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Sweetest Sin por Yukitza KuroiL

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Notas del capitulo:

A veces los viajes escolares no siempre son divertidos.

Lyo cerró la puerta de la oficina lentamente. En su mente rondaba la plática que había tenido con la doctora sobre Andrea y aún discrepaban con respecto a la situación en la que se encontraba el muchacho. Lógicamente, aquello le molestaba un poco, no por un hecho de enojo, si no de incomodidad. Pensaba que ese asunto podría estar arreglado si la psicóloga confiara un poco en él.


«El muchacho no debe tener ninguna presión», recordaba que le había dicho. «Él es un chico depresivo, de estado emocional inestable, no lo expongas a tus extraños juegos para probarlo otra vez. Tu te encargas del supuesto fantasma y yo del muchacho».


Tal vez tendría razón, pero había cosas que no le concordaban y que debía de averiguar cuanto antes. No podía ir y preguntarle de frente todo lo que él necesitaba saber, ni mucho menos que éste llegara a enterarse de la verdadera razón de su presencia en ese recinto. Sería muy duro para el muchacho si supiera que su amigo está a su lado sólo por trabajo.


Suspiró algo cabizbajo. Por primera vez en su corta carrera paranormal, mezclaba la amistad con su labor. Ya no era un favor que le estaba haciendo a un conocido o un trabajo encargado a último minuto por alguna cantidad de dinero; claro que no. Encontrar ese fantasma se había transformado en una tarea bastante personal. En estos meses, la amistad forjada tanto con Kay como con Andrea era bastante sólida, y temía la seguridad de éste último. Ahora su tarea tomaba un rumbo mucho más profundo.


«Qué disyuntiva», pensaba mientras empezaba a caminar por el pasillo. «No me gusta mezclar trabajos con amistades, pero es primera vez que se mezcla una amistad con un trabajo».


Su mente se encontraba buscando una solución a su dilema cuando apareció Katherine, sonriente, con los expedientes médicos en una carpeta. Hoy vendría el médico al análisis semestral de los alumnos y debía tener todo preparado y ordenado.


El privilegio de una institución particular.


—¿Qué te sucede Lyo?


—Buenos días, Katherine...


— No tienes buena cara. ¿Te fue mal con la doctora?


—Tan observadora como siempre. Se puede decir que me fue bien, pero...


—¿Aún no te cree lo del fantasma?


—No es eso. Es por otra cosa. Además, quiere ver si le puedo conseguir los vídeos que le confiscaron a David.


—¿El primo de Andrea?


—Exacto. En realidad no sé para que los quiera, pero el hecho de que justo el dueño de esos vídeos sea un pariente de Andrea, me hace pensar que no es coincidencia.


—¿Insinúas que él podría estar involucrado? —preguntó alarmada.


—Espero que no —suspiró, y tratando de cambiar el tema agregó—: Se aprovecha de mí porque sabe que soy hijo del dueño y sobrino del rector.


Katherine sonrió.


—Eso se llama tener contactos para beneficio.


—Aún así dudo que me las pasen sin dar algún argumento firme. —Quedó un poco pensativo, antes de proseguir—. A no ser que utilice algunas de mis artimañas.


—¿Le vas a pedir a tu hada que te ayude o piensas hipnotizar al tío?


Lyo se encogió de hombros sin responder. Quería olvidar ese asunto por el momento.


—Necesito que hablemos —dijo de pronto, en un intento de desviar el tema.


Katty le miró desconcertada.


—En realidad, yo también necesito hablar contigo, pero... ¿por qué ahora tan repentinamente? No me ocupes de excusa para evadir tus responsabilidades.


—Es que si no es ahora, después no tendré tiempo —respondió, seriamente.


La joven miró hacia un lado un poco contrariada. No esperaba que aquella plática, que ambos necesitaban, fuera tan pronto. Luego de un largo suspiro, accedió.


—Tenemos mucho de qué hablar. Déjame entregar esto a la oficina y te acompaño. ¿Hoy no empiezan las vacaciones?


—Sí. Por eso te lo decía. No tendré que fingir ser un alumno, y por eso podré coordinar mejor mis tiempos.


Ella asintió, dirigiendo sus pasos hacia la oficina.


—¿Me esperas en la cafetería? —preguntó de pronto, mirándole por sobre el hombro.


—No —respondió Lyo pasando por su lado—. Mejor te espero en mi cuarto. Así podremos charlar sin que nadie nos moleste. — Y sonrió.


La enfermera respondió a la sonrisa, con una más cálida y amable.


—Entonces allí estaré. Trata de no dejarme plantada.


 


 


----0----


 


 


Kay se lanzó sobre la cama de su amigo con gesto de cansancio y flojera. Desde dónde estaba podía ver la expresión reprochadora del muchacho, que le miraba desde arriba. Se desperezó y se dirigió a él con tono juguetón.


—¡No me mires así! ¡Por fin salimos de vacaciones!


—Eso no es una excusa para que te tires de esa manera en mi cama —respondió Andrea, sonriendo, mientras se sentaba en el borde.


—Pero tú me perdonas, ¿cierto?


—Lo voy a pensar —agregó, antes de tomar la almohada y tirársela encima—. Ya lo pensé.


—¿Eso significa que no me perdonas? —dijo con cara pícara, agarrando la almohada con fuerza listo para el contraataque.


Andrea adivinó su pensamiento y se levantó de inmediato.


—Sí, te perdono; pero igual merecías un... 


Cayó sobre la cama gracias a un tirón de su amigo y, de inmediato, recibió un almohadazo en plena cara, sin darle tiempo para reaccionar. Cuando pudo abrir los ojos nuevamente, él estaba encima.


—¿Qué crees que haces? —preguntó ruborizado; algo nervioso.


Kay sonrió. De cierta forma, le gustó tenerle así, totalmente indefenso bajo su cuerpo, sintiendo un extraño calor dentro de su pecho. Sin decir nada, se abalanzó sobre él con un feroz ataque de cosquillas que Andrea no pudo esquivar.


—¡Por favor, Kay! ¡Para ya! ¡No me gustan las cosquillas!


Y entre risas, intentaba alejar sus manos.


—No me importa. Esta es mi venganza.


—Por favor... —jadeaba cansado de tanta risa—. No seas abusivo. ¡Suéltame!


Se estaba sofocando y temía que esa situación le pusiera en evidencia. Ya no eran las cosquillas lo que le molestaba, sino el contacto cercano del cuerpo de su amigo. Su corazón se había disparado al sentir esas manos jugueteando en su cuerpo. Pensaba que, de seguir así, no podría resistir esa situación por mucho más tiempo.


Intentó soltarse por última vez, moviendo los brazos con fuerza y dando patadas, pero sin resultado. Kay no tenía ánimos de ceder. Lo había afirmado fuertemente de las muñecas para que se quedara quieto y ya no le pegara más, quedando todo su peso recargado encima del joven para frenarle las patadas. Ahora le miraba desde arriba, con cara victoriosa, mientras su amigo trataba de controlar la respiración y ocultar el rubor que aparecía en sus mejillas por verlo, literalmente, encima de él.


Y al notar que Kay no era consciente de aquello, le molestaba.


—Te gané —dijo con una sonrisa—. Eres todo mío.


—No me digas eso... —respondió apenado, con las mejillas hirviendo por el rubor—. No sabes lo que me causan tus palabras.


—¿A qué te refieres?


Andrea se sorprendió ante su propia torpeza y corrió la mirada, nervioso. Necesitaba que Kay se alejara. Su corazón ya le estaba rasgando el pecho de tanto palpitar; y éste seguía mirándole desde arriba, tratando de entender lo que había pasado. Puso atención en su cabello despeinado y sus mejillas rojas. Se le antojó guapo y tierno, amarrado entre sus propios brazos sin poder escapar, con el rostro colorado por –según él– falta de aire, y la ropa desordenada por el forcejeo. Así, debajo de su cuerpo, totalmente indefenso, lucía atrayente y tentador. Su respiración, ya más calmada, se tornaba pausada y profunda como si estuviera esperando algo.


Algo que él quería hacer.


Le miró detenidamente, examinando sus labios que se movían levemente por cada sorbo de aire que tragaba, tratando de controlar su agitación. Nunca se había percatado de la fineza y el detalle de aquellos tiernos labios hasta ahora y, a pesar de ser chico, le parecieron muy bellos. Unos hermosos labios que se tentó en probar por un instante.


Andrea notó que Kay le miraba en silencio y que se encontraba un poco más cerca de lo que pensaba. ¿Acaso se había movido? No lo sabía, pero su corazón le decía que huyera. Sus ojos azules se toparon con los suyos, tratando de adivinar en que estaba pensando; pero en respuesta sólo encontró desconcierto.


Tal vez, Kay aún no entendía que estaba sucediendo en esos momentos.


Aún así, se quedaron mirando un rato más, inmóviles, sintiendo la respiración del uno y del otro, en un denso silencio que al menor le pareció eterno. Deseaba que eso se terminara de una vez, pues su corazón ya no aguantaría tanta presión. Y Kay estaba asustado ante sus propios pensamientos. Era la primera vez que sentía eso.


La primera vez con un hombre.


—Discúlpame —dijo al fin Kay, alejándose—. No sé en que estaba pensando —prosiguió ruborizado—. Creo que después de las cosquillas ya no sabía que más hacer para molestarte y me quedé en blanco.


