Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Sweetest Sin por Yukitza KuroiL

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

En algunas ocasiones, las travesuras de medianoche no salen como uno espera.

 

El timbre que daba el anuncio del término de clases resonaba en todo el edificio. De inmediato, los alumnos se llenaron de alegría. Era fin de semana. Dos días libres y únicos, que los muchachos ocupaban para su relajo personal, visitar a sus familiares, amigos, novias, vestir ropa casual y salir a las calles. Dos días donde podían olvidar el encierro obligatorio y ser libres a su antojo. Dos días de juerga y diversión... que Andrea pasaba desapercibidos.

En días como esos, el muchacho no abandonaba la residencia como los demás alumnos y no volvía a su casa como la mayoría. Se quedaba allí, al igual que los profesores, la psicóloga y los auxiliares de turno. No salía de su cuarto y se dedicaba a estudiar, leer, escuchar música o visitar a la doctora cuando la obligación lo ameritaba. Su fin de semana no variaba mucho de su rutina diaria, salvo por la vestimenta. Y aunque Kay tratara de convencerlo para que salieran juntos a distraerse – y de paso olvidar un poco los estudios – no había caso. Al parecer, Andrea necesitaba estar solo, aunque él no lo comprendiera del todo.

—¿Y no quiso? —le preguntó Lyo, sentado junto a él, bajo el árbol del patio trasero.

El entorno anunciaba el atardecer.

—No —respondió Kay, algo cabizbajo—. A pesar de que se viene fin de semana largo y pensaba que podríamos ir a servirnos algo o invitarle a mi casa.

Su acompañante sonrió con picardía, mientras le miraba en silencio.  Su mente trabajaba a parte, pensando en algo concreto y que venía notando desde hace algún tiempo.

—Quizás no eres su tipo —dijo de pronto, a modo de broma.

El joven tardó un segundo en procesar la indirecta de su amigo, antes de sonrojarse levemente.

—¿Cómo se te ocurre decirme eso? 

Lyo soltó una pequeña risa divertida.

—¿Y para qué te pones nervioso? ¡Es una broma! 

—Suena raro —respondió, mirando hacia otro lado.

—No es para tanto. Como últimamente los he visto tan unidos...

—No tienes que insinuar nada.

—Ya, ya. Dije que no era para tanto—. Sacó sus lentes para limpiarlos y luego volvió a colocarlos frente a sus ojos, comprobando si estaban completamente limpios. Repitió el proceso un par de veces más, antes de proseguir—: ¿Y bien? ¿Qué vas a hacer?

—Creo que volveré a su cuarto para convencerlo. Necesita distraerse aunque él me diga que está bien —contestó el otro, poniéndose de pie, tratando de no mirarlo.

—¡Así me gusta! —continuó su amigo, todavía en broma, con una gran sonrisa— ¡Qué te la juegues!

—¡Deja de bromear con eso!

—Si sabes que es broma, no debes porque alterarte.

—Porque es extraño.

—Es broma.

—De todas maneras.

Lyo se acomodó los lentes, pendiente de su ruborizado amigo. Sonrió y se levantó del suelo, sacudiendo la parte trasera de su pantalón. Su cabeza ya había dejado de maquinar en ese asunto y ahora se encontraba ideando otra cosa.

—Cambiando el tema —decía, acercándose—. Tengo una idea en caso de que Andrea se niegue a salir.

Kay le miró extrañado.

—¿Podrías venir a mi cuarto junto con Andrea?

—¿A tu cuarto? —le miró unos cortos segundos, antes de proseguir—. ¿Tienes cuarto?

—¡Ah, verdad! Olvidé comentarte —respondió un poco nervioso por ese desliz. Lógicamente, ninguno de ellos sabía que se estaba quedando en la residencia de profesores desde el primer día—. Yo... vivo muy lejos, así que pregunté a los directores si había alguna vacante en las habitaciones del internado para quedarme y así llegar a tiempo a mis clases. Como estaba todo ocupado, me ofrecieron una pequeña pieza en la residencia de los profesores. Claro está que es un cobro extra a mi arancel.

—¿Y desde cuándo te estás quedando allí?

—Desde hace una semana —mintió.

El joven no se sintió muy convencido con esa respuesta.

—Bueno, Lyo, volviendo a lo que me preguntaste. ¿Por qué quieres que vayamos a tu cuarto?

—Ya verás... —sonrió guiñándole un ojo—. Les haré un juego. Quiero saber que tan valientes son.

