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La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

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El Rey Demonio había salido, Inuyasha no sabía porque ese hombre estaba saliendo tan a menudo y no se le había ocurrido preguntar. Lo veía marcharse y regresar tiempo después, gruñía alguna maldición inentendible y volvía a sus obligaciones; entrenar a Izaya en conjunto con Inu no Taisho. En esa ocasión y como solía pasar siempre, Inuyasha estaba a cargo con algunas limitaciones de poder pero no las suficientes como para mandar a llamar a ambos príncipes y a la mayoría de los habitantes del castillo, mayormente al concejo de ancianos que dirigían el reino cuando sus gobernantes no podían hacerlo. 

Inuyasha estaba sentado en el trono del rey, disfrutando de los beneficios que se le otorgaron obligadamente. La princesa estaba siendo cuidada por las doncellas que le ayudaban a Inuyasha, los príncipes estaban al frente junto a Kagome y Rin. La hechicera intuía las razones por las que todos estaban reunidos en ese lugar.

―Hay dos puntos que tenemos que aclarar hoy y espero que no tenga que repetirlos. ―Expresó Inuyasha con irritación. ―Yo no soy como su rey, yo no perdono o dejó pasar fácilmente las ofensas.

Todos empezaron a murmurar, la mayoría sabía que la reina era temperamental y de temer, era mejor hacerle caso o la ira de la misma reina y de las Calamidades caería sobre ellos. Mientras los demás temían por sus vidas, Izaya admiraba a su madre e Inu no Taisho esperaba cualquier orden de su madre. Kagome solo había sonreído para sí misma al escuchar a Inuyasha, llegó a preguntarse si esa actitud fue la que había cautivado a su arisco rey.

―Antes que nada, recuerden que el rey no me dejó con ustedes, los dejó a ustedes conmigo, así que no tienten a su suerte. Además, me enteré que cierto montón de viejos ha estado hostigando a uno de mis niños y eso no lo voy a permitir. ―El tono de voz tan sereno, causó algo de nerviosismo en los presentes, pero las exclamaciones de sorpresa y temor por parte del concejo empezaron a relucir; prefirieron no evocar un castigo y se mantuvieron en silencio. ―No deberían olvidar su lugar, difamar a un príncipe podría costarles la vida. Izaya, mi hijo y la segunda calamidad, no debería seguir siendo ofendido por nadie y menos por un montón de ancianos pretenciosos que en lugar de enfrentarme y buscar soluciones, prefieren atacar a un niño. ―Inuyasha se levantó de su lugar y su rostro empezando a demostrar su ira, se mostró de inmediato. ―¡Cualquiera que ose molestar a uno de mis hijos, lo lamentará!. Izaya no se está aliando con los humanos y se está esforzando para salvar sus inútiles traseros, deberían ser agradecidos. ¡Quien se atreva a insultar a mis hijos, me estará insultando a mí y eso podría acarrearles la muerte!. Y no lo olviden, ¡Cualquiera que ose poner en duda las acciones de los príncipes, será severamente castigado! ¿¡Quedó claro!?.

―¡Sí, majestad!. ―Resonó el grito de los presentes, todos bajaron su cabeza ante la Reina de la Calamidad, mostrando sus respetos y sabiendo cuanto poder tenía. 

Izaya había mirado a su madre embelesado, deseando tener esa valentía que su madre demostraba. Su madre no temía, no bajaba la mirada ante nadie y se hacía respetar, algo que él no lograba todavía. Muchos decían que el segundo príncipe era una copia de la reina, pero el cachorro sabía que eso no era verdad, no lo sentía así. Él no sentía ese imponencia en sí mismo, ese valor para enfrentar a los demás y esa fortaleza que su madre tenía. Izaya podría jurar que su hermano mayor era más parecido a su madre que sí mismo, su hermano sin duda poseía ese carácter. Ambos príncipes estaban tan extasiados ante su madre, una muestra de poder que doblegaba a cualquiera. Por eso nadie dudaba que los príncipes serían fuertes, su linaje les presidía. Incluso Kagome pudo notar esa fiereza en Inuyasha, era una madre defendiendo a sus cachorros y a la hechicera le hubiera gustado que el Rey Demonio lo viera, seguramente estaría tan orgulloso de ver que no se había equivocado con Inuyasha. 

―Y en segundo lugar, pero no menos importante, la tercera princesa. ―Inuyasha hizo una señal y una doncella le entregó a la princesa. La sostuvo en sus brazos y miró nuevamente a la audiencia. ―Esta niña crecerá y traerá la calamidad a los humanos, como tanto lo desean. Será fuerte y no se dejará dominar por nadie, porque yo no voy a permitirlo. Ella y sus hermanos unirán sus fuerzas, serán tan poderosos que nadie podrá derrotarlos y traerán la paz a los demonios al finalizar la guerra. ―Inuyasha ordenó a sus dos hijos restantes que se irguieran al frente junto a él y le obedecieron. ―Inclínense ante las Calamidades, ellos arriesgarán todo por ustedes. Son niños que se volvieron armas y que en un futuro serán los pilares del reino. ¡Inclínense y demuestren su agradecimiento a las Calamidades! ¡Demuestren que su sacrificio no es en vano!.

