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Sugardaddy.com II por Verde Lima

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Había dos cosas que Pietro aborrecía sobre todas las cosas, una era el aroma dulzón y empalagoso del perfume a vainilla del que siempre había abusado su ex mujer; otra era su hermano Luca.


No tenía recuerdos donde hubiera sentido algún tipo de aprecio por su hermano, nació cuando él tenía seis años, y siempre lo detestó.


Con los años solo fue creciendo, y se convirtió en algo mutuo. Era enfermizo, lo sabía, pero sobre los odios y los amores, Pietro nunca había sabido controlarse.

El extremo parecido entre ambos era algo que solo lo acentuaba, y verlo en su casa le hacía querer estrangularlo.

Llevaba días en los que Pietro hacía lo posible por no verle, pero se le empezaban a acabar las excusas, su tiempo en Edimburgo había acabado hacía meses, pero Austin le tenía clavado en aquella isla.

Hacía días que no le veía, pero sabía que Luca estaba allí para vigilarle, el perro de los Lascia, le llamaban entre sus círculos.

Pietro nunca había sentido ningún tipo de aprecio por los cánidos, y ese estaba apestando su reciente hogar, además de hacerle evitar la ubicación de Austin.

Su hermano estaba deseando hincarle el diente, ese venenoso y retorcido que tenía. Siempre había deseado todo lo que había sido de Pietro, y sabía cómo se las gastaba Luca.

Lo mejor era mantener a Austin lejos de su hermano, pero si no podía verle, estar allí comenzaba a perder el interés para Pietro.

Le echó una mala mirada, estaba tirado en uno de los bonitos sofás grises de la casa, esa versión deteriorada de sí mismo repantingado de cualquier modo solo para molestarlo.

—¿Tienes algo más que hacer aquí, niñato?—bonito calificativo que llevaba años usando con su hermano para sacarlo de quicio.

La sonrisa torcida le hacían querer rompérsela.

—Vacaciones, ¿creías qué eras el único que las merecías?

Pietro calló que no hubiera tenido que pasar tanto tiempo allí si su padre hubiera accedido a las nuevas tasas.

Pero no lo dijo porque Luca era los oídos y la mano sucia de su padre.

—¿Cuándo te vas?

—Me voy contigo, Pietro.

Pietro se fue de la casa rentada, le pidió a Paolo que le llevara con Austin, quería verlo, aunque fuera la última vez que estuvieran juntos.

Su tiempo en Edimburgo se acababa, y ese contrato iba a tener que finalizar. La idea de llevarse a Austin a Italia era demasiado tentadora, pero tenía clara cuál sería la respuesta del pelirrojo.

Cuando llamó a la puerta, le molestó que quién abriera fuera ese moreno cachas que ya había retado a Pietro.

Estaba de suficiente mal humor para que ese estúpido inglés las pagara todas juntas. Pero vio al final de la minúscula casa a Austin, nunca lo había visto de ese modo. Parecía perdido, y Pietro que no era de sentirse culpable por nada, sentía que era responsable del estado del joven.

—Solo entrarás si él dice que lo hagas.—El perro guardián del suburbio habló.


La mirada más helada que Pietro sabía poner se la lanzó al tipo, pero la retiró para volver a mirar a Austin, quería tenerlo entre sus brazos, besarlo y acariciarlo, y eso era malo, era malísimo. Tanto para él como para el chico.

Austin asintió y Pietro sonrió de lado, en una sonrisa que hacía tan poco había visto en su propia casa. Paolo le esperaba abajo vigilando que su hermano no apareciera.

—Cucciolo—le dijo a Austin cuando llegó a su altura. Solo hacía días que no le veía, pero le parecía una distancia mucho mayor.

No era el chico más guapo con el que había estado, los pelirrojos tenían algo hermoso e inquietante a la vez. Pero sin duda, Austin tenía algo, y le abrazó cuando llegó hasta él, enterrándolo prácticamente entre sus brazos.

