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La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

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Después de su pelea con el primer príncipe, el Rey Demonio caminó hacia al enfermería. En su camino se había topado con el segundo príncipe y por ello lo envió con su hermano, así le curaría sus heridas. Y mientras caminaba dejando un rastro de sangre, reflexionó acerca de su encuentro con el príncipe. El Rey Demonio se respondió a sí mismo que su hijo no sabía nada acerca de su vida y así seguiría, pero lo que el príncipe tampoco sabía era que él sí tenía sentimientos que lo atormentaban desde que tenía uso de razón. El Rey Demonio solo recordaba el dolor, ese amargo sentimiento era el único que había sentido a lo largo de su vida. 

El Rey Demonio cargaba con el dolor y culpa de ser el causante de la caída del reino demoníaco, gracias a él sus congéneres eran cazados y esclavizados. Los demonios vivían bajo el yugo de los humanos por su causa, era el culpable de que cientos de vidas se perdieran todos los días; gracias a él su gente sufría. Recordar el afán con el que Inu no Taisho defendía a su madre, también había causado cierto dolor en él. El Rey Demonio también había sido el causante de que sus padres fueran capturados, cargaba con el peso de ser quien entregó las cabezas de sus amados padres a los humanos. Y el rey de los demonios no solo cargaba con el dolor de esas culpas, si no que también del anhelo y tristeza. Con el pasar de las décadas, los rostros de sus padres se hacían cada vez más borrosos y temía que llegaría el día en que ya no recordaría el bello rostro de su madre. Los había perdido hacía ya mucho tiempo atrás que estaba olvidando sus rostros y ni siquiera sabía si seguían con vida dado que no recordaba qué había sucedido ese día con exactitud. Pero el Rey Demonio sabía que ese dolor se quedaría clavado en su corazón mientras se aferraba a la vaga idea de que sus padres aún vivían.

Estando cerca de la enfermería, el Rey Demonio recordó el motivo de la molestia del príncipe y supo que Inu no Taisho estaba equivocado. Él, a pesar de todo, no odiaba a Inuyasha por ser humano; no lo odiaba porque atribuía en él todo lo que los humanos le habían hecho, la verdad era que ni siquiera lo odiaba. Sesshomaru, el Rey Demonio, no odiaba a Inuyasha pero tampoco lo quería cerca por el mero hecho de su miedo, algo en lo que su hijo había acertado, a que resultara arrastrado al dolor que lo atormentaba. El Rey Demonio era el demonio vivo más poderoso que existía, además de ser el más odiado, eso a la larga podría ser perjudicial para quienes vivían con él. El castillo demoníaco había caído una vez y podría volver a pasar, pero sabía que si Inuyasha lo amaba, no lo dejaría atrás en caso de ser necesario y esa sería su condena.

Ya había pasado antes, una persona lo amó tanto que terminó cediendo su vida para que él lograra escapar del desastre que su soberbia había provocado. Sesshomaru había provocado la muerte de todo su ejército y de la persona que lo apoyó incondicionalmente, solo por no haber escuchado y haberse lanzado a la batalla sin importar nada, por mera ambición de poder. Y recordar como esa mujer moría en sus brazos mientras hilos negros de sangre se deslizaban por la comisura de sus labios, era realmente doloroso. Las pesadillas acerca de campos de cadáveres, gritos ensordecedores y sangrientos panoramas hacían que odiara dormir. Por que al cerrar los ojos, la escena de Kikyo interponiéndose en ese feroz ataque para protegerlo, se repetía una y otra vez, sin descanso. Solo para recordarle que por su culpa ella había muerto, le había quitado la oportunidad de ver el reino prosperar como lo habían soñado cuando pequeños. Ella lo amó tanto que dio su deseo de que ambos formaran una familia a cambio de salvarle la vida. Fue vida por vida. 

Sesshomaru innumerables veces se había odiado por esa razón, había provocado mucho dolor y recordar como muchos se sacrificaron por él hizo que a la larga no deseara relacionarse con nadie. Y al pensarlo, se odiaba a sí mismo por no haber correspondido a los sentimientos de la hechicera que se había fortalecido junto a él, la que lo apoyo desde que era un príncipe desterrado y sin corona. La guerra y las culpas habían influenciado su pensar al punto de no desarrollar amor por nadie, ni siquiera por ella o la en ese entonces, pequeña Kagome. A pesar de eso, solo logró desarrollar un fuerte lazo afectivo, pero nada más. Hubiera deseado que aquella bella mujer al menos se hubiera llevado algo más que un beso y una parte de su corazón, quizá un «también te amo» pero él no podía mentirle y mentirse. Y eso ambos lo sabían.