—¿Valientes? ¿Juego?

—Sólo llévalo. Una vez allí te explicaré todo.

 

oOo 

 

—¿Un juego? —preguntó Andrea, tirado de espaldas sobre la cama, con los pies apoyado sobre la almohada. Kay se encontraba sentado cerca de la cabecera, muy cerca de sus piernas.

—Sí. Es todo lo que dijo —respondió su amigo—. Quiere que estemos en su cuarto, hoy a las doce de la noche.

Andrea se sentó lentamente, quedando al frente de su amigo.

—No quiero ir —concluyó—. No tengo ganas.

Kay suspiró.

—Entonces las ganas te las hago yo —decidió el mayor, acercándose un poco—. Tienes que darte ánimos. ¿No ves que estamos preocupados por ti?

—¿Y eso que tiene que ver con que vaya al cuarto de Lyo o no?

—Por eso mismo —prosiguió, dándole un almohadazo—. Sea lo que tenga pensado, tal vez te ayude a distraerte. Has estado muchos días encerrado en tu cuarto. Con suerte me acompañas en los recreos. ¿Qué dices? ¿Vamos?

Andrea suspiró profundo, antes de responder y sonrió suavemente. Con sólo ver a Kay con ese ánimo le era imposible negarse.

—Está bien —cedió al fin —. Iré contigo.

Kay sonrió de lleno, antes de cruzar su brazo por los hombros ajenos y despeinarlo.

—¡Kay!

—Esto va a ser divertido. Te relajarás. Así podrás soltar eso que te incomoda.

—Está bien, Kay... pero no hoy. No tengo ánimos para hablar de eso.

—No tengo apuro. Sólo quiero ayudarte.

El muchacho sonrió de manera sutil, antes de desviar la mirada hacia un lado.

—Es... primera vez que siento que alguien se preocupe tan sinceramente por mí, después de mucho tiempo —confesó, algo nervioso.

—No deberías decir eso... ¿Y tu familia?

Una sombra gris pareció posarse en Andrea, cambiando notoriamente su cálida expresión por otra más fría y distante. Una silenciosa angustia se posó en su pecho, y sin decir nada se levantó de la cama rumbo a la cocina. Kay había notado ese repentino cambio y se inquietó. Al seguirle lo encontró de rodillas al lado del minino, dándole de comer. Intentó acercarse, pero el aire frío que poseía su amigo lo mantuvo más lejos que su alergia a los gatos.

—Andrea... yo...

—¿Puedes dejarme solo un momento? —dijo sin levantar la mirada—. Nos veremos cinco para las doce en el lugar de siempre. 

—Pero... ¿Sucede algo? ¿Dije algo que te molestara?

Andrea se levantó y lo miró con una triste sonrisa, tratando de cubrir así la angustia que lo aprisionaba. Con una sutileza, se acercó a Kay y le condujo hacia la puerta de entrada. Quería evitar que éste pronunciara otra palabra más.

—Tú no tienes la culpa de nada, Kay —respondió, empujándole con cuidado hacia afuera—. Sólo quiero estar solo un momento.

—Pero...

—Nos vemos, amigo mío.

Cerró la puerta, haciendo que su imagen desapareciera lentamente detrás de esta. Kay pudo notar que aquellos hermosos ojos azules estaban cristalinos, a punto de desbordar su tristeza. Se inquietó.

—Andrea... —musitó para sí mismo—. ¿Qué es aquello que te lastima?

Adentro, apoyado en la puerta, Andrea se deslizó suavemente hasta el suelo, abrazado a sí mismo y apretando su camisa. Desde sus ojos cayeron unas cuantas gotas que chocaron en sus pantalones grises, desapareciendo por completo la débil sonrisa que le fingió a su amigo.

—Familia... —susurró, intentado tocarse la espalda con los dedos—. Familia. Que utópico suena.

La medianoche no tardó en caer, y pese al frío que se sentía a esas horas ninguno faltó a la cita propuesta por Lyo. Mientras caminaban hacia el extremo contrario del recinto, Andrea se preguntaba si habría sido sensato acceder a la invitación. Tenía nervios y no sabía porqué. Kay en tanto, parecía de lo más tranquilo. Ni la helada de la noche parecía afectarle, por mucho que llevara tan solo una chaqueta de jeans y una bufanda. Él, por su parte, que tenía encima un chaquetón grueso cubriendo hasta sus muslos, sentía como el hielo le calaba los huesos. No en vano ya estaban próximos al invierno. 

