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Sugardaddy.com II por Verde Lima

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Austin miraba el horizonte, el recuerdo de muchos años atrás cuando había estado allí con su madre era muy real.

 

El lago le aportaba una tranquilidad que había perdido en todos esos meses infiltrado, y quizás siendo sinceros, desde hacía bastante más tiempo.

 

Ella ya no estaba, y la echaba muchísimo de menos, pero la sentía en cada recuerdo, en cada pensamiento de qué hubiera dicho ella en tal o cual situación.

 

Ella lo había mirado con un profundo cariño cuando él había preguntado por el mítico y legendario monstruo del lago Ness.

 

—Los monstruos no están debajo del agua.—Había dicho ella críptica.

 

Y era cierto, él lo había comprobado, los monstruos eran ellos, unos más que otros.

 

No sabía que había decidido ir hasta allí hasta que se vio comprando un billete de tren a Inverness. Llevaba días alojado en una pequeña pensión bastante vacía por esas fechas.

 

Mejor, necesitaba estar solo. Ser el Austin que él siempre había sido. ¿Qué mejor lugar que el que le conectaba con su mejor versión?

 

 

Pero aquello no era cierto, no era otro Austin, siempre había sido él, todas sus caras incluso las que no conocía de sí mismo eran él.

Y él había hecho todo eso porque lo había deseado, lo había deseado de verdad.

 

Había deseado a Lascia como a nadie en su vida, le había gustado ser esa versión de sí mismo sumiso y mimoso, esa otra que le demandaba lugar al rubio. 

 

Le gustaba, maldito fuera, le gustaba. Y ya lo sabía en Edimburgo. Le gustaba un tipo que pagaba por él, que exigía sin dar nada a cambio y era su modo de relacionarse. Le gustaba un sospechoso que había sido arrestado. Austin pondría la mano en el fuego al decir que él no era el asesino de todos esos chicos, pero tampoco era una paloma blanca sin mancha. Apestaba a cosas turbias, apestaba tanto que le repelía, y sin embargo le gustaba.

 

¿Qué hubiera dicho su madre de todo eso? Le hubiera encantado tenerla allí con él, estar agarrado de su mano mirando al lago. Que le mirara con esos ojos suyos que él había heredado y le diera una de esas frases sabias de madre.

 

—¿Austin?—Pero aquella no era la voz de su madre, ni siquiera en sus recuerdos. 

 

Se giró para mirarle, Lascia estaba allí, en el lugar de su recuerdo, y libre.

 

Su rostro siempre había sido apuesto, demasiado apuesto. Pero ahora además estaba fruncido en claro enfado.

 

—Te han soltado—saludó dándole la espalda al lago.

 

—Los dos sabemos que yo nunca hice nada de lo que me acusaban.

 

Austin asintió, había estado pensando en él, pero en realidad no quería volver a verlo nunca más. Le gustaba, le había gustado, pero no lo quería en su vida, no con la versión de Austin que quería ser, que solía ser. 

 

—Vamos a algún lugar, hace demasiado frío.

 

—No—sonrió Austin, le gustó decirle que no. 

 

El italiano se arrebujó en su abrigo, pero no era lo suficiente grueso para aquel lugar y aquellas temperaturas.

 

Austin se giró para mirar de nuevo al lago, la luz de la mañana era hermosa. Y sintió como Lascia caminaba hasta él.

 

Su cercanía era demasiado familiar, sonrió negándose a sí mismo.

 

—Me engañaste—dijo el rubio a su lado, Austin alzó levemente la cabeza para mirarle.

 

—Me usaste—contestó Austin.

 

Los ojos azules cristalinos de Lascia eran una de sus partes favoritas, ¿como algo tan hermoso puede ser también tan frío?

 

Pero la sonrisa en las comisuras de ellos le restaban su antigua frialdad.

 

Ambos miraron al frente, a las impresionantes vistas del lago del que no veían el final. Para Austin era un lugar del que nunca se cansaría, y parecía que Lascia también estaba apreciándolo.

 

 

—Te echo de menos.—Escuchó Austin a su lado al cabo de un rato.

 

Aquella confesión acarició demasiado a Austin. En el fondo esperaba un poco más de confrontación. Lascia podía ser muchas cosas pero no era estúpido, y sabía que aquello no les llevaría a nada. 

 

Salvo que Austin no contestó, pero permitió que Lascia se le acercara un poco más hasta casi sentirlo contra su hombro.

 

—Me voy en unos día de aquí, y quiero que vengas conmigo.

 

—Ya no soy un puto, o un sugarbaby como tú prefieres llamarlo.

 

—Lo sé.—Lascia se colocó delante de él, le tapaba las vistas—Aquí no estás seguro, el asesino, el de verdad, va a ir a por ti estoy seguro.

