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La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

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Inuyasha y el Rey Demonio aún se abrazaban, la carga de sentimientos que no podían expresar seguía ahí, haciendo que el dolor creciera. Inuyasha no deseaba que ese hombre lo soltara, deseaba seguir en sus brazos. Podía odiarlo por arruinar su vida, por encerrarlo en ese gran castillo y haberlo forzado a muchas cosas; pero también le gustaba que lo abrazara, que lo mirara con aquel oro opaco y que lo besara. No podría perdonarle nunca, pero tampoco podía vivir sin recordar que él le había dado tres hijos a los cuales amaba, aunque haya sido forzado a tenerlos. Ese hombre había hecho cosas incorregibles por el bien de los demás, sin importar que aquel humano al que forzó a eso, podría resultar lastimado. Inuyasha había sufrido por seres que nunca hubiera creído que existían, fue forzado a alterar su cuerpo e incluso fue agredido físicamente y todo había sido auspiciado por un mismo hombre, ese mismo que lo abrazaba como si se tratara de algo tan fino que podría romperse fácilmente. 

Después de tantas cosas, Inuyasha podía odiar al Rey Demonio pero también sabía que podía seguir adelante a pesar del odio de su corazón. Porque el amor que su corazón empezaba a desarrollar se estaba haciendo mucho más fuerte que ese rencor que no desaparecería. El odio que Inuyasha pudo tenerle a los niños, fue el único que logró desvanecerse. Inu no Taisho no tuvo la culpa de lo que pasó, ni siquiera Izaya e Izayoi; ellos eran quienes menos culpa tenían y por esa razón, decidió amarlos. Incluso cuando Inuyasha sintió que amar a los niños podría significar que estaba de acuerdo con todo el sufrimiento que los demonios le provocaron, su corazón blando no pudo seguir alejando a aquellos pequeños de sí y los amaba justo como una madre ama a sus hijos. A pesar de todo, Inu no Taisho había sido lo primero que amó de ese mundo y lo que lo mantuvo cuerdo. Inuyasha ya no lo negaría.

Mientras Inuyasha se sentía seguridad en esos brazos que le habían causado dolor varias veces, la puerta se abrió estrepitosamente. Antes de que ambos gobernantes pudieran separarse, el alboroto provocado por el entusiasmo del segundo príncipe resonó en la habitación.

―¡Hemos vuel...!. ―Izaya vio a sus padres abrazados, tan cerca uno del otro y ambos miraban en su dirección, evidentemente exaltados ante su entrada. El segundo príncipe retrocedió sobre sus pasos, conservando la vergüenza en su rostro.

Inuyasha se había asustado ante el ruido repentino, tan solo había visto a Izaya entrando a ese lugar sin molestarse en anunciarse. Lo vio regresar, al mirar la puerta todavía pudo vislumbrar a Inu no Taisho con el puño alzado, se notaba que su hermano menor se le había adelantado. El escándalo hizo que la princesa empezara a llorar. Aún así, vio la expresión avergonzada de Izaya y recordó que seguía siendo apresado por los brazos del Rey Demonio, este lo liberó. Inuyasha se acercó a la cuna y alzó a Izayoi, Izaya había cerrado la puerta y escuchó que volvía a tocarla. Negó con una sonrisa cuando Izaya se asomó ligeramente con la pena aún plasmada.

―Entren, quiero saber como les fue. ―Mencionó mientras hacía reír a Izayoi para que se calmara ante el susto. Afortunadamente funcionaba.

El Rey Demonio miró a sus hijos entrar, su hijo mayor con la expresión serena y el más joven sin atreverse a alzar la mirada. Sin duda ellos tenían similitudes con él e Inuyasha. 

―¿Qué tal fue el paseo?. ―Inició Inuyasha.

―El primer hermano me dejó visitar los alrededores mientras él hacía sus cosas de reyes. El lugar era asombroso pero todos me trataban como los habitantes de aquí tratan al primer hermano y fue extraño. ―Murmuró rascando la parte trasera de su cabeza. 

Cuando Inuyasha iba a preguntarle a Inu no Taisho acerca de su día, este lo miraba con atención, pero no a los ojos. Sin darles tiempo de reaccionar, el primer príncipe estaba dándole la espalda a su madre en son de protegerle; su brillante espada le apuntaba al Rey Demonio. Gruñendo de manera amenazante, Inu no Taisho no había dejado de mirar a su padre con sus ojos cambiando a un peligroso carmesí y con el aspecto volviéndose feroz. Su poder demoníaco hizo que Inuyasha temblara en su sitio y los únicos que no resultaron afectados fueron las Calamidades restantes y el rey. 

