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La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

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En un gran y majestuoso castillo, una familia vivía cómodamente pese a los problemas externos. La familia era conformada por demonios, pero no de cualquier tipo, ellos pertenecían a la realeza demoníaca. El Rey Demonio Inu no Taisho, su esposa y su pequeño heredero, una familia que vivía unida a pesar de que estaban en constante guerra contra los humanos. 

Un día mientras los mayores se encargaban de buscar soluciones ante una serie de ataques hacia sus congéneres, dejaron que su pequeño jugara en los jardines con un par de escoltas y su pequeño dragón que recién había salido del huevo. Los padres confiados de que su hijo estaría bien jugando en esa zona protegida, dejaron de prestarle atención y se enfocaron en encontrar la forma de contrarrestar el poder de los humanos con el que estaban experimentando y que estaba resultando, magia. Y ajeno a lo que pasaba fuera de los grandes muros del castillo, el pequeño príncipe no hacía nada más que jugar con una espada de madera y atacar a su pequeño amigo con ella a modo de juego. Era observado por los guardias, hasta que llegó el cambio de turno y lo dejaron solo por unos momentos, un grave error.

Mientras el príncipe Sesshomaru jugaba con Ah-Un, una mariposa encerrada en una brillante burbuja apareció ante él. Cegado ante la belleza de esa criatura y la luz azulada que emitía, el niño dejó de lado su espada e ignoró al dragón, empezó a seguir a la pequeña criatura mágica. Hipnotizado por tal brillo, ignoró que la cría de dragón jalaba el volante de su ropa tratando de alejarlo de esa mariposa extraña. Porque nada mágico se acercaba al territorio de los demonios.

La curiosidad del príncipe lo orilló a seguir a la mariposa brillante, la cría que estaba con él no había dejado de jalar su ropa, pero el niño no había dejado de avanzar como si estuviera bajo los efectos de un hechizo. Hasta que llegaron a unos arbustos cerca de los grandes muros. Ni un solo guardia fue consciente de los movimientos del príncipe Sesshomaru y sus padres estaban lo suficientemente ocupados como para notarlo. Y así fue como Sesshomaru llegó hasta el gran muro y vio un agujero lo suficientemente grande como para que se arrastrara por él, la mariposa que seguía había pasado por ahí y no había dudado en seguirla. Una vez fuera de la protección del castillo, una matriz mágica se formó debajo de él y en cuanto salió de su trance, esa trampa lo había encerrado en una jaula mágica.

El niño estaba dentro de una jaula hecha de magia, apenas rozaba los barrotes, sentía inmenso dolor en cuanto los tocaba. Se dio cuenta de que estaba rodeado por humanos, estaba asustado y quería llorar. Trató de salir de la jaula pero solo provocó que sus manos empezaran a sangrar, escuchó las risas de los humanos. Los chillidos del dragón sonaban, pese a que apenas podía asomar una de sus cabezas por el agujero. El pequeño Sesshomaru iba a gritar por ayuda, pero uno de los humanos le lanzó una extraña nube de polvo y empezó a perder el conocimiento tras eso. Gimió por ayuda a su pequeño amigo pero solo alcanzó a escuchar un lejano lloriqueo. Finalmente, cedió ante el poder de esa extraña cosa que le lanzaron y cerró los ojos.

El príncipe de los demonios empezó a despertar aturdido, sintiendo que había dormido por días. Las sonoras ovaciones ayudaron a que empezara a despabilarse, al estirarse y sentir un choque de dolor fue suficiente para que el pequeño reaccionara. Sesshomaru seguía dentro de una jaula, rodeado en su totalidad de humanos y aromas extraños, tan fuertes que no sentía el de sus padres. Miró en todas direcciones pero solo había humanos que vitoreaban al mismo que lo había encerrado. El niño se abrazó a sí mismo cuando empezaron a lanzarle objetos que rebotaban contra la jaula, terminó cubriéndose con sustancias extrañas e inevitablemente empezó a lloriquear. Llamaba a sus padres, tenía miedo.