Andrea dio un fuerte suspiro, de alivio y de pena, mientras se reincorporaba sobre la cama, arreglándose la ropa y tratando de calmar su corazón. Haber visto a Kay en esa pose casi le mata de un infarto. Por un instante, quería que le besara.


—Te dije que no me gustaban las cosquillas —agregó, un poco más calmado—. Después me duele el cuerpo.


Otra vez el silencio les invadía. Por algún motivo, no querían mirarse a la cara. Al final, fue Kay quien continuó la conversación, luego de unos largos segundos:


—Qué bueno que te cambiaste a mi curso antes de salir de vacaciones, así puedes acompañarnos al paseo escolar.


Su voz sonó torpe. Andrea sonrió un poco, aliviado. Agradecía que el tema estuviera tomando otro rumbo. Con suavidad, se levantó de la cama rumbo a la pequeña cocina.


—Pretendía no ir. Generalmente nunca voy a esta clase de paseos.


—¿Por qué no?


—Porque me aburría. ¿Qué iba a hacer con personas que no me agradan?


—¿Y ahora? Dijiste que no pretendías.


Una tímida sonrisa se dibujó en sus labios.


—Exacto. "Pretendía". Ahora... yo creo que si voy a ir.


Le regaló una mirada dulce y coqueta por sobre el hombro, y Kay correspondió el gesto con otra sonrisa un tanto pícara. Al ver que ya estaban como en un principio, la tranquilidad regresaba a su cuerpo.


—Espero que comportamos cuarto.


Andrea tragó un poco de aire al oír aquello. Sacó unos vasos del estante y los llenó de jugo. Con calma, regresó al cuarto y le entregó uno a su amigo.


—Eso espero, Kay. Así podremos compartir más y seguir platicando. A propósito... ¿A dónde vamos?


—¡Verdad que no sabes nada! Se me olvida que ingresaste hace muy poco tiempo. Vamos a las montañas. A la nieve.


—¿A las montañas? Eso queda a varias horas de aquí.


—Sip. ¿Has ido alguna vez?


Andrea comenzó a jugar con su vaso, nervioso. Quiso beber un sorbo, pero tuvo que dejarlo sobre el velador.  La pregunta le había sentado mal, como un platillo en mal estado. Le hizo recordar asuntos del pasado que, a pesar de no ser malos, le entristecían. La melancolía era su punto débil últimamente.


—Sí. Cuando era pequeño —respondió con una leve densidad en sus palabras—. Mi padre... —. Se detuvo, dándose una pausa antes de proseguir. Esas palabras no eran fáciles de pronunciar—: Mi padre solía llevarnos a mi madre y a mí como en estas fechas.


—Comprendo... ¿Y ahora no? Podrías pasar esta temporada con tu familia.


El muchacho dirigió sus ojos hacia él, incómodo. Ojalá no hubiese dicho eso.


—No quiero —contestó tajante—. Quiero pasar las vacaciones contigo.


Kay adivinó la incomodidad; sin embargo, no tuvo tacto para olvidar el tema. Siempre había sido así. Cuando algo le encendía la curiosidad no podía parar.


—¿Sucedió algo con tu familia? Siempre te pones a la defensiva cuando toco el tema.


Andrea respondió con una leve indiferencia. Se alejó de su lado para dirigirse hacia su armario y, sin motivo aparente, comenzó a revisar sus cosas, desde el ropero hasta los cajones. Ante aquella actitud como respuesta, el otro se molestó un poco.


—¿Qué haces?


—Veo si tengo ropa adecuada para mañana.


Dejó su vaso a un lado y se acercó en silencio. De una patada cerró el cajón y de un empujón la puerta del armario, dejando a Andrea acorralado entre el mueble y él. El joven se puso nervioso.


—¿Por qué me rehuyes el tema?


El muchacho trató de escabullirse por el costado, pero su amigo interpuso un brazo para detenerlo, recargándose hasta el codo sobre la madera. Ahora sí que estaba completamente atrapado, con su amigo al frente y sus extremidades formando una barricada.


—Responde.


La inquietud comenzaba a invadirle. Kay estaba demasiado cerca y temía que la velocidad de sus latidos lo delatara. Era la segunda vez en la misma hora que se sentía tan al límite.


—Kay, no te pongas pesado —dijo con la voz temblorosa.


Verlo así, tan alto y amenazante, le infundía miedo en vez de vergüenza.


—Sólo quiero que no me evites. Si te molesta dilo ya, pero no me evites.


Tragó saliva, tratando de calmarse. Sus mejillas volvían a tornarse rojas y un dolor se incrustó en medio de su pecho. Por segunda vez en el día, su compañero no notaba en que situación lo había dejado.


—K-Kay... por favor. Realmente no es divertido.


—¿Y te parece que me estoy divirtiendo? —alegó, acercándose un poco más—. Sé que tienes un peso muy grande y no me lo has contado, pero tampoco me gusta que desvíes el tema dejándome en el aire. Por último, sé tajante y di que no me incumbe.


—Si lo fuera, te enojarías conmigo. Además, ¿para qué quieres saberlo?


—Quiero saberlo para ayudarte. ¿Acaso no me tienes confianza?


—No es eso... sólo que... —calló. Su voz estaba demasiado temblorosa.


Kay se le acercó otro tanto, flexionando un poco más los brazos y dejando su rostro muy próximo al suyo. Andrea tuvo que correr la cara para no mirarle los labios.


—Por favor, Andrea...


—No me presiones.


—Suéltate un poco.


—No... por favor... En verdad me duele.


—Si yo hubiera escuchado esto mismo detrás de la puerta, habría pensado cualquier cosa.


Lyo apareció a un costado de la puerta, que se encontraba levemente abierta. Por lo visto hacía mucho que estaba pendiente de la escena.


—¿Desde hace cuánto que estás ahí? —preguntó Kay, irguiéndose un poco, sin alejarse del todo de Andrea. Éste, por su parte, se había ruborizado hasta las orejas.


—No hace mucho... ¿Me perdí de algo bueno?


—¿Qué insinúas?


—Nada, Kay, nada. Pero si interrumpo sólo díganme y me voy —contestó haciendo un ademán de que quería cerrar la puerta.


De inmediato, y como si se hubieran puesto de acuerdo mentalmente, los jóvenes se apresuraron hacia él, evitando que se fuera, jalando de su brazo y dejándolo adentro. Fue Andrea quien cerró la puerta finalmente.


—¡No es lo que tu crees! —exclamaron a la par, ruborizados.


—¿Y qué debería creer?


—Bueno... es que...


Lyo los observaba atentamente desde el centro de la habitación, sin perder detalle alguno de sus movimientos y reacciones. Dio un vistazo rápido a Andrea, quien temía que éste soltara alguna información por accidente. Notó que su energía se había elevado, pero al mismo tiempo estaba inestable. Luego estaba Kay, con el corazón en un hilo y su mente hecha una madeja. Pudo sentir un aura de vergüenza y confusión a su alrededor. Nada fuera de lo normal. Entonces les creyó. Sabía que no pasaba nada entre ellos, pero que había "algo en el ambiente". Por mucho que a Kay no se le notara la atracción como a Andrea, intuía que podría haber algo más.


Algo que, por supuesto, en ese momento todavía no se aclaraba.


—Si no han hecho nada malo, ¿para qué se alteran? —dijo en broma—. Sólo los quería molestar.


—¡Es que no quiero malos entendidos! —exclamó nervioso Kay.


—¿Por qué?


—Porque es extraño. No es normal que insinúes que entre Andrea y yo hay algo.


Lógicamente había dicho eso sin pensar, confundido por el momento y la sensación de hace un instante; pero Andrea lo tomó a mal y Lyo se dio cuenta de ello. Sin aviso alguno, golpeó a Kay en las canillas.


—¡Lyo! ¿Pero qué...?


—Es verdad —agregó Andrea, abriendo nuevamente el armario—. No es normal.


—Idiota —susurró Lyo a Kay, quien aún no entendía porque había recibido el golpe—. Deberías cuidar lo que dices.


—¿Por qué? No entiendo.


—¿Y bien? —exclamó Andrea, registrando los cajones—. ¿Qué haces aquí, Lyo?


—Vine a hacerles un anuncio —respondió contento.


—¿Cuál? —preguntó Kay, sobándose las canillas.


—¡Yo también viajo con ustedes!


Se quedaron en silencio durante algunos segundos, mirándose entre sí. De alguna forma, la noticia les pareció un poco inoportuna y Lyo lo notó, decepcionado. Carraspeó antes de sonreír y proseguir con la noticia.


—Soy un invitado especial. Su profesor jefe me invitó. Pero si creen que les seré de estorbo, puedo negarme y me quedo acá...


—¡No para nada! —respondieron al unísono, nerviosos—. ¡No nos molestas en absoluto!


—¿Seguros? Miren que no quiero "tocarles el violín"—. Prosiguió en forma de broma.


—¡Ya te dijimos que la cortaras con eso!


El mayor sonrió con gesto de paciencia, aunque en el fondo estaba preocupado. Era lógico que Andrea aun estaba dolido por el comentario de su amigo y a pesar de no decir nada al respecto, sus ojos le acusaban. Claramente, Kay no tenía tacto alguno.


—Bueno, sólo venía a avisarles. Ahora tengo cosas que hacer. Nos vemos más rato—. Y antes de salir por la puerta, se acercó disimuladamente a Kay para susurrarle al oído—: La próxima vez trata de medir tus palabras.


