Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Sweetest Sin por Yukitza KuroiL

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Kay y Andrea tuvieron un encuentro con un extraño alumno, que al parecer sabe más de lo que aparenta.

La doctora Urrutia había estado muy ocupada desde que el caso de Andrea llegó a sus manos. Recordaba claramente la primera sesión con un sabor amargo e incómodo. Por mucho que leyera una y otra vez sus propios apuntes, no lograba identificar con claridad el problema de su joven paciente. Contestó su celular, mientras dejaba los informes de lado. No necesitó ver la pantalla para saber quién le llamaba. Después de todo, ella ya le había dejado un mensaje con anterioridad.

—Llamaste más pronto de lo que esperaba—dijo la doctora, amablemente.

Un tono jovial y varonil le respondía desde el otro lado, con mucha confianza:

—No podía ser de otra forma, estimada.

—Y bien, ¿vas a venir?

—Sí. Mi tío ya me dio el pase. ¿Tan grave es el problema?

—Grave es... pero no sé si estoy pensando como una profesional de mi área. Sabes que soy escéptica con este tema; sin embargo...

—Necesitas una "segunda opinión"—interrumpió el hombre desde el otro lado, divertido.

—Exacto. Yo... ya no sé que hacer.

El hombre se acomodó en su silla, mientras arreglaba sus gafas y esbozaba una satisfactoria sonrisa al oír aquello. Este nuevo trabajo podría ser muy interesante.

—Ok. Nos veremos allá muy pronto.

Y colgó.

La mujer dio un pesado suspiro, mientras dejaba el móvil sobre su escritorio. Miró hacia la ventana que daba hacia la cancha del establecimiento, donde se veía a don Luis hacer su rutina matinal acompañado de su fiel perro. Pronto se iniciaría la jornada.

 

oOo

 

Kay despertó pesadamente. Los golpes reiterados, provenientes de su puerta, le obligaron a abrir los ojos y sentarse a tientas. Desde el otro lado, una voz familiar le llamaba con energía.

—¡Pasa! ¡La puerta está abierta! —exclamó luego de un bostezo.

La puerta se abrió tímidamente, dejando asomar unos enormes ojos azules. El muchacho le sonrió desde la cama a penas le reconoció.

—¿Cómo?—, reclamó Andrea, al abrir un poco más la puerta—. ¿Aún estás acostado? ¡Ya es tarde! ¡Las clases comienzan en media hora!

Kay lo miró somnoliento, permaneciendo en su lugar sin tener muchos ánimos de moverse.

—¿Tan tarde? —respondió con flojera.

—¿Y eso es todo lo que me vas a decir? —prosiguió el joven, acercándose—. Tú fuiste el que me pidió que te viniera a buscar para no llegar tarde. ¿O lo olvidaste?

Así era. Él mismo se lo había pedido el día anterior, cuando Andrea le fue a buscar a la sala de clases, a la hora de colación. El profesor hacía poco que abandonó la sala, y él se encontraba charlando con su habitual grupo de compañeros, sentados sobre los pupitres. Uno de ellos no tardó en darse cuenta de la presencia ajena:

—Kay... Creo que te buscan —dijo Miguel.

A penas oyó eso, volteó hacia la puerta y allí le vio, apoyado tímidamente en el marco, observándole con esos hermosos ojos azules, esperándole. Al encontrarse con su rostro, le sonrió.

—Pero si es Andrea —dijo.

—Hola —respondió sin moverse de su sitio.

Sus compañeros se quedaron mirando entre sí.

—¿Andrea? —preguntó extrañado Felipe, mirándole de pies a cabeza—. ¿Tú nuevo amigo tiene nombre de nena?

Rodrigo, de inmediato soltó una suave exclamación juguetona, añadiendo un comentario no muy agradable:

—Kay, te busca la Andrea.

—¡Cállense, idiotas! —respondió Kay, levantándose de su asiento en dirección a la puerta.

—¡Vamos! ¿No te vas a enojar por eso?

Pero no les respondió; ni siquiera les dirigió la mirada.

—¿Cómo estás? —saludó ya de cerca, apoyándose en el marco, con una gran sonrisa.

—Bien, ¿y tú? —sonrió Andrea —. ¿Cómo sigue tu hombro? Supe que empeoró luego de la riña del Viernes.

—Ah, ¿eso? No te preocupes, no es nada. Se recupera rápido. Soy muy resistente.

—Es que... fue mi culpa —dijo mirando hacia un lado, un poco apenado—. Las dos veces que te lesionaste el hombro...

—¡Para nada! —interrumpió con rapidez—. Fui yo quien te salvó de la caída; y fui yo quien se metió a pelear con los del Cuarto F sin importarme la lesión. Y todo por ese gato.

Andrea alzó de inmediato sus ojos, como si las palabras dichas por su amigo le apretaran un interruptor.

—¡De eso quería hablarte! —le dijo de golpe.

—¿Eh?

—Ven —prosiguió tirando de su brazo con apremio—. Acompáñame a mi habitación.