―¡Les dije que lo lograría!. ―Gritó el hombre que había capturado al pequeño príncipe. ―¡Estoy a un paso de dominar a los demonios!.

La algarabía aumentó, el niño cubrió sus oídos por ello. Todos clamaban por el aventurero que había logrado hacerse con el heredero del reino demoníaco y que próximamente sería el nuevo rey tanto de los humanos como de los demonios. Con la carnada perfecta, los demonios más poderosos que existían, serían fáciles de atrapar. En un acto de orgullo, ese despreciable hombre golpeó los barrotes de la jaula con un bastón, el pequeño príncipe podría jurar que por un segundo, vio un destello rojizo en los ojos de ese humano que lo había capturado gracias a su ingenuidad infantil.

De repente, un aullido gutural calló toda celebración. 

Pasó todo según lo planeado, dos enormes cánidos habían aparecido y se notaba la furia en su aspecto. La mera presión que emitían era suficiente para doblegar a cualquiera que se atreviera a mirarlos. Tras ellos un ejército apareció con la intención de atacar a los humanos y antes de que algo pasara, el perpetrador alzó la voz.

―¡Un paso más y el niño lo paga!. 

La jaula le provocó un nuevo choque doloroso al pequeño, este gritó con fuerza ante la magnitud del dolor. El más pequeño de los perros demoníacos trató de saltar con desesperación hacia los humanos para liberar a la cría, pero el más grande se interpuso. Ambos tomaron su forma humanoide y la multitud se alejó mientras estos se acercaban.

―Entrega a la cría o lo pagaran caro. ―Gruñó el Rey Demonio. La dama a su lado estaba desesperada y a nada de correr hacia su hijo para liberarlo.

―Las cosas no son tan sencillas, quiero algo a cambio.

―Asquerosos humanos, tan ambiciosos como siempre. ―Gruñó la dama. ―¿¡Qué precio le has puesto a nuestro cachorro!?.

El hombre de negros cabellos rió sonoramente, un nuevo grito del pequeño sonó tras eso. Los gobernantes demoníacos reprimieron sus ansias para no empeorar la situación.

―Sus vidas a cambio de la de este tierno pequeño. 

Ante las dudas que aparecieron en el Rey Demonio, el humano volvió a infringir dolor en el pequeño príncipe. Esa acción fue suficiente para que la pareja demoníaca se mirara a los ojos y se asintieran, habían tomado una decisión. El Rey Demonio ordenó a su ejército que retrocediera y tomó la mano de su compañera, ambos empezaron a caminar hacia el humano que no había dejado de mostrar una sonrisa macabra. Gracias a eso, la jaula fue abierta y el pequeño corrió a sus padres pero fue detenido por el humano. Un ejército humano apareció y una batalla se presentó. Los civiles empezaron a huir despavoridos y el príncipe fue empujado hacia la batalla, terminó perdido entre cadáveres y luchas. Sus padres trataron de llegar a él pero fueron rodeados, una perfecta distracción.

Sesshomaru corrió entre tantos cadáveres y eludió a los hombres que peleaban entre sí, ya fueran demonios o humanos. Terminó en medio del fuego cruzado y herido por accidente, el príncipe acabó en el suelo con una profunda herida en el brazo. Dejó de ver a sus padres gracias a la multitud y cuando la pérdida de sangre le estaba afectando, una anciana se le acercó, era la hechicera que servía a sus padres.

―Toma esto pequeño, te llevará a casa. ―La mujer le entregó una piedra mágica y esférica, la perla de las cuatro almas según recordaba. ―Una vez que llegues, ve con las niñas y huyan. Kikyo sabrá guiarlos. 

El príncipe se levantó y la anciana sostuvo sus manos, murmuró un par de palabras y la piedra brilló con intensidad. Antes de que la piedra transportara al príncipe, la mujer fue herida por la espalda pero el niño no fue capaz de verlo gracias a la luz cegadora. La piedra dejó de brillar absorbiendo el alma de su segunda portadora y el niño fue transportado lejos de la batalla. Apareció en la sala del trono del castillo demoníaco.