Kay le miró confundido, mientras veía como su amigo desaparecía detrás de la puerta. Se quedó con muchas preguntas dentro de su boca y miró a Andrea buscando alguna explicación. Éste, por su lado, sólo sonrió con desgano y prosiguió hurgando en sus cajones. Ya no había más que decir.


 


 


----0----


 


 


El bus que los llevaría hacia las montañas los esperaba estacionado cerca de la entrada del edificio, con las luces intermitentes encendidas para que los vehículos que se acercaran supieran que debían adelantar. Con pausa, los alumnos ingresaron al vehículo, mientras su profesor les regañaba para que mantuvieran el orden dentro de este.


Andrea los miraba desde la acera.


—¿Qué haces? 


—¡Lyo!—. Sonrió el joven al voltear.


—¿Por qué no ingresas al bus?


—Es que... estoy esperando a Kay —respondió corriendo un poco el rostro.


—¿Acaso se quedó dormido otra vez?


—Así parece.


Y así era. Corriendo de un lado a otro, Kay se colocó la chaqueta y la bufanda para posteriormente agarrar sus cosas y echarse el bolso al hombro. Sabía que estaba atrasado. Sabía que le iban a regañar. Sabía lo que Andrea le iba a decir. Se lo advirtió el día anterior, justo después de que saliera de su cuarto: que no fuera a llagar tarde; que se preocupara del despertador y ordenara sus cosas temprano. Pero él no hizo nada de eso. Se entretuvo charlando con su hermana por el móvil hasta muy tarde, ordenando sus maletas a último minuto, acostándose de madrugada y olvidando por completo el despertador.


Todo un desastre.


—¡Andrea me va a matar! —decía a sí mismo, mientras cerraba la puerta de su habitación—. ¡Apúrate, apúrate! Que de algo te sirva las prácticas de atletismo.


Presionó sus piernas como nunca lo había echo antes en una carrera y a los pocos minutos se encontraba jadeando y acalorado al frente del bus, tratando de recuperar el aire. Sus compañeros lanzaban bromas desde el bus y el profesor le hacía un gesto de reproche. Andrea se le acercó:


—¿Estás bien?


—Mareado... —respondió aún sin aire—. Creo que me aceleré demasiado... sin precalentar.


—Idiota —agregó Lyo—. Sube al bus pronto, que por tu culpa ya vamos atrasados.


Kay asintió la cabeza y abordó a penas. Cuando todo estuvo listo, el conductor puso en marcha la máquina y el profesor pasó la lista. Los alumnos canturreaban y charlaban amenos, ignorando por completo a su maestro. Andrea, quien les miraba de mala gana sentado al lado de su amigo, se sentía incómodo ante tanto bullicio. El chofer intentaba mantener la calma.


—Sabía que tu curso era desordenado... pero jamás pensé que fuera tanto —comentó Andrea, enterrándose en su asiento.


—Sí... Son revoltosos, pero simpáticos.


El joven miró a Kay. Dio un suspiro, antes de proseguir.


—Si no fuera por ti, estaría lo más lejos de este barullo.


—¿Por qué?


—Porque Andrea solo quiere estar contigo.  


La voz de Lyo hizo saltar al menor,  sintiendo que ese comentario había sido muy directo. Alzó la mirada y lo vio asomando su cabeza por sobre el respaldo de los asientos, justo detrás de ellos. De inmediato, le lanzó una mirada de reprimenda.


—¿Conmigo? 


—Por supuesto. Eres su amigo. No quiere estar solo.


Andrea sintió que se le revolvía el estómago y se le encendían las mejillas. Últimamente sus nervios estaban a flor de piel.


—No tenías porqué decirlo de esa manera  ¿Qué va a pensar Kay?


—¿Qué voy a pensar?... Nada. Si somos amigos, es lógico que nos guste estar juntos. Lyo también es nuestro amigo y no se nos despega. ¿Tendría que pensar mal de él también?


El muchacho no dijo nada. Sólo corrió su rostro hacia la ventana, algo cabizbajo.


—No es que tengas que pensar mal de mí... o de él.  Pero yo no voy en secundaria, así que ustedes pasan más tiempo juntos. Aprovéchenlo.


Y tal como apareció, su figura desapareció detrás del asiento con rapidez. Kay soltó una pequeña risa de paciencia.


—Ese Lyo... 


—¿Te... molesta? —preguntó de pronto Andrea.


—¿Qué? ¿Lyo?


—No, Kay. Si acaso te molesta que me haya cambiado de curso... por ti.


Lo miró en silencio sin responder. Andrea volteó para mirarle, tímido, buscando algo en las pupilas ajenas. Éste corrió la mirada disimuladamente, nervioso.


—Claro que no me molesta —respondió—. Me gusta. Así tengo más posibilidades de acercarme a ti.


El joven lo miró confuso. Su corazón le golpeó el pecho sin preparación alguna.


—Conocerte. Saber más de ti —concluyó.


Volvió a mirar hacia la ventana, incómodo. ¡Cuánto odiaba que Kay dijese esas cosas! De no ser así, su corazón no le atacaría emocionalmente a cada rato.


—¿Lo dices por las cosas que aún no te he contado? —preguntó al fin.


—No sólo por eso. Aunque no quiero que me las digas por obligación.


—¿Y qué pasaría luego de decirte todo?


—Nada. ¿Qué va a pasar? Seguiríamos siendo amigos. No por saber tus cosas dejaré de serlo.


—Pero... tú tampoco me has contado tus cosas. Sería injusto.


—Es que no me has preguntado.


Desvió su atención de la ventana para mirarle por algunos segundos, antes de esbozar una sutil sonrisa. No le podía ganar a Kay.


—Vamos a charlar mucho en estas vacaciones.


—Eso espero, Andrea.


Llegaron a las montañas a media tarde. El recinto era un lugar acogedor y amplio, con derecho a gimnasio, SPA y toda el área recreativa; además de tener derecho a los equipamientos de esquí sin restricciones. Las habitaciones eran diversas, desde grupales e individuales, con baño propio y servicio al cuarto. Sumado a ello, poseía un pequeño casino cerca de los comedores, que era frecuentado por los mayores después de la hora dela cena.


En pocas palabras, demasiada maravilla para un grupo de estudiantes.


—¿Cómo es posible que estemos aquí? —preguntó uno de los alumnos—. Cuando planeamos esto con el consejo de curso no imaginamos esto.


—Gracias a Lyo —respondió el profesor—. Por alguna razón que desconozco, conoce al dueño de este lugar e hizo las cotizaciones necesarias en nombre de la escuela y lo logró.


Todo el curso dirigió sus miradas hacia él, quien estaba hablando con la señorita de recepción sobre las habitaciones reservadas. De inmediato, se acercaron para darle las gracias, saltando a su alrededor, dándole palmadas y empujones amistosos. Lyo no supo como reaccionar y se ruborizó, riéndose algo nervioso. 


—Eso explica porqué está aquí con nosotros, Kay —comentó Andrea.


—Lógicamente. Es lo mínimo que podíamos haber hecho. Aunque no comprendo su razón para hacerlo.


—¡Da lo mismo! Gracias a él tendremos una entretenida semana —agregó Miguel, acercándose al susodicho para besarle la mejilla en broma.


Y el invitado de honor, ni se inmutaba. Sólo miraba de vez en cuando a Kay y Andrea sonriente, como si el paseo lo hubiera planificado él y no el curso. ¿O acaso era una vil excusa para que ambos pudieran estar a solas? 


Ni su pequeña hada, oculta entre su cabello y la bufanda, podría afirmarlo. Tal vez era una pequeña coincidencia.


Luego de pasar por recepción, Kay miraba indeciso la llave que reposaba sobre la palma de su mano. No esperaba que cada uno tuviera cuartos individuales. Andrea parecía no importarle y se dirigió a su recámara en silencio, sonriendo al comprobar que eran vecinos. Este hecho le hizo sentir incómodo.


Lyo pasó por su lado, deteniéndose a mitad de pasillo. 


—¿Qué sucede? ¿Por qué estás parado en frente de tu puerta?


—No imaginé que tendríamos habitaciones individuales.


—Lo siento. Reservé la zona élite, por eso son individuales. ¿Eso te decepciona?


—No... No es eso—. Y miró hacia la habitación vecina. 


El mayor se acercó a su oído, pasando un brazo por sobre el hombro ajeno.


—Que eso no te desanime. Creo que puedes aprovechar bien esta semana.


—Deja de molestar con eso —respondió soltándose del abrazo, un poco enfadado.


—No me refiero a eso, Kay —dijo con tono serio—. Quizás esta sea la oportunidad para que Andrea y tú platiquen plenamente. Puedes ayudarlo en lo que le aqueja y hacer que su depresión se aleje un poco. Por mucho que ría y comparta con nosotros, bien sabemos que aún está mal.


—Por eso quería compartir habitación con él; para que habláramos bien las cosas. Además...


Calló. Sentía que su corazón se había agitado sin motivo alguno sólo por pensar en estar al lado de su amigo. Esas extrañas sensaciones lo estaban confundiendo y quería probarse así mismo en esas vacaciones. Necesitaba saber si realmente pasaba algo más que una mera confusión o era una situación pasajera. Sea lo que fuera, no quería dárselo por entendido a Lyo... aún.


—Bueno —dijo acercándose con un gesto de despedida—. Me voy a mi cuarto. Nos vemos de ahí... y... anímate. No es tan malo dormir solo.


Se alejó antes de que Kay le propinara un golpe en la espalda, y éste se quedó allí parado, pensativo, con la puerta algo abierta y el equipaje entre sus pies. Meneó la cabeza para despabilarse, sonriendo para sí. De verdad, se  sentía un poco ridículo.