Sus compañeros miraron en silencio como su amigo desaparecía tras la entrada del salón, mientras que éste, por su parte, no alcanzó a negarse y se dejó llevar en silencio. Una vez allí, Andrea lo ingresó al cuarto apurándose para cerrar la puerta. Luego lo condujo hacia la pequeña cocina, y se arrodilló cerca de una cajita de cartón.

—Mira.

Kay se agachó llevándose una sorpresa. Ahí, acurrucado sobre un viejo suéter, estaba el minino que Andrea había rescatado hace algunos días, y que ahora lucía muy saludable. El muchacho desvió la vista del gato, y le sonrió:

—Don Luis me lo entregó ayer.

—¿Y por qué no me habías dicho?

—Porque cuando te busqué ayer en la mañana al ingreso de clases no estabas. Ayer tuviste entrenamiento en la tarde y hoy en la mañana estabas en rectoría.

—Lo siento. Me quedé dormido en la mañana y me llamaron la atención. Por eso me enviaron a rectoría.

—Ya veo —respondió el muchacho con un suspiro de paciencia—. Deberías ser más responsable con tus horarios.

—Pero... ¿qué podría hacer? Soy pésimo despertando temprano sobre todo si me quede haciendo tareas en la noche.

—Eso te pasa por sacar la vuelta en las tardes y no hacer tus cosas temprano. No eres un niño.

Kay sonrió divertido. Se conocían a penas unos días y Andrea ya le hablaba como si se trataran desde hace años.

—Creo que necesito una niñera, Andrea.

—Así parece.

—¿Sabes? —prosiguió mirándole detenidamente—. Ya sé lo que voy a hacer.

—¿Ah, sí?

—Sí. ¿Puedes ser mi niñera?

Andrea se puso de pie como un resorte, incómodo.

—¡Yo no soy niñera de nadie! —respondió más avergonzado que enfadado.

—Así no llego tarde y... podemos irnos juntos —prosiguió con tono jovial—. Te lo pido de favor.

El muchacho no lucía muy convencido ante esa petición, pero al final accedió con una suave y cálida sonrisa.

—Está bien. Pero más te vale que estés despierto, o si no, mi castigo será mortal.

—Te lo prometo.

Y fue en ese instante, que al verle parado frente a su cama, recordó que no era bueno prometiendo cosas.

—Perdóname, Andrea. Me quedé dormido.

Andrea dio un suspiro de paciencia. Luego le miró detenidamente.

—¿Y recuerdas lo que te dije ayer?

—Que... si no estaba despierto mi castigo sería... ¿mortal?

—Exacto—. Y sin aviso previo, tomó una de las almohadas de Kay y la sujetó con fuerza, pegándole reiteradas veces en la cabeza—. ¡A la ducha! —agregó con tono firme, al compás de los golpes—. ¡Deprisa! ¡VAMOS!

—¡Ya voy! ¡YA VOY!

—¡En menos de 10 minutos te quiero listo y vestido! ¡No quiero llegar tarde por tu culpa!

—Pero...

—¡Nada de "peros"! ¡Partiste!

Kay corrió hacia la ducha, tomando sus cosas para el aseo, su ropa y la toalla con tal rapidez que en un segundo se encontraba enjabonándose con agua helada. En ese momento, pensó que tener una "niñera" no era tan buena idea después de todo.

Andrea, en tanto, sonreía satisfecho y conforme desde el dormitorio.

—Qué adorable —dijo para sí.

Al poco rato, cuando salió del baño, vestido y bien peinado, se sorprendió al ver que Andrea le había preparado el desayuno. A pesar de que todas las habitaciones poseían una pequeña e improvisada cocina, pensada para alimentos sencillos y básicos como el desayuno o la merienda, no muchos la ocupaban. Algunos se pasaban el desayuno de largo por pereza y esperaban la hora de almuerzo para atiborrarse de comida, en los comedores diarios del instituto. El propio Kay caía en ese grupo la mayoría de las veces, por eso, se desconcertó tanto en ver que alguien sí la supiera ocupar.

—Aproveché el tiempo —respondió antes de que le preguntara.

—Pero...

—Desayuna tranquilo. Aún tenemos algo de tiempo.

Kay rió un poco, antes de acercarse a desayunar:

—Gracias. No pensé que fueras tan atento —añadió con tono gentil.

—Es que aún no me conoces del todo.

—Pero lo estoy logrando de a poco, ¿no?

—Pues... sí —respondió un poco tímido, sonriendo.

—No puedo creer que un chico tan agradable como tú se haya querido suicidar.

De inmediato, el gesto afable del muchacho desapareció y se encogió en sí mismo, apretando sus manos sobre los codos, desviando la mirada hacia otro lado. Kay reconoció esa mirada triste y gélida de hace unos días, cuando se lo encontró en la enfermería. Se incomodó, regañándose ante su falta de tacto.

—Lo siento —dijo preocupado—. No debí decir eso. Yo...

—No te preocupes. Termina de desayunar antes de que se nos haga más tarde.

—Andrea...

No respondió. Dio media vuelta en silencio, camino hacia la puerta con paso calmado.

—Dime, Andrea.

—¿Qué cosa? —respondió deteniéndose en el marco, sin darle la cara.

—¿Por qué lo hiciste?

—No es algo que necesites saber mientras desayuna —contestó tajante.