Las cosas solo empeoraron tras ello; Kikyo quien era la aprendiz de Kaede, la hechicera que había ayudado al príncipe, sacó a su hermana de enseñanza y al príncipe del castillo como si supiera lo que estaba pasando y lo que pasaría. Los tres niños huyeron justo antes de que el castillo cayera a manos de los humanos, a los que solo les tomó un par de horas conquistar a los demonios. Sin lideres que los guiaran, los demonios cayeron ante los humanos sin poder defenderse.

Sesshomaru y el par de niñas terminaron en una cueva oculta en las montañas, quedaron solos y sin saber qué hacer. Sesshomaru con sus escasos cien años, era demasiado joven para vivir sin sus padres, Kikyo quien poseía su edad, ni siquiera había mencionado una palabra desde que lo sacó del castillo junto con Kagome. La pequeña de apenas treinta años había comenzado a llorar y a llamar a su maestra. La estrecha y húmeda cueva se llenó con el llanto de tres pequeños que nada tenían que ver con la guerra entre razas de la que habían sido víctimas. Las crías estaban sin nadie que les ayudara y en el exterior, los demonios estaban siendo suprimidos por los humanos y su nuevo líder. 

Sin nadie que estuviera con ellos, los tres pequeños se vieron en la tarea de seguir sus instintos y sobrevivir. Kikyo se encargó de velar por su hermana de enseñanza e instruirla con sus pocos conocimientos, de ser la voz de la razón y ocultar el miedo que sentía. Alguien debía ser fuerte por los tres, su maestra así le había educado. Así fue como en esa cueva se fue preparando un príncipe sin corona y sus dos únicas seguidoras. Porque Sesshomaru volvería a su reino y rescataría a sus padres, confiaba en que seguían con vida y esperando por él. Kikyo y Kagome serían una excelentes hechiceras, serían tan fuertes juntos que harían crecer un reino de las cenizas y lo verían prosperar juntos. Pero aún siendo pequeños, solo era una meta que cumplir. Mas no se rendirían, hicieron un juramento una vez sus lágrimas se secaron.

Los años pasaron, Sesshomaru entrenó sin descanso y se preparó. El príncipe fue versado en el arte del combate y defensa, creció fortaleciéndose tanto física como mentalmente. Las hechiceras aprendieron sobre la marcha y también adquirieron poder, los tres después de hacerse adolescentes eran capaces de luchar. Y después de siglos manteniéndose en las sombras, el heredero legítimo del imperio demoníaco haría su aparición en son de recuperar su reino.

Poco a poco, pequeñas ciudades humanas empezaron a caer. El número de seguidores del príncipe Sesshomaru empezó a aumentar y los demonios empezaron a defenderse al tener a su príncipe al frente. El reino demoníaco comenzó a surgir y la verdadera batalla comenzó. Entre más batallas empezaba a ganar Sesshomaru, más fuerte se volvía, más conocimiento adquiría y más territorio se iba sumando a su reino. Junto a Kagome y Kikyo, Sesshomaru logró hacer que los demonios tomaran las armas y empezaran a luchar por la libertad. Al cabo de unos cuantos siglos, Sesshomaru logró recuperar el castillo de sus padres y ocuparlo, dejó de ser visto como príncipe para pasar a ser el legítimo Rey Demonio. Pero, entre más ganaba, la ambición por más y la excesiva confianza empezaron a aumentar.

Durante una misión de reconocimiento, tanto Kagome como Kikyo habían descubierto una espada cubierta de un extraño y pestilente liquido negro. La mayor a cargo decidió llevar consigo una muestra para investigarla, su curiosidad había aumentado en el momento en que Kagome se había herido el dedo con tan solo tocar esa extraña mezcla. Todo era para asegurarse que no era alguna treta de los humanos. Al final no lograron dar con su origen pero habían detectado magia en las muestras. Pero a partir de ese momento, esa extraña sustancia haría su aparición mucho más a menudo.