Ya en la habitación, el juvenil hombre les recibió con una grata sonrisa.

—¡Bienvenidos! Pensé que no vendrían. Adelante.

Al ingresar, ambos observaron a su alrededor. Era una habitación oscura, de paredes grises, elegantemente decorada, con unos hermosos muebles de fina madera en tono caoba, sillones de estilo moderno tapizados de cuero blanco, y unos inmensos estantes repletos de libros de hechicería y otros sin nombre reconocible. Poseía, además, un baúl de estilo clásico, a los pies de la cama y que se encontraba un poco abierto. Desde su interior se descubría un trozo de seda carmesí y algo que brillaba levemente. Al otro extremo, sobre una repisa de madera tallada, reposaban los libros de química y otros correspondientes a los estudios de Lyo. Su habitación se asemejaba más a un pequeño departamento que a un cuarto residencial.

Y mientras Kay trataba de asimilar lo que veía, Andrea comenzaba a incomodarse. Por alguna razón, el gusto esotérico de su amigo le causaba desconfianza. Lyo lo notó y no le quitó los ojos de encima, mirándole desde la puerta -que acababa de cerrar- con detenimiento y esbozando una leve sonrisa. Su plan comenzaba a manejarse. Con cautela, se apoyó contra la entrada, bloqueando así la única salida del lugar. 

—Caíste en mi trampa —musitó, mirando a Andrea. El joven volteó de golpe, asustado. Pero no fue a él quien vio Lyo, sino al fantasma que se había duplicado sobre la imagen del muchacho, como si fueran dos fotografías idénticas y consecutivas de la misma persona.

La imagen desapareció de inmediato, quedando solamente Andrea.

—¿Dijiste algo? —preguntó el menor.

Lyo se cruzó de brazos, mirándolos de manera fija y dibujando una sonrisa.

—Que cayeron en mi trampa —respondió.

Kay, que hasta ese instante se encontraba hojeando los libros de química, volteó confundido hacia su amigo a penas le oyó.

—¿Trampa? —preguntó contrariado—. ¿Qué quieres decir con eso?

—Nada serio —respondió, acercándose a él—. Es parte de mi juego.

Andrea lo miraba desde lejos. Por un momento le pareció ver que Lyo dejaba una extraña estela oscura al pasar. Se inquietó.

—He aquí mi secreto —; proseguía, señalando hacia los estantes —. Mi pasión. Mi hobby.

—No puedo imaginar que alguien tan científico como tú le guste algo tan incoherente como esto —dijo Kay.

—¿Cómo que incoherente? —alegó su amigo, acomodando sus lentes—. Ten un poco más de respeto a las ciencias ocultas.

—Es que es algo que no me explico —continuó el otro, dejando a un lado el libro que estaba viendo—. Eres científico. Se supone que tu pensamiento es lógico.

—Que me guste la ciencia no significa que debo cerrar mi mente a otras áreas —replicó, sonriente—. De todas formas, ambas son ciencias.

—Pero... todo esto... No tiene alguna base científica, Lyo.

—Quizá no ahora, pero en su momento crecieron de la mano.

—No comprendo.

—Alquimia —habló de pronto Andrea, desde un rincón, mirando los títulos de algunos libros que se encontraban en un mueble cercano.

—¿Alquimia?—. Kay lucía más confundido que al principio.

Lyo soltó una leve carcajada con aire satisfecho. Le agradó que el joven comprendiera aquella extraña unión de conocimiento que tenía en su cuarto.

—Alquimia... Sí, alquimia —contestó—. Esa es la respuesta. Aquella antigua palabra que describía, en tiempos remotos, al conocimiento oculto y privilegiado de hechiceros y cultos, que deseaban encontrar el elixir de la vida y convertir los metales en oro. Irónicamente, esta ciencia, ligada en un principio a lo irracional y lo mágico (además de blasfemo), es la madre de todo lo científico actual (aunque se niegue). Los alquimistas eran los científicos de esa época.

—No hay mucha diferencia con la ciencia actual —prosiguió Andrea, acercándose a Kay—. Sigue siendo vista por la iglesia como blasfema. Creo que lo único que ha cambiado es que ellos son escépticos y no creen en nada de lo que no pueden probar.

