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La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

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Cuando Inuyasha abrió los ojos ligeramente, desvió su mirada al ventanal, los tonos rojizo naranja en el cielo le indicaron que había dormido durante todo el día. Parpadeó para retirar los rastros de su sueño, pero una mano en su crecido y nada natural vientre, hicieron que dejara de moverse. Inuyasha pudo notar al Rey Demonio transfiriendo parte de su energía a la tercer calamidad. Se miraron por un momento, había cosas que Inuyasha no había dicho y deseaba decir, aunque también había algunas que quería escuchar. Se tomó unos momentos y logró hablar.

―¿Como me encontraste?. ―Inició, mas no sabía si recibiría respuesta. El Rey Demonio pareció meditar unos segundos y le otorgó sus palabras. 

―Te escuché decir mi nombre. ―Respondió.

Inuyasha solo recordaba haber mencionado el nombre de ese demonio una sola vez. Y eso lo explicaba, apenas ese nombre había salido de sus labios, el Rey Demonio había hecho acto de presencia. Inuyasha agradeció internamente el habérselo preguntado a Kagome, aunque lo odiara, quería y necesitaba saber el nombre del padre de sus hijos, pero no lo diría en voz alta. El temblor que había sentido lo asoció con la forma bestial del hombre, supuso que había usado esa forma para destruir el suelo bajo sus patas. Inuyasha relacionó el fino oído del rey con su encuentro, aunque eso no explicaba el como lo había encontrado después de tantas horas fuera. Inuyasha suspiró sabiendo que ese hombre de pocas palabras no revelaría más.

―Tu aroma a humano siempre me pareció repulsivo, me asqueaba tenerte cerca. Tener que tocarte era una tortura para mí y un castigo autoimpuesto. ―Inuyasha sintió su ira crecer ante esas palabras tan desagradables dirigidas a su persona. Se sentó dispuesto a reclamarle al hombre, pero este tomó uno de los mechones de su cabello y lo llevó a sus labios, le dio un beso que lo dejó pasmado. ―Pero, ayer que tu aroma desapareció del lugar, me di cuenta que estaba equivocado. Cada vez que te toco, tengo este sentimiento extraño que me hace actuar de manera impulsiva. Y cada vez que te beso, siento que la oscuridad desaparece de mi corazón. Él y mi mente están en un constante conflicto. Mi mente me dice que debo alejarte, pero mi corazón me grita que te necesito a mi lado. Tú también me confundes, y ya no sé a quien escuchar.

Todas esas palabras fueron dichas e Inuyasha no sabía qué hacer o decir, no se las esperó. Miró al hombre en busca de la razón de su extraño actuar, pero este seguía sosteniendo su cabello, mirándolo de una forma nada usual. Algo parecía haberle afectado al punto de que su estoico comportamiento habitual se hubiera esfumado. Inuyasha sintió su corazón latir con fuerza ante esa mirada, su mano cerrada se cernió sobre él tratando de callarlo, pero sabía que era imposible.

―Escucha a tu corazón cuando no haya nada más que puedas hacer. ―Susurró, más para sí mismo que para el hombre frente a él. Pero esas palabras provocaron todo lo contrario, la mirada del Rey Demonio se ensombreció con el recuerdo de un dolor pasado e imborrable. Un dolor que había sido llevado a cuestas durante mucho tiempo. ―Puedo ver el dolor en tu mirada, habla conmigo acerca de lo que te lastima y te ayudaré a ahuyentarlo.

