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La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

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Una pareja conformada por un demonio y una humana, caminaban por el bosque despreocupadamente. El demonio cambió su expresión serena a una más seria, el aroma a muerte, sangre y una esencia distinta, todo eso combinado con un estridente llanto, hizo que avanzara con rapidez ignorando a la mujer que caminaba a su lado. Con las garras por delante, mató a un esclavista que pateaba a un humano. Tanto él como su compañera humana se dedicaban a eliminar a ese tipo de personas. La mujer llegó poco después y levantó al pequeño del suelo, al ser una maga de nivel cinco, utilizó sus pocos poderes curativos para tratar las heridas del pequeño.

El demonio inspeccionó el escenario, dos humanos muertos y uno a nada de estarlo. Entre tanta sangre, el aroma peculiar se mostró tenuemente. Su vista se clavó en el humano de cabello platino que luchaba por respirar, con solo moverlo ya sabía que podría matarlo. Pero, inmediatamente se postró sobre sus rodillas y su puño tocó el suelo. No era un humano común, su aroma estaba mezclado con el del temido Rey Demonio y solo había una explicación.

―La Reina Humana de la Calamidad. ―La voz usada llamó la atención de la mujer. ―Tsukiyomi, ¡Estamos ante la reina de los demonios!. ¡Tienes que curar sus heridas, está a nada de morir!.

Ante ese título, la mujer inmediatamente dejó al pequeño en la carreta e ignorando los cadáveres, se acercó al humano en el suelo. 

―Mi magia es escasa, no puedo curar sus heridas pero puedo prolongar un poco su tiempo. ―Se arrodilló ante Inuyasha quien luchaba por vivir y colocó sus manos en él, un aura verde claro empezó a emerger de ellas y empezó a curar heridas internas. Pero no haría mucho progreso. ―Alzalo con cuidado, Hoshiyomi. No tardaran en pasar por aquí y si es quien dices que es, corre grave peligro.

Hoshiyomi obedeció, alzó a la Reina de la Calamidad del suelo y solo ganó quejidos adoloridos. No podía mantenerlo mucho tiempo así, sus huesos rotos empeorarían más la situación. Se llevaron a Inuyasha y al segundo príncipe más adentro del bosque. Finalmente encontraron un buen lugar junto a un árbol y dejaron a Inuyasha en el suelo. Solo lo escucharon balbucear un par de palabras inentendibles y mover ligeramente el brazo que no estaba quebrado. Tsukiyomi acercó al bebé e Inuyasha estando inconsciente, se aferró a la pequeña mano. Un humano no resistiría tal gravedad de heridas.

―Su aroma está mezclado con el del Rey Demonio, siento su energía sobre este humano y se rumorea entre los demonios de bajo rango que la Reina de la Calamidad es hombre, no hay duda de quien es y este debe ser uno de los Príncipes de la Calamidad. ―Señaló al niño. ―Están demasiado alejados del territorio demoníaco, no es seguro para ellos y la reina no soportará mucho tiempo más.

―¿Y qué estás esperando? ¡Ve a traer a su gente para que lo ayuden!. ―Ordenó la mujer. ―Yo me quedaré a cuidarlos, no podemos moverlo mucho o me temo que morirá. Haz que traigan pociones de curación de nivel tres, apresúrate.

No pasó mucho tiempo cuando Hoshiyomi cumplió las palabras de Tsukiyomi. La mujer mago trató de curar las heridas de la respetada reina hombre pero su nivel demasiado bajo no era capaz de cerrar las heridas. Siguió intentándolo a pesar del desgaste enérgico que empezó a sentir, temía que muriera antes de que la ayuda llegara. 

Pasaron unos minutos, Tsukiyomi había logrado calmar al pequeño príncipe y hacerlo dormir. La vida de la Reina Humana de la Calamidad, pendía de un delgado hilo y la mujer no hacía más que rezar en silencio y sintiéndose impotente al ver como a pesar de su estado, no había soltado esa pequeña mano que sostenía débilmente. De repente, escuchó voces y por más rápidos que fueran los demonios, estaba segura de que no se trataba de la ayuda que Hoshiyomi había ido a buscar. Tsukiyomi murmuró un par de palabras y tocó la frente del príncipe, lo que identificaba al niño como demonio fue desapareciendo para darle una apariencia más humana. Luego de ese truco, la mujer se ocultó tras un árbol cercano, sería sospechoso que la vieran con Inuyasha considerando su historial.