—Este Lyo no tiene remedio. Tal vez él se está dando cuenta de cosas que yo no quiera aceptar.


Tomó sus cosas e ingresó a su habitación, cerrando la puerta sigilosamente.


----0----


Los alumnos se habían dispersado por la zona, igual que un rebaño de ovejas libres, luego del almuerzo. Disfrutaban de todo lo que el recinto les podría ofrecer y, lógicamente, el esquí fue la opción de la mayoría.


Aprovechando el buen clima de esa tarde, el resto de los inquilinos paseaban en moto o trineo y una que otra competencia de snowboard, mientras los más serenos decidían subir a lo más alto de las nevadas colinas para sacar fotografías. Claramente el grupo de Kay había llegado hasta esa altura para deslizarse, aunque éste terminara sentado en el suelo, con los esquíes puestos, aguantando la burla de sus compañeros. Algo no andaba bien, de seguro. No había conexión con el implemento.


—¿Te rindes? —preguntó Lyo, deslizándose hacia él por el costado, procurando no tocarle.


—No... pero me cuesta un poco.


—Vamos, Kay. Si no es tan difícil.


—Nunca he esquiado.


—Y Andrea tampoco —añadió, señalando hacia el joven que se deslizaba con gracia y estilo por sobre el manto blanquecino.


El joven se sintió peor y sólo pudo reclinar la cabeza, avergonzado.


—Andrea ya había estado aquí cuando era pequeño. Y yo... no puedo adaptarme a esto.


—Sí me lo comentó; pero me dijo que era primera vez que se subía a los esquíes, porque sus padres no le dejaban de niño. Así que avergüénzate.


Y le señaló con un dedo, a modo de acusación, riéndose en su propia cara. 


Kay iba a responder ante la ofensa, cuando la voz de Andrea chilló a lo lejos como si se hubiera asustado con algo. De inmediato, notaron que casi había sido atropellado por una moto de nieve que frenó en el momento justo, rozándole levemente. Por su parte, el muchacho estaba afirmado de la nariz de la moto, con cara de enfado, tratando de reincorporarse, sin quitarle la vista al conductor.


Lyo ayudó a su amigo a ponerse de pie, quien intentó avanzar hacia ellos, torpemente por culpa de los esquíes. El menor, a penas se enderezó, acertó un golpe al costado de la moto con los sujetadores, sin dudar.


—Perdón —dijo el conductor, antes de bajarse del vehículo—. Perdí la dirección de la moto y me salí de la ruta.


—¡A la próxima ten más cuidado! ¡Hay niños en este lugar también!


—Por favor, no te enfades —prosiguió el hombre, mientras se sacaba el casco—. Supongo que no te hice daño.


Andrea le miraba en silencio, con el enojo incrustado en el rostro. Era un hombre joven, en la mitad de su veintena, de media melena oscura, ojos verdes y buen porte. Por la contextura, intuyó que podría ser deportista o modelo, y por la inteligencia demostrada, se inclinaba por la última opción.


«Un hijito de papá», pensó todavía molesto.


Pero era guapo. No lo podía negar. Y por mucho que estuviera enfadado, era algo que no pasaba desapercibido; con su sonrisa fresca, su tez tostada y su figura contorneada.


Y para ser sincero, era mucho más guapo que Kay.


En la lejanía, la voz alarmada de una jovencita les interrumpió. Venía corriendo a tropezones por la espesa nieve. Se trataba de una adolescente, más o menos de la edad de Andrea, delgada y bonita, cuyo pelo lo traía recogido en un singular moño, debajo de su gorro de lana. Cuando estuvo cerca, se acercó al conductor de la moto, jadeante y preocupada. Sus ojos verdes, idénticos al del hombre, delataban el parentesco.


—¿No pasó nada? 


—No —respondió él—. Frené antes de que ocurriera algo.


—Menos mal. Por un momento pensé que habías atropellado al esquiador.


—No... por suerte—. Interrumpió Andrea, sin cambiar el tono de voz.


—Qué bueno—. Suspiró aliviada. Por un momento creyó que tendría que llamar a su padre para pagar la fianza, otra vez.


—No seas escandalosa, Andrea. Jamás he tenido un accidente en moto... Sólo en auto.


—¿Andrea? —llamó Lyo, acercándose con su amigo a cuestas. Hasta ese momento había estado ayudándolo para que llegara al lugar.


—¿Sí?


Ambos jóvenes voltearon en su dirección, respondiendo al nombre. Kay soltó una leve risa.


—¿Qué sucede? —preguntó extrañado el hombre.


—Es que ellos dos se llaman igual —respondió, apuntándoles con el dedo.


La muchacha miró al otro con expresión dubitativa, de pies a cabeza.


—¿Tú te llamas Andrea?


—Sí—. Su voz sonaba cortante, como siempre.


—Pero... tú no eres una chica.


—¿Por qué tendría que serlo? 


Y no denotaba simpatía.


—Lo que pasa es que debe venir de familia italiana, hermana —agregó, de pronto, el motorista—. Así como Andrea Boccelli. Allá es un nombre común entre varones... ¿O me equivoco? 


El joven lo miró sorprendido. Muy pocas personas comprendían el origen de su nombre, y no imaginaba que aquel tipo –que casi le había atropellado– lo notara a la primera. Sin saber muy bien porqué este hecho le hizo sentir bien, calmando su enojo.


—No te equivocas. Soy descendiente de italianos.


—Vaya... que interesante —. Y le sonrió, obligándolo a correr la mirada. Se había ruborizado.


Por supuesto, a Kay no le gustó ese ambiente.


El hombre los invitó a tomar algo en la cafetería, para remediar el susto que había causado. Cuando todos estuvieron sentados en la mesa, Andrea y el sujeto comenzaron a charlar con ameno, como si se conocieran de toda una vida, mientras la hermana charlaba con los otros dos. Era extraño. El muchacho siempre mantenía la distancia con los desconocidos y nunca entablaba una plática a la primera; así que la escena era bastante peculiar. De cierta forma esto afectaba a Kay, quien estaba en silencio, mirando al par de mala gana. Al darse cuenta, Lyo se acercó para hablarle por lo bajo.


—¿Celos? 


—No digas estupideces.


La joven se levantó repentinamente para ir a saludar a un par de muchachas, que no tardó en integrar a la mesa. Ambas lucían un poco mayor que ella, aparentemente entrando a la veintena. El espiritista soltó un largo silbido antes de levantarse y saludarlas.


—Se nos alegra la vista —comentó con tono educado, haciendo que las mujeres rieran coquetas.


La joven hizo un espacio entre ellos, para que ellas pudieran sentarse. Su hermano no tardó en ofrecerles algo para beber.  


—Ellas son mis primas. Venimos a vacacionar aquí todos los inviernos.


—Ya veo —agregó Kay sin mucha atención—. Nosotros estamos acá por paseo de estudio.


—Qué genial.


—¿Y siempre vienes con... tu hermano? 


Las últimas palabras sonaron tan ásperas que Lyo carraspeó un poco, acomodando el cuello de su camisa.


—¿Con Rodrigo? A veces. Generalmente vengo con mis primas.


—Rodrigo... —susurró Kay, mirando un punto fijo.


—¿Sucede algo? —preguntó la joven.


—Nada. Sólo me duele un poco la cabeza.  


Se levantó de su asiento, con intenciones de marcharse, ante la mirada confusa de los presentes. Andrea, que no estaba  al tanto de la incomodidad de su amigo, lo sujetó de la muñeca para detenerle.  


—¿A dónde vas? 


Kay no respondió e hizo un gesto débil de despedida con su mano, dejando al menor desconcertado. Éste en busca de respuesta dirigió su mirada hacia Lyo, pero estaba muy entretenido con las primas de la joven. 


—No pensé que te llevaras tan bien con las chicas —comentó en voz alta para llamar su atención.


—¿Te molesta? 


—En realidad no. ¿Sabes qué pasó con Kay?


—Dijo que le dolía la cabeza. Quizá fue a buscar alguna pastilla a su cuarto. Podrías ir a verlo después. Ya sabes lo que pasa cuando le da jaqueca. 


—Mejor voy de inmediato.


Rodrigo le detuvo interponiendo su brazo, para que no se levantara.


—Si tu amigo se fue, es porque quería estar solo. Yo creo que lo mejor es que esperes. Si en verdad sufre de fuertes jaquecas lo mejor es que nadie lo moleste.


A pesar de encontrar cierta lógica en sus palabras, no se tomó a bien ese comentario. Miró a su alrededor algo incómodo y terminó por quedarse allí. Intentó en seguir el hilo de la conversación, sin decir mucho. Su preocupación por Kay estaba marcada en su rostro y se sentía ajeno a ese grupo que charlaba y reía sin problemas. Lyo dibujó una amplia sonrisa antes de sacar una pequeña libreta del bolsillo derecho de su abrigo, comenzando a tomar apuntes.


—¿Qué haces? —preguntó una de las primas.


—Nada importante. Sólo hago apuntes.


—¿Apuntes?


—Sí, apuntes sin importancia. Ya sabes, cuando recuerdas que debes comprar algo y lo anotas para que después no se te olvide.


—Ah, ya.


Cerró la libretita y la volvió a colocar dentro de su bolsillo, sin quitar la vista del muchacho.


«No pensé que este hecho te hiciera subir el aura», pensó.