No hubo respuesta, el Rey Demonio se alejó de él en cuanto lo dijo y su expresión se volvió tan dura como de costumbre. Inuyasha supo que era todo lo que ese hombre de pocas palabras diría, se dijo a sí mismo que su relación no era tan cercana como para llegar a ese punto. Ese hombre no le diría cosas tan íntimas a él, un humano. Pero sus palabras le habían dado cabida a la esperanza y a la confusión que crecía en su corazón. Inuyasha sabía que el rey era alguien impredecible y difícil de tratar, además de que esas palabras aún lo tenían conmocionado. «No sé en qué estás pensando la mayoría del tiempo. A veces siento que estás enfadado, otras preocupado y unas más, que me odias. ¿Puedo acercarme a ti mientras estoy aquí? ¿O sigo manteniendo mi distancia hasta la despedida?». Era complicado tratar de entenderlo, se dijo Inuyasha. Decidió cambiar el tema, antes de que se arruinara más ese ambiente tranquilo que se había formado.

―Lamento haber sido una molestia y aunque he tratado de evitarlo, de alguna manera, siempre termino siéndolo. Aún así, gracias por permitirme experimentar lo que se siente tener una familia. ―Dijo mientras recordaba el acercamiento que habían tenido por la mañana, un acercamiento que habían necesitado después del dolor que sintieron al separarse. Inuyasha no quiso siquiera pensar que pronto habría una despedida definitiva. 

No hubo respuesta una vez más, pero la lejanía parecía disiparse. Inuyasha se sintió aliviado ante eso, sin saber la razón. El Rey Demonio parecía acercarse una vez más, aunque solo fue para continuar con su labor. 

―Tal vez algún día entenderás por qué todo a lo que me aferro muere. ―Susurró el Rey Demonio por inercia. 

Antes de que Inuyasha respondiera, la puerta sonó rompiendo el momento. La voz fuerte y clara de Kagome, le hicieron ver al humano que quizá no era la única molestia en el lugar. Inuyasha masculló una silenciosa maldición cuando la hechicera ingresó y el Rey Demonio se separó de sí, ahí iba su oportunidad de conocerlo más. No obstante, la hechicera pudo notar su cercanía e intuir sus acciones.

―Siento que no es buen momento. ―Murmuró para sí misma ante la mirada asesina que la Reina de la Calamidad le dirigía. Incluso sintió la misma mirada en el rey, pero le resto importancia y dejó la comida junto a la cama. Su mirada antes confusa se entrecerró con molestia. El rey se levantó y se dirigió al ventanal. ―Inuyasha, no te puedo descuidar por unos minutos porque ya te metiste en problemas. 

Y esas palabras lograron hacer que Inuyasha sintiera vergüenza ante su propia ingenuidad. La hechicera lo regañó por unos momentos, Inuyasha solo bajó la mirada ante los reclamos de la mujer. Prometió no volver a actuar de ese modo, que no habría una tercera vez. Ambos hablaron ignorando la presencia del rey, hasta que Kagome lo mencionó.

―¡Inuyasha, preocupaste a todo el mundo!. ―Alzó la voz. ―Todos salimos a buscarte, no podíamos regresar a menos de que trajéramos respuestas. ¡Fue la primera vez que vi a nuestro rey tan alterado! ¡Tantos años sirviendo fielmente a su lado y nunca lo vi tan asusta...!.

Un gruñido elevado hizo que ambos callaran abruptamente y con un miedo recorriendo su sistema, Inuyasha sintió la presión asesina emitida por el Rey Demonio y sus sentidos se alteraron. Cuando se atrevieron a mirarlo, la promesa de muerte pintada en su mirar hizo que ambos desviaran la mirada al suelo. La hechicera supo que estaba tentando a la suerte demasiado y decidió mantenerse callada, Inuyasha en silencio se lo agradeció. El hombre salió de la habitación y le dedicó una mirada a Kagome, ella supo interpretarla a la perfección, aunque eso no significaba que lo cumpliría. Cuando sintió la energía del Rey Demonio lo suficientemente lejos para escucharlos, ella se sentó junto a la cama. Ya tranquilos, decidió hablar una vez más.

―Esa mano que te ha tocado tan gentilmente, ha desgarrado a sus enemigos de un solo tajo; esa mano con garras afiladas y veneno letal, se ha manchado de sangre y hasta que te conocí, nunca pensé que esa arma mortífera podría llegar a tocar algo con tanta delicadeza. ―Inició mientras le pasaba la comida a Inuyasha. 

