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La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

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Inuyasha seguía estando en la habitación del Rey Demonio, solamente escuchando los balbuceos del bebé que se entretenía jaloneando los mechones libres de su cabello. El hombre frente a él no se había movido y seguía con la mirada fija en algún punto del horizonte. Sin duda, ese hombre le intrigaba más de lo que quería admitir y todo gracias a su comportamiento, también después de haber escuchado su historia. Para Inuyasha, ese hombre era enigmático y raro, pero todos en ese mundo lo eran. Pero se repetía lo mismo, debía hacer las pases con él para que la convivencia fuera menos dura. Obligadamente iba a ayudarles, pero él también tenía sus condiciones. Aunque Inuyasha no sabía si sería escuchado, esas criaturas podrían matarlo de un solo golpe pero era tan necesario que no lo hacían. Por esa razón decidió que debía actuar con calma o ellos usarían la fuerza para que hiciera todo y sin chistar.

—Aceptaré ser tu incubadora. A cambio, ustedes dejarán de tratarme como a un prisionero. No estoy aquí por voluntad propia, pero quiero que respeten al menos mi libertad. Yo no soy uno de tus súbditos como para que me des ordenes, yo me iré en cuanto haya hecho lo que me exigen y jamás deberán volver a molestarme. —Inuyasha expresó su convicción, pero el Rey Demonio siguió sin darle la cara. Inuyasha estaba perdiendo la paciencia pero el jugueteo del pequeño lo distraía un poco. —Ese es mi trato. Les ayudaré a cambio de que me dejen tranquilo.

Pasaron unos segundos, antes de que Inuyasha exigiera una respuesta a su petición, el hombre frente a él habló.

—¿Algo más?.

Realmente Inuyasha no pensó que sería fácil lograr convencer al señor de los demonios, pero tal parecía que sí. Murmuró un quedo «No» en respuesta, aunque no tan confiado. La voz tan seria le causó un ligero temor que no demostró. Inuyasha tenía el cuello vendado por el encuentro anterior, ese demonio que ya lo había atacado varias veces, le parecía extraño todavía. Pero viéndolo en ese lugar tan solo, le hizo pensar que solo era así por su propia soledad y sus pesadas cargas. Inuyasha inevitablemente sintió lástima de él, todo porque ese hombre tan fiero solo era alguien que se escudaba en sus propias murallas para no ser herido nuevamente. Antes le tenía miedo, ahora solo sentía pena. Cuando iba a hablar nuevamente, Inuyasha chilló ante la fuerza del niño en sus brazos al jalar su cabello. Ignorando al hombre, se sentó en la gran cama y empezó a reprender al pequeño que solo reía ante su ceño fruncido.

Inuyasha no fue testigo del resoplido divertido que el Rey Demonio soltó accidentalmente ante esa escena. El demonio solo hizo como si eso no hubiera pasado y siguió mirando el atardecer desde su fría fortaleza.

Pasaron unos días, el pequeño príncipe seguía creciendo con una sorprendente rapidez. Inuyasha se había asustado cuando despertó con un niño de aparentemente un año en su cama, él había acostado a su lado a un bebé de días de nacido. Kagome le explicó que necesitaban a los príncipes lo más rápido posible por lo que la infusión mezclada en sus alimentos, se trataba de una magia que no entendió. Inuyasha solo entendió que en menos de un mes, el niño aún sin nombre, estaría listo para marchar a la batalla después de un corto entrenamiento. Sin duda, todo era extraño en ese lugar.

Y con solo unos días, Inuyasha aún no tenía un nombre con el cual llamar al pequeño príncipe. Y no era como si le importara el destino del niño, Inuyasha se convenció que solo se trataba de algo que cualquiera haría. Nadie podía vivir sin un nombre, por eso su empeño en buscarle uno. Solo por eso, no había razones ocultas. O eso quiso creer. Sin embargo, Inuyasha no hallaba uno que le gustara para el niño. Además de que Kagome se había desligado del niño apenas vio que podía cuidarlo. Para Inuyasha, la hechicera era agradable a su manera pues era en verdad escandalosa y gruñona, pero con el tiempo se había acostumbrado. Aunque realmente no llevaba mucho tiempo en ese lugar. 

Gracias a que el Rey Demonio se encontraba en los terrenos de su castillo, la hechicera había sugerido que si querían que el primer Príncipe de la Calamidad creciera fuerte y rápidamente, debía ser revitalizado con la energía de su progenitor. Por esa razón, Inuyasha estaba en los aposentos reales viendo como el señor de los demonios pasaba parte de su energía al pequeño que dormía en sus brazos únicamente poniendo su peligrosa mano en el pecho del pequeño. El tenerlo cerca, le causaba una ligera incomodad a Inuyasha. No estaban en buenos términos e Inuyasha no iba a perdonar lo que ese hombre le había hecho, además de ese ligero miedo que le tenía. Pero, seguía repitiéndose que debían llevarse bien. Por eso se abstuvo de soltar algún comentario sarcástico o fuera de lugar. Después de unos eternos minutos, el Rey demonio se apartó de Inuyasha.

Cuando el príncipe despertó, empezó a jugar con el largo cabello de Inuyasha. Pero para el mencionado era doloroso, ese niño tenía más fuerza que él mismo. Inuyasha levantó al pequeño e hizo que se parara sobre sus piernas, quedaron frente a frente.

—¿Como un niño de una semana de nacido puede ser tan enérgico? Cuando tenía tu edad, solo dormía, comía y lloraba. —Resopló. —Eso significa que estás bien y eso es suficiente para mí. 

