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La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

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Desde el nacimiento de la tercera princesa, Inuyasha había sentido las cosas tensas dentro de ese castillo. No hubo celebración como cuando nacieron los dos príncipes mayores, todos seguían como de costumbre e incluso podría decir que hasta un poco ansiosos. A Inuyasha también le tomó por sorpresa que la tercera Calamidad haya sido una linda niña, por un momento había llegado a pensar que las cinco Calamidades serían varones. Quizá serían al azar como solía pasar siempre. Pero eso no quitaba que esa pequeña era tan especial como sus hermanos, solo hacía falta esperar para que a todos les quedara en claro. Claramente Inuyasha sabía que cuando la princesa creciera y demostrara su valía, adquiriría el respeto a su fuerza como la sociedad demoníaca acostumbraba. 

Luego de unos días, Inuyasha escuchó acerca del castigo del segundo príncipe y le sorprendió que el Rey Demonio le haya adjuntado un castigo así considerando que Kagome le había contado que los castigos de esa categoría llegaban a ser brutales. Inuyasha supo por la hechicera que Izaya pudo haber pasado por cosas que lo hicieron estremecerse del terror por tan solo escucharlas, las reglas demoníacas eran de temer e Inuyasha no habría podido impedir que algo tan atroz cayera sobre uno de sus pequeños cachorros. Desobedecer al rey, cometer traición, entre otras cosas, podría significar castigos terribles y sin importar quien los haya cometido. El Rey Demonio ya había golpeado a Inu no Taisho por haber provocado a los humanos, Inuyasha había supuesto que haría lo mismo con Izaya, afortunadamente no lo hizo y en cambio lo había corregido de una manera que no afectaría su integridad. Quizá significaba que el Rey Demonio también estaba aprendiendo sobre la marcha, pensó Inuyasha para sus adentros.

Cuando ya todo se había calmado e Inuyasha le haya ordenado a los habitantes del castillo que dejaran de ver a la princesa como si fuera una desgracia, llegó la hora de ponerle un nombre a la pequeña. Inuyasha era el único que llamaba a los niños por su nombre y Kagome, pero ella solo lo usaba con el segundo príncipe, aunque Inuyasha nunca escuchó al Rey Demonio utilizar los nombres de los niños y asumió que no le interesaba ya que él fue el primero en decir que serían innecesarios, a pesar de que había nombrado al primer príncipe. Pero quizá se equivocaba, algunas veces todavía era difícil para él tratar de entender a ese hombre. Lo más importante en ese momento era el nombre de la tercera princesa, ella también merecía uno.

Inuyasha estaba en el área de entrenamiento, el Rey Demonio había salido y lo había dejado al cuidado del primer príncipe, en conjunto con una docena de guardias. Lastimosamente para Inuyasha, Izaya estaba repasando sus lecciones con Kagome y Rin, pero le reconfortaba la presencia de su hijo mayor quien entrenaba con la misma energía de siempre. La tercera princesa, quien aparentaba un año humano, jugaba con los largos cabellos de su madre e Inuyasha veía el entrenamiento. El primer príncipe terminó y se acercó a ellos con la misma expresión de siempre.

―¿Ha encontrado un nombre para la tercera, madre?. ―Preguntó el primer príncipe, sosteniendo a su hermana que pedía ser alzada por él. Cuando lo hizo, la princesa empezó a delinear las marcas de su rostro con sus dedos.

Inuyasha no podría saberlo, pero Inu no Taisho pensaba que un nombre era importante. Para él, los nombres que recibían eran regalos de su madre, eran lo único que les quedaría de ese humano que se iría de su lado. Inu no Taisho era consciente de que si amaba a su madre, dejaría que fuera feliz sin imponerle sus propios sentimientos y esperaba que sus hermanos lo comprendieran, así el dolor sería ligeramente más llevadero. Cuando su hermana colocó la mano contra su mejilla, Inu no Taisho la cubrió con su propia mano y escuchó la risilla de la pequeña, incluso vio la sonrisa de su madre ante esa pequeña interacción. «Madre se irá y lo único que me queda por hacer, es recordar todo lo que viví a su lado. Atesoraré cada momento que me deje vivir junto a él, cada gesto y sonrisa, todo eso lo guardaré en lo más profundo de mi corazón, evitaré que el dolor y la ira lo contaminen».

El ver a los niños, Inuyasha no había podido evitar sonreír al verlos interactuar. Inu no Taisho rara vez cambiaba de expresión gracias a sus pasadas experiencias, solo lo había visto suavizar la mirada con él e Izaya, Inuyasha descubrió que también cambiaba con la niña. Mientras Inuyasha miraba a la princesa, notó que la niña tenía unos ojos del color del oro, oscuros pero con un brillo especial. Inuyasha divagó en sus recuerdos, pensando en un nombre ideal para la niña, quería que fuera lindo y especial. Cuando la princesa deseó volver a sus brazos y la recibió, la mirada que la niña le dirigía, le hizo sentir algo agradable y nostálgico.