Cuando el Rey Demonio llegó a la enfermería, chocó contra alguien que salía de ella. Quizá ambos perdidos en sus pensamientos. No tardó más que unos segundos en darse cuenta de que se trataba de su reina, no dejó pasar más tiempo y lo inspeccionó con la mirada. Inuyasha no parecía tener algún malestar, tampoco mostraba heridas o hedor a sangre. El rey no se explicaba su estadía en ese lugar a menos de que haya salido a divagar por mero ocio. Sin embargo, el Rey Demonio no podía dejar de ver a su reina sin recordar lo que había pasado anteriormente y todo lo que ocurrió durante su encuentro íntimo. Ambos simplemente no dejaron de observarse hasta que Inuyasha decidió romper el silencio, con una expresión cargada de molestia.

―Lo que me faltaba. ―Murmuró para sí mismo con rebosante irritación. 

Inuyasha realmente había deseado no toparse con el Rey Demonio, en verdad lo había hecho pero la suerte parecía haberlo abandonado. Se regañó a sí mismo cuando había salido a buscar algo de comer y que Kagome lo haya interceptado para verificar que la tercera calamidad haya sido concebida correctamente. Inuyasha no espero topárselo directamente y chocar contra él solo por haberse perdido en su mente. Y a pesar de eso, como bien lo había dicho el rey anteriormente, debían volver a la realidad en la que se odiaban y se insultaban en cada oportunidad. Inuyasha decidió que por su bien, así lo haría, no contó con lo que tenía enfrente. Antes de que siquiera pensara en reclamarle por el pequeño accidente, Inuyasha pudo ver sus propias manos manchadas de sangre. Al separar su mirada de la del rey, pudo notar que su rostro estaba manchado de sangre y su cabello revuelto; su armadura y ropas estaban rotas, tenía heridas sangrantes a dondequiera que mirara y una que resaltaba por lo grande que era. Inuyasha notó incluso el charco de sangre a sus pies y le sorprendió que el rey aún estuviera de pie.

―¿Por qué te estás paseando así por todo el lugar? ¡No seas inconsciente!. ―Le reclamó pero no obtuvo respuesta. ―Ven acá.

Antes de cualquier negativa, Inuyasha arrastró del brazo al rey para guiarlo al interior de la enfermería que había sido vaciada unos minutos atrás. Una vez dentro, Inuyasha hizo que el hombre se sentara y empezó a retirarle las piezas de hierro inservibles y la ropa desgarrada, todo ante la mirada inmutable del rey. Con agua limpia y algunos paños, Inuyasha empezó su labor de limpiar las heridas del Rey Demonio y atenderlas como había aprendido a hacerlo. Curó y vendó la infinidad de cortes que el hombre tenía y no pensó más que en sus acciones. Todo ante la mirada analizadora del Rey Demonio quien no había dicho nada ante eso. El rey sabía que solo bastarían un par de horas para que esas heridas desaparecieran, pero ver a su reina ponerle tanto empeño, hizo que guardara silencio y esperara, mirando la expresión seria y algunos regaños entre dientes.

«¿Por qué a pesar de todo lo que te dije todavía me tocas tan gentilmente?», pensó el Rey Demonio al ver el esmero con el que Inuyasha pasaba un paño húmedo sobre su pecho para limpiar la peor de sus heridas y se aseguraba de que sus toques fueran delicados para que no sintiera dolor. Mas un «Yo no soy merecedor de esto» también resonó en sus pensamientos. No obstante, era agradable ese momento y se sintió egoísta al disfrutarlo, disfrutar esa pequeña intimidad que tenían y las ganas crecientes de lesionarse más a menudo aparecieron solo con el deseo de que se repitiera. El rey quiso negar sus pensamientos, pero el tamborileo incesante de su corazón estaba bloqueando su voz de la razón y silenciando las palabras que había dicho antes. «Esto es extraño, siento como si algo en mi interior revoloteara, ¿Qué es esta sensación y como me deshago de ella?», no fue capaz de recibir respuesta.