—Sí... —suspiró Lyo—. Lo racional y la iglesia... pero la iglesia encuentra pecaminoso muchas cosas que rompen sus rígidas reglas. No toleran la magia, ni la ciencia, ni la homosexualidad...

—... Ni la homosexualidad... —murmuró Andrea para sus adentros, aunque Lyo alcanzó a leer sus labios. Ante esto, desvió el tema casi de inmediato.

—Pero bueno... ¡Qué se le va hacer! —concluyó, mirando al joven—. A propósito, Andrea... ¿Te incomoda mi cuarto?

—N-no... ¿Por qué? —respondió nervioso.

—Te he visto inquieto desde que llegaste. Y ahora estás al lado de Kay.

—¿Y qué con eso?

—Que te sientes seguro a su lado.

Andrea corrió la mirada con las mejillas algo ruborizadas. Kay, tan despistado como siempre, no entendió la indirecta de su amigo.

—Bueno, bueno, bueno —suspiró Lyo—. Basta de plática y vayamos a la acción.

Los otros dos se miraron confundidos.

—He oído el rumor de que en este edificio hay un alma en "pena" y quería ver si ustedes me podrían ayudar a buscarlo.

Un corto silencio se apoderó de ellos, hasta que Kay, meneando su cabeza, alegó:

—¿Y para eso nos hiciste venir aquí? ¿Para jugar a los cazafantasmas?

—No me digas que le tienes miedo a los fantasmas.

—¡No! ¿Cómo se te ocurre? —respondió, algo incómodo—. Además, no creo en fantasmas. Es ilógico que el alma de algo que ya no exista, ronde nuestro mundo sólo para asustarnos sin razón. Esto... ¡es muy infantil!

Andrea, al oír eso, se alejó lentamente de Kay, dirigiéndose hacia la ventana, con los brazos cruzados, en un claro gesto de defensa. Por supuesto, aquello tampoco pasó desapercibido por Lyo.

—¿Qué opinas, Andrea? ¿Te animas? —preguntó Lyo, acercándose.

—Paso. No cuenten conmigo.

—¡Vamos! —insistió—. Aunque Kay no crea en fantasmas, puede que sea divertido pasear de noche.

—No quiero —. Y retrocedió.

—En ese punto, puede que Lyo tenga razón —añadió, Kay—. Quizá sea divertido pasear de noche y demostrarle a Lyo que no existen los fantasmas—. Le miró unos instantes, analizando el rostro pálido de su amigo—. No me digas que tú crees en eso y te dan miedo.

Silencio.

—Andrea... —habló de pronto Lyo—. Los fantasmas de aquí son inofensivos.

—No es eso lo que me preocupa —interrumpió Andrea, inquieto—. Lo que sucede es... —. Y no pudo seguir. Sólo chasqueó su lengua, dirigiendo su mirada hacia la ventana—: Olvídenlo.

—¿Qué sucede? —le preguntó Kay—. Has estado extraño desde la tarde.

—Nada.

—No me mientas.

Ante la insistencia, el joven clavó sus enormes ojos azules en la ajena mirada castaña. Éste retrocedió un poco inquieto.

—¿Y para qué quieres que te diga si no me vas a creer? —replicó, enfadado.

Kay quedó desconcertado; no supo que responder. Lyo, de inmediato, se apresuró a ellos y les entregó una linterna a cada uno antes de que su amigo dijera otra cosa más e hiciera que Andrea huyera. Cogió su chaquetón desde una silla y les hizo un gesto para que le siguieran.

—No discutan y apurémonos —dijo, mientras se colocaba la prenda—. Quieran o no tengo todo listo. Sólo les pido que me acompañen.

Andrea aun dudaba cuando sintió la mano de Kay en su hombro, incitándolo a seguir.

—Ya estamos aquí. Vamos.

Le miró, aún no muy convencido, pero accedió. Trató de sonreír, pero no pudo. Un pesar se había apoderado de su estómago y le dolía. Kay volvió a sonreírle, pasando un brazo por sus hombros para darle unas leves palmaditas, empezando a caminar.

Pese a todo, la compañía de su amigo le daba seguridad.


oOo

 

Llegaron al patio trasero cerca de la una de la mañana. La temperatura había bajado notablemente y una leve niebla comenzaba a aparecer. El ambiente estaba húmedo y Kay se estaba arrepintiendo de no traer puesto algo más abrigado.

—¿Estás seguro de que por aquí hay fantasmas? —le preguntó Kay, observando a su alrededor, mientras frotaba sus manos para hacerlas entrar en calor.