Al otro día las cosas no habían cambiado del todo. La hermana de Rodrigo averiguó el número de habitación de Kay y se atrevió en ir en su búsqueda, temprano en la mañana, para ir a esquiar. Al abrir la puerta, el joven estaba aún en pijama.


—¿Qué haces aquí?


—Vine a buscarte. La mañana está hermosa para disfrutar la nieve. Eres el único que no se está divirtiendo allá afuera.


—No tengo ánimos, la verdad.


—Pero si todos tus compañeros ya están sobre la nieve. ¡Incluyendo a mi tocayo!


—¿Andrea?


—Sí. Mi hermano lo fue a buscar hace poco para ir a esquiar. El chico de lentes y cabello largo...¿Cómo se llamaba?


—Lyo.


— Sí, ese mismo, también está allí. ¡Vamos! Quizá un poco de aire te despabile de la jaqueca de ayer.


Kay seguía mirándola con desgano; pero el hecho de saber que Andrea había aceptado la invitación de ese tipejo le puso de peor humor. Dio un suspiro pesado antes de responder.


—De acuerdo; pero te aviso que soy un pésimo esquiador.


—No te preocupes. Soy una buena maestra. Ve a arreglarte. Espero.


Nunca se había dado una ducha tan rápida como en aquella mañana y se vistió en tiempo récord. En su cabeza rondaba las palabras de la muchacha, sintiéndose extraño. ¿En qué momento su amigo se había vuelto tan amigable con los extraños? ¿Y qué era esa molestia que venía creciendo en su pecho desde ayer? Debía corroborar con sus propios ojos si en verdad ambos estaban esquiando juntos.


Al cabo de unos minutos, ya se encontraba con ella caminando por el pasillo. La bella Andrea le sonrió y se apoyó en su codo, de forma amigable, como si le conociera desde hace tiempo. Kay no dijo nada y se fueron platicando hasta llegar al área de esquí. Una vez allí, no se percató de que era observado por su amigo, quien se había separado de Rodrigo para ir a verlo a su habitación. Por supuesto, verlo tan feliz y fresco con la muchacha no le hizo demasiada gracia.


—Y yo creyendo que aún estabas mal desde ayer —murmuró para sí dando media vuelta—. No debí dejar de lado a Rodrigo para venir a verlo.


Se alejó  sin decir nada e ignoró a su amigo, acercándose más a Rodrigo. Esta confusión mañanera produjo un quiebre entre ellos que Lyo no esperaba. De hecho, toda esta situación podría poner en juego sus propios planes y su investigación.


Se preocupó. Esto no era para nada bueno.


Los días siguientes pasaron relajados, sin mucha variedad. Andrea salía a esquiar junto a Rodrigo todas las mañanas; mientras Kay paseaba junto a la muchacha como si fuera una cita secreta. No se hablaban. Con suerte se saludaban cuando se topaban a la hora del almuerzo o en la noche, antes de ir a dormir. Ese cambio entre ellos no pasó desapercibido entre sus compañeros, quienes no tardaron en formular sus propias conclusiones al respecto. Por supuesto, Lyo se encontraba demasiado tenso con la situación.


—No sé que va a pasar —comentó Lyo a su hada en la tarde, sentado en la terraza del hotel, mirando el atardecer—. No me gusta que Kay y Andrea se estén alejando.


La pequeña criatura salió desde su abrigo con un poco de dificultad. Trepó por su pecho y se sentó en su hombro, apoyando su manito en su rostro.  


—¿Ahora estás de celestino? —. Su voz había sonado algo traviesa.


—No es eso.


—¿Es... por el fantasma?


—No lo sé. Hay algo que me incomoda. Sabes muy bien cómo es el estado emocional de Andrea y tal vez la distancia entre ellos empeore la situación. Estos días su energía ha estado desequilibrada y la presencia que le asecha ha sido constante. Además, yo sé que estos dos se necesitan. Aunque a Kay no se le note tanto como a Andrea, esta situación los daña... y son mis amigos. No sé si me entiendes.


—Sí, te comprendo. Pero sea lo que sea averígualo pronto... allí viene Kay—. Y se escondió entremedio del abrigo y la bufanda.


Kay se acercaba a paso lento y vio que le saludaba con la mano, cabizbajo. Cuando estuvo cerca, se sentó a su lado en silencio, con las manos en los bolsillos. Lyo le dio una palmadita en la espalda.


—¿Y cómo es que no andas con Andrea?


—Está pegado a ese idiota.


—Me refiero a la muchacha.


—¡Ah!... ella —respondió avergonzado—. Está en el SPA con sus primas.


—¿Sucede algo, Kay?


—Suceden muchas cosas.


Andrea había salido a tomar un poco de aire cuando se percató de sus amigos en la terraza. Su corazón dio un brinco al ver a Kay y dudó si debía acercarse para hablarle. Se sentía incómodo con la distancia que se había formado entre ellos y no sabía si él, tan frío estos días, se sentía de la misma manera. Necesitaba romper esa muralla de hielo, aprovechando que Rodrigo no estaba cerca, y hacer que esas vacaciones fueran lo que él esperaba. Suspiró. Era un buen momento para hablar de ello. Despejó sus dudas y se acercó con lentitud. 


Desde donde se encontraba no era visible y mucho menos audible. 


—¿Te gusta?


Kay lo miró de soslayo, incómodo.


—Si te gusta Andrea.


—Es bonita, pero...


—No me refiero a ella.


Suspiró con pesadez, agachando la cabeza. Apoyó sus codos sobre las rodillas, apretando las manos.


—¿Ya estás de nuevo con eso?


Lyo lo miró unos instantes antes de copiar su postura. Detrás de ellos, Andrea se había acercado lo suficiente para poder escuchar algo, pero no comprendía de qué platicaban. Necesitaba estar más cerca.


—¿Estás celoso?


—¿Y qué si lo estoy?


—Me lo suponía. Ya decía yo que este ambiente raro se debía a eso. Así que, estimado amigo, sé sincero conmigo. ¿Te gusta sí o no?


Kay irguió la espalda, dejando caer la cabeza hacia atrás, dando un pesado suspiro. Luego miró hacia adelante,  en un punto ciego.


—No te puedo mentir. Me gusta Andrea.


El muchacho retrocedió un paso al escuchar eso. Por supuesto que no había puesto atención a toda la conversación, pero las últimas palabras le llegaron con claridad. Lentamente se alejó de ellos, sin ser percibido siquiera. Su corazón le dolía; el alma le dolía. ¿Cómo pudo pensar que entre ellos podría haber algo? No faltó mucho para que la tristeza se le desbordara por los ojos.


«¿Por qué me siento así?», pensaba apoyado en la parte trasera de la cabaña, con una mano tapándose la boca como si así fuera a evitar que se le escapara la pena. «Kay es sólo un amigo. Era lógico que se sentiría atraído por la hermana de Rodrigo».


Corrió por detrás de la cabaña hasta quedar escondido entre la madera, cerca del estacionamiento de las motos de nieve. No podía contener la pena. Aunque lo intentara, las lágrimas surgían solas, rebeldes, mientras luchaba por tragar y ocultar los gorgoritos tristes de su voz. Necesitaba estar sólo; huir de allí. Alejarse en el horizonte y perderse en las montañas blancas.


Sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos por una suave voz que le obligó a ponerse en guardia.


—¿Eindrea? —susurró.


El espíritu estaba detrás de él, sonriente.


"¿Qué sucede, Andrea? ¿Por fin te resignaste?"


El joven corrió el rostro, secándose las lágrimas. No quería verse débil al frente de "esa cosa".


"Ya veo"; prosiguió Eindrea, caminando a su alrededor, sin quitarle la mirada de encima. "Así que volviste a cometer el mismo error". Su voz era burlona y despectiva. "Te estás enamorando de la persona equivoca..."


—¡Cállate! —gruñó enfadado—. ¡No tienes porqué amonestarme con eso!


"Te digo lo que quiero porque así debe ser. Te digo la verdad, porque sabes que es por tu bien... Andrea". Y sonrió, con gesto malvado, ensanchando sus labios sobre ese rostro traslúcido.


—¡Déjame en paz! —chilló Andrea, sacando desde su bolsillo el teléfono móvil, alzándolo amenazante.


Eindrea rió.


"¿Me quieres ahuyentar con eso?". Su tono parecía más endemoniado que de costumbre. "Sabes que no puedes lanzarme eso. No puedes hacerme daño, ¿lo olvidas?"


Y se acercó, con el aura en alto, atacante.


La extraña energía de Eindrea le llegó a Lyo de golpe, como una pedrada en la espalda. Lo sintió muy cerca, rondando la cabaña y puso sus sentidos en alerta. No podía salir corriendo en su búsqueda sin preocupar a Kay. Sería demasiado sospechoso. ¿Cómo le explicaría  lo que estaba sucediendo? Por fin se le presentaba esta oportunidad, que tanto estuvo esperando, pero se encontraba contrariado por la compañía de su amigo. ¿Qué debería hacer?


Al final, optó por desistir. Debía pensar en un plan. 


Kay, por su parte, lo miraba extrañado:


—¿Qué te pasó? Te pusiste pálido.


—Nada. Sólo sentí un mareo. Debe ser porque hoy he comido poco.


—Debes tener cuidado con eso.


Asintió con una débil sonrisa. Aún estaba pendiente de aquella señal de energía. Estaba cerca, muy cerca, y aunque intentara concentrarse, no podía saber el lugar exacto de su ubicación. Tendría que ir en su búsqueda, de todas formas.