Cuando Inuyasha se dio cuenta que una vez más se comportaba como una madre lo haría, negó inmediatamente. Él no quería ser una, era hombre y como tal, eso era imposible. Pero había ocasiones en las cuales ese comportamiento saltaba a la vista, más de lo que quisiera admitir. Como lo había dicho el Rey Demonio, no debía encariñarse o todo saldría mal. Inuyasha estaba confundido, una parte de él amaba tratar al pequeño como si fuera suyo y aunque lo fuera, no quería admitirlo. Pero, su parte racional le recordaba como había nacido el niño y lo obligaba a no quererlo cerca más de la cuenta. Inuyasha no sabía en qué pensar, por eso decidió cambiar la conversación que era escuchada por el pequeño príncipe y discretamente, por el Rey Demonio.

—Sería bueno que tuvieras un nombre, pero no uno cualquiera. —Habló para el niño. —Uno que dé miedo, ¡eres uno de los Príncipes de la Calamidad! ¡Las personas deben temblar solo por escuchar tu nombre!. —Los gestos exagerados que realizó, hicieron reír al pequeño e Inuyasha río por igual. 

Inuyasha empezó a decir nombres al azar, finalizando con el título «Príncipe de la Calamidad». Ni uno le gustó. Durante su plática con el niño, había ignorado completamente la presencia del padre del pequeño. Seguía ensimismado con un nombre que no lograba encontrar. De un momento al otro, el poderoso señor de los demonios procedió a salir de la habitación. Cuando el Rey de los Demonios pasó junto a Inuyasha, murmuró unas palabras que Inuyasha logró entender pero no alcanzó a responder gracias a que se había marchado con rapidez. 

—Tu padre no es malo, solo es un ermitaño gruñón. —Expresó con cierto tono burlesco. —Por esa razón, no lo dejen solo tú y tus hermanos. Cuando me vaya, ustedes deberán acompañarlo. Él odia la soledad, pero no es capaz de pedir compañía. Promete que cuando me vaya, ustedes estarán con él. Prometelo, Inu no Taisho.

A pesar de la seriedad de su voz, el pequeño solo río y no podía esperar más, estaba hablando con un niño de pocos días de nacido. Aún así, Inuyasha sintió que decía la verdad en base a lo que había visto y oído acerca del temido Rey Demonio. El hombre que había tomado todo de él y lo había dañado, era alguien que a su modo trataba de ser fuerte contra sus propios problemas. Inuyasha solo quería ser capaz de entenderlo, pero simplemente no lo lograba.

Ese mismo día, durante la noche, Inuyasha había recibido un regaño por parte de Kagome al escuchar como había llamado al príncipe. 

—¿Como lo llamaste?.

—Le puse Inu no Taisho. —Respondió orgulloso. —Inu no Taisho, el primer Príncipe de la Calamidad. Suena bien, ¿verdad?. 

Pero la expresión de Kagome, le dio a entender a Inuyasha que era todo lo contrario. 

—¿Como te atreviste a llamarlo de ese modo? Es más, ¿de donde sacaste el nombre?. 

—¿Por qué tanto alboroto por un simple nombre?. 

Tras esa confrontación, Inuyasha no sabía si debía decir que el mismísimo Rey Demonio le había dado ese nombre. Tampoco entendía el porqué de ese escándalo provocado por un nombre. Si era un nombre prohibido, tuviera algún extraño significado o algo parecido, Inuyasha no pudo comprender porque el rey se lo había sugerido. Solamente esperó a que Kagome le explicara con detalle, esperaría antes de sacar conclusiones apresuradas.

—Inu no Taisho es el nombre del antecesor de nuestro rey. Mi señor puede tomar como una ofensa el que hayas tomado el nombre de su padre con tanta simpleza. —Explicó.

Así fue como esa misma noche Inuyasha se enteró que «Inu no Taisho» era el nombre del anterior rey de los demonios. Eso había sorprendido al humano más de lo que hubiera deseado, tal vez el Rey Demonio no era tan feroz como lo pintaban y solo era alguien incomprendido. Pero Inuyasha no se podía dar tiempo para conocerlo, se iría y nunca volvería a ver a nadie de ese mundo fantasioso. Por esa razón debía simplemente olvidar lo que aprendía en su estancia y al volver a su hogar, pretender que todo eso solo había sido un sueño extraño. Pero por alguna extraña razón, se sentía triste con tan solo pensarlo.

Inuyasha estaba seguro de que ese pesar causado por el pensamiento de dejar ese mundo, era a causa de que la mayor parte de su vida había estado solo. Al ser huérfano desde muy joven, Inuyasha no sabía lo que una familia cálida ofrecía. Pero estar con esas personas le había mostrado un poco de lo que sería una familia. Kagome le regañaba si lo encontraba vagando por los alrededores o si se desvelaba cuidando del príncipe, si ella lo veía mal pasarse en cuanto a su salud, lo reprendía de igual forma. La hechicera lo hacía sentir como si tuviera una hermana mayor. Y la pequeña Rin, la niña siempre curiosa le alegraba el día a su manera. Rin siempre solía hablar, pero le contó que antes no lo hacía debido a un trauma causado por humanos. Pero ella siempre estaba sonriendo y ayudandole a cuidar al pequeño Inu. Si quería tomar una siesta, ella se encargaba de vigilar al niño o simplemente ella le pedía que le dejara cuidar de su cabello. Inuyasha creía que Rin tenía una obsesión con el cabello largo ya que insistía en peinarle el cabello y trenzarlo, aunque solía llenarlo de flores y decir sobre cuan hermosa se veía la Reina Humana de la Calamidad. El título ya le había dado igual, todos lo llamaban de ese modo y había llegado a acostumbrarse. Ella era como una hermana menor.

Inuyasha no sabía qué representaba el Rey Demonio en su vida, pero el sentimiento de no volver a verlo empezaba a sentirse realmente amargo.

Continuará...

 


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