus hermosos ojos esmeraldas, su hermoso cabello negro ligeramente despeinado y su radiante piel.

 

La bestia desechó rápidamente los pensamientos sobre aquel joven, sabiendo que alguien tan hermoso como él nunca se fijaría ni un segundo en un monstruo. Quería que el joven se fuera ya, pues le recordaba lo horrendo que era él mismo; así que pensó en un trato que sabía que el omega no aceptaría.

 

-Quédate en su lugar. Un prisionero por otro.

 

- ¡No! -Gritó Sirius al escuchar el trato -mi hijo no se quedara aquí. Harry no lo escuches, vete de aquí, da media vuelta y sigue tu vida.

 

Harry apretó los puños escuchando las palabras de la bestia. Para liberar a su padre debía quedarse él en su lugar, significando que perdería su libertad por completo. Se giró hacia Sirius, el cual le pedía que se olvidara de él, pero aquello le era imposible.

 

-No puedo simplemente irme y dejarte morir aquí.

 

-Si puedes Harry, si puedes. Escúchame, tú eres joven y yo ya estoy viejo. No importa que me quede aquí. Tú aun puedes vivir y ser feliz, por favor...

 

El omega asintió con pesar aguantando las lágrimas. Había decidido nunca llorar, no se demostraría débil frente a nadie, y menos frente a aquella bestia que a leguas se notaba su género: un alfa. Y Harry se prometió no ser débil frente a los alfa.

 

- ¿Puedo por lo menos despedirme de mi padre?

 

-Si ese es tu deseo-dijo la bestia abriendo la reja, feliz de ver que su plan había funcionado.

 

Harry entró a la celda y abrazó a su padre. Sentía el cuerpo de Sirius tiritando debajo de su abrazo y sabía que había tomado la mejor decisión. Así que mientras su padre se despedía de él, lo empujó fuera de la celda, y esta se cerró.

 

La desesperación inundó a Sirius al ver a su hijo tras los barrotes. Se sujetó a ellos intentando abrirlos, pero le fue inútil.

 

- ¡Harry! ¡¿Qué hiciste?!

 

-Gracias por todo, Sirius -susurró con calma, seguro de su decisión.

 

- ¿Das tu vida por la de tu padre? -preguntó la bestia sin creerlo. No creía que nadie fuera capaz de sacrificarse de aquella manera por alguien más.

 

-Amo a mi padre, es lo menos que puedo hacer por él.

 

¿Amor? No, la bestia no podía creer en el amor, porque eso no existía.

 

-Sácalo de aquí por favor, -pidió Harry dirigiéndose a su ahora captor, mirando por última vez a Sirius, que seguía implorando tomar el lugar de su hijo. -Con cuidado.

 

La bestia se inclinó sobre el alfa y lo arrastró con su fuerza fuera del castillo. Le Black no tuvo oportunidad de oponer demasiada resistencia y fue entrado a la fuerza en uno de los artilugios con vida de aquel castillo, un carruaje mágico, al cual se le dio una sola orden.

 

-Llévalo hasta el pueblo y déjalo ahí.

 

El carruaje se cerró de tal manera que no podía abrirse desde adentro, y quien una vez fuera rey de esas tierras les vio alejarse. La bestia miró el castillo desde su posición, pensando acerca de lo que había pasado.

 

.............................

 

El omega se sentó en una esquina de aquella lúgubre y sucia celda, envolviendo sus piernas con sus brazos cuando el peso de lo que había sucedido recayó sobre él. Era prisionero de por vida de una bestia.

 

Pero, aun con todo lo malo de aquello, no se arrepentiría de su decisión. Había logrado salvar a su padre y eso era lo importante. Él era fuerte aunque fuese omega, y podría sobrevivir en aquel sucio lugar sin importar nada. No temería.

 

Escuchó varios golpecitos en el suelo que se acercaban hacia él y se preguntó si sería la bestia que volvía a la celda.

 

-Mira a quién tenemos aquí, -se escuchó decir a una voz bonachona en un tono muy alegre-pero si es un hermoso omega.

 

Después de aquella voz siguió otra con un tono mucho más recto y altanero.

 

- ¿Tú crees que ese omega será lo que necesitamos?

 

-Puede ser, mi muchacho, puede ser. ¿No viste lo valiente que fue? En ningún momento mostró una pizca de miedo. Creo que él es el indicado.