De pronto, como un rayo, la respuesta le llegó a su cerebro. Miró a Kay y le sonrió:


—¿Vamos a buscar a Andrea?


Kay se ruborizó de golpe, sintiendo que se le escapaba el aire.


—¿Estás loco? Ya te dije que aún estoy confundido con esto...


—No te estoy diciendo que vayas y te le declares de inmediato. Sólo quiero que se vean para arreglar este distanciamiento. ¿No vas a dejar que el idiota de Rodrigo se te adelante, no?—. Concluyó en broma. Necesitaba ir a buscar esa energía y debía convencer a Kay para ello.


—De... acuerdo. ¡Pero no quiero que digas o insinúes algo! 


—Te lo prometo.


Y se pusieron en marcha, mientras Andrea seguía acorralado por el fantasma. Se había acurrucado entre la madera, tapando su cabeza con los brazos, tratando de no oírle. Su voz y su aura le dañaban y hacía que su cuerpo se volviera pesado y frío, como un cadáver.


—¡Basta!


"No. Recapacita. Escucha con atención. Kay jamás te corresponderá porque es no es como tú. Él es normal. Nadie se acercara a ti, salvo que sea para jugar contigo. ¿Por qué crees que la mayoría de los homosexuales son promiscuos? Porque para ellos el amor se les está negado. Es imposible que encuentren algo serio porque son seres sucios. Y su camino es ser el objeto sexual de otros pervertidos de mente enferma... como tu primo".


—¡Calla! —gruñó casi al borde de las lágrimas otra vez—. ¡No es verdad! ¡No tiene porqué ser así!


"¿Ah, no? ¿Quieres que te refresque la memoria? ¿Recuerdas las mariposas azules? ¿Esas bellas mariposas que sólo podías contemplar al revés porque estabas boca arriba en el tibio suelo de madera, mientras...?"


—¡Cállate! ¡Cállate!—. Su voz aumentaba de volumen por cada piedra encontrada en el suelo y que lanzaba con rabia hacia ese espectral cuerpo, que no recibía daño.—: ¡Calla de una vez!


"¿Y aquella vez? Cuando te hirieron; cuando jugaron contigo. Pero si tan sólo eras un muchachito de quince años", proseguía, con falsa tristeza, hiriente y gélido. "Tan inocente que creyó ser amado. Pobrecito"; sonrió. "¿Y qué sacaste con esa infantil ilusión? Nada. El repudio de tu familia... y las marcas de tu espalda".


—¡Ya... calla!


Se rindió, azotando las rodillas sobre el suelo, enfadado, envuelto por el dolor y la vergüenza, golpeando la nieve con su puño descubierto. Eindrea sonrió.


—No es... justo.


"Por supuesto, Andrea. Por eso estoy aquí... para hacerte ver lo que eres. No deberías existir; ya lo has dicho. Los seres cómo tú no son normales. Son seres sucios que empañan la sociedad. ¿O acaso no fue eso lo que te dijeron esa vez, mientras te azotaban contra la alfombra?"


Andrea estaba ahogado por el llanto y la rabia. A penas podía defenderse; y no podía luchar contra ello porque le encontraba la razón. Fue su pensamiento que lo invocó una fría noche, con sus heridas frescas, en su primer intento de suicidio. Lloraba igual que ahora, ahogado en su agonía, cuando esas palabras aparecieron, no de la boca del fantasma... si no de él mismo. Y ahora le dolían, porque se estaba alejando de su propia oscuridad. Porque había pensado que la tristeza ya no existía... que tal vez, sólo tal vez, las cosas podrían ser mejor.


Pero se equivocó... y el fantasma le recordaba que tenía razón. Que ambos la tenían, igual que aquella noche.


—Entonces no debí nacer —susurró al fin, con voz temblorosa.


Eindrea sonrió, satisfecho.


"Al fin entiendes. Si no existes, puedes renacer como se debe. Como un hombre normal. Además... yo sólo estoy aquí para recordar. La decisión de morir fue tuya, no mía".


—¿Y si ahora no quiero... morir?


"Iluso. Peor para ti".


—¿Sucede algo? —. Oyó tras sus espaldas.


Andrea volteó asustado y tembloroso. Allí se encontraba Rodrigo, que había estacionado la moto en el estacionamiento de atrás y, que al reconocerlo de lejos, no dudó en acercarse. Eindrea había desaparecido.


—¿Qué sucedió? ¿Por qué estás allí en el suelo, llorando?


El joven no respondió. Se levantó con lentitud y se limpió el rostro con la misma mano que aún sujetaba el móvil. Rodrigo acortó la distancia, quedando muy cerca de él.


—¿Estabas hablando por el celular?


Miró su mano, guardando el celular dentro del bolsillo en el acto, nervioso. Tenía miedo de lo que hubiera escuchado y no quería responder preguntas incómodas. De todas formas, trató de calmarse y sonreír.


—Sí. Una llamada sin importancia.


—¿Y una llamada sin importancia te ha dejado en ese estado?


El joven notó que todavía caían lágrimas por su rostro y sintió que la vergüenza lo embargaba por completo. No había querido que lo encontraran en ese estado. Rodrigo comprendió que estaba frente a un tema delicado y sólo atinó a sacarse los guantes, pasando los dedos por las mejillas, limpiando sus lágrimas. Andrea no dijo nada. Sólo lo miró apenado, sin saber que hacer.


—¿Te peleaste con tu novio?


—No. No tengo novio.


—¿Y ese chico?... Kay creo que se llama.


—Es... Es sólo un amigo. No hay nada entre nosotros —respondió con tristeza. Las palabras de Eindrea volvían.


Miró su ropa y notó que estaba manchada con la nieve. Comenzó a sacudirla con sus manos, con calma, quedando pensativo. Luego de un segundo de reparo, volteó para mirar a Rodrigo, asustado:


—¿Por qué me preguntaste si tenia novio y no novia?


Rodrigo sonrió y colocó su mano sobre su hombro, dando un fuerte apretón.


—Por qué lo sé. A pesar de que soy bisex, sé reconocer a la gente "inusual". Nos olemos. ¿O me dirás que no lo habías notado?


El muchacho se desconcertó. Había sentido algo raro en él la primera vez que lo vio, pero su atención en Kay lo distrajo. Era eso, entonces.


Agachó la cabeza, un poco contrariado.


«Si Kay fuera como Rodrigo... tal vez las cosas serían más fáciles».


—¿Sucede algo? ¿Dije algo que te incomodara?


—No. Solamente estoy cansado. Ha sido un mal día—. Y se alejó.


—Espera —dijo, deteniéndolo por el brazo—. Hay una fiesta en el hotel. ¿Por qué no vienes? Te servirá para distraerte.


—No lo sé.


—Vamos; has tenido un mal día. Una distracción no te vendría mal. De seguro que tu curso también estará allí.


Pensó un segundo. No era muy asiduo a las fiestas y compartir con sus compañeros no le parecía una oferta tentadora, pero Rodrigo tenía razón. Le serviría para olvidarse de Kay por un momento.


—De acuerdo. Pero te advierto que no bebo y soy aburrido.


Rodrigo sonrió, haciéndole sonreír también; y se alejaron, mientras éste lo abrazaba.  A lo lejos, Lyo y Kay sólo observaban la escena.


—Veo que en verdad te salió competencia —dijo Lyo, serio.


Kay no dijo nada, sólo devolvió sus pasos para alejarse. No esperaba ver a Rodrigo tan apegado a Andrea y eso le había dolido. A lo lejos, camino a la terraza, la hermana del susodicho se acercaba junto a una de sus primas, haciendo señas.


—Te andaba buscando —dijo ella, con voz dulce y alegre—. Hay una fiesta en el hotel y quería que me acompañaras. ¡Todos están ahí! ¿Vas a ir Lyo?


—Yo creo que sí. ¿Te animas, Kay?—. Y le guiñó un ojo.


Kay comprendió de inmediato.


—Por supuesto. Tal vez me encuentre con algo interesante. 


Se acercó a la muchacha y le abrazó por la cintura, caminando hacia el frontis del hotel.


 


 


----O----


 


 


Lyo miraba que su idea no funcionaba del todo. Creyó por un instante que Kay se animaría a acercarse a Rodrigo para recuperar a su amigo, pero no lo hizo. En un rincón del salón, Andrea reía con mucho ánimo junto con ese hombre, sin percatarse que desde lejos era observado por un celoso Kay que no ponía atención a los comentarios de su joven acompañante.


—Mañana volvemos a la escuela y estos aún no se arreglan. Y más encima perdí la presencia.


—Relájate, Lyo —decía su hada—. A propósito. Tu celular está vibrando.


Sacó su móvil y sonrió al reconocer el número. Debía contestar afuera.


—Bueno. Ahora ellos tendrán que ingeniárselas sin mi —decía mientras salía del lugar—. Ahora soy yo quien tiene que arreglar sus problemas.


Su hadita sonrió, pero estaba preocupada. Al igual que su amo, quería que esa situación mejorara, y se les quedó mirando, oculta en el cabello del mayor y apoyada en su hombro, hasta que su vista ya no los distinguía. Se escabulló para esconderse dentro del abrigo, a penas sintió la helada nocturna en su rostro. Pronto nevaría.


—¿Estás preocupado por mi hermano? —preguntó la joven, de pronto.


—¿Por qué me preguntas eso?