Durante una batalla, el ahora Rey Demonio había sido herido con una flecha hecha de cristal. Dicha flecha era completamente negra y le había causado mucho dolor, la herida que le dejó no fue capaz de regenerarse y había empeorado. Desde ese momento, más armas impregnadas de ese extraño veneno empezaron a ser portadas por humanos durante los combates, reduciendo a los demonios una vez más. Pero estos no se dejaron caer, el temple de su rey no lo permitía. Gracias a los esfuerzos del Rey Demonio, los demonios siguieron en pie luchando y venciendo. Pero, llegó el día en que eso cambiaría.

Sesshomaru se preparaba para marchar con sus tropas, atacarían la capital humana e iría tras la cabeza del Rey Humano, el descendiente de aquel que lo capturó y encerró cuando era una cría, para recuperar a su familia y la libertad de los demonios. Tenía confianza de que lo lograría, ya habían caído varias ciudades y los habían debilitado lo suficiente para atacar, Sesshomaru había atacado la torre en donde los magos entrenaban y habían logrado matar a la mayoría relativamente fácil. Inclusive, no habían sobrevivido los suficientes como para alzar barreras mágicas para protegerse y aprovecharían eso. Sin embargo, solo hubo una persona que se opuso rotundamente a que atacara de esa manera tan precipitada.

―¡Escúchame, Sesshomaru!. ―Alzó la voz Kikyo, ambos estaban en la sala de reuniones a solas. ―¡No hagas esto!.

―¡Nos hemos preparado toda nuestra vida para esto, Kikyo! ¡Recuperaremos nuestro territorio y libertad cuando el imperio humano caiga!. ―Contraatacó el Rey Demonio. ―¡Nuestros hombres lograron derribar la torre y hemos estado ganando varias batallas!.

―¡Lo hicieron tan ridículamente fácil! ¿No crees que hay algo raro en eso? ¡Estamos tratando con humanos!. 

―¡Somos fuertes, por eso hemos vencido! ¿¡Acaso no lo has notado ya!?. ―Alzó una vez más la voz a la mujer. ―¡Vamos a volver victoriosos y con los verdaderos gobernantes de nuestro reino!.

―¡Te has dejado cegar! ¡Siento que nada cuadra, Sesshomaru, y no quiero que salgas herido otra vez!.

―¡Solo estás exagerando, cuando regrese con la cabeza de esos bastardos, verás que estás equivocada!.

Kikyo simplemente gruñó cuando el Rey Demonio se marchó, sabía que la terquedad de ese hombre era tan grande que no escucharía sus palabras. Todo le parecía tan ilógico, los humanos tramaban algo, lo presentía. Tantas batallas ganadas tan estúpidamente fácil, ciudades fantasma y territorio fácil, eso era una señal de que algo malo pasaría. Kikyo suspiró y con la angustia creciendo en su interior, decidió confiar en el hombre que amaba y dejar de lado esa preocupación. Quizá el Rey Demonio tenía razón y solo estaba exagerando.

Solo habían un par de días desde que se supo que el Rey Demonio estaba luchando en la capital, cuando un cuervo de aspecto demoniaco llegó al castillo de los demonios. Una pequeña pulga bajó del ave y corrió hacia la hechicera del rey, la angustia en su rostro era notoria. El anciano Myoga, una pulga que vivía entre humanos y servía como informante, traía noticias terribles para Kikyo. La audiencia entre Kikyo, su sucesora y la vieja pulga, se llevó a cabo en la sala del trono y con cada palabra, el miedo solo se incrementaba en la mujer. 

―Señorita Kikyo, ¡fue una trampa!. ―Gritó apenas llegó. ―¡Los humanos tienen una centena de magos de primer nivel y se dirigen hacia el frente! ¡Ya han masacrado a los nuestros, incluso a los refuerzos! ¡Si ese pequeño ejército los ataca por sorpresa, matará a los pocos que quedan y entre ellos, a nuestro rey! ¡Intenté avisar pero mataron a todos los mensajeros, no hay esperanza!.