Un grupo amado por los humanos y temido por los demonios, se acercó hacia el lugar en donde Inuyasha reposaba. Una mujer mago de nivel dos, un monje de tercer nivel, una exterminadora de nivel dos y el tan aclamado héroe. El grupo hablaba acerca del asesinato de dos contrabandistas de demonios, pertenecientes al grupo con el que se habían topado horas atrás. Las palabras del héroe murieron en su boca cuando vieron a Inuyasha y su hijo. Al notar que eran humanos, los auxiliaron.

Inuyasha fue curado por el mago sin dificultad, pero no despertó pese a que sus heridas tanto internas como externas fueron curadas. Luego de mucho hablarlo, el grupo se llevó a Inuyasha ante la mirada oculta de Tsukiyomi. Lo llevarían con ellos a la ciudad cercana hasta averiguar su procedencia.

El grupo llegó una hora después a una ciudad rodeada por una barrera mágica de primer nivel, tan poderosa que nada ni nadie sería capaz de romperla. Los guardias permitieron el paso al ver al aclamado héroe y no preguntaron sobre la procedencia de los dos platinados que cargaban con ellos. Después de eso, se dirigieron a una posada.

Inuyasha despertó un par de horas después, al hacerlo se dio cuenta que estaba perfectamente normal y que la dolorosa agonía que había sufrido solo parecía una vil pesadilla. Pero no lo era, todo a su alrededor era extraño y le recordó a una casa común en su mundo, algo tan humano y nostálgico. Ese lugar que no se comparaba a sus aposentos reales, le dio a entender que no estaba soñando y que la ausencia de Izaya era preocupante. Inuyasha no recordaba nada más allá de haber sido golpeado en la cabeza tras haber, probablemente, matado a alguien. El remordimiento quedó en segundo plano al recordar el porqué. Por ahora debía encontrar a Izaya y marcharse del lugar. Aún debía asegurarse de que Inu no Taisho estaba bien y recibir su castigo por haber puesto en peligro a los príncipes.

Como no sabía donde estaba, Inuyasha buscó algún objeto que sirviera para defenderse en caso de que tuviera que pelear. Aún recordaba lo que hizo y por más escalofríos que tuviera, volvería a hacerlo si llegara a ser necesario. Y al encontrar un bastón bajo la cama, Inuyasha se dirigió a la única salida que encontró. 

Caminó por pasillo lleno de puertas, al dar contra una intersección, apareció un hombre de piel morena y armadura. Sin darle tiempo siquiera de reaccionar, Inuyasha atacó.

―¿¡Qué te sucede, bestia!?. ―Gritó el hombre. Bloqueó el ataque de Inuyasha con el antebrazo. ―¿¡Así tratas a tu salvador!?.

―¿¡Quien eres y donde está mi hijo!?. ―Inuyasha volvió a ponerse a la defensiva y no se dejó intimidar. Después de vivir con el Rey Demonio, un tipo que recaía en el típico cliché de héroe no haría que bajara la mirada.

―¿El pequeño? Debe estar siendo atendido por Ayame en su habitación. Si no fueras tan salvaje, lo habrías sabido. ―Expresó con irritación. ―Soy Koga, ¿como te llamas?.

Inuyasha no contestó, no confiaba en los humanos de ese mundo después de su experiencia pasada. Simplemente mantuvo su distancia y en cuanto escuchó un llanto conocido, corrió en su dirección. Tras abrir una puerta casi de una patada, Inuyasha encontró a Izaya con dos mujeres que por su vestimenta algo exuberante, daban a entender que eran personas importantes. En cuanto el segundo príncipe alzó sus bracitos hacia Inuyasha, este soltó su improvisada arma y se lo arrebató a las mujeres. Su clara hostilidad hizo que no lo molestaran.