—Por tu amigo. He notado que te incomoda cada vez que notas que están juntos y puede que tu instinto tenga razón. Yo que tú lo cuido más.


La muchacha ya llevaba tres copas encima al decir eso. Sus primas estaban bailando en la pista con dos buenos prospectos y los compañeros de Kay reían en una mesa lejana, vigilados por el profesor a cargo, pendiente de que no bebieran. Estaba sólo con ella y temía que el exceso de copas comprometiera la lengua de la señorita, y que la información entregada le hiciera reaccionar mal. No obstante, prosiguió con la charla:


—¿Qué quieres decir?


—Mi hermano es un sinvergüenza. No deja títere con cabeza. Es bisexual.


Kay tardó algunos momentos para digerir la información. La joven estaba algo borracha, pero lo suficientemente cuerda para darse cuenta de lo que la rodeaba.


—¿Qué dijiste? —preguntó preocupado. Creía haber oído mal por causa de la estruendosa música.


—Qué mi hermano es bisexual y le tiene ganas a tu amigo. Con dos copas más, se lo lleva a la recámara y se lo come.


Eso, por supuesto, no le hizo gracia. Se levantó de un brinco y trató de ir hacia ellos, pero la joven lo detuvo dándole un tirón al pantalón. Sonrió.


—¿Te preocupaste? ¿Y por qué no bebimos más y terminamos igual que ellos? 


Intentó darle un beso, pero éste la alejó con la mayor cordialidad posible para no ofenderla. Ella sólo le sonrió con ternura.


—Eres lindo. Lo decía de broma.


Kay dirigió su atención nuevamente en Andrea, que estaba sentado en una mesa lejana, con Rodrigo muy cerca, casi abrazándole. No podía aguantar eso por mucho tiempo.


La muchacha, al percatarse, volvió a reír.


—¿Tanto te preocupa la virginidad de tu amigo?


—¡No es eso! —respondió algo enfadado, tratando de que sus celos no fueran evidentes—. Mi amigo está en terapia. La ha pasado muy mal y no puedo dejar que un pelotudo juegue con él y después lo deje mal.


—A mi no me parece que eso le haga daño a tu amigo... A no ser que mi hermano se aproveche—. Bebió otro sorbo de su copa y apuntó hacia el rincón—. Y me parece que tu amigo está siendo juguetón con él.


Volvió a mirar con su corazón al máximo. Allí, Andrea reía y se dejaba abrazar por Rodrigo, con mucha confianza. Desde donde se  encontraba, podía notar que su amigo escondía el rostro en el hombro ajeno cada vez que el otro se acercaba, en un gesto que el entendió como coquetería. Claramente, esto lo molestó.


—¿Por qué no bebes algo? —dijo Rodrigo, acercándole un vaso.


—No... y deja de abrazarme. No te aproveches del pánico.


—¿Y qué quieres que haga si me gustas?


Andrea se sonrojó, alejándolo con un leve empujón.


—¡Estás bebido! —dijo, riendo—. ¡Deja de hacer bromas!


—Pero si es verdad. Deja demostrarte que yo soy más hombre que tu amigo. Yo sé que te gusta Kay, pero yo soy mejor partido.


Al oír aquello, se puso en alerta. El ambiente estaba tomando un rumbo que él no esperaba y se incomodó.


—Rodrigo, por favor. No juegues con eso.


—Pero si te lo estoy diciendo en serio. ¿Acaso no soy de tu gusto?


—No es eso... sólo que...


—Entonces, ¿qué? No pierdes nada con probar—. Y se acercó para besarle.


Andrea no hizo nada para alejarlo, al contrario, acortó un poco la distancia entre ellos. Pensaba que, tal vez, las cosas cambiarían después de ese beso; que mejor se olvidaba de Kay y empezaba por otro rumbo. Sintió que su corazón quemaba dentro de su pecho y deseó por un instante que él estuviera en el lugar de Rodrigo.


Cerró los ojos y se dejó llevar, esperando aquel contacto que le haría olvidar, por unos instantes, ese sentimiento que jamás sería correspondido; aunque, muy en el fondo, su cerebro le advertía que por muchas vueltas que le diera al asunto, si besaba a Rodrigo sus sentimientos no cambiarían.


«Pero así debe ser», pensaba, mientras la respiración de Rodrigo ya le rozaba los labios. «Por lo menos, me serviría de desahogo antes de partir...»


Kay vio la escena y no aguantó. Salió del lugar enfadado, justo en el momento en que Andrea rechazaba a Rodrigo, apenado. No pudo besarle. Al alzar la mirada, notó que a lo lejos, su amigo salía por la puerta, abrazado de la muchacha. Se inquietó.


¿Habría visto?


¡Cómo deseaba que no hubiera visto!


—Creo que a tu amigo le gusta mi hermana —comentó algo enfadado por el rechazo.


—Tal vez... —respondió, cabizbajo.


—¿Crees tener alguna oportunidad?


—No creo —dijo, mientras se levantaba de la mesa—. Pero no quiero hablar de eso ahora. Y sea lo que tenga que pasar, necesito averiguarlo por mi mismo. Lo siento.


Andrea se levantó y salió del lugar con rapidez, empujando a la gente que estaba bailando para abrirse paso. Rodrigo sonrió, sirviéndose otro vaso de cerveza.


—No puedo pelear con un enamorado.


Afuera, la muchacha lo invitó a subirse a los funiculares para que se despejara, antes de que llegara la hora del cierre, y éste aceptó sin pensarlo mucho. Desde allí, las montañas parecían brillar por el fulgor de la luna, mientras flotaban sobre la oscura marea vegetal, frondosa y robusta. Una hermosa fotografía que agradó la visión de Kay.


—Que linda vista. Lástima que no traje la cámara digital—. Se lamentó la joven.


—Cierto, aunque con la oscuridad no podrías tomar buenas fotografías.


—Estamos en pleno 2006 y no hay una buena tecnología para ello.


—Quizás en unos diez años más.


Andrea,que estaba sentada justo al frente, se levantó para quedar a su lado, y apoyó su cabeza en el hombro ajeno. Kay no hizo nada y se mantuvo en su lugar, en silencio.


—¿Te gusta alguien? —preguntó la muchacha, sin rodeo.


—Sí.


Su voz sonó apagada y cabizbaja. Cómo lamentaba haberlo notado tan tarde.


—Se te nota... y mucho—. Sonrió—: ¿Y esa persona lo sabe?


—No.


—Me imagino que no debe ser fácil.


Kay dio un  pesado suspiro, reclinando su cabeza hacia atrás. Cerró los ojos un poco dolido. A pesar de comprender lo que sentía, igual era una situación bastante confusa. Sintió que la muchacha se alejaba de su lado, con suavidad. Abrió los ojos y la vio sentada al frente, sonriente. Se quedó viéndola por breves segundos, analizándola. Era una señorita bastante bella y dulce, con su pelo claro, amarrado hacia un costado, con su delicada apariencia y su cálida sonrisa. Pensó que si su amigo fuese una chica, tal vez las cosas serían distintas; más sencillas. Pero, de ser así, no sería esa persona que tanto le desvela. No su Andrea.


De pronto recordó que sus pocas relaciones amorosas con el sexo opuesto no resultaban y que era él quien terminaba los noviazgos porque sentía que algo no encajaba. Que no encontraba lo suyo.


¿Acaso sería eso? ¿Qué debía admitir aquello por lo cuál venía luchando desde hace años?


Era difícil salir del clóset, después de todo, sin herirte el orgullo.


Y ahora lo comprobaba. Tenía al frente una hermosa muchacha, cuyo cuerpo desearía cualquier hombre en busca de un loco romance. Cualquier hombre, menos él.


—¿Y qué es lo que te gustó de esa persona la primera vez que le viste?


Las palabras de la joven lo trajeron de vuelta a la realidad. Pensó un poco antes de responder, pero la respuesta era fácil. Sonrió.


—Sus ojos. Sus grandes y profundos ojos azules.


La noche se estaba poniendo más fría y la nieve comenzó a caer en silencio. Fuera de la muchedumbre y la bulliciosa música, Andrea miraba por los alrededores pensando por dónde se habría ido Kay. Esperaba que estuviera afuera, en algún lugar cerca de las cabañas, platicando, pero al no encontrarlo pensó en lo peor. Aturdido por la idea de que quizás estaban en un ambiente más privado, el muchacho se echó a llorar, abrazándose a si mismo, apoyado en un árbol. Eindrea le miraba en silencio, pero no se  acercó. Desapareció cuando Lyo se aproximó al joven.


—¿Qué pasó? 


—Nada —respondió corriendo la cara—. Déjame solo.


Lyo se puso a su lado y, con una cálida sonrisa, pasó un brazo por sobre los hombros y le atrajo con gesto fraternal.


—No me mientas. ¿Es por Kay?


—¿Qué te importa? —reclamó intentando alejarse del abrazo, pero no pudo.


—Baja la guardia conmigo, Andrea. Recuerda que soy tu amigo.


Andrea subió el rostro para mirarle  y se encontró son ese gesto afable y cariñoso que poseía de forma innata. Trató de responder con una sonrisa, pero terminó llorando en su hombro.


—No sé si es por Kay. Hay muchas cosas que me sucedieron hoy.


—Cualquier cosa en la que necesites ayuda... cuenta conmigo.


—Gracias... pero ahora sólo quiero estar solo.


—De acuerdo. Pero yo que tú hablo con Kay para terminar este estúpido alejamiento.


—¿Cómo podría si ahora debe estar con ella? Solamente les interrumpiría.