 

Harry se levantó rápidamente al darse cuenta que ninguna de aquellas voces pertenecía a la bestia. Se preocupó enormemente, pensando que en aquel castillo había más monstruos como el anterior, pero ante sus ojos solo se presentaron dos objetos: un candelabro de oro, y un reloj antiguo labrado en caoba.

 

Y era imposible no notar la boca y los ojos de aquellos dos objetos.

 

Parpadeó varias veces creyendo que su cordura estaba siendo afectada, y tardó alrededor de un minuto en entender que aquello que veía era real. Levantó una mano temblorosa, señalando a través de los barrotes a sus dos acompañantes.

 

-Ustedes son...

 

-Señalar es de mala educación, jovencito. -Se quejó con rudeza el candelabro. - ¿Acaso el tonto alfa al que llamaste padre no te enseñó modales?

 

-Mi querido Lucius, no seas así con el invitado. Es notorio que le hemos causado una gran impresión.

 

El reloj hablaba con calma y con una sonrisa en su pequeño rostro. Se acercó a la celda y tirando como pudo de una palanca, abrió los barrotes.

 

-Vamos a sacarte de aquí joven.

 

-Pero la bestia dijo...

 

-Oh no te preocupes, el rey Severus es un amargado. -Contestó el reloj, dando media vuelta. -Eres nuestro invitado en mucho tiempo, debemos hospedarte en una excelente habitación.

 

Aquello era más que extraño, casi imposible. Estaba en el castillo de una bestia y sus súbditos precian ser... objetos. Pensó que en definitiva su cordura se estaba esfumando, pero tampoco estaba deseoso de permanecer en aquella polvorienta celda, por lo que decidió tomar aún más valor y acompañar al reloj y al candelabro.

 

Se dio cuenta que el reloj se había referido a la bestia como "rey Severus".

 

-Disculpa, reloj parlante, ¿el nombre de la bestia es Severus?

 

Pronto se dio cuenta que el reloj era un ser bastante parlanchín y risueño, mientras que el candelabro parecía estar en contra de todo aquello de ayudarlo, y se quejaba cada vez que tenía la oportunidad. Ambos tenían nombres, el reloj se presentó como Dumbledore, y el candelabro como Lucius.

 

Dumbledore le explicó que la bestia fue el rey de aquellas tierras y ellos sus súbditos y que estaban bajo el hechizo de una mujer malvada. También le habló de que si bien él sería un prisionero, el castillo era bastante grande y podría disfrutar de él a plenitud.

 

-Pero que nunca se te ocurra ir al ala oeste. -Aseveró el candelabro con tono serio.

 

- ¿Qué hay en el ala oeste?-preguntó Harry.

 

El candelabro detuvo su camino, mirándolo fijamente desde su pequeña altura.

 

-Nada que sea de la incumbencia de un omega curioso.

 

-Solo mucho polvo y arañas-agregó el reloj, intentando aligerar el asunto.

 

Pero la curiosidad de Harry no creyó en aquellas excusas, sino que se acrecentó aún más. Llegaron a una habitación ubicada en la ala este y, al entrar, el candelabro se acercó rápidamente al ropero.

 

-Mi amada Narcisa, despierta. Tenemos invitados.

 

El ropero se estremeció y abrió sus ojos. Harry cayó en la cama de la impresión, pero no tuvo ni un segundo para internalizar aquello cuando por la puerta entró una bandeja cargando una tetera y varias tazas de té y, para completar, entró una peineta de plata.

 

-Oh pero miren esto, tenía muchos años que no veía un invitado

 

-Entonces es verdad que hay un invitado.

 

- ¡Y además en un omega!

 

- ¡Y un omega hermoso! Mira sus ojos y su piel, es perfecto.

 

Todos hablaban a la vez sin dar siquiera una pequeña pausa. Harry se sentía mareado con todo aquello apenas entendiendo que en aquel castillo los objetos hablaban. Al ver su gran confusión la tetera se apiadó de él y, exigiendo completo silencio, los presentó a todos. Además de los que ya conocía, se presentó ella misma como la viuda de Weasly, el ropero era la esposa de Lucius, Narcisa; y la peineta era McGonagall, la institutriz. Las tacitas eran los hijos de la viuda y el hijo de Lucius, quien se quedaba con la señora Weasly por ser una taza al igual que los demás niños. Ellos, al igual que muchos otros objetos más, eran los sirvientes y trabajadores de aquel castillo.

 

Y, lo que más le costó creer, la bestia que había visto era el rey de aquel lugar.

 

- ¿Pero, cuál es la razón de que estén así?