Con cada palabra, las hechiceras temieron. El hombre al cual querían, podría perder la vida si no se le notificaba lo que pasaba para que pudiera llevar a cabo maniobras evasivas. Si el rey moría, la extinción de los demonios llegaría al fin. Pero, Kikyo sabía que si ese hombre moría, ella lo haría también. Sin embargo, no dejaría que eso pasara, iba a evitar a toda costa que Sesshomaru muriera y si eso significaba que debía ir por él, lo haría.

―Kagome, necesito avisarle. ―Le entregó su báculo. ―Cuida del castillo. Iré por Sesshomaru.

―¡No, Kikyo! ¡Es peligroso!.

―¡Sesshomaru es el hombre a quien amo! ¡No puedo estar tranquila sabiendo que morirá junto a nuestros hermanos!. 

Sin dejar que Kagome la detuviera, Kikyo salió del castillo y se alzó en vuelo, todos vieron una esfera brillante alejarse con rapidez del lugar. Kagome solo la vio partir, con su mano en el pecho y sintiendo un extraño presentimiento, ella deseó que lograra su objetivo y volviera a salvo.

Cuando Kikyo llegó al campo de batalla, solo vio la masacre a su alrededor, ríos de sangre contaminada adornaban el suelo cubierto de cadáveres de demonios que dieron la vida por la causa. Pero entre más se acercaba al centro de la batalla, notó que un inmenso can demoníaco luchaba contra los humanos que se resguardaban tras barreras protectoras y un ejército que triplicaba el poco centenar de demonios que quedaban. A su distancia podía distinguir cuan herido estaba Sesshomaru y que había llegado tarde, los magos estaban llegando justo al mismo tiempo que ella. Cuando Kikyo vio que conjuraban un extraño ataque que parecían ser lanzas de diamante negro, aceleró el paso cuando supo que iban directo al Rey Demonio que estaba siendo atacado por todos a la vez. El gran demonio estaba tan concentrado contra todos los ataques que recibía que no distinguía el ataque mágico que se formaba a varios metros de él. Kikyo  y se trasformó en un gran perro color azabache que se impactó contra el Rey Demonio, quitándolo del camino y recibiendo varias lanzas que se deshicieron apenas la tocaron, ingresando a su cuerpo y causándole una dolorosa agonía.

Cuando Sesshomaru se vio impulsado con velocidad, su transformación se detuvo y no pudo volver a tomarla gracias a la gravedad de sus heridas. Llevaba días luchando, el veneno quemando su ser y sus heridas que no podían sanar, habían drenado toda su energía. Cuando iba cayendo, vio como aquel gran perro negro recibía el letal ataque, el horror se pintó en su rostro. El Rey Demonio vio que Kikyo recibió el ataque y perdía su transformación, usó sus pocas fuerzas que le quedaban para volar y atraparla en el aire. Ambos cayeron sin fuerza.

―¡Kikyo!. ―Gritó, pero ella solo pudo pronunciar su nombre de manera entrecortada. ―¡No, no, no!.

Mientras el Rey Demonio trataba de reanimar a una débil Kikyo, lo poco que quedaba de su ejército iba cayendo poco a poco. Pero su mirada no dejó de enfocar a esa bella mujer que perdía la luz de sus ojos y su calidez. Ella sonrió a pesar de que salía sangre negra de sus ojos y boca.

―Te amo. ―Susurró a duras penas, le dolía todo y sabía que moriría, pero Kikyo no quería abandonar su cuerpo sin repetirle esa frase al hombre que amaba. ―Huye...

―¡No cierres los ojos, no me dejes!. ―Se levantó como pudo pero no pudo sostenerse por mucho tiempo. ―¡Te llevaré a que te curen!.