Una vez vendado el torso del Rey Demonio y terminado con la curación, Inuyasha se dio cuenta de todo lo que había hecho. Él, un simple humano, había tenido la osadía de manejar al rey de los demonios como si fuera uno de sus hijos; porque eso mismo había hecho con Inu no Taisho cuando era pequeño y terminaba herido durante sus entrenamientos. Inuyasha simplemente haría que el rey tomara asiento y luego llamaría a Kagome para que se encargara, pero terminó haciendo todo como si fuera algo normal, como si fuera natural en él ver por el bienestar del Rey Demonio. Por inercia Inuyasha había tomado demasiadas libertades para con el rey al que todos odiaban y temían, «como si me importara quien es él» y terminó chasqueando la lengua ante su murmullo. A pesar de eso, Inuyasha miró al Rey Demonio y este lo miró por igual, aunque solo tardó unos segundos antes de desviar la mirada hacia un punto fijo que no fuera su reina. 

«Este tipo seguirá alzando muros a su alrededor y terminará ocultándose tras ellos. Me duele pensarlo pero si soy sincero, ya me lo esperaba. Al final, terminará haciéndome a un lado sin dedicarme una sola mirada», fueron los pensamientos de un humano con el corazón confundido.

Inuyasha se llevó la mano al pecho, sintiendo cuán rápido latía su corazón, solo habían pasado un par de horas desde que había sido apuñalado con la realidad y aún sentía ese repicar doloroso producto de recordar aquellas palabras. «Desde hace un tiempo, mi corazón late rápidamente mientras estoy con él y a pesar de saber la razón, no quiero y no debo saberla, porque sé que será más doloroso si le pongo nombre a lo que siento». Inuyasha simplemente suspiró, harto de la situación en la que había terminado, harto de que su corazón empezara a jugar en su contra. «Lo odio y me odia, me quiero ir y me quiere alejar, ¿en qué te confundiste, tonto corazón? ¿Por qué hiciste que sintiera ese agradable cosquilleo que solo aparece cada que lo veo?. Yo no estoy aquí para eso, soy prisionero en este lugar, ¿entonces porque te encadenaste por voluntad propia, mi tonto corazón? ¿Tanto deseas el dolor? ¿Tanto anhelas el sufrimiento?». Inuyasha se perdió en sus pensamientos, con la mirada todavía fija en el Rey Demonio, negando lo que su corazón le gritaba a su mente con tanta insistencia. 

Mientras Inuyasha se sumía en un mar de sentimientos contradictorios, el Rey Demonio al fin le dirigió una mirada. Al verlo, recordaba los susurros silenciosos y las caricias llenas de pasión contenida, los besos cargados de sentimiento y las palabras dolorosas que se atoraban en su garganta. Era dulcemente doloroso, un recuerdo que terminaría siendo resguardado en su corazón, grabado a fuego para nunca ser olvidado. Y teniendo a su reina tan cerca, solo hacía que percibiera ese aroma único que se intensificaba cuando enterraba la nariz en su cuello, para regodearse en él y terminar por abrazarlo, con el temor a que desapareciera como todo a lo que se aferraba. Solo bastó una noche para arruinar su control, para hacer que deseara tener a su reina para sí y que su egoísmo creciera, que su necesidad por sentirlo a su lado aumentara, solo para asegurarse que no se desvanecería entre sus manos. Pero no podía, no podía resguardarse en el pecho de Inuyasha y dormir tranquilo, siendo arrullado por el pausado y tranquilo latir de su corazón. El Rey Demonio no podía aferrarse a la calma que su reina le ofrecía inconscientemente, esa calma que le permitía dormir tranquilo después de siglos de no poder hacerlo sin que las tenebrosas pesadillas lo arrastraran a las sombras. Había tantas cosas que deseaba pero que su mente le negaba, las heridas no cicatrizaron a pesar de haber pasado tantos siglos, eran heridas que aún dolían y no podían ser ignoradas.

Sin que el Rey Demonio pudiera evitarlo, su mano se dirigió al rostro de su reina. Inuyasha había bajado la mirada, su rostro expresaba un gran pesar y sus ojos brillaban con las lágrimas contenidas que no serían derramadas. Cuando su mano acunó la mejilla frágil de Inuyasha, el rey lo vio directamente una vez más, viendo que a pesar de que su reina era fuerte y vivaz, también podía ser tan frágil que su simple toque podría desmoronarle. Se mantuvieron así por un momento, mirándose y expresando con la mirada lo que sus corazones gritaban. En algún momento, sus rostros empezaron a acercarse lentamente, tan cerca que sus respiraciones se entremezclaban. 

Cuando sus labios estaban a milímetros de tocarse, Inuyasha desvió la mirada.

―No seas cruel. ―Susurró. ―Mi corazón todavía está lastimado.

Luego de eso, Inuyasha se marchó sin mirar atrás y el Rey Demonio se dio cuenta que a pesar de todo, su reina de igual manera se desvanecía en sus manos. 

Continuará...

 


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