—Supongo —contestó Lyo, observando un pequeño péndulo que colgaba de su mano derecha.

—¿Cómo que "supongo"? —alegó el otro, con la voz tiritona de frío.

—Supongo. Por eso quise que me acompañaran para ver si había fantasmas o no. Recuerda que dije que me había llegado el rumor. Además, acompañado no se hace el trabajo tan pesado.

—Entonces... ¿Debemos amanecernos hasta que aparezca uno? —replicó Andrea, sintiendo como el frío se le colaba por las piernas y el cuello. A pesar de estar bien abrigado, la temperatura ya había descendido bastante y se lamentaba de no llevar un gorro.

—No necesariamente —respondió Lyo, continuando con lo suyo. Al parecer, era el único de los tres que no se veía afectado por el hielo.

Los otros dos se miraron con una extraña mueca. No tenían más opción que continuar con la búsqueda ciega del fantasma.

—Creo que es ridículo estar buscando con linternas a un fantasma —cuchicheó Kay.

—En realidad no buscamos con linternas —respondió su amigo, por lo bajo—. Él está buscando con el péndulo.

Kay miró a Lyo que caminaba hacia la dirección que señalaba el cristal, emitiendo más luz en una dirección que en otra, ensimismado en el objeto que oscilaba de la cadena. El joven se rascó la cabeza.

—¿Entonces que monos pintamos? 

—Sólo le iluminamos el camino, Kay —apuntó Andrea, con la voz afectada por la baja temperatura. 

Kay lo notó.

—¿Tienes frío?

—Sí; mucho. Pero ya se me va a pasar —contestó, tembloroso, con una de sus manos metida en su bolsillo para calentarla. 

De pronto, sintió algo cálido y grueso alrededor de su cuello. No tardó en suponer que era la bufanda de Kay. Confundido, lo miró buscando alguna explicación.

—Con esto, al menos, te abrigarás el cuello y el rostro —sonrió su compañero.

—Pero... ¿Y tú? Estás más desabrigado que yo.

—Estoy bien. Caminando se me va a pasar. Además, me molesta al usarla. Me incomoda.

El muchacho alternó la vista entre Kay y su bufanda, dudando en aceptarla o no. Parecía un niño pequeño que no sabe que hacer cuando un adulto le ofrece un dulce. Ante la espera, Kay terminó por enrollarla a través de su cuello, tapando su boca y parte de sus orejas.

—Si no hago esto, voy a tener que esperar toda la noche para que decidas aceptarla —añadió.

Su amigo sólo le miraba.

—¡Hey, ustedes! —se oyó de pronto la voz de Lyo— ¿Qué están haciendo? ¡Vengan!

—¡Ya vamos! —exclamó Kay, alejándose pausadamente de su amigo.

Andrea se quedó quieto, viendo como se marchaba. Inconscientemente, tomó la bufanda y se la llevó contra el rostro. Estaba tibia y el suave aroma del perfume de Kay acarició su nariz. Sonrió. Un exquisito calor le abrazó el cuello y parte de su fino rostro.

—Qué agradable —susurró para sí, antes de seguir a sus compañeros.

Al verlo ya cerca, y con la bufanda al cuello, Lyo sonrió. Esa interacción tan cercana entre ellos le hacía sospechar cosas que ni uno de los dos había notado todavía. Sus intuiciones nunca fallaban y esta vez no sería la excepción. Iba a decirles algo, pero la luz de su gema brilló intensamente. Sin demora, les pidió que apagaran las linternas. Había algo muy próximo a ellos.

—Síganme en silencio—susurró, alzando el péndulo que seguía brillando—. Me preocupa que se me escape.

—A mi me preocupa que esto realmente esté funcionando —susurró Kay, sobándose las manos congeladas.

—Y a mí que don Luis nos descubra —;comentó Andrea.

—Es eso... ¿o  de verdad le tienes miedo a los fantasmas? 

—Cállate, Kay —respondió cortante, siguiendo a Lyo.

Se adentraron hasta la parte trasera donde vieron a una extraña silueta moviéndose entre las cajas, rumbo al gimnasio. En seguida, el trío se escondió detrás de una pila de mesas y sillas en desuso, observando y discutiendo lo que acaban de ver. Lyo era el único emocionado.

—¡Se los dije! —exclamó.

—¿Acaso eso era un fantasma? —dudó Andrea.