Sesshomaru sentía que sus piernas temblaban al caminar entre los cadáveres, sentía dolor hasta por respirar. Pero no dejaría que esa mujer en sus brazos muriera, no lo permitiría. Entre muerte y desolación, el Rey Demonio se arrodilló en el suelo cuando la hechicera apretó débilmente su mano. Kikyo apenas respiraba, sus ojos habían perdido su brillo.

―Te amo. ―Repitió una vez más, Sesshomaru no quiso escucharla sintiendo la despedida entre líneas. Pero, se inclinó hacia ella y le dio un beso, un beso que apenas fue correspondido. ―Vive.

Cuando la hechicera dijo eso, soltó su último suspiro de vida y murió protegiendo lo que más amaba. Antes de que su dolor lo dominara, el Rey Demonio sintió como le clavaban una espada en la espalda, sus ojos se mostraron rubí oscuro y mató a los soldados que lo rodeaban de un solo zarpazo, sin distinguir amigo o enemigo. Aún con la hechicera en sus brazos, el Rey Demonio perdió el sentido y sus marcas faciales se distorsionaron. Terminó matando a todo lo que se movía, incluyendo a los pocos demonios que quedaban. Se volvió una bestia y destruyó todo a su alrededor. Aún siendo una bestia, dejó a la mujer en el suelo delicadamente y un instinto asesino lo corrompió en cuanto la soltó.

Sesshomaru mató todo lo que se movía a varios kilómetros a la redonda, mató todo lo que se atravesó e incluso a los magos que no habían dejado de herirlo. Su estado lo desconectó del dolor físico y su cuerpo pese a estar maltrecho, aguantó lo suficiente como para que su dolor emocional fuera lo suficientemente fuerte para asesinar a todo el ejército humano él solo. Pero su dolor y las ansias asesinas, no le traerían a la hechicera que había dado su vida por él. Cuando su cuerpo humanoide no había sido suficiente, su forma demoniaca apareció y siguió derramando sangre. Muchos aseguraron que el cielo retumbó junto al enorme demonio que había arrasado con miles de vidas, humanas y demoníacas. El cielo derramó las lágrimas que él no pudo y los ríos de sangre que se formaron gracias él, inundaron la mayor parte del reino humano.

Cuando su cuerpo no había soportado más, el Rey Demonio terminó cayendo sin fuerza al suelo y devolviéndolo a su forma más pequeña. Una vez perdió el sentido, un grupo de demonios del castillo, fueron en su búsqueda y lo devolvieron a su lugar antes de que los humanos lo atraparan en ese estado tan vulnerable.

Pasaron algunos días, Kagome supo de alguna manera que su maestra ya no volvería, la perla de su báculo había brillado por un momento el día que ella partió y sin que Kagome lo supiera, la perla absorbió el alma de su tercera portadora. Los cadáveres del campo de batalla habían sido incinerados con magia y los cuerpos ya no se pudieron recuperar, entre ellos el de la hechicera. Aún así, Kagome se mantuvo junto a su rey, a la espera de que despertara. No quería perderlo a él también, su corazón no lo soportaría.

Kagome se mantuvo en vela junto al hombre con el que se crío, lo tranquilizaba cuando lo veía gruñir y removerse entre sueños, pasaba un paño limpio sobre su frente cuando transpiraba agitado, cuando lo que parecían ser pesadillas lo atrapaban, hacía hasta lo imposible por calmarlo y aun así, no despertó. Finalmente y cuando la hechicera estaba perdiendo la esperanza, el Rey Demonio despertó de su letargo. Pero sus ojos cegados por el odio y el dolor, les hicieron ver que solo era una bestia sedienta de sangre. El demonio atacó con la misma fiereza que había utilizado anteriormente, derribando a los guardias que trataron de controlarlo e hiriendo a las doncellas que lo habían atendido. Trataron de tranquilizarlo pero era imposible.