Ni bien Inuyasha dijo eso, todos en la gran sala se postraron ante la familia real. Vitorearon ante sus príncipes y la amarga expresión en los demonios parecía disiparse, la algarabía en apoyo a los príncipes sonó fuerte y clara. Ciertamente todos los demonios estaban gozosos de escuchar esas palabras, como si las necesitaran para creerse que aquellos príncipes lograrían parar la destrucción que la guerra acarreaba y que se ensañaba con los inocentes. Los príncipes solo escucharon las exclamaciones de su gente, Izaya se sintió importante en ese momento e Inu no Taisho se prometió que haría que las palabras de su madre se cumplieran. Inuyasha meció a la princesa en cuanto empezó a balbucear ante el ruido, como si ella también quisiera alzar la voz como todos a su alrededor. Ese momento pareció aliviar la tensión que se había formado durante esos días dentro de los muros del castillo, todos se veían más relajados e Inuyasha decidió que le preguntaría a Kagome el porqué de sus actitudes. Antes habían estado tan sombríos y ahora parecían haber recuperado las esperanzas, algo estaba pasando e Inuyasha quería averiguarlo.

Rin brincaba en su sitio, apoyando las palabras de la Reina de la Calamidad. La niña estaba contenta y ella también apoyaría a la causa, ella también se esforzaría en sus estudios en donde aprendía algo de magia y pronto se uniría a las clases de combate con su hermano de enseñanza. La pequeña demonio sabía que el rey no le permitiría luchar, ninguna mujer por más fuerte que fuera, podía unirse al ejército por culpa de los humanos, pero ella buscaría la forma de ayudar y dejaría de temerles. Todos se estaban llenando de convicción, las esperanzas y el anhelo de una vida pacifica los impulsaban.

Cuando el ambiente se calmó, Inuyasha dejó partir a la servidumbre, solo quedaron los miembros del concejo y los príncipes. Todavía había trabajo qué hacer e Inuyasha ya estaba acostumbrado a manejar todo mientras el rey se ausentaba. 

―¿Como van las cosas con respecto a la escasez?. ―Preguntó Inuyasha.

―La cifras están estables, con la unificación de las asentamientos demoniacos, es más fácil proveerles víveres a los hermanos que lo necesitan. La guardia ha mantenido a raya a los exterminadores y no ha habido altercados por territorio que valga la pena mencionar. ―Habló uno de los ancianos, leyendo un informe. ―Todo está en orden con respecto a ese asunto. Aunque hubo algunos robos recientes en contra de las provisiones de armamento por parte de bandidos humanos, no hay daños que lamentar. La tasa de esclavitud ha bajado ahora que las aldeas se volvieron ciudades y hay mayor protección, también hay fondos suficientes para subsistir bien por una temporada.

―Por fin buenas noticias. ―Murmuró Inuyasha mientras entregaba a Izayoi a una doncella. ―Ahora que sabemos eso, es hora de buscar soluciones. Necesitamos hacer que las ciudades prosperen, el clan de Rata de Fuego y los herreros de las montañas de fuego, necesitan más materia prima para seguir abasteciéndonos, resuelvan eso. 

―Nos encargaremos, majestad. ―Respondió otro viejo demonio mientras apuntaba las nuevas ordenes. ―Últimamente la ciudad más reciente ha estado recibiendo más refugiados, una visita no estaría mal para aumentar la moral de nuestros hermanos. ¿Qué sugiere, majestad?.

Inuyasha meditó sobre la pregunta, era cierto que los demonios necesitaban motivación para seguir esforzándose, lo había notado y nada como la familia real para lograrlo. Miró a sus hijos, Izaya e Inu no Taisho esperaban cualquier orden suya. Y como ya no habían asuntos que tratar, decidió que era hora de terminar la reunión.

―Izaya, tu clase de defensa comenzará en breve y tú, Inu no Taisho, según recuerdo, es hora de tu entrenamiento en el exterior. Lleven a Izayoi a descansar, asegúrense de alimentarla bien y que duerma su siesta. ―Inuyasha se levantó de su lugar, dando por finalizada la reunión. ―Iré yo y si gustas, puedes acompañarme, Inu no Taisho. Habiendo aclarado esto, preparen a Ah-Un y díganle a mi séquito que se alisten. ―Todos se opusieron inmediatamente, incluyendo a Kagome y los príncipes.

―Inuyasha, si no fuera porque deseo seguir viviendo, ya te habría golpeado. ―Respondió la hechicera alzando el puño y con la molestia empezando a reflejarse en su rostro. El primer príncipe le mostró los colmillos de manera amenazante y el segundo se paró frente a su madre. ―Majestad, Izaya, nadie mejor que ustedes saben lo que pasa cuando él sale sin permiso.