―¿Qué te pasa, Inu no Taisho?. ―Se forzó a decir Inuyasha, el poder del príncipe hacía que sus propios instintos de supervivencia se activaran, su intención asesina era abrumadora. 

El príncipe no respondió, seguía mirando a su padre que no cambiaba la expresión de su rostro. Izaya se paró frente a Inuyasha y también le gruñó a su padre, ambos habían visto las heridas en su madre. La tensión en el ambiente era palpable, la intención asesina de ambos príncipes reaccionando al instinto, la expresión imperturbable del rey e Inuyasha temiendo un derramamiento de sangre. Cuando menos se lo esperó, Inuyasha vio a Inu no Taisho lanzarse con la espada por delante hacia su padre, este solo eludió el golpe. 

Inuyasha no sabía qué hacer, no podía hacer mucho con un bebé en brazos. Dos bestias luchando entre sí, no era algo que Inuyasha hubiera esperado ver, no después de aquella escena entre él y el rey. Ver a Inu no Taisho luchar contra su padre, le dolió a Inuyasha y cuando Izaya lo imitó, fue igualmente doloroso. Les pidió que pararan pero parecían no escucharlo, Inuyasha solo vio como destruían todo por su pelea y temió por la seguridad de esos tres demonios. Inu no Taisho blandía su espada a diestra y siniestra, Izaya atacaba con sus garras y el Rey Demonio no dejaba de esquivar cada ataque sin sufrir ni un rasguño. Finalmente, el Rey Demonio pareció molestarse y empezó a corresponder a la pelea, le dio un golpe a Izaya y el cachorro terminó rebotando contra el colchón de la cama. Inuyasha se acercó a él mientras el primero y el padre luchaban, sin soltar a Izayoi. El príncipe iba a lanzarse nuevamente a la batalla, pero Inuyasha lo frenó para evitar que peleara. No deseaba ver como peleaba en contra de su padre.

―Cúrame, Izaya. ―Le pidió. ―Hazlo pronto.

Izaya escuchó a su madre e hizo lo que pidió, en pocos segundos Inuyasha ya tenía el cuello sano. Las marcas rojizas de su cuello y el dolor habían desaparecido, eso hizo que Inuyasha le entregara a la tercera a Izaya, pidiéndole que la protegiera y este aceptó la encomienda. El príncipe menor cargó a su hermana y vio como su madre se acercaba a la batalla entre el primer príncipe que tenía en contra de su padre. Izaya temió por su madre, pero sabía que él era fuerte.

―¡Ya basta!. ―Gritó Inuyasha, justo antes de que la espada del príncipe se impactara contra su padre. Ambos demonios se quedaron estáticos y lo miraron, sin bajar la guardia. ―¡Mírame, hijo! ¡Estoy bien, no manches tus manos con la sangre de tu padre!.

Y eso bastó para ver como Inu no Taisho dejara caer la espada al suelo, para que el Rey Demonio bajara las defensas de su postura. Inuyasha se acercó a su hijo, mirando a Inu no Taisho que conservaba el brillo peligroso de sus ojos. Alzó sus manos y acunó su rostro, le sonrió tratando de calmar sus instintos. El príncipe se calmó gracias a eso, el oro de su mirada volvió en un parpadeo, las líneas de su rostro se volvieron prolijas y sus colmillos ya no se asomaban entre sus labios. 

―Estoy bien, no te preocupes. ―Susurró. 

El segundo se acercó a su madre y a su hermano, eran observados por el Rey Demonio y cuando este iba a apartarse, el primer príncipe habló.

―Ser medio humano y haber heredado los sentimientos de mi madre, me hizo ver que sus palabras pueden ser interpretadas de otra forma. Dice que los demonios necesitamos fuerza y poder, usted tiene razón. Si tengo fuerza y poder, podré proteger a quienes amo. ―Expresó el príncipe ante la mirada de su madre y su hermano. ―Y si debo usar ese poder para proteger a mi madre de usted, lo haré.

El Rey Demonio no contestó, solo le dedicó una mirada a Inuyasha y se marchó. El príncipe lo había visto con recelo hasta que ya no sintió su presencia. Izaya se había mantenido callado, sin entender porque su padre odiaba a su madre como para herirle. Él no comprendía porque había ocasiones en las que sus padres eran cercanos y en otras distantes, el segundo asumía que sus padres se amaban mucho y que por eso estaban juntos. Pero esos solo eran los pensamientos de una mente viviendo felizmente en la ignorancia. Inuyasha hizo que los príncipes salieran de esa habitación, el escritorio y algunas mesas estaban hechos trizas, prefería pasar el tiempo con los príncipes en su propia habitación. Ahí podrían iniciar de nuevo y hablar cómodamente.