Al ver como el hombre que quería tanto sufría, Kagome se acercó a él pese a la hostilidad que mostraba y con el peligro de caer bajo sus garras. Un zarpazo la alejó de él y rebotó contra un muro, Kagome solo sintió el dolor y su sangre derramándose, pero no se comparó con el dolor que sentía al verlo con la mente nublada por lo ocurrido. Cuando el Rey Demonio pareció olfatear el ambiente inundado por el olor a sangre de la joven hechicera, todos vieron como su aspecto salvaje se iba lentamente hasta dejar su apariencia usual. Kagome pudo jurar que vio en su mirada el arrepentimiento mezclado con culpa al verla herida y en el suelo, más cuando se vio las garras cubiertas de sangre. Pero el Rey Demonio salió de la habitación sin decir nada y la hechicera supo que ya nada sería lo mismo. Él había cambiado y nada se lo devolvería.

Pasaron los años, las batallas siguieron tan sangrientas como siempre. Los demonios perdían y ganaban, era un tira y afloja constante. Kagome miró en silencio como su rey se escudaba tras sus propios muros y culpas, como él rechazaba cualquier intensión de acercarse y al final, el hombre se encerró en su propia soledad. Kagome fue desplazada al igual que todo aquel que quería acercarse. Todos fueron testigos silenciosos del cambio que el Rey Demonio obtuvo después de la muerte de Kikyo. Pero por mucho que el rey hiciera a un lado a los que le rodeaban, seguía luchando y protegiéndolos.

―¿Por qué nos rechazas, Sesshomaru? ¡Me duele verte así!. ―Exclamó la hechicera durante una reunión a solas con el rey.

―Las personas que he amado, han muerto por mi causa y no quiero que siga ocurriendo. Nadie debe amarme o sufrirá con las mismas consecuencias.

―¿¡Y yo qué!? ¡Yo aún sigo aquí!. ―Alzó la voz con desesperación.

―Y casi mueres por mi mano, es por eso que quiero que te alejes. Jamás me perdonaría si algo te sucede.

Luego de eso, las cosas solo comenzaron a empeorar. Batallas, muerte y el distanciamiento del Rey Demonio. Siglos de guerra que parecía no tener fin, hasta que ochocientos años después de su inicio, los demonios encontraron la solución en un libro antiguo que perteneció a los primeros demonios creados.

«De la sangre de un descendiente de la realeza demoníaca y de un viajero de otro mundo, nacerán cinco criaturas mestizas. Serán cinco bestias con dones mágicos nunca antes vistos, más poderosas que cualquier otro ser existente y solo pensarán en destruir todo a su paso. Tendrán como nombre Calamidades y contarán con la fuerza para derribar reinos enteros, sus fuerzas destructivas, no escatimarán en destruir a quien se oponga a sus planes. Esas bestias sedientas de caos solo bajarán la cabeza ante la Reina de la Calamidad, solo obedecerán a su reina y pobre de aquel que ose oponérsele, las Calamidades no perdonarán una falta hacia ella».

Se decidió en una reunión del concejo que esa podría ser la solución a la interminable guerra que los azotaba. Todos estuvieron de acuerdo en crear dichas armas para ayudarse y después de un año reuniendo los implementos mágicos que podrían usar para abrir un portal a otro mundo, se llevó a cabo. 

El Rey Demonio no dio voz en la decisión, pero lo haría de todos modos si con eso pagaba por todos sus errores del pasado. A pesar de que la solo idea de usar un humano le repugnaba, se dijo a sí mismo que debía forzarse a hacerlo por el bien de su gente. Si esos escritos eran ciertos, tendrían la fuerza para acabar con los humanos y la guerra cesaría, su gente podría vivir tranquilamente una vez más. Incluso podría averiguar si sus padres aún vivían en cuanto acabara con la realeza humana. 

Cuando uno de sus subordinados le dijo que el portal estaba listo y la hechicera había logrado convocar a una humana, Sesshomaru suspiró y se tomó unos segundos antes de enfrentar su destino. Cuando llegó y el aroma a humano lo golpeó directamente, supo que su destino ya estaba sellado.

Fin del extra.

 


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