Notaba la mala mirada del otro en su espalda, pero a Pietro comenzaba a darle igual.

—¿Cómo estás?—preguntó a Austin, este le miraba con esos ojos azules casi vacíos, sabía cómo había tirado del hilo, como a él mismo ese tirar le había acabado colocando en una posición con la que tampoco se sentía plenamente cómodo.


Austin, llevaba en los brazos de Sinclair un tiempo que no era capaz de medir.

Y se sentía bien, se sentía malditamente bien. Nunca pensó encontrar el consuelo que tampoco creía necesitar en su compañero, pero las pocas ocasiones en las que dejaba la cama era acompañado por Sinclair, para volver a acabar en sus brazos.

 

Austin no era así, pero su vida ya no era como él la había vivido, el personaje se lo estaba comiendo. Por el rostro de Sinclair y sus silencios, sabía que no había obtenido el permiso de sus superiores para dejarlo.

Si Austin fuera el Austin que había sido, hubiera ido él mismo a insultar a su jefe que le tenía jugando a las putas mientras seguía habiendo un asesino suelto en la ciudad.

Cada día tenía más claro que Pietro Lascia no era ese asesino, pero sí que terminaría acabando con Austin sin este no se alejaba.

Pero necesitaba ese tiempo de debilidad, de esconderse debajo de las mantas y del calor de los brazos de Sinclair.

Tenía tanto sueño, y en sus brazos encontraba calma y sueños sin pesadillas.

También encontraba otras cosas, cosas sobre las que no hablaban, cosas que no iban a ser dichas, y que Austin no las necesitaba.

Pero los ojos oscuros de Sinclair recorriendo todo su rostro para acabar siempre en sus labios. Aquel era un lugar en donde su antiguo Austin no hubiera entrado, las relaciones entre compañeros estaban prohibidas, y él entendía el porqué.

Ellos, tan lejanos en el pasado, habían encontrado un hueco, en esa cama, en esa casucha. Un espacio donde las cosas se intensificaban, donde nada era real, y después. Después estaría la vida real, los intereses, cuando tu corazón se anteponía a tu misión, las cosas podrían salir mal.

Austin lo sabía, y cuando le veía mirarle de ese modo, solo se cobijaba contra su pecho, contra su cuello, escondiéndose. No queriendo asumir lo que ambos sabían que podría acabar ocurriendo.

Y estaba por suceder, estaban a oscuras, abrazados, con Austin respirándole contra el cuello, con las manos de Sinclair acariciando su espalda y apretándolo más contra él. Austin notaba la excitación de su compañero, escuchaba los fuertes latidos corazón, o quizás fueran solo fueran los suyos atronándole los oídos.

La vida de Austin se había vuelto toda equivocada, una parte de él le decía que se apartara que no entrara allí, que ya era suficiente para su mente, para su cuerpo. Que ese consuelo era tan irreal como todo desde que comenzó con esa misión.

Pero era cálido, era lo más real que tenía, lo necesitaba, lo quería, sus labios besaron el cuello de Sinclair. De un modo suave, solo una caricia. La barba de días le arañó los labios, y le gustó. Las manos de Sinclair le apretaron con más fuerzas, apretándolo más contra él, y Austin sintió la excitación de su compañero contra su vientre, la suya propia le cosquilleaba la entrepierna.

Las grandes manos de Sinclair acunaron sus nalgas, y Austin gimió contra su cuello, para acabar lamiendo su nuez, y que Sinclair le colocara a horcajadas sobre él en la maltrecha cama.

La oscuridad provocada por el cierre de todas las ventanas le dejaba solo verlo en penumbras, pero el brillo de sus ojos era claro. Le apretaba y Austin comenzó a mecerse sobre su entrepierna, ya no era el único en gemir en aquella habitación.

Una parte de Austin le decía que acabara con eso, que no era lo que en realidad quería, aunque su cuerpo demostrara otra cosa.