—No, pero... si hay algo en que te pueda ayudar... —respondía Kay nervioso, tratando de no decir algo más incómodo.

—Lo siento. No quiero hablar de eso ahora.

—Comprendo. Quizá aún no soy de tanta confianza.

—No es eso —agregó nervioso—. Por favor, dame un poco de tiempo.

Kay se sentó en la pequeña mesa y en silencio, terminó de desayunar. Andrea, en tanto, atravesó la puerta con calma.

—Me adelantaré por mientras.

Y salió.

Al verlo partir, se tragó lo que le quedaba de desayuno y le siguió, alcanzándolo a mitad de pasillo. A penas y logró cerrar la puerta de su habitación.

—¿Te enojaste? —preguntó con tono preocupado.

—No, Kay. No estoy enojado.

—¿Entonces?

—Sólo es la hora. Vamos a llegar tarde.

—Mentira.

Andrea se detuvo en seco, dirigiendo su mirada al suelo, pensativo. Trago un poco de saliva espesa, antes de responder. Por alguna razón, sentía la boca seca.

—Kay, por favor. Sólo olvídalo.

—¿Por qué?

—Porque no tiene caso. ¿Qué te importa si me hubiera muerto o no? ¿O que por qué lo hice? No afecta en nada tu vida. Todo seguiría igual para ti.

—Pero... yo...

—Olvidemos el tema. Realmente... me lastima.

Kay se le acercó un poco, colocando una mano sobre el hombro ajeno en señal de apoyo y confianza. Necesitaba que el muchacho volviera a mostrar la sonrisa afable de algunos minutos atrás.

—Andrea... —proseguía con voz cálida—. Yo sé que no debería insistir en el tema, pero de verdad... me gustaría ayudarte de algún modo.

—Pero si solamente nos conocemos hace algunos días —respondió, sin mirarlo.

—¿Y? ¿Te caigo mal?

—No. Aunque seas una persona entrometida, no me desagradas en lo absoluto —prosiguió, dibujando una leve sonrisa en su rostro.

—Mira, Andrea. Lo único que quiero es que no te enojes conmigo y que logres confiar en mí.

—¿Por qué?—. La actitud de Kay lo confundía.

—¿Tiene que haber un motivo para todo? —reclamó Kay, cruzándose de brazos—. Cuando las personas se conocen, se hacen amigos o entablan una relación de algún tipo. Al principio no hay un "motivo" concreto por el cual pasó tal y tal cosa. Si quieres darle un motivo, le llamaremos simpatización o química. Las personas comienzan a tratarse entre sí cuando se agradan unas con otras.

—Ya entendí. No era necesaria esa explicación —suspiró el joven, mientras reanudaba sus pasos hacia una de las escaleras. La explicación redundante de su amigo le había dejado mareado—. Vamos a clase... por favor.

El camino hacia las salas de clases se le hizo tedioso, por culpa del sepulcral silencio que nació entre los dos. Sólo sus apresurados pasos resonaban en el pulcro piso de madera y la leve respiración de ambos. A ninguno le gustaba ese extraño ambiente que se formó, pero tampoco sabían como romperlo. Sobre todo Kay. Su cabeza ya era un caos y temía ofenderle otra vez si abría la boca.

¿Por qué quiso conocerlo? ¿Por qué empezó a tratar con él? Era algo que se venía cuestionando mucho. Siempre había pensado que los amigos llegan y se quedan, que es algo que se solidifica con el tiempo, al igual que el cariño. Por ese motivo, él no creía ni en el amor a primera vista, ni el compañerismo de un día para otro. No obstante, había un motivo en común que negaba. Un motivo similar, pero a la vez distinto, que los podría unir perfectamente.

Se detuvo de pronto, ensimismado y un poco contrariado. No era fácil lo que iba a decir, pero sentía que debía hacerlo.

—Yo... también quise matarme.

Ante esas palabras, el otro joven volteó sorprendido. No entendía muy bien lo que había oído. Por un momento creyó que su mente jugaba una mala pasada.

—¿Qué dijiste? —preguntó sorprendido.

Kay sólo sonrío, reanudando el andar.

—Nada... llegaremos tarde a clase.

Andrea le miró unos instantes, antes de seguirle. Prefirió quedarse callado y no indagar más. Esto debía ser un tema de conversación para después de clases, claro estaba.

En su camino hacia las aulas, se encontraron con un joven que aparentaba tener la edad de Kay: alto, de larga cabellera oscura, tomada por un lazo elasticado y oscuro a la altura de la nuca; de piel blanca y unos anteojos de marco delgado que resguardaban unos peculiares ojos de tono miel. Llevaba puesta una camisa gris bajo una larga chaqueta negra, que contrastaba con sus jeans azules. Estaba revisando el edificio algo confundido, como si estuviera perdido. Al verlos, no dudó en acercarse a ellos.

—Disculpen... ¿Ustedes saben dónde se encuentran las clases superiores?

Ambos jóvenes se miraron.

—¿Te refieres a las clases de Carrera Técnica? —preguntó Kay.

—Sí, sí —sonrió el desconocido con aire relajado—. Es que soy nuevo aquí y, como el lugar es grande, me perdí. ¿Ustedes son de secundaria?