Mientras Inuyasha y los príncipes hablaban, el Rey Demonio se encontraba en la sala de reuniones.

El rey miró sus manos, preguntándose cuanto daño tenía que hacerle a Inuyasha para que se alejara, pero era un daño que no deseaba hacerle. Inuyasha no merecía todo lo que le hacía, no debía seguir soportando sus problemas. Pero el Rey Demonio no lograba hacer que aquel humano se alejara, porque ese humano no entendía que no podían amarse por más que lo desearan. Inuyasha deseaba volver a su mundo, él deseaba destruir a los humanos y su imperio sangriento. Sus vidas no podían enlazarse, el Rey Demonio seguiría viviendo por muchos siglos más e Inuyasha no; Inuyasha deseaba volver a aquellas comodidades de las cuales le había hablado y él solo podía ofrecerle dolor, no era justo seguir causándole más sufrimiento a aquel humano por su egoísmo. No deseaba que su oscuridad atrapara a Inuyasha, pero aquel humano insistía en acercarse. El Rey Demonio tenía miedo al dolor, pensar que al aferrarse a Inuyasha y perderlo, sería el golpe final de su atormentado corazón. No quería más dolor, ya no podía soportarlo e Inuyasha terminaría absorbido ante las penumbras que eran su dolor y culpas. 

Para el Rey Demonio, Inuyasha debía irse y vivir cómodamente con los humanos de su mundo; seguir yendo a ese lugar llamado universidad y desligarse definitivamente de ese mundo al cual no pertenecía, aunque sabía que las cicatrices que le había provocado serían imborrables. Al menos el rey deseaba que Inuyasha continuara su vida humana como debía ser, no en un entorno que lo obligaba a sufrir y donde él mismo le provocaba dolor. Inuyasha ya no debía sufrir, debía conservar esa sonrisa risueña en su rostro y vivir como le placiera, eso deseaba el Rey Demonio pero no podía lograrlo. Amarse y perderse sería un dolor que no quería que sintieran, era mejor cortar todo lazo antes de que la despedida fuera dolorosa, pero no podían desistir de aquellos sentimientos y por más que el Rey Demonio tratara de ahuyentar a Inuyasha, este parecía aferrarse con más ímpetu. Y cuando el Rey Demonio escuchó la puerta abrirse y pasos adentrarse, habló.

―Si el amor es algo doloroso, ¿por qué lo necesitamos y lo buscamos con tanto anhelo?. ―Preguntó sin encarar a la hechicera, la única persona que parecía aparecer en momentos erróneos.

―Lamentablemente, esta servidora no posee una respuesta para eso. ―Contestó la mujer. El Rey Demonio no le dio la cara, siguió pensando en como se había complicado aún más todo desde la llegada de la extravagante Reina Humana de la Calamidad. 

―Siempre le hago daño, intento que se aleje, pero él no lo hace. ―Murmuró el Rey Demonio. ―¿Por qué dice amarme cuando lo único que le he provocado es sufrimiento? ¿Acaso le gusta ser lastimado? ¿Por qué busca en mí algo que no le puedo dar?.

Pero sus preguntas no fueron contestadas, habían sido para sí mismo y no para aquella mujer. Se llegó a preguntar por qué él mismo había empezado a desarrollar sentimientos por aquel humano que le dejaba en claro que le odiaba cada que podía; aquel que le insultaba y no le tenía el respeto que su posición le brindaba; aquel que era capaz de sonreír hasta en los momentos más críticos y ese humano que lo acompañaba pese a sus acciones, un humano que a pesar de todo, no lo dejaba sumergirse completamente en el dolor. Ese humano que derramó lágrimas por él, que fue capaz de ofrecer su vida para que él viviera y de tratarlo como si fueran iguales. Inuyasha había hecho brillar un pequeño punto luminoso en su corazón marchito, sus sonrisas y sus tratos, sus acciones y todo lo referente a él, ese humano sin duda había sembrado una pequeña luz de esperanza en su eterna soledad. 

«He crecido para ser un rey, crecí viendo la guerra y la muerte, ¿Cómo se supone que sepa que es el amor? ¿Cómo deseas que sepa como tratar a la familia si no recuerdo como me trató la mía?. No recuerdo momentos más allá de la soledad y el dolor, solo crecí deseando el poder. Yo no puedo darte lo que buscas, mi objetivo es destruir solamente y no deseo incluirte en ello, ya no quiero seguir lastimándote y es por eso que debo dejarte ir aunque me duela, allá podrás empezar nuevamente y sé que lo lograrás porque has demostrado tu fortaleza».

Continuará...

 


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