Sinclair le tomó de la nuca para besarle, para que Austin dejara de pensar, y pasó, dejó de hacerlo, solo para sentir cada caricia, cada latido, cada zona que tocaba y ardía.

Y un pensamiento le frenó, ¿qué más daba? Qué más daba que fuera Sinclair, Lascia o Ivannov, ¿qué más daba todo?

Fue cuando el timbre de la casa sonó, una, dos y tres veces.


Sinclair salió de la habitación, y Austin sintió frío donde le había estado tocando, donde sus cuerpos se refregaban.

Escuchó su voz antes de verle, y sin darse cuenta estaba entre los brazos de Lascia y no en los de Sinclair, era a sus ojos azules de acero a los que miraba, era su acento sensual el que escuchaba, y era la preocupación de un hombre que le había dejado claro que para él Austin solo era algo de usar y tirar.

Miró a Sinclair, y se alegró, se alegró de que Lascia los interrumpiera, pero el odio y la preocupación en el rostro de su compañero eran casi como un puñal en Austin.

Lascia cerró la puerta de la habitación que había sido testigo de lo que había estado a punto de pasar, prendió las luces, y era del todo deprimente. Austin quería salir de allí, salir de todo.

—Tengo que irme—le dijo Lascia—. Si me quedo aquí, todo será mucho más complicado para ti.


Si Austin tenía que comparar aquello, lo haría con una droga, era su olor, era su tacto, era completamente absurdo.

Y sin embargo se sentía mucho más correcto que los brazos de Sinclair, que los besos de Sinclair.

 

Tom vio como la puerta se cerró tras Lascia, si una mandíbula se pudiera romper por apretarla era la suya en esos momentos.

Era ridículo lo que estaba sintiendo por Austin, Tom tenía claro que no era gay, no tanto por un fuerte sentimiento de homofobia, sino porque de quererlo haber sido, lo hubiera sido. Solo que a él no le atraían las pollas.

Era un hecho, pero Austin.

Debía ser algo diferente, ¿sería como uno de esos modernos que decían enamorarse de la persona y no del género?

¿En qué momento la palabra amor había aparecido? Lo que sentía por Austin era deseo, pero su conciencia le estaba haciendo pedorretas mentales.

Y ahora estaba de nuevo con Lascia, encerrado en una habitación en la que se habían besado, se habían tocado, y había compartido demasiados momentos únicos para Tom.

Estaba celoso, estaba molesto, y estaba preocupado. Más allá de que Lascia le hubiera cortado el polvo, había visto el rostro de Austin.

No entendía qué tenía ese tipo, le había tratado como un puñetero objeto sexual, y ahora llegaba allí abriendo sus brazos, y encerrándolo en su cuerpo. Le besaba y Austin parecía mejor que con él mismo.

Quizás, siendo justos, ninguno era mejor que el otro para el joven. No es que Tom creyera que Lascia fuera el asesino, había estudiado demasiado a ese tipo. Un arrogante, pedante y caprichoso hijo de puta, sí. ¿Un asesino? Lo dudaba y se lo había dicho a sus superiores.

Pero eso no quitaba para que los chicos muertos hubieran pasado previamente por la cama de Lascia. Y eso olía mal.

Tom no había terminado de cerrar la puerta de la calle, pensando si quedarse allí como eterno escuchante o retirarse. Todo le decía que se fuera, pero otra parte…

Ninguna ganó, porque la puerta se abrió para dar paso a tres parejas de policías. Entraron pistolas alzadas y haciendo atrás a Tom reteniéndolo para que permaneciera callado.

Solo vio como iban hasta la habitación con la puerta cerrada, y la abrían de vuelta apuntando a Lascia.

—Pietro Lascia, queda detenido por el asesinato de Duncan Campbell.

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Sinclair, te quedaste con las ganas de hincarle el diente al pelirrojo.

¿Es Lascia  el asesino?

 

Besitos

Sara




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