—Sí —respondió Kay. A veces se le olvidaba que el establecimiento se dividía entre un internado para problemáticos y un Centro de Formación Técnica. Al estar alejados tan sólo por una cuadra, era normal que los alumnos nuevos ingresaran por la zona equivocada y confundieran ambas instituciones. Lo curioso, es que era más famoso el Centro de Formación Técnica que el Instituto secundario en sí. Al parecer, el hecho de que fuera un carísimo Instituto privado para reformar hijos de padres adinerados o de buena posición, lo mantenían casi como un secreto nacional.

—Pero tú no pareces de secundaria —prosiguió el sujeto mirando al muchacho de pies a cabeza—. Luces mayor.

Andrea rió suavemente, mientras su amigo agachó la cabeza. Le daba algo de vergüenza reconocer que estaba pegado en el ultimo año de secundaria a la edad de un universitario.

—El Instituto Profesional está al otro lado del edificio —señaló el más joven al percatarse que su amigo no respondería—. Cruzando la cancha deportiva, encontrarás una de las salidas traseras. Al frente, justo al doblar la esquina, lo encontrarás. Me temo que vas a tener que cruzar todo el establecimiento. Si hubieras ingresado por la otra cuadra, no te habrías confundido.

—¡Oh! Entiendo —sonrió el extraño—. ¿Y alguno de ustedes me podría guiar hasta el Instituto?

Y cuando Kay se disponía a ofrecer su ayuda, su amigo se adelantó:

—Lo sentimos, pero vamos tarde —añadió—. Y si éste llega tarde otra vez, tendrá problemas para pasar el año.

—No exageres —murmuró su compañero.

—Comprendo, comprendo. Mis disculpas, no quise molestarlos. Gracias por su tiempo.

Se alejó de allí por el camino que Andrea le había indicado, con paso calmado. Al parecer no llevaba prisa alguna. Kay miró de reojo a su amigo.

—Eso fue descortés.

—¿Ah, sí? —reclamó Andrea—. Vamos a ver si tu cortesía te salva de las anotaciones de los profesores ¡Y, ya! ¡Apúrate que vas atrasado!

—Pero...

—¡Nada de "peros"! ¡Apurémonos!

—¡Te pareces a mi hermana mayor!

—¡Cállate y camina!

Su amigo obedeció resignado, caminado rápidamente hacia el pasillo principal; el que daba hacía las aulas. Desde el fondo, eran observados por el joven desconocido que esbozaba una sonrisa mientras miraba a Andrea.

—Que par más particular.

A la hora de colación, Kay se acercó a sus amigos, acompañado de Andrea. Éstos, a pesar de que no era primera vez que lo veían a su lado, no lograban acostumbrase a él. Y no era porque les cayera mal, si no más bien por falta de tacto. No sabían como tratar a un "suicida". Por supuesto, el menor notaba esta actitud, pero se hacía el desentendido para no causarle problemas a su amigo.

Miguel, en tanto, trataba indirectamente que aquello no se notara mucho, metiendo charla de vez en cuando.

—¡Hey! —chilló de pronto Rodrigo, mientras se encaminaban a su zona habitual de relajo—. ¡Alguien esta ocupando nuestro lugar!

—¿Seguro? —replicó Luis agudizando la vista—. Es cierto. ¡Allí hay alguien!

Kay miró detenidamente al sujeto. Le parecía familiar.

—¿Acaso... no es el tipo de la mañana? —susurró a Andrea.

—Sí —respondió observando con más detalle—. Es él.

—¿Y qué hace por estos lados? ¿No debería estar en el otro edificio?

Su compañero le respondió con un ligero levantamiento de hombros, tan extrañado como él.

—¿Lo conocen? —preguntó Rodrigo.

Y a la vez que Andrea respondía negativamente, Kay lo hacía de forma contraria.

—No es que lo conozcamos como tal —respondió el mayor al ver la confusión de sus compañeros—. Digamos que lo vimos hoy en la mañana, perdido en el instituto, preguntando por el instituto profesional.

—Bueno. No es el primero ni el último que se confunde de edificio —agregó Felipe.

—Pero está ocupando nuestro lugar —insistía Rodrigo, un poco molesto.

—Sí. Hay que sacarlo —apoyó Gustavo, siguiéndole con decisión. 

Se acercaron a él, donde le vieron tranquilo, ensimismado en su lectura, sin percatarse de ellos. Estaba tan concentrado en su libro, que tampoco dio señales de oírles cuando le hablaron.

—¿No nos oíste? Este es nuestro sitio, así que largo.

No hubo caso. El sujeto prosiguió en lo que estaba, deteniéndose a cada tanto sólo para acomodarse las gafas o dar vuelta a la página.

—¡Oye! —exclamaron furiosos—. ¿Acaso no nos oíste?

En respuesta, el joven desconocido les miró por sobre los anteojos, con sequedad.

—Hay maneras y "maneras" de pedir las cosas, muchachitos —respondió seriamente—. Y sí los oí... no soy sordo.

Los muchachos retrocedieron un poco al escucharlo. La mirada penetrante, combinada con ese extraño color amarillento de sus pupilas, los había paralizado por momentos. Por supuesto, esa respuesta desafiante no le cayó bien a Rodrigo.