—¿Y si es un ladrón? —añadió Kay.

—¿Con el perro que posee don Luis? —replicó Lyo—. Lo dudo mucho. Además, este objeto sólo brilla cuando hay energía cerca. No incluye humanos vivos.

Andrea sintió un suave "vamos" susurrando en su oído. Esto lo incomodó. Reconocía esa voz.

"Vamos"; le decía Eindrea,"Corres peligro. Corremos peligro".

—Déjame —musitó Andrea.

"¿No te das cuenta que tal vez esto sea un plan entre ellos para burlarse de ti?".

—Ellos serían incapaces de eso.

"Error, Andrea. Es malo confiar en las personas".

—¿Es... malo?

Kay volteó a mirarlo. Le pareció que había hablado.

—¿Dijiste algo? —le preguntó.

Pero Andrea no le oía. Se encontraba demasiado absorto de todo como para notar lo que sucedía a su alrededor y la presencia de su ente era demasiado fuerte.

—¿Andrea?

Lyo le miró por sobre el hombro y no dudó en acercarse. Era el único que comprendía lo que estaba pasando y con calma se puso a un costado del muchacho, en silencio; sin embargo, limitándose sólo a observar. Quería ver qué ocurría. Quería saber si su plan podría funcionar.

—¿Sucede algo? —insistió Kay, acercándose preocupado. 

—Es malo... —susurró Andrea, con la cabeza gacha y las manos temblorosas.

 —¿Qué?

—Es malo... confiar en la gente...

—¿De qué hablas? —. Y le tocó un hombro.

—¡No! ¡Déjame! —exclamó, cubriendo su cabeza con sus brazos al creer que era el fantasma. 

Ante esta reacción, el péndulo de Lyo se hizo añicos mientras Andrea caía pesadamente de rodillas al suelo, abrazándose a sí mismo y encorvándose como si le doliera el estómago. Kay se acercó, pasando un brazo por encima de su espalda en un gesto innato de protección.

—¿Qué sucede?

Lyo miró los fragmentos de la gema que estaban en su mano y en el piso. La explosión hizo que algunos pequeños trozos rasguñaran sus dedos dejando leves marcas rojas en su piel. ¿Acaso eso fue a causa de la energía de Andrea?

—¡Lyo!

Pero éste se encontraba pensando, analizando lo que acababa de ocurrir.

«Qué energía. Pero... ¿Qué hizo que él expulsara tal cantidad? ¿Cómo fue que no sentí la otra presencia?».

 Andrea abrió los ojos y levantó su cabeza, pálido y confundido. Por un momento no supo dónde estaba y que había pasado. Vio a Kay a su lado y a Lyo, justo al frente suyo, con una postura tan rígida y seria que por un momento le desconoció. Tomó un poco de aire antes de ponerse de pie.

—¿Qué te pasó? —preguntó Kay.

El joven movió la cabeza, tratando de ordenar sus pensamientos. Todo era muy confuso.

—No sé.

—¿Por qué gritaste?

—¿Grité? —preguntó contrariado—. No recuerdo haberlo hecho, Kay.

Kay miró a Lyo, en busca de una respuesta. Sin embargo, Lyo se encontraba casi tan confundido como ellos dos. Algo no concordaba bien.

—Bueno... —suspiró Lyo, tratando de evadir el asunto—. Sigamos. Debemos averiguar si la sombra que vimos corresponde a un fantasma o no.

Y recogió los trozos del péndulo que estaban en el suelo.

—¿Qué? ¿Y pasar por alto lo que acaba de ocurrir? —reclamó Kay, caminando hacia Lyo—. Acaba de pasar algo raro aquí y algo me dice que tú debes saber. No creo que tu péndulo haya reventado por coincidencia.

El mayor sacó un pañuelo de su bolsillo y guardó los pequeños fragmentos de la gema en este, antes de levantarse para mirar de frente a su amigo. Con cuidado volvió a meter el pañuelo anudado, dentro de su chaquetón.

—Cálmate —interrumpió con una sonrisa, tratando de minimizar lo sucedido—. Realmente no sé que pasó con Andrea. Tal vez... estaba soñando despierto. No sería la primera persona que le pasa. A veces se duermen sin percatarse y pueden charlar contigo como si estuvieran despiertos.

—¿Cómo los sonámbulos?

—Algo así.