Mientras Inuyasha mecía al niño tratando de calmarlo, recordó lo que había pasado horas atrás y todo el miedo que sintió. Su expresión fiera cambió y empezó a temblar expresando lo que tenía acumulado. Inuyasha recordó todas las veces que deseó haber escuchado las ordenes del Rey Demonio, porque cada orden que le daba por muy dura que sonaba, era primordial y le evitaría ese tipo de problemas. Y ahí estando completamente pálido, recordó como había asesinado a alguien, como había luchado sin importarle su propia vida y como en los que creyó sus últimos pensamientos, clamaba por ayuda al señor de los demonios. Mientras Inuyasha trataba de calmar a Izaya, las personas que lo rodeaban trataron de calmarlo a él pero simplemente retrocedió hasta chocar contra un muro y se aferró a su hijo. Para todos parecía un animal salvaje y nervioso encerrado en una jaula. No podía calmarse ni olvidar lo que vivió.

Ante el visible ataque de pánico que Inuyasha estaba a punto de presentar, el mago de la habitación lo hizo perder la conciencia y le quitaron al pequeño. Podría herirlo y herirse si continuaba. La exterminadora se encargó de calmar al príncipe de apariencia humana que había empezado a llorar apenas había sido separado de su madre. El llamado héroe se encargó de llevar a Inuyasha de regreso a la habitación y quedarse a vigilarlo. Para todos Inuyasha era sospechoso, alguien moribundo y con un bebé a la mitad del bosque no era algo que se veía todos los días. Mucho menos, alguien que usaba telas demoníacas demasiado difíciles de conseguir, incluso para los aventureros más experimentados.

Inuyasha despertó por la noche, había logrado calmarse y cuidar de su pequeño. No reveló nada de lo que sabía o su procedencia, algo le decía que debía guardar el secreto. Aunque no entendía porque Izaya había perdido sus apenas visibles colmillos y sus afelpadas orejas caninas, era lo mejor considerando que estaba con el enemigo jurado del Rey Demonio. Era preferible esperar a que todos se distrajeran y escapar, Inuyasha tenía el respaldo de un reino entero, mientras encontrara a un demonio, podría volver al castillo que no debió abandonar. Aunque sería difícil dado que los demonios evitaban en todo momento a los humanos.

Y aún así, Inuyasha convivió con el grupo que estaba destinado a matar al Rey Demonio. Siendo cauteloso y tranquilo en sus acciones, Inuyasha empezó a pasar desapercibido y dejó de ser visto como una amenaza. Pero cuando descubrió que estaba con un mago de tan alto nivel, tuvo miedo por Izaya y siguió rogando en silencio por la ayuda del Rey Demonio. Confiaba en que iría por ellos y ni siquiera sabía por qué.

Después de haber estado rodeado de tantas personas comunes, Inuyasha sintió por un momento que estaba en su mundo. Mas había un vacío latente al darse cuenta que pese a la familiaridad, no deseaba permanecer ahí. Inuyasha finalmente se dio cuenta que era la primera vez que quería ver al Rey Demonio con tanta vehemencia.

Llego el mediodía, Inuyasha ya llevaba un día entero lejos del castillo de los demonios. Un día completo de no saber nada de Inu no Taisho y de casi haber muerto, incluso, de casi provocar la muerte del segundo príncipe de los demonios. Estaba desesperado, pero no lo demostró ya que debía ser fuerte para proteger a Izaya y mantenerse calmado, porque estaba seguro que el Rey Demonio ya estaba en camino. Era una especie de corazonada.

Mientras Inuyasha alimentaba a Izaya en el pequeño restaurante de la posada en donde se estaban hospedando, las alarmas empezaron a sonar y la población alrededor empezó a alterarse. Inmediatamente el grupo con el que estaba se movilizó y fue hacia el origen del problema. Inuyasha los siguió, esperaba que fuera un ataque de demonios para aprovechar y pedirles ayuda. Cuando Inuyasha llegó a la barrera que protegía la ciudad, se encontró con dos enormes perros gigantes, casi se echó a llorar por ello. Quizá era el único feliz de ver esa escena.

―¡Es el Rey Demonio!. ―Gritaron las masas. ―¡Preparen las armas!.

Todos empezaron a ponerse a la defensiva, el grupo del héroe inició sus movimientos e Inuyasha solo vio como el enorme cánido blanco estampaba su cuerpo contra la barrera con toda sus fuerzas. El primer príncipe de los demonios había tomado su forma humanoide y con una espada trataba de romper esa barrera irrompible. Todos estaban movilizados, Inuyasha no sabía que hacer al ver como el Rey Demonio no dejaba de intentar destruir la barrera sin éxito. 

Estaban tan cerca, pero a la vez tan lejos.

Continuará...

 


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