 

—Casi espero que lo haga—confesó, lo había estado pensando. Si él mismo se exponía como víctima fácil el asesino iría a por él, entonces le atraparía.

 

—No lo hagas por favor, no parece alguien estúpido si aún no le han atrapado y me ha señalado a mí con pruebas falsas.

 

—Sabes que no me voy a ir contigo.

 

—Deberías.

 

—¿Por qué? ¿Por qué te importa?

 

Aquel fue el momento de Lascia para esquivarle la mirada, pero Austin le acarició el rostro para luego tomarlo con firmeza.

 

—Tú sabes porqué—dijo calmo Lascia.

 

—No, no lo sé.

 

Lascia le besó y Austin le devolvió el beso, ¿para qué iba a negarse que lo había estado deseando? Que solo pensaba en él. Que ambos habían cruzado la línea, cada uno la que se había marcado personalmente. 

 

 

—Austin—gimió Lascia contra sus labios, lo había abrazado mientras se besaban, y ahora lo tenía bien sujeto. No debería sentirse tan bien. 

 

Pero Austin ahora no tenía que jugar a nada, no tenía que fingir ni siquiera ante sí mismo, y lo devoró. Dominó un beso demandante que hizo que le italiano se incrustara contra él clavando su erección cada vez más dura y evidente.

 

El eterno Paolo estaba esperando en un coche cuando ambos se encaminaron hacia el pueblo, la idea de tomar un autobús frente a la rapidez de un coche particular se esfumó. Subió al coche generando un pequeño pensamiento sobre si aquello podría ser una encerrona, pero se dijo que correría con el riesgo. Era más pequeño pero tenía su propio entrenamiento y confiaba en él. Y extrañamente confiaba en Lascia.

 

Este no pegaba nada en la habitación de la pensión modesta que había alquilado él, pero le negó la opción de pagar otra mejor en otro lugar. Lo calló a besos, lo tiró sobre la cama, y se montó encima.

 

—No vas a darme más órdenes, por mucho que me gusten y me salgan tan bien cumplirlas—le amenazó Austin, aunque era una amenaza con poca peligrosidad.

 

Lascia era más grande que él, pero Austin sabía usar mejor su cuerpo y le demostró que podía usarlo a su favor. El rubio se lo comía con esos ojos suyos, tan fríos y tan calientes ahora. Austin con las manos como grilletes se las alzó por encima de la cabeza. Y sonreía condenadamente atractivo.

 

 

—Creo que me va a gustar aún más esta versión tuya—dijo con ese acento suyo tan musical.

 

Lo sentía duro contra él y se frotó igualmente duro. 

 

El sexo que tuvieron fue brusco, quizás. Fue bueno, muchísmo. Y fue por primera vez sin máscaras. 

 

Por primera vez Austin le llamó por su nombre, por su nombre sintiéndolo. Gimiéndolo con cada embestida que Pietro le prodigaba aún debajo de su cuerpo. Con cada caricia que parecía arañar. Lo dijo cuando se corrió mirándole y sabiendo cuanto le gustaba y lo lejos que iban a acabar el uno del otro.

 

—Mañana vuelvo a Edimburgo, y al cuerpo de policía. Voy a atrapar a ese cabrón.

 

Pietro lo miraba desnudo en la cama, tomó el teléfono móvil y realizó una llamada en italiano.

 

Si era la última vez que estarían juntos, Austin iba a darse todo los lujos que quisiera con él. Y se recostó sobre su pecho, porque quería, porque le gustaba. Porque se sentía bien y menos solo.

 

Lo que Austin no sabía era que Pietro había cancelado su vuelo, y sus negocios en Italia, lo que Austin no sabía era lo que Pietro era capaz de ofrecer cuando se enamoraba de alguien, y ese siempre era su problema. Que o no daba nada o lo daba todo y cuando lo daba todo, era todo.

 

Agarró una de las finas pero fuertes de piernas de Austin y la acarició haciendo que de nuevo le envolviera con ella 

 

—Esta habitación es un asco, pero me gusta la cama—sonrió llevando sus dedos hasta el dilatado ano de Austin. Allí donde había empujado como si no hubiera nada más en el mundo. El pelirrojo se dejaba acariciar, había tenido la duda de cuánto había sido de verdad y cuanto del personaje para el papel. 

 

Y lo era todo y era más, debería irse y olvidarse del maldito policía, lo sabía, pero no lo haría. Introdujo sus dedos con facilidad y su lengua en su boca de nuevo. 

 

En serio que aquella habitación era un asco total, pero no pensaba salir de ella por muchas más horas.

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

¡¡Reencuentro!!

 

Lo sé, el team Sinclair me mira con malos ojos. 

 

Vamos acercándonos poco a poco al final. 

 

¿10 capítulos más?

 

Besos

 

Sara

 

 


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