—¿Quieres que te saquemos por las malas?

—¡Tranquilo! —se interpuso Kay. Los demás miraban en silencio desde atrás—. ¿Acaso todo lo tienes que solucionar con pleito?

Al reconocer la voz, el extraño se levantó de inmediato, sonriente y suavizando de golpe su mirada antes de saludarle con cortesía. Luego le hizo un gesto a Andrea.

—¡Vaya! ¿Quién diría que los volvería a encontrar? ¡Qué grata coincidencia! —dijo.

—Disculpa a mis compañeros —se excusó Kay—. Suelen comportarse como perros cuando les invaden el territorio.

A Rodrigo y Gustavo no les pareció ese comentario.

—No te preocupes. No tienes porqué disculparte.

—Eso es verdad —interrumpió de pronto Andrea—. ¿Por qué tienes que disculparte por ellos? Deben hacerlo solos o no maduraran.

Al pronunciar esto, no sólo Rodrigo y Gustavo voltearon a verle de mala gana, si no que el grupo en sí no parecía estar de acuerdo.

—No me miren así. Es la verdad.

—Con esta actitud, menos se van a encariñar con él —susurró Miguel a Kay, pasando por su lado.

—Chicos... —suplicó el mayor, exigiendo paciencia.

Los jóvenes se sentaron debajo del árbol, pasando entre ellos, sin decir nada. Kay se sintió incómodo.

—Bueno... no sabía que el árbol se reservaba —dijo de pronto el sujeto mientras se colocaba el libro bajo el brazo—. No quise incordiarlos.

—¿Ah? ¡No! ¡Para nada! —respondió Kay un poco contrariado—. Lo que pasa es que siempre venimos hasta acá y pues... no estamos acostumbrados que alguien más lo haga.

—Así veo. De hecho, por esa razón llegué hasta aquí. Me pareció un buen lugar para leer. En el edificio vecino no hay muchos lugares abiertos y la biblioteca está testada de alumnos. Este lugar fue lo más cercano para relajarme mientras espero mi próxima clase.

—¿Y qué lees? —preguntó de pronto, Andrea.

—Demian —respondió.

—¿Demian? —agregó Kay sorprendido—. ¿El de Herman Hesse?

—¿Lo conoces? —preguntó de pronto Andrea, extrañado.

—Sí. ¿Por qué?

—Es que no pareciera que fueras asiduo a la lectura —prosiguió Andrea.

—¿Y debería parecerlo?

—No es lo que quiero decir. Es común en ti oírte hablar de deportes y otras cosas, no de lectura. Por eso me llamó la atención.

—Bueno, no soy tan básico como pensaste—. Y le guiñó un ojo.

El sujeto carraspeó un poco, antes de sonreírle a ambos.

—Por lo visto, aquí somos tres tipos a que les gusta la literatura. Eso es bueno. Ya nadie se interesa por la cultura y cosas importantes.

—Así parece. También suelo leer revistas científicas o de biología —agregó Kay.

—¿De verdad? —seguía sorprendido el menor—. Pero... si tú me dijiste que te iba mal en los ramos de ciencias.

—Así es —respondió—. Lo que sucede es que me estresan los exámenes y eso. Me gusta, pero no para dedicarme a eso.

—Entiendo.

—Perdón que me meta —habló de pronto el extraño—. Siento que aún no nos hemos presentado.

—¡Oh! ¡Es cierto! —. Y acercándole la mano, prosiguió—: Soy Kay. Un gusto.

—Yo soy Lionel, pero dime Lyo. Prefiero el seudónimo antes que el nombre —respondió estrechando su mano—. El gusto es mío.

—¡Y él es Andrea! —concluyó el mayor, colocando un brazo por sobre los hombros de su amigo como quien presenta a un hermano menor.

—Mucho gusto, Andrea —sonrió Lyo—. ¿Eres italiano?

Andrea alzó la mirada, sorprendido.

—Eres el primero que no se ríe de mi nombre y se burla porque parece de mujer. Mis abuelos son de Italia.

—No es tu culpa si por estos lares tu nombre se ocupe más en mujeres que en hombres.  En Italia es un nombre común en varones. Yo tengo parientes allá.

—¿En serio?

—Sí.

Andrea esbozó una cálida y satisfactoria sonrisa. Era agradable encontrar a alguien que no se riera de su nombre y que, además, no fuera ignorante.

En tanto, el grupo de jóvenes que se había alejado, se dispuso a comer lo que traían, sentados bajo el árbol, y charlando como si los otros tres no existieran. Rodrigo y Gustavo aún estaban molestos por lo sucedido y les pesaba que Kay no los hubiera apoyado en esa tonta situación de "propiedad legítima", sintiéndose un poco abandonados. En cuanto a Andrea, le tenían sin cuidado y a pesar de que había quedado notoriamente fuera de la reciente plática entre Kay y ese sujeto, no se molestaron en invitarlo con ellos. No era su problema.

Sin embargo, Andrea lo notó y se sintió incómodo con la escena: allí, en medio de ambos lados, sin tener que hacer, solo y con hambre, mientras Kay se había olvidado de él y el grupo charlaba de trivialidades y temas adolescentes, se quedó en silencio, detrás de su amigo, esperando que esa charla terminara pronto.