―Él me confunde. ―Confesó mientras comenzaba a comer. ―Hay ocasiones en las que parecemos una verdadera pareja y aunque me cueste admitirlo, me siento cómodo con eso. Pero él tiene razón, no puedo aferrarme sabiendo que me iré. No pertenezco a este lugar y debería irme antes de que me aferre más, incluso ya estoy a un paso más cerca de terminar lo que se me fue obligado a hacer y sería justo que empiece a pensar en mi vida. Pero ahora mismo, no soy capaz de mirar a ese hombre sin sentir que algo dentro de mí se desmorona.

―Él ha pasado por mucho, pero todo empeoró cuando mi antecesora murió. Desde ese día, Sesshomaru no se aferra a nadie y no quiere que nadie se aferre a él. Es un demonio que no ama y no quiere ser amado. Sin embargo, tú eres un caso especial y lo averiguarás conforme lo vayas conociendo.  ―Finalizó la hechicera con una sonrisa. Eso solo aumentó las dudas y la confusión en Inuyasha. ―Créeme, he estado junto a él desde que tengo memoria.

Luego de eso, Inuyasha se quedó solo reflexionando. Las palabras del Rey Demonio solo aumentaron más el revuelo de su corazón. Suspiró por enésima vez y decidió seguir descansando, tenía mucho que procesar todavía. 

Mientras la Reina de la Calamidad descansaba, cierta hechicera hacía de las suyas, olvidando el temor que había sentido.

Kagome había visto por tantos años como su rey se dejaba llevar por las cadenas dolorosas que lo arrastraban a un pasado que no sería olvidado. Ella era consciente de que su rey cargaba con muchas cosas, cosas que debía soltar para seguir adelante. Aunque la hechicera también sabía que ese hombre testarudo y terco no cambiaría, ella había crecido junto a él y lo había seguido desde entonces. Cuando Kagome pensaba que jamás vería algo más que dolor y culpa en el Rey Demonio, apareció Inuyasha y cambió al hombre de manera positiva. Ese humano que era fruto de su error, había sacado al hombre que quería y admiraba, de las sombras que le presidían. Pero Kagome sabía cuan dañado estaba el rey como para aceptarlo, incluso de su miedo a perderlo todo. Aún así, no podía dejar que Inuyasha actuara solo, ella iba a ayudarle porque al final, Inuyasha era el mejor error que pudo haber cometido en su vida.

La hechicera caminó siendo guiada por sus sentidos hasta que terminó frente a la sala de reuniones, la presencia del Rey Demonio se sentía tras la puerta. Entró sin anunciarse, eso evitaría que la echaran antes de mencionar una palabra, Kagome conocía a ese hombre como la palma de su mano. Una vez dentro, notó que el rey estaba sentado en su lugar habitual, con los brazos cruzados y la misma expresión de siempre. Ella suspiró y se sentó frente a él, sus codos se apoyaron sobre la mesa y sus manos acunaron su propio rostro para sostenerlo. Kagome lo analizó con la mirada, preguntándose la razón por la cual llegaban a amarlo tanto, se preguntó incluso porque ella también compartía ese sentimiento aunque ligeramente distinto.

Al verse observado, el Rey Demonio alzó una ceja de manera interrogante. Tal parecía que todos iban a actuar de manera extraña en ese día en particular, eso lo incluía a él después de su plática con Inuyasha, incluso ya no le sorprendería si su hijo mayor aparecía con una gran sonrisa radiante.

―¿Qué es lo que quieres?.

―La pregunta aquí es: ¿Qué es lo que tienes?. ―Contestó la hechicera. La expresión del Rey Demonio solo se frunció. ―Después de lo de ayer, asumía que aceptarías lo que sientes y dejarías de escudarte en las sombras. Llegué a pensar que dejarías de alejar a quien se te acercara.