A Kay no le pareció esa respuesta. Intuía que su amigo podría saber algo, pero no sabía cómo afrontarlo. Además, Andrea se había alejado de ellos, en silencio, angustiado, y sabía que si insistía podría incomodarlo más. Por un instante, pensó que regresar a la habitación sería la mejor opción... hasta que un fuerte ruido los sorprendió. 

—Eso... ¿vino del gimnasio? —preguntó Andrea, tomando la linterna que estaba en el suelo.

Lyo asintió con la cabeza y se aventuró hacia allí, procurando de ser lo más silencioso posible, evitando chocar con algún objeto viejo. Kay dio un pesado suspiro antes de seguirlo, tomando a su compañero por el brazo para que fueran juntos. Andrea caminó junto a él sin chistar.

La puerta del recinto se encontraba abierta.

—Eso es extraño —decía Andrea, acercándose —. Don Luis procura dejar todo cerrado en la noche para evitar que los alumnos hagan de las suyas.

—¿Y si son ladrones? —preguntó Kay.

—¿Ladrones en un gimnasio?

—Bueno... ¿Por qué no? —. E ingresó al recinto con cuidado, seguido de sus compañeros.

Al fondo, moviéndose con paso cansino, divisaron nuevamente a la extraña sombra. Se dirigía a la otra puerta de salida, situada en una esquina, al otro extremo del gimnasio. Kay estaba muy al pendiente de sus movimientos, tratando de visualizarlo con la escasa luz que entraba por las ventanas cercanas al techo. Y sin saber si era por la oscuridad de la noche o por el efecto de las sombras, la misteriosa figura se desvaneció ante sus ojos, quedando estupefacto.

Lyo y Andrea no fueron ajenos a la visión.

—Entonces... —dijo Kay, un poco nervioso.

—... Sí se trata... —prosiguió Andrea.

—¡De un fantasma! —concluyó Lyo, emocionado, con una amplia sonrisa.

Andrea y Kay lo quedaron mirando.

—Mira que emocionarse por eso —agregó Andrea.

— Y tan maduro que se veía.

Siguieron a la extraña sombra, a hurtadillas, por casi todo el patio de la escuela encontrándolo finalmente cerca de los baños. Allí, caminando de un lado a otro con paso desigual, el supuesto fantasma entró, seguido por el trío. Desde lejos la silueta era confusa, y se paseaba de un lado a otro, respirando pesadamente, como si buscara a alguien, igual que un sabueso. Sin aviso, volteó bruscamente hacia ellos y comenzó a caminar muy rápido en esa dirección. El trío, pillado de sorpresa, no supo como reaccionar.

—¿Qué hacemos? —preguntó Lyo.

—¿¡Cómo que "qué hacemos"!? —alegó Kay—. ¡Tú eres el que sabe!

—Tienes razón —respondió luego de un segundo y salió corriendo hacia la salida.

—¡Hey! ¡Espera Lyo! 

—Kay... —susurró Andrea, jalando de su manga, contrariado.

—¿Qué?

—Mira...

Observó hacia el lugar en donde le apuntaba su amigo, descubriendo que se les acercaba a paso firme, con algo en su mano derecha. Era una sombra grande e intimidante que parecía más un muerto viviente que un fantasma. Kay, temeroso de que fuera agresivo, tomó a Andrea de un brazo para salir de allí.

—¡Vamos! —apuró, pero Andrea no se movía. Aquella gran silueta negra, que se aproximaba coja y de pisadas fuertes, le hizo recordar una escena similar que tenía escondida en su memoria: el recuerdo de un hombre, acercándose con una correa en la mano...

—¡Andrea, espabila! —le sacó Kay, de su trance—. ¡Ven, vamos! —. Y cogiendo su mano, huyeron.

Afuera les esperaba Lyo, parado en una parte del patio cercana al pasillo principal. Con un gesto les indicó que se apresuraran hacia él.

—¡Vaya cazafantasmas! —se burló Kay, al llegar—. ¡Nos dejaste solos con esa cosa!

—No sé si es un fantasma —dijo Lyo, a modo de defensa—. De todas formas, el baño no es un lugar apropiado para confinarlo.

—¿A qué te refieres?

A lo lejos, la silueta del extraño sujeto se acercaba a ellos. Andrea comenzó a ponerse nervioso.

—Relájate, Andrea —decía Lyo con voz confiada—. Estamos dentro de un círculo mágico que yo mismo creé. Si esa cosa es un fantasma, no podrá ingresar.

Andrea retrocedió.