—Oye, Lyo —dijo de pronto Kay—. ¿Por qué no almuerzas con nosotros?

—Gracias, pero ya comí. Mi colación es más larga que la de ustedes.

—Pero de todas formas, quédate —insistió—. No creo que haya problema alguno—. Y al finalizar sus palabras, miró por sobre el hombro a sus compañeros con mirada desafiante.

Estos no dijeron nada. Luis sólo sonrió, mientras los demás se hacían los desentendidos.

Se sentaron debajo del árbol, separados por algunos centímetros del grupo adolescente. Lyo y Kay comenzaron a platicar, descubriendo que tenían más cosas en común -más de lo que hubiesen imaginado- en las que destacaban su afición por los deportes y la ciencia. Andrea sólo los escuchaba mientras abría una lata de bebida. De todas formas, no tenía nada más que decirles.

Y mientras charlaban y reían, se escuchaba una melodía reiterativa proveniente del bolsillo de Lyo y, que claramente, no tomó en cuenta. El sonido había sido opacado por las voces.

—No me responde —dijo para sí la enfermera, mientras esperaba a la doctora en su oficina. Al verle entrar, se le acercó con paso rápido y fuerte.

—¿Qué sucede? —preguntó la mujer. Era obvio que algo le molestaba.

—Quiero que me conteste. ¿Es verdad que Lyo ingresó al instituto?

—Sí. ¿Acaso no te lo dijo?

—No... O sea, el muy descarado me mandó un mensaje de texto que decía, "Voy a trabajar cerca de tu oficina. Se me requiere para algo importante. Nos vemos". Creí que me estaba tomando el pelo... ¡No que se haría pasar por alumno del CFT!

—¿Cómo supiste que es alumno? 
—Lo vi caminando hacia el ascensor, con la mochila de la institución... ¡Esa que se le entregan a los matriculados! Como yo venía a entregarle la carpeta, supuse que había salido de aquí... que vino a saludarla.

—¿Por eso me esperaste? No es para nada malo, Katty. ¿O es que no quieres que te vea?

Katherine agachó la cabeza, dando un pesado suspiro. Se sentó en una de las sillas que estaban frente al escritorio.

—No, al contrario. Hace algún tiempo que no le veo —respondió, mirando la carcasa de su móvil —. Sólo me extrañó que estuviera aquí. Después de todo, este no es un lugar donde se le llame para trabajar. ¡Y el muy maldito no me responde!

—Tranquila, Katty. Sabes como es él. ¿Desde hace cuánto que no le ves?

—Tres meses. El último día que lo vi, iba camino a la capital a hacer un trabajo. No sabía que ya había regresado a la ciudad.

—Quizás quiso darte una sorpresa.

—¿Y qué hace aquí de todos modos? —preguntó de una vez, sin tanto rodeo—. No creo que haya sido para ayudarle a su tío en la administración del establecimiento. De ser así, no se haría pasar por un alumno.

—Yo lo llamé. Tampoco sabía si estaba en la ciudad, pero al parecer llegó hace dos días.

—¿Usted? —preguntó confundida—. Pero... ¿por qué...?

La doctora le acercó una carpeta con varios documentos. En la primera hoja se encontraba la ficha estudiantil de Andrea. Más confundida que antes, recibió la carpeta y sin demora comenzó a revisarla.

—Esta... es la ficha médica de Andrea. ¿Qué tiene que ver con Lyo?

La mujer le hizo un gesto para que continuara leyendo. La enfermera se acomodó en el asiento, inquieta, mientras leía las anotaciones más importantes de la carpeta. Al cabo de unos minutos miró a la doctora, sorprendida.

—¡No puede ser! Esto... no logro entenderlo —agregó cerrando la carpeta.

—Créeme que quiero ayudar a ese muchacho —prosiguió la mujer—. Por eso, por una vez en mi vida, dejaré mi escepticismo de lado. Necesito una segunda opinión... no médica.

—Comprendo. Igual... es una situación complicada. ¿Lyo ya leyó esto?

—No aún. Le expliqué algunas cosas hoy en la mañana. No profundicé mucho.

—Y de seguro se fue a investigar por su cuenta.

—¿Tú que crees? Lo conoces más que yo, Katty.

—Puede ser —sonrío.

La psicóloga dio un leve suspiro, mientras se sentaba al frente de la joven, en el asiento contiguo.

—Por favor, Katherine. Lo que leíste allí, no se lo digas a nadie —advirtió.

—Por supuesto. No es algo que se salga de mi boca con facilidad.

Dejó la carpeta sobre la mesa y miró de nuevo su móvil, pensando si sería o no oportuno llamarle otra vez.

En tanto, Lyo, seguía charlando animoso con su nuevo amigo, sin prestarle atención a su celular.

—Es genial hablar con alguien mayor de dieciocho —comentó Kay, luego de un sorbo de gaseosa.

—Me imagino —sonrió el otro—. Con esos niños de compañeros no debe haber mucho tema de plática.

Y señaló hacia el grupo vecino, quienes estaban metidos en unas revistas de alto calibre, que Felipe había conseguido por Internet.