 

-Una bruja nos condenó.

 

- ¿Una bruja? Y no tienen forma de contrarrestar el hechizo.

 

Los objetos se miraron entre sí. Ellos tenían la esperanza de que aquel omega que se veía de buen corazón fuera capaz de amar al rey en su forma de bestia, pero no podían decirle nada. Si el joven se enteraba de que para romper el hechizo necesitaba enamorarse podría intentarlo solo por pena de ellos, y entonces el sentimiento no seria real.

 

-Oh amor, no pienses en eso. -le dijo la tetera, poniendo en su boca los pensamientos de todos. -Mejor descansa, has tenido un largo día y debes estar agotado. Te dejaremos para que duermas un poco.

 

.....................................

 

Era casi hora de cenar cuando Severus se acercó a la puerta de la habitación del omega. Se giró hacia atrás y vio a sus más cercanos trabajadores mirándolo con advertencia. Ellos lo habían obligado a ir hasta allá para que socializará con el omega pues todos ellos tenían la esperanza de que aquel hermoso chico fuese el elegido para romper la maldición. Pero la bestia no creía que aquello pudiera ser posible.

 

- ¿Por qué tendría que invitarlo a cenar? -preguntó furioso, modulando su voz para que el invitado forzado no le escuchara.

 

- ¿Acaso no lo has visto? -Cuestionó la tetera-Es un omega, ¿no has pensado que él podría romper la maldición?

 

-Claro que sí-respondió, pasando sus garras por su pelaje, -pero mírenme, ¿Cómo me amaría estando así? ¿No vieron lo hermoso que es? No hay ninguna oportunidad de que se fije en mí.

 

-Puedes intentarlo-expresó el reloj. -Tengo la impresión de que ese chico es diferente a los demás.

 

-Por eso el primer paso es invitarlo a cenar-exclamó McGonagall, -Para que comience a ver que no eres tan terrible.

 

La bestia resopló con fuerza antes de darse por vencido. Se giró y, levantando una de sus grandes garras, tocó la puerta. Dentro de la habitación no hubo ningún sonido, así que repitió su acción.

 

- ¡No quiero verlo! -gritó el omega simplemente.

 

Severus contuvo su enojo y aclaró su garganta con la esperanza de que su voz no sonara tan gruesa.

 

-Cenaras conmigo esta noche.

 

-Con suavidad-le dijo furioso Lucius. -Díselo con más tacto.

 

Severus volvió a resoplar y a intentarlo nuevamente.

 

-Por favor, -dijo Severus, -vine hasta aquí para que... me hagas el honor de cenar conmigo.

 

Un golpe seco se escuchó dentro de la habitación, también se escucharon los murmullos provenientes de la inconfundible Narcisa antes de que el omega volviera a hablar.

 

- ¡Primero me como mi pierna!

 

La bestia, exasperada, golpeó la puerta con su puño cerrado, haciéndola temblar bajo su gran fuerza.

 

- ¡Estoy siendo gentil contigo, mocoso! No seas insolente.

 

- ¡Muy gentil! Secuestras a mi padre y me tienes prisionero, ¡muy gentil!

 

- ¡Bien! -Severus se giró hacia su servidumbre. Los pequeños utensilios, si bien sabían que el rey jamás les dañaría, no podían evitar amedrentarse ante el tamaño de aquella bestia, y más siendo ellos tan pequeños. - Si nuestro invitado no quiere comer conmigo entonces se morirá de hambre.

 

Dentro de la habitación Harry se había sentado en la cama, ignorando las palabras de Narcissa de que intentara darle una oportunidad al rey y comprobara que no era lo que parecía, ya que no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer con alguien de ese tipo.

 

Para él Severus era un odioso alfa que quería imponer su poder en él. Había apresado a su padre y ahora a él, alguien de esa clase no podía tener nada bueno que ofrecer.

 

Decidió que se quedaría encerrado en aquella habitación por siempre, y así jamás tener que ver a la bestia. Pero pronto se encontró con un problema en su resolución de quedarse encerrado en aquella habitación para no tener que ver a su captor; y es que el problema fue que pasada la media noche su estómago comenzó a rugir. No había ingerido nada de comer desde temprano, y el haberse saltado la cena le estaba complicando las cosas.

 

Narcisa parecía haberse quedado dormida, así que decidió salir un momento y buscar la cocina por sí mismo. Si, al igual que el ropero, los otros también necesitaban dormir, estaba seguro de que nadie estaría despierto a esa hora.