―Izayoi. ―La niña rio y él la meció, ella llevaría con orgullo el nombre de una mujer a la que Inuyasha amó y aún amaba, esa pequeña llevaría el nombre de su abuela, la madre de su madre. ―Su nombre será Izayoi.

Finalmente la niña había recibido su nombre, uno que solo sería utilizado por sus allegados o al menos por Inuyasha. 

Después de un rato, Rin apareció y con ella, el segundo príncipe. Habían terminado sus clases y era hora de que el segundo príncipe practicara, Inuyasha había notado que el entrenamiento del segundo príncipe había cambiado, se volvió más intenso y el ataque fue el predominante, incluso era atacado por varios guardias a la vez sin que le dieran tregua. De no ser por sus habilidades curativas, ya habría terminado en la enfermería en más de una ocasión, pero Inuyasha nunca preguntó porque había ocurrido dicho cambio. Supuso que era normal dado que había visto ese tipo de entrenamiento en el primer príncipe cuando recién cumplía su primer mes de vida. 

Mientras Rin le trenzaba a Inuyasha el cabello y se lo llenaba de ornamentos que había conseguido por allí, la Reina de la Calamidad le hacía un par de coletas a la princesa que miraba el entrenamiento que llevaría en un futuro. Cuando terminaron luego de un rato, Inuyasha decidió llevar a la princesa a descansar.

En los aposentos del Rey Demonio, la princesa tomaba su siesta y sus hermanos la vigilaban dado que la madre estaba tomando un baño. Izaya estaba arrodillado junto a la cama, mirando a su hermana dormir y su dedo fue a parar a la pequeña mano, sintió la fuerza de la princesa al sostener su dígito. El segundo príncipe río con suavidad y volteó a ver a su hermano mayor, este estaba recargado contra un muro, sus brazos cruzados y un pie apoyado contra la pared. 

―Primer hermano. ―Llamó Izaya a su hermano mayor al sentir como su hermana apretaba su dedo, la niña tenía fuerza a pesar de ser tan pequeña. El primer príncipe solo hizo una afirmación como respuesta. ―¿Yo era así cuando pequeño?.

El príncipe mayor meditó acerca de la pregunta, él no había conocido a Izaya siendo pequeño, al menos no mucho. Inu no Taisho había sido el primero de la familia que sostuvo a Izaya en brazos cuando recién había nacido, lo recordaba pequeño y frágil, justo como su hermana en ese momento. El crecimiento de Izaya, a diferencia del suyo, estuvo siendo supervisado por sus padres. Izaya pasó mucho tiempo con el rey cuando era un tierno cachorro, solía pasar sus días en los brazos de sus padres, algo que Inu no Taisho no tuvo porque sabía las circunstancias de su nacimiento. Gracias a eso, Inu no Taisho se había mantenido al margen, luego pasó lo de la partida al frente y cuando volvió, su hermano ya era mayor. 

―Algo así. ―Respondió luego de un momento.

Inuyasha no tardó en aparecer nuevamente, visiblemente más relajado y se sentó junto a Izaya, también admiró a la princesa durmiente con una sonrisa. Inu no Taisho por un momento se preguntó como hubiera sido su vida si su madre no hubiera odiado su nacimiento, él era el producto de un abuso y a veces sentía que no merecía el amor de su madre. A pesar del tiempo, el príncipe aún sentía la culpa en su corazón. Ver a Inuyasha cambiar conforme pasaba el tiempo, era tranquilizante para él, ver que su madre los amaba a los tres por igual era tan agradable que no deseaba mancillar sus pensamientos con cosas amargas que no valían la pena mencionar. Los sentimientos humanos que poseía, lo hacían pensar de ese modo. Pero Inuyasha parecía ver la bruma amarga en su hijo y lo incitó a acercarse también, eran pocos los momentos en los que podían estar juntos compartiendo su aire familiar.