—Es la edad —prosiguió el joven.

—Como si tú no pasaste por esa etapa —bromeó acomodándose los lentes—. Y más encima, encerrados aquí con puros hombres... los pobres deben estar necesitados.

—¡Hey! Fui adolescente, pero yo me entretenía cortejando compañeras que viendo revistitas.

Andrea, que hasta ese momento estaba absorto de la conversación puso especial atención a esas palabras.

—A eso voy, Kay. Tú tenías con quien compartir; chicas que coquetear. Pero ellos... ¡Sólo míralos! ¿Qué pueden hacer entre tanto hombre junto?

—Por eso hablan de aquello todo el día. Si no, fútbol.

—Pero hay tipos que son adultos y siguen hablando de lo mismo —interrumpió de pronto, Andrea—. Así que yo creo que eso es relativo.

Kay volteó a mirarlo.

—¡Hasta que hablaste! Pensé que te habías quedado mudo ¿Por qué no te acercas?

—¿Para que? Si soy menor de edad.

Lyo lanzó una mueca divertida ante esas palabras.

—Mira como tu amigo se sintió ofendido —agregó risueño.

—No seas tonto Andrea. Tú no eres como esos idiotas de mis compañeros. Ven, no seas autista.

El muchacho miró hacia otro lado, enfurruñado. Autista no era una palabra que le agradara mucho.

 —Andrea, ven —rogó con calidez.

—Está bien, pero déjame terminar la bebida.

Alzó la mano para coger la lata que había dejado en el piso, unos segundos atrás, quedando inmovilizado. Notó que una mariposa se había posado sobre esta, atraída -tal vez- por lo dulce del brebaje. La miró por breves segundos antes de brincar hacia atrás, tirando la lata al suelo, como quien hubiese visto un insecto repugnante. Kay y los demás le miraron atónitos.

—¿Qué sucede? —preguntó su amigo.

—Una... allí, en la lata... hay una... —. Balbuceó, pálido y algo tembloroso.

Kay miró hacia la lata que se encontraba sobre la tierra, con ese hermoso insecto de alas naranjas y bordes castaños, merodeando su contorno. Miró a su amigo y suavemente le preguntó: 

—¿Una... mariposa? ¿Le tienes miedo a eso?

Los jóvenes, que hasta ese momento se encontraban bromeando con las revistas, se distrajeron gracias al salto de Andrea. No tardaron en lanzar bromas pesadas y leves insultos indirectos, aprovechando la oportunidad y su poco aprecio por el muchacho. El único que no se sumó al chiste fue Miguel, que intentó callarles a regaño. Hasta Kay se reía, sin ninguna maldad. Pero Andrea ya se había visto afectado. Tan acostumbrado estaba a las críticas y a las señales malintencionadas, que era lógico su pesar (por mucho que no fuera tan grave). Agachó la cabeza y se abrazó a sí mismo, en gesto de autodefensa. La mariposa movía sus alitas cerca de sus pies.

Lyo sintió la primera señal de lo que se avecinaba, y que serviría de referencia para sus futuras conjeturas. De momento, era un débil rastro para su investigación.

—No puedo creer que le tengas miedo a ese insecto tan inofensivo —decía Kay, con un inocente tono de risa—. Es una simple mariposa. No es para tanto.

Andrea se había acurrucado entre las raíces del árbol en busca de un resguardo a su vergüenza. Que su amigo no se percatara de ello, le dolía. Lyo fue el único que se le acercó, preguntándole por su estado.

—Estás temblando. ¿Sufres de papiliofobia?

No hubo respuesta. Observándolo detenidamente, notó que algo extraño emanaba del muchacho, como una tela luminosa que le envolvía por entero y que no era fácil de ver.

—Energía —murmuró y al instante volteó hacia dónde se encontraba Kay—. ¡Kay! ¡Esto es serio!

Al escucharle, dejó de reírse con sus amigos y se acercó con rapidez. Al acto se arrodillo a su lado.

—¿Qué te pasa, Andrea? ¿Te sientes mal?

—Al parecer, le tiene fobia a las mariposas —añadió, Lyo.

—¿Fobia? —. Y en ese instante comprendió lo complicado del asunto.

—¡Déjalo! —gritó Rodrigo—. ¡No ves que el maricón se asustó por una mariposa!—. Y luego, tirando una lata vacía al joven, prosiguió: — ¡No pensamos que fueras tan mamón Andrea!

—Quizás por eso se cayó de la azotea —. Se sumó Felipe, burlón—. ¡Huyendo de la mariposa asesina!

—¡Cállense idiotas! —rugió Kay, poniéndose en pie—. ¡Déjenlo en paz! ¿Acaso ustedes no saben nada de fobias? ¡Sobre todo tú, Rodrigo, que le temes a las cucarachas!

—Pero... esos bichos son asquerosos. Las mariposas... son mariposas. Son... ¿lindas?

—¡Una fobia es una fobia! ¡No es motivo de burla!

Pero el sermón fue tardío. Andrea ya había huido del lugar, más avergonzado que enfadado, dejando a sus espaldas a un Kay preocupado y a un grupo de idiotas que se aprovechaba de la bochornosa huida para humillarlo sin piedad. Miguel intentó callarlos, mientras Kay iba detrás de él.

