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Sugardaddy.com II por Verde Lima

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—Tengo que irme, la grúa seguro que ya está allí—dijo Austin mientras Pietro no paraba de besarle, no es que el reencuentro no le hubiera gustado. Le había gustado, le había gustado mucho.


Había hecho ese viaje expresamente para reencontrarse con Pietro, y el paisaje era sencillamente impresionante, aquellas llanuras de la Toscana eran tan diferentes a los riscos escarpados de Escocia, tan suaves, tan cálidos. Pero eso de conducir en el sentido contrario le había acabado por jugar una mala pasada y había estrellado su coche de alquiler cruzándose de carril.

Una entrada demasiado accidentada, pero al menos había llegado de una pieza.

—Que se lleven el maldito coche, no pienso dejarte salir de aquí por una semana—le dijo Pietro frotando su erección sobre su pequeño culo huidizo.

—Tengo que volver de algún modo, he dejado en el apartamento que he alquilado a Eugene.

Pietro se quedó de piedra.

—¿Quién demonios es Eugene?—dijo visiblemente celoso.

—Mi gato, no voy a ningún lado sin él, le debo la vida—dijo sabiendo cuánta verdad había en ello.

Había vuelto un par de días después al piso franco y lo había encontrado allí, amo y señor de la casa y maullando contento al verlo.

Eugene le había acompañado todo ese tiempo, y fue una mañana cuando le vio llevarse su teléfono móvil en la boca cuando entendió cómo había hecho Roger para modificarle los contactos y evitar que Sinclair le ayudara.

Ese gato valía todas las latas de comida Gourmet que le compraba.

—Le diré a Paolo que vaya a por él y lo traiga, he esperado mucho tiempo—se quejó agarrando a Austin de nuevo contra su cuerpo buscando su boca.

Austin había pensado mucho en él, en su vida, en qué le hacía sentir. Y no negaría que muchas veces había pensado en no volver a verle, en que su vida tomara otro rumbo. Pero de nuevo caía en su recuerdo, en la parte que le gustaba, que le gustaba mucho.

—No, así no, Pietro.—Se mantuvo firme, con el rubio había que ser muy firme, ya lo había aprendido.

Sus ojos tan claros, su rostro tan atractivo se contrajo en una mueca de disgusto.

—Está bien, te llevaré yo mismo—zanjó el tema.

Y Austin sonrió aceptando la propuesta y ambos salieron de la impresionante casa de los Lascia que dominaba todo el terreno.

—¿Es aquí donde vives?—preguntó Austin mientras subía al coche de Pietro y le veía tomar el volante al otro lado, dudaba que alguna vez se acostumbrara a eso.

—Lo evito lo máximo posible, demasiados dramas, pero vengo todos los días a trabajar y los domingos a comer, y sí, tengo un apartamento ahí dentro—relató, cuando uno trabaja con la familia, necesita un lugar distinto aunque solo fuera por unas horas.

Como había imaginado la grúa había llegado, y pensó que pararían, pero Pietro siguió de largo, y Austin se quejó.

—Ese era mi coche.

—Lo sé.

—Date la vuelta—le ordenó.

—El seguro se encargará—aseguró Pietro tratando de besarle.

—Pero yo tengo que ir a la compañía, tengo que una fianza, tengo que…

—Olvídate del coche, estás aquí, haré que alguien se ocupe del maldito coche.—Volvió a mirar a la carretera para medio consuelo de Austin.

Siempre tan autoritario, los meses habían hecho que solo recordara las sensaciones, lo que Pietro le hacía sentir, sus últimas palabras, verle junto a su cama en el hospital.

Pero este también era Pietro Lascia, mucho más que el tipo de sus recuerdos, autoritario, arrogante y caprichoso.

Y Austin rio, porque a pesar de todo, estaba allí por él, y se dejó llevar.

El apartamento era tan solo un estudio con vistas a una bonita plaza, pero supo que era allí donde quería pasar todos sus días, al menos en un futuro próximo. Sus ahorros se estaban diluyendo entres sus manos a un ritmo demencial. Tenía que buscar un trabajo, ya.

Cuando abrió la puerta, Eugene lo estaba esperando, y si un gato podía echar una mala mirada, aquella fue la de Eugene a Pietro.

Debía reconocer que el desencanto era mutuo, pero llegó contento hasta Austin y se frotó contra sus piernas.

—Él es Eugene, y no, ni se te ocurra.

Pietro miró mal al gato, no le gustaban nada los animales, y ese gato en concreto menos, demasiado apegado a su pelirrojo. Pero hasta aquellos celos eran demasiado absurdos para él.

Agarró a Austin, sin evitar darle un suave empujón con el talón al gato, vio una mancha negra salir corriendo, excelente, excelente.

Y esta vez, Austin no se escabulló lo más mínimo. Por fin, por fin estaban juntos. Y no iba a soltarlo.

Pietro podría ser muchas cosas, pero era un gran conocedor de sí mismo, y sabía que lo que sentía por Austin no era una mera atracción sexual, e iba a hacer todo lo posible para que el pelirrojo quisiera pasar su vida con él, aunque tuviera que convivir con un maldito gato, o rebajar un poco su personalidad.

Salvo que no iba a ser ese día, ese día iba a dar rienda suelta a todo lo que llevaba acumulando durante diez meses. Y la acumulación rebotó muchas veces contra ese culo pequeño que se gastaba el pelirrojo.

Pietro manejó su cuerpo a su antojo, delgado, flexible y con tantas pecas que eran su propia constelación. El sonido húmedo del lubricante, los golpes de sus pelotas contra la piel, y los jadeos implorantes de Austin eran música para sus oídos, una que se iba a encargar de escuchar a diario.