Inuyasha vio a Izaya reír nerviosamente mientras rascaba su mejilla, el primer príncipe se mantuvo estoico pero notó cierta vacilación en su mirada. Se cruzó de brazos y su molestia se presentó, era cierto que ya habían pasado ciertas cosas cuando salía y que solo tenía una regla en ese lugar. Sin contar que cada vez que la rompía, cosas malas pasaban. Antes de que respondiera, el primer príncipe tomó la palabra. 

―Como una calamidad, mi deber es cumplir la voluntad de la reina por sobre todas las cosas. Obedecer fielmente a la Reina de la Calamidad es mi legado de sangre, es mi propósito en este mundo. ―Habló, sorprendiendo a todos con su tono solemne. ―No obstante, a pesar de que soy un príncipe y la primera calamidad, también soy hijo y prefiero un castigo a mi desobediencia que poner a mi madre en riesgo. Es por eso, que por esta ocasión, no permitiré que haga tal cosa. 

Inuyasha mentiría si dijera que eso no le sorprendió. Usualmente Inu no Taisho siempre se quedaba callado ante sus decisiones y era la primera vez que hacía algo de tal magnitud. Los demonios restantes se marcharon a sus deberes y solo quedó Inuyasha, la hechicera y ambos príncipes.

―Madre, permita que el segundo hermano y yo vayamos en su nombre. Estoy seguro que a la gente le bastará nuestra presencia. Así correrá menos riesgo y podré seguir instruyendo al segundo con su transformación, además de que planeó enseñarle a andar en el exterior sin causarle problemas. Prometo que mantendré al segundo a salvo y a mí mismo, así no tendrá que preocuparse.

―Su majestad tiene razón, Inuyasha. ―Añadió la hechicera. ―Tú te quedas aquí, en esta sala y te sientas en ese trono sin quejarte, los príncipes van a verificar que todo esté en orden y los demás conservamos nuestras vidas. En este momento no es bueno molestar a nuestro rey y sabes lo que pasa cuando rompes la única regla que te impusimos. No cometas una imprudencia, las últimas casi te cuestan la vida.

Inuyasha farfulló una maldición y se frotó el rostro, ellos tenían un punto. Y por más que lo negara, Inuyasha no deseaba volver a esos tiempos en los que solo discutía con el Rey Demonio y se trataban como extraños. Hacerlo enojar podría hacer que todos sus avances se perdieran, Inuyasha respiró hondamente y respondió.

―Bien, pero llévense a Ah-Un. No se metan en problemas y vuelvan antes del anochecer. ―Inuyasha volvió a murmurar una maldición. ―Izaya, no te despegues de tu hermano y tú, Inu no Taisho, confío en que sabrás manejar esta situación. Recuerden que deben apoyarse mutuamente y alejarse de los humanos.

La molestia de Inuyasha disminuyó cuando vio la expresión de Izaya, el cachorro estaba emocionado ante la salida y era entendible, se la había pasado encerrado en su habitación desde que el Rey Demonio lo había castigado. Solo por esa ocasión Inuyasha dejaría que se saltara el castigo por un rato, al menos esa salida sería didáctica ya que aprenderían a relacionarse con su pueblo y distraerse un poco, ambos habían estado entrenando arduamente. Ya le explicaría al padre cuando llegara.

La hechicera preparó un grupo de guardias para que acompañaran a los príncipes a comodidad de Inuyasha, ensillaron a Ah-Un y en poco tiempo, ya estaban listos para partir. Inuyasha estaba con ellos, despidiéndolos en la entrada. El primer príncipe le prometió a su madre que todo estaría bien y que volverían pronto, Inuyasha confió en él y se tranquilizó. Izaya había mostrado su entusiasmo ante la idea y había tratado de contagiar a su hermano, el primero solo asentía o respondía de vez en cuando. 

El primer príncipe dio un salto y todos lo vieron transformarse en el aire, se convirtió en un gran perro demoniaco. Izaya montó a Ah-Un dado que no lograba mantener su transformación sin agotarse en extremo, apenas aprendía a mantenerla por varios minutos. Inuyasha solo los vio perderse entre las nubes, aunque Izaya le había saludado desde arriba y eso había terminado de alejar su temor.

―Para una madre siempre es difícil ver a sus crías crecer, ¿no es así?. ―Comentó Kagome y colocó su mano en el hombro de Inuyasha. 

―¡No molestes!. ―Le reclamó Inuyasha a la hechicera, convencido que tras aquella sonrisa ladina, había un toque de burla. 

La hechicera vio a Inuyasha marcharse refunfuñando un par de maldiciones, seguido de sus escoltas pero también notó que su mirada se había perdido en el cielo por un instante, por el camino que los príncipes habían tomado. Kagome supo que sus palabras eran ciertas y que los gobernantes del imperio estaban cambiando su modo de pensar con una asombrosa rapidez y una nueva sonrisa apareció.

Continuará...

 


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