—¡Espera! —le detuvo, Lyo—. No te preocupes. Yo voy por él.

—Pero... es mi culpa también.

—Por eso mismo. Si Andrea te ve, se va a retraer más. Déjamelo a mí.

Salió corriendo a penas terminaba la frase, para impedir que el otro le siguiera. Esta era una buena oportunidad para analizar bien la extraña aura que rodeaba al muchacho. Con o sin fobia, era el momento oportuno para demostrarle a la psicóloga que llamarle no fue un error.

Kay al verle lejos, volteó hacia sus compañeros, chasqueando los nudillos.

—Tenemos que hablar.

Lyo le había perdido la pista por unos segundos. El joven era muy rápido y no le podía encontrar. Desde donde estaba, tenía dos posibles caminos: el garaje de escombros o la parte trasera de la cancha deportiva adyacente al gimnasio. Preocupado por la situación y apremiado por el tiempo, decidió recurrir a un último recurso que sólo utilizaba en casos de emergencia. Desde sus ropas extrajo un artesanal medallón de madera, en cuyo centro llevaba una hermosa piedra translúcida, y que empezó a brillar casi de inmediato. Dependiendo en la dirección en la que era expuesta, la piedra aumentaba o disminuía su fulgor como si se tratase de una brújula brillante. Lyo sonrió.

—No fueron ideas mías —se dijo—. Este muchacho tiene una inusual energía espiritual.

Reanudó su búsqueda guiado por el resplandor que emitía su artilugio, llegando finalmente a una bodega. Desde el interior eran perceptibles unas voces, ligeramente similares, y que al parecer discutían entre sí. Con cautela, se acercó para oír mejor.

—¿No lo ves? —decía la voz más suave—. Siempre te pasa lo mismo. Estás hecho para que se burlen de ti.

—Cállate... por favor —, reconoció la voz, que se oía nerviosa.

—Qué patético eres —prosiguió la otra, con desdén—. ¿Asustarte por una mariposa? Estúpido.

—Por favor... ya déjame.

Lyo se acercó otro poco más a la puerta. La luz que emitía la piedra aumentaba.

—Patético y asqueroso —continuaba la voz, con un tono más bajo como si le repudiase—. Si la gente se acerca a ti es por lástima. Eso es lo que das: LAS-TI-MA.

—¡Ya basta!

La puerta se encontraba un poco abierta y esto facilitó a Lyo para que espiara hacia el interior. Sólo divisó a un par de siluetas que se movían de un lado a otro, hasta que una de ellas se agachó, mientras la otra lo rodeaba. Con suavidad, comenzó a abrir la puerta. Necesitaba ser lo más cauteloso posible para no ser descubierto.

—¿Encontraste a Andrea? —. Se escuchó fuertemente la voz de Kay, tras sus espaldas.

Lyo volteó casi de un salto, asustado por la repentina aparición del joven y que arruinó, claramente, su trabajo de espía. Este, sin entender porque le miraban con reproche, notó que la puerta de la bodega se abría lentamente, dejando al descubierto a Andrea, quien se hallaba acurrucado entre las cajas. Al instante, corrió hacia él.

—¡Andrea! —dijo—. ¡Te encontré!

—¡Yo lo encontré! —reclamó el otro, sacándose los lentes para limpiarlos.

Andrea alzó la vista, con recelo.

—¿Viniste a burlarte de mí?

—¿Cómo se te ocurre? —susurró con suavidad, agachándose a su lado.

Kay intentaba convencer a Andrea para que saliera de allí. Lyo, en tanto, comenzaba a inspeccionar el lugar en busca de la segunda voz que había oído, sin resultado. Sólo cajas y utensilios de aseo se encontraban alrededor de Andrea.

«Qué extraño»; pensó. «Primero la puerta se abre sola y ahora no veo a nadie más. No pudo haber huido por otro lado. La única salida es esta».

—¿Qué sucede? —preguntó Kay.

—Nada... no es nada —respondió, guardando sigilosamente el medallón en el bolsillo trasero del pantalón. Luego se acercó—. Bueno, ahora que ya te encontramos me retiro. Mis clases ya debieron empezar. Fue un gusto.

—Gracias —dijo Kay—. ¿Nos veremos mañana?

—Si no hay inconveniente, por supuesto —sonrió—. Aún tenemos mucho de que hablar —, y mirando a Andrea, prosiguió—: Y tú, cuídate mucho.

El joven le miraba con recelo mientras se despedían, y le siguió con la mirada hasta desaparecer en la lejanía. Kay le animaba a que volvieran a clases.

«¿Habrá... oído algo?»; pensó.

Lyo se dirigió directamente hacia la oficina de la psicóloga. En el trayecto iba armando en su mente la extraña escena que había vivido en el patio trasero. No estaba loco. Él claramente escuchó dos voces.

—Estaba solo. Yo sé que estaba sólo —musitaba para sí. Luego sonrío con satisfacción—. Esto va a ser más divertido de lo que pensaba.

 

FIN DEL SEGUNDO CAPÍTULO

 

Notas finales:

¡Hasta el próximo capítulo!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).