—Más alto—le exigió Pietro que gimiera, mientras Austin le arañaba la piel.

—Más fuerte—le exigió el pelirrojo, y Pietro supo que Austin no iba a andar correctamente durante un par de días, días en los que él se iba a encargar de todo.

Un chorro blanco alcanzó el rostro de Austin casi doblado sobre sí mismo, con Pietro encaramado a su culo, Pietro le lamió el rostro mientras sentía como se corría dentro de Austin. Dentro del maldito condón que le había obligado a usar.

La respiración de ambos era tan agitada como si hubieran corrido una maratón, y eso que solo acababan de comenzar.

—Es la última vez que uso esto—dijo Pietro molesto quitándose el preservativo.

—Cállate, y ven aquí—le ordenó Austin, maldito encantador de serpientes.

Porque Pietro fue, y Austin se acurrucó contra su pecho, y Pietro supo que ya le tenía completamente, total e irremediablemente a su merced.

Tomó unas sábanas blancas, y los tapó, no sin antes tener que retirar de sus labios unos pelos negros de origen gatuno.

Daba igual, ahora daba todo igual mientras le tuviera entre sus brazos.


Austin enterró su rostro contra el pecho de Pietro, había sido tal y como él lo recordaba, intenso, intensísimo, todo él lo era. Y suspiró relajado, por una parte había temido que su reencuentro hubiera sido algo destemplado, el modo en el que se habían conocido, el caso, todo podía desvirtuar los sentimientos llegados el caso.

Pero él lo sentía todo, como si tuviera entre sus brazos a un depredador, un león a punto de devorarlo, pero que se amansaba bajo su mano. Y su mano recorrió el pecho duro y trabajado, bajó hasta unas caderas duras, acariciando sus huesos, hasta llegar a ese punto caliente, blando y relajado. Tomó el pene de Pietro y comenzó a acariciarlo, no estaba allí solo por el sexo, pero no iba a privarse de él, no volvería a hacerlo.

Y quería descubrir si de esas llamas podía nacer algo más, una parte de él le decía que sí, otra que Pietro se lo podría comer vivo. Pero de momento, quien iba a comérselo iba a ser Austin, que culebreó hasta abajo para comenzar a lamer una erección cada vez más dura.

No, la intensidad no había muerto, cuando una simple mamada se convirtió en mucho más, cuando su cuerpo fue reclamado como si de nuevo fuera un tesoro.

Cuando una y otra vez, sus bocas se buscaban desesperadas, como sus brazos necesitaban estar en unión, pegados cuando sus cuerpos necesitaban descansar.

Austin no podía andar sin sentirle aún dentro de su cuerpo, pero la sensación no le resultaba del todo desagradable.

Pietro se marchó a la mañana siguiente, y Austin se daba cuenta de que fuera de lo que conocía de él, ahora conocería al verdadero Pietro, trabajador, y con unos fuertes lazos familiares.

En toda aquella ecuación ¿dónde entraba él?

Y se maravilló como Pietro le puso en el centro de todo, era más de lo que él hubiera esperado.  Hacía años que había perdido sus lazos familiares, y la bulliciosa y peculiar familia Lascia era a veces demasiado. Pero Pietro siempre estaba allí, a su lado.

Aceptó su ayuda para mantener aquel apartamento, porque Pietro no salió de él ningún día, no había opciones, le había dejado claro que si aquel era el lugar donde quería vivir, tendría que ser con él.

Tan excesivo, tan malditamente intenso. ¿Hubiera aceptado ese comportamiento de alguien que no fuera Pietro Lascia?

Lo dudaba, lo dudaba completamente.


Encontró un trabajo como profesor de inglés, aunque para él el italiano aún era todo un reto.

No, no era la vida que él había imaginado, ni sus ideales de justicia, pero era la mejor vida que había vivido nunca, y se convirtió en el favorito de todos, sobre todo de Giacomo, cuando asumió el papel mediador entre Pietro y Luca.

La pequeña Julia nació, y su pelo de un rojo fuego, idéntico al de su madre, y al de su nuevo tío Austin, le hizo sentirse un poco más en casa, un poco más de todos.


Y esa noche, Pietro le mostró como un espíritu latino festejaba la vida y la muerte, con una pasión desbordante.

La plaza estaba iluminada, eran las fiestas locales, la gente reía, bebía y bailaba, y podía afirmar que ya no se sentía un mero extranjero, un turista de largo tiempo, Pietro le abrazó por la espalda.

—¿Quieres bajar?—le preguntó, tan fuertemente abrazado que era el mejor lugar del mundo.

—No, quiero quedarme aquí—dijo—. Quiero quedarme aquí para siempre.

Pietro lo miró, sin entender primero bien de qué hablaba, pero por el brillo de su mirada supo a qué se refería, el tiempo siempre le angustiaba, no le había podido decir nunca si aquello era una visita larga, si aquel era su plan, si se iba a quedar.

Pero iba a hacerlo, Austin iba a quedarse allí, le tomó el rostro, besó sus labios, no necesitaban grandes gestos, en ese momento no supo qué decir, o solo había una cosa que pudiera decir.

—Ti amo—dijo Austin, sorprendido a Pietro, porque nunca hablaban en italiano, y porque era la primera vez que el pelirrojo se lo decía.


—Ti amo—le respondió Pietro tan suave, tan emocionado, que esta vez fue Austin quien le abrazó, quien le sostuvo.

 



FIN

Notas finales:

Pues acabamos con esta historia, en mi mente siempre estuvo que estos dos acabaran juntos, lo siento por los que eran más team Sinclair.

 

Cuando escribí la primera parte de esta serie, nunca pensé que fuera a ir más allá, que