—¿Y por qué tenías que correr hasta acá para hacerlo? —preguntó Kay.

Lyo sonrió.

—Necesitaba espacio. No se puede crear un círculo de energía cuando otra persona está expulsando la suya. Habría provocado un choque energético y... bueno, pueden pasar muchas cosas.

Kay lo miró extrañado, pues, lógicamente, no comprendía nada. Lyo al notarlo tan confundido movió sus labios para darle una respuesta, evitando que el otro oyera. Kay pudo leer perfectamente el mensaje.

—¿Andrea? —musitó aún más confuso.

—¡Entró! —se oyó de pronto la voz de Andrea.

El sujeto había ingresado al círculo invisible. Ahora que estaba más cerca, su imagen era mucho más clara. Llevaba un chaquetón oscuro, grueso y sucio; en su mano derecha sujetaba una pala vieja y oxidada, mientras su cabeza gacha se movía al compás de sus pesados pasos. Mirándolo detenidamente podría ser cualquier antagonista propio de alguna moderna película de terror.

—¿Qué es?

—No lo sé, pero está armado. Mejor corramos —respondió Lyo, arrastrando a Kay por el polerón.

Andrea, en tanto, se quedó inmóvil, viendo como aquella sombra se acercaba. Las imágenes de aquel hombre con la correa de cuero en la mano, volvían a su mente, borrando completamente su entorno y realidad. Sólo estaban esos recuerdos y la sombra que se aproximaba cada vez más. Retrocedió un par de pasos antes de tropezar y caer sentado sobre la baldosa. El sujeto levantó la pala en dirección al muchacho. Kay se devolvió.

—¡No! —chilló de pronto el joven—. ¡Aléjate! —. Y provocó una leve protección invisible que lanzó al individuo lejos.

Kay se le acercó.

—¡Andrea!

A lo lejos, el pelinegro sonreía, pues lo que quería ver se había manifestado. Justo a espaldas de Andrea, a un metro de distancia detrás del círculo mágico, se encontraba el fantasma que él estaba buscando: Eindrea.

La entidad le miró fijamente, casi desafiante; pero fue todo lo que él pudo apreciar. Desapareció de inmediato cuando Kay se acercó a auxiliar a su amigo. Lyo suspiró.

—Al menos sé que existes —susurró para sí mismo, antes de acercarse a ellos, quienes miraban absortos a aquel extraño sujeto que había salido volando unos minutos antes. Obviamente, no era un fantasma.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Lyo a Andrea. Éste le miró con seriedad.

—Sí. ¿Fuiste tú quien lanzó a ese hombre lejos?

Le miró sorprendido. Al parecer, el muchacho no era consciente de lo que había hecho.

—No —respondió, mientras veía como Kay se alejaba para ver al tipo —. Pero quizás fue a causa del círculo mágico. Parece que no me quedó muy bien hecho.

Andrea agachó la cabeza confundido. Algo dentro de él le decía que su amigo le dio esa respuesta para mantenerlo tranquilo, pero la voz de Kay le distrajo.

—¡Hey, vengan! Creo que estamos en problemas.

Los otros se acercaron de inmediato, llevándose una sorpresa. En efecto, el sujeto no era un fantasma, si no un hombre de mediana edad, alto y de contextura gruesa, que yacía dormido de espaldas sobre el frío suelo de cemento. Tragaron saliva.

—¿Don Luis?

Con cautela se lo llevaron entre todos hasta su habitación, recostándolo tal cual como lo encontraron. Luego salieron de allí lo más rápido posible, antes de que el perro ladrara y despertara al viejo.

Ya en el patio nuevamente, los jóvenes se miraron y comenzaron a reír.

—Jamás se me hubiera ocurrido que don Luis era sonámbulo —dijo Kay.

—Yo menos —prosiguió Lyo—. Al parecer mi péndulo necesita calibración.

Y se fueron comentando lo sucedido, entre risas, aunque Andrea tenía la mente en otra parte. Aquellas imágenes estaban en su cabeza, todavía.

«No creí...»; pensaba. «No creí, que ese recuerdo volviera después de tanto tiempo».

Se detuvo un instante, mirando el suelo y guiando una mano hacia su cuello, apretó la bufanda.

«Cómo me hubiese gustado... no haber recordado eso otra vez».

 

FIN DEL CUARTO CAPÍTULO

 

Notas finales:

Gracias por seguir leyendo.
¡Hasta el próximo capítulo!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).