«Mi propio egoísmo orilló a Inu no Taisho a pensar que todo lo que ha pasado había sido su culpa, aun cuando él no tuvo nada que ver con el abuso de su padre hacia mí. En algún momento llegué a odiar a ese niño cuando lo sentía fortalecerse en mi interior, me asqueaba pensar que saldría de mí y que yo terminaría siendo un fenómeno. Pero, mi tonto y blando corazón lo amó en el momento en que lo tuve en mis brazos. Tan parecido a mí pero a la vez tan diferente, tan pequeño y necesitado de mí; tan hermoso que tenía ganas de llorar y abrazarlo a la vez. Un pequeño ser que me amó en cuanto sus ojos se enfocaron en los míos por primera vez, lo sentí tan necesitado de afecto como yo lo estaba en ese momento. Yo era una incubadora y él un arma, ambos éramos objetos que serían desechados en cuanto perdieran su uso y a pesar de eso, un juramento silencioso comenzó a formarse en su mirada devota, en ese momento supe que ese lindo bebé sería mi salvador y no me equivoqué». Inuyasha no evitó el recordar sus inicios en ese lugar, todo gracias a la pena con la que el príncipe lo miraba. Con su convivencia con el Rey Demonio, Inuyasha había logrado diferenciar sus expresiones. A pesar del tiempo, Inuyasha sintió que estaba cambiando también, ya no le molestaba que los niños lo llamaran «madre» y él a su vez los llamaba «hijos». Expresaba abiertamente que los cachorros eran suyos y no temía defenderlos, porque cierto montón de ancianos gustaban de denigrarlos y ya los habría mandado ejecutar si no fueran útiles. De algún modo debía gozar de los beneficios de un título que si bien no le gustaba, tenía que usarlo.

No pasó mucho antes de que el Rey Demonio apareciera, Inuyasha notó que las risas de Izaya que se habían contagiado de la pequeña princesa, se apagaban tras eso. Se suponía que el segundo príncipe estaba bajo un castigo, pero había salido solo porque deseaba conocer a su hermana pequeña. El rey no mencionó nada, solamente se sentó en un rincón junto a sus múltiples documentos y llamó al primer príncipe para que se acercara, tal parecía que planearían alguna estrategia e Inuyasha decidió no interrumpirlos. Dejó que ellos se enfocaran en sus asuntos y llenó de preguntas a Izaya respecto a su educación, el desarrollo de su don y las enseñanzas de Kagome. Eso pareció aliviar a su hijo pues ya estaba irradiando el entusiasmo de siempre. Y mientras Izaya jugueteaba con su hermana, Inuyasha miró al Rey Demonio y al primer príncipe, se veían concentrados y hablaban con seriedad.

Tanto Inuyasha y el Rey Demonio seguían acercándose ligeramente, aunque Inuyasha podía hablar de lo que quisiera y ese hombre le contestaría, podía hacer cualquier cosa siempre y cuando no lo hiciera enojar o le pidiera hablar del pasado. Inuyasha mayormente trataba con él sobre temas triviales o de cosas de su mundo, las cosas que acostumbraba a hacer allá y las comodidades de aquel lugar. También hablaban del reino, nuevas medidas para proteger a los ciudadanos y más cosas que pudieran ayudarles. Inuyasha descubrió gracias a eso que al Rey Demonio parecía gustar de hablar sobre el mejoramiento de su pueblo y la comodidad de su gente. 

Mientras los veía interactuar, Inuyasha no había evitado recordar sus propias interacciones con el rey. El Rey Demonio también le contaba anécdotas de guerra a Inuyasha, cosas que había visto y hecho a lo largo de los años, incluso de lo que deseaba lograr. También hubo un momento en el que habló de sus padres y pequeñas cosas que recordaba de ellos, Inuyasha habló de los suyos y lo mucho que lo amaron cuando vivían. Como compartían la habitación, era fácil que entablaran conversaciones de ese tipo que hacían a Inuyasha desear que llegara la hora del descanso, la cual usaban para ese tipo de cosas. Pero, además de hablar de cosas buenas, también se trataban los temas cruciales acerca de la situación que vivían. Inuyasha pudo aprender sobre la realidad y cuan poderosos, además de peligrosos, eran los humanos nativos de ese mundo. El Rey Demonio le había dicho que no se fiara del héroe o sus compañeros, quienes habían causado incontables muertes a demonios y mestizos, además de advertirle de la esclavitud que afrontaban los demonios menores y todo tipo de cosas. Inuyasha se había enterado que podría llegar a ser un trofeo de guerra si no prestaba atención en ese mundo hostil. Había tomado nota mental de todo lo que había aprendido.

Ver como el Rey Demonio hablaba con su hijo y parecían conectarse bien, le alegró a Inuyasha. Anteriormente se miraban con la hostilidad marcada en la mirada, ese hombre se estaba volviendo un buen padre en su opinión. No pasó mucho antes de que el rey llamara a Izaya a acercarse, el cachorro se acercó con inseguridad e Inuyasha vio como parecía relajarse en cuanto lo hicieron leer algunos papeles. Ahora si parecían un trío capaz de dominar a sus enemigos, sumando sus fuerzas parecían obtener lo que desearan.

«Este hombre es extraño, su mirada peligrosa y su afán por tomar lo que quiere cuando lo quiere, lo hace ver como una mala persona. Pero, este mismo hombre ha sido capaz de dar su vida por mí y de protegerme, su apariencia estoica y sus tratos, han hecho que mi perspectiva cambie drásticamente. Y ya no lo puedo negar, me gusta este hombre, pero no creo que sea capaz de decírselo». Inuyasha se sorprendió ante sus propios pensamientos.

Continuará...

 


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