—¿Te refieres a tu tocaya? ¡Pero si entre ellos dos no hay nada!


—Pero... yo oí que...


—¿Qué oíste?


El muchacho calló. No quería que su amigo supiera que los estuvo espiando, cuando estaban en la terraza. 


—Nada. Creo que comprendí mal. Así que dices que, efectivamente, no hay nada entre ellos.


 —Te doy fe de ello. Ahora, ve a su cuarto y habla con él. Mira que piensa que tú estás mejor con Rodrigo que con él.


Andrea abrió los ojos desconcertado. No entendía bien que sucedía.


—¿Cómo puede pensar eso?


—De la misma manera que tú creíste que Kay tenía algo con Andrea.


Lyo le entregó un pequeño paquete de pañuelos y acarició su cabeza, como si fuera un hermano menor. Se alejó sin agregar nada más, dejando al muchacho con la duda en el corazón, pero con una tranquilizadora sonrisa en el rostro. Si no era ella a quien se refería Kay, tal vez tendría un dejo de esperanza.


—Gracias, Lyo.


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Cuando Andrea volvió a su cuarto más repuesto, pensando si debía visitar a Kay o no, se encontró con que alguien estaba parado al frente de su puerta. Con la escasa luz de los ventanales no podía distinguir bien, pero al acercarse tuvo que tragarse un respingo. Ahí, esperándole, se encontraba Kay con semblante serio. Al percatarse de su presencia, lo miró sin decirle nada y Andrea corrió la cara. No quería que notara que había llorado.


—Hasta que llegaste. Pensé que no volverías a tu cuarto.


Al muchacho no le gustó ese tono, poniéndose a la defensiva por instinto.


—¿Y tú que haces aquí? ¿Dónde está tu amiguita?


—Lo mismo debería preguntarte yo. ¿Ya te aburriste de tu amiguito?


—¿Rodrigo? No me gusta la gente entradora.


—Ahora lo dices... después de que te besó.


Sintió que su corazón daba un fuerte vuelco y de inmediato se puso nervioso.


—¡Rodrigo no me besó!


El otro se molestó ante esa respuesta.


—¡No seas mentiroso! ¡Yo vi cómo se te acercaba para besarte!


—¡Sí; se me acercó! ¡Pero no le correspondí! ¡Tú te habías ido antes de eso!


—¿Y cómo sabes que me fui antes?


—¡Porque estaba mirando cómo esa tipa te coqueteaba y después te fuiste con ella!


—¡Pero ella no me besó!


—¡No me besó! ¡¿Cómo crees que me dejaría besar por un hombre cómo él?!


—No sé—. Y con un gesto dio a entender que se iba a su habitación.


Andrea apretó los puños con impotencia. Esa discusión se estaba saliendo de control.


—¡¿Y cómo yo no te digo nada por esa tipa?!


—¿Y qué me tendrías que decir?—. Volteó para encararlo de cerca.


—¡Nada! ¡No tendríamos que decir nada! ¡Si él me hubiera besado sería cosa mía! ¡No tengo porqué darte explicaciones!


—¡Yo tampoco!


—¡¿Entonces por qué me atacas?! —concluyó, al borde de las lágrimas.


Kay respiró hondo para intentar calmarse. Esa situación no estaba llegando a buen puerto.


—Lo siento... pero creo que estaba un poco enfadado de que me dejaras de lado.


—Tú también lo hiciste.


—Porque pensé que te sentías mejor con él.


—Por supuesto que no—. Y cubrió su rostro con el antebrazo para ocultar sus lágrimas.


—Esta ridícula disputa no lleva a ninguna parte... ¡Ni que fuéramos matrimonio! —bromeó para suavizar la situación.


Andrea sonrió con tristeza, mientras limpiaba su rostro.


—En realidad... no sé porque estamos peleando.


—Ni que estuviésemos celosos.


El muchacho levantó la mirada, aún enrojecida por el llanto, sintiendo como un leve calor se apoderaba de sus mejillas.


—¿Celos? Había escuchado sobre los celos entre amigos... pero jamás pensé que existieran —agregó para no delatarse.


—No hay motivo para estarlo, Andrea. No cambiaría nuestra amistad por un par de piernas.


Sonrió un poco. De verdad eran celos y no sabía si contentarse por ello o no.


«Kay estaba celoso de Rodrigo», gritaba en su interior. «¡Estaba celoso!»


—¿Amigos de nuevo? —dijo Kay, extendiéndole la mano.


Correspondió el saludo de inmediato, sin imaginar que éste le daría un tirón para acercarlo y abrazarlo. Sonrojado hasta las orejas, no supo que hacer. Solamente se dejó estar, alzando los brazos para envolverlo también.


—Eres mi mejor amigo y te quiero mucho —murmuró cerca del oído ajeno, mientras su corazón se aceleraba. Aún se encontraba confundido y sólo pudo expresar sus sentimientos de esa manera.


Andrea cerró los ojos y le abrazó con más fuerza, dando un suspiro.


—Lo sé —respondió con tristeza—. Sabes que yo también te quiero.


«Es mejor así. Qué seamos sólo amigos con tal de no perderte».


El rostro de Kay dibujó una triste sonrisa, mientras le abrazaba un poco más fuerte y le meneaba entre sus brazos. Sabía que si alguien pasaba por ahí y les viera, pensaría mal. Pero a él ya no le importaba. Ese abrazo era, tal vez, la pequeña respuesta que necesitaba a sus dudas.


Y Andrea, aprovechando la situación, disfrutaba ese pequeño momento, sintiendo la tibieza de su amigo aunque fuera por esa única vez.


Deleitando mutuamente la escondida y secreta declaración.


 


 


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Las cosas ya estaban listas y cargadas sobre el bus, mientras los rezagados reclamaban la hora del viaje y el término de sus vacaciones. Lyo sonreía satisfecho al notar que la relación entre sus amigos había mejorado y se lamentaba haber perdido la oportunidad de atrapar al fantasma, pero no se arrepentía. Si las cosas pasaban, era por algo.


—Se me hizo corta la semana —dijo Andrea, la joven, que había llegado junto a su hermano para despedirse de ellos.


—Sí —respondió Lyo con una sonrisa—. Ojalá nos encontremos alguna vez.


Rodrigo se acercó a Andrea y lo agarró de un brazo para llevárselo a un lado. Por otro lado, su hermana hacía lo mismo con Kay. Ambos se miraron hacia atrás, sin entender que sucedía. Cuando ya estuvieron alejados de la gente, se acercaron a sus respectivos rehenes y susurraron cerca de su oído:


—No tengas miedo, y dile lo que sientes.


Desconcertados por el consejo, tanto Kay como Andrea se ruborizaron, ignorando por completo el mensaje recibido por el otro. Luego de eso, Rodrigo y su hermana los devolvieron al bus, satisfechos con ellos  mismos, sintiendo que, al fin, habían hecho algo bueno.


—Qué tengan buen viaje—. Se despidieron al unísono, con una amplia sonrisa.


Lyo les correspondió el saludo desde la ventanilla, mientras Kay y Andrea hacían lo mismo desde el asiento de atrás. El bus se puso en marcha y los muchachos tuvieron que sentarse.


Kay se acomodó en su asiento. Esta vez se había quedado al lado de la ventana.


—Oye... ¿Para que te alejó Rodrigo?


Andrea sonrió de manera pícara.


—No lo sé. Tal vez para decirme lo mismo que te dijo Andrea —bromeó para despistarlo.


El otro se puso nervioso y corrió su mirada hacia la ventana.


—No creo.


El viaje de regreso fue largo y lento. Los alumnos estaban silenciosos, ni comparados con el primer día que eran toda algarabía, y algunos iban durmiendo o escuchando música en sus mp3. El único que iba contento con el apagón de los muchachos era el chofer. El profesor también había caído en los brazos de Morfeo, acomodado en el primer asiento.


La noche estaba próxima cuando Kay colocó su chaqueta encima de Andrea, quien se había dormido durante la tarde, para que no se enfriara. Lyo le pasó una manta por sobre los asientos.


—¿Y? ¿Se lo vas a decir?


—No lo sé. Primero quiero estar completamente seguro de mi mismo.


El bus dio un brinco a causa de un bache en la carretera y la cabeza de Andrea cayó sobre el hombro de su amigo. Éste sonrió con dulzura. 


—Mira cómo se te cae la baba —bromeó Lyo—. Pero es mejor así. Cuando estés listo, y seguro de ti mismo, dile. Por ahora procura descansar. El viaje es largo—. Y se acomodó en su asiento.


Kay rió ante la broma y dirigió su atención a Andrea. Realmente lucía muy tierno así, dormido como un pequeño niño. No podía negarlo. Su corazón no lo hacía. Le gustaba Andrea más de lo que pudiera imaginar, pero necesitaba darse un poco más de tiempo. Necesitaba saber si arriesgarse valía la pena. ¿Y si no era correspondido?


Era un riesgo que todos corren alguna vez en sus vidas. Sin embargo, al ser del mismo sexo, el peligro era mayor. Lo mejor era no pensar en eso, por el momento.


—Descansa —susurró con ternura—. Espero que algún día puedas saber esto.


Y por debajo de la manta, aprovechando que sus movimientos no eran visibles, Kay cogió su mano para sujetarla con fuerza, depositando un suave beso en su frente.


Satisfecho ante esa inocente travesura, se dispuso a dormir.


 


"Fin del capitulo 6"


 

Notas finales:

6/15


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