 

Con cautela salió de su habitación, teniendo precaución de no ver a algún objeto merodeando en los pasillos. Recordaba de forma vaga las indicaciones de Dumbledore sobre la ubicación de la cocina. Pero, antes de llegar a ella, decidió que primero vería la tan misteriosa ala oeste. Su curiosidad era demasiado grande como para dejarlo pasar.

 

Sus pasos eran tan sutiles que no resonaban en aquellos pasillos y llegó pronto a su destino. La sala oeste se veía diferente al resto. Se sentía más fría, las paredes parecían arañadas por un objeto filoso y el largo pasillo conducía a una única habitación.

 

La puerta estaba entornada y él pudo ver rápidamente que se trataba de una recamara. Entró despacio al ver que estaba vacía, pero procurando no hacer ningún sonido. Aquella habitación era un desastre. La cama estaba destruida y los doseles estaban raídos; el ropero, las pequeñas mesitas y la silla también estaban destruidos. Había trozos de rocas desperdigadas por el suelo y el único espejo del lugar estaba hecho añicos, con todos los pequeños trozos en el suelo bajo el marco, amontonados. Harry se acercó hasta unos cuadros que parecían haber sido rasgados por unas filosas uñas.

 

El primero presentaba a una mujer de porte altivo. Aquella mujer era preciosa y el cuadro solo estaba rasgado por la mitad. El otro estaba más destruido pero con ayuda de sus manos unió los trozos que estaban casi sueltos. No se distinguía tanto como el anterior pero pudo ver en el a un hombre de cabellos y ojos tan negros como la noche. Algo en él atrajo su atención de forma poderosa. El retrato estaba muy dañado y no se veía completamente, pero a Harry le pareció que los ojos de ese hombre expresaban una profunda tristeza que él tuvo ganas de borrar.

 

Pero, de entre todo aquel caos en el centro de aquella habitación había una hermosa rosa, tan roja como la sangre, cubierta por una cúpula de cristal.

 

Se alejó del retrato para acercarse a ella. Quedó prendado por la belleza de aquella flor y se acercó a ella, queriendo mirarla más de cerca. Se preguntó que tan bien olería aquella rosa y puso sus manos en la cúpula de cristal para levantarla brevemente y comprobarlo.

 

- ¡¿Qué crees que estás haciendo?!

 

Aquel rugido tras su espalda le espantó. Quitó sus manos de la cúpula y vio con terror como la bestia se acercaba a él. Entre los claroscuros de la habitación la bestia se veía aún más imponente, y Harry tuvo miedo.

 

- ¡No sabes lo que pudiste provocar!

 

-Lo siento, yo no sabía...

 

- ¡Eres un ignorante! ¡Vete de aquí! ¡No quiero verte de nuevo!

 

Harry corrió fuera de la habitación con rapidez, tropezando con sus propios pies por la oscuridad que reinaba en los pasillos. Salió de aquel castillo sin mirar atrás para tomar su caballo. Ignoró el hecho de que no estaba bien abrigado para salir y cabalgó hacia el bosque con el corazón acelerado.

 

Se adentró en el bosque con rapidez con el único deseo de volver a su hogar y llegar con su padre, pero entre la oscuridad dela noche y la nieve no podía encontrar el camino que lo llevaría hasta su casa.

 

De pronto se sintió asechado en la oscuridad de la noche y por un instante pensó que la bestia había salido a buscar a su prisionero nuevamente, pero fue mucho peor: eran lobos hambrientos.

 

Los lobos lo atacaron sin tregua, dispuestos a que no se les escapara otra presa como la anterior. Luchó por intentar escapar pero fue en vano. Los lobos los acorralaron a él y a su caballo de tal forma que aquello parecía ser su fin; hasta que un rugido resonó en el viento.

 

La bestia apareció entre los árboles y atacó a los lobos que le mordían sin piedad. Fue una lucha encarnada pues si bien la bestia tenía una fuerza increíble, sus atacantes le sobrepasaban en número. Al final los lobos se retiraron mal heridos, casi moribundos, pero la bestia terminó cayendo al suelo, sangrando por la herida de su espalda.

 

Harry apretó las riendas, aquella era su oportunidad de irse y volver a su hogar, pero no se sentía capaz de dejar al ser que le había salvado.

 

Su corazón no le permitía aquello.

 

Se acercó a la bestia con cuidado, estaba débil pero por lo menos seguía consiente.

 

-Severus, por favor, ayúdame a llevarte hasta el caballo.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).