―Tu boca es tan grande como tu talento para interrumpir. ―Escupió con desdén. ―No me provoques y desaparece de mi vista. 

―Tampoco era como si hubieras hecho un acercamiento de suma importancia. ―Suspiró con pesadez e ignorando la orden anterior. ―¿No te das cuenta que Inuyasha empieza a corresponderte? Su vida es demasiado corta como para que la desperdicies negándole lo que sientes, lo que ambos sienten. 

―No deseo que se lastime. ―Gruñó al darse cuenta que no le negaría nada a esa mujer. 

―Claro, lo proteges del daño físico pero no de la frialdad de tu indiferencia. ―La mala mirada que recibió no podía importarle menos. ―Solo imagínalo; se amarían y se besarían cuando desearan, ¡Incluso podrías abrazarlo cuanto desees!. Inuyasha sería el último en despedirse de ti y el primero que te recibiría cuando regresaras ¿No es lindo eso? ¡Lo es!, ¡Solamente tienes que decirle que lo amas y besarlo para que no le quede duda!.

El Rey Demonio se exasperó ante la insistencia y los gestos exagerados de la hechicera, si no tuviera ese lazo que lo unía a ella, ya la habría callado de un golpe. Claramente quería eso, pero se repetía que no era posible por obvias razones. Quería tantas cosas; quería abrazarle pero su mente le decía que parara esos pensamientos, quería besarle y quería amarle pero sus sentidos le decían que no lo hiciera o la historia se repetiría. No podía ceder o temía que Inuyasha pagara las consecuencias.

―Prefiero que vuelva a su vida lejos de este lugar, a que muera amándome aquí. ―Expresó con firmeza y se levantó, sus manos se posaron sobre la mesa con la mirada cambiando de tonalidad. ―¡Él no morirá por mi causa! ¡Y si tengo que enviarlo lejos de mí para que eso no suceda, lo haré!. 

La hechicera percibió el dolor en las palabras de su rey, ese atisbo doloroso con cada palabra que había dicho. Ella sabía que Kikyo había hecho ese sacrificio en el nombre del amor que le tenía, ella jamás esperó algo a cambio y odiaría saber que el hombre que amaba se sumía en su propia miseria. Kagome pensó en el dolor del rey y su vida, en la nueva oportunidad que se había originado gracias a un error de su parte y en esos cachorros que habían nacido de esa misma razón.

―¿Qué pasará con tus crías?. ―La mirada del rey se endureció, no contestó. ―Perderán a su madre, su propósito. ¿Qué será de su alteza, el primer príncipe? ¿Se volverá como tú? ¿Y mi discípulo? ¿Seremos capaces de verlo apagarse? ¿Qué hay de los príncipes restantes?. ―Kagome notó como el Rey Demonio contraía sus dedos y dejaba marcas en la mesa, se notaba que sus preguntas le afectaban en cierto punto. ―La quinta Calamidad ni siquiera conocerá a su madre, ¿estás preparado para contarle a los cachorros que su madre se irá? ¿Sabrás controlar sus reacciones? ¿Siquiera estás preparado para criarlos tú solo? ¿Para dejarlo ir?.

―Si aman a su madre, dejarán que se vaya. ―Contestó. ―Por el amor que le tendrán, harán todo por su felicidad y para ese humano, la felicidad se encuentra en su mundo con los suyos. Sabrán enfrentar la realidad, ellos nacieron para ser armas, nunca debimos mostrarles otra cosa y todo esto se hubiera evitado.

Se dispuso a marcharse, el Rey Demonio no quería seguir oyendo la realidad. Había soportado muchas cosas, pero él sabía lo que era perder a alguien tan especial como lo eran sus padres. Sería doloroso para las crías, incluso para él gracias a que se estaban aferrando a ese humano con todas sus fuerzas. Pero si querían que estuviera a salvo, debían devolverlo a su mundo como tanto lo deseaba. No podían quitarle eso también y condenarlo a la infelicidad solo por su propio egoísmo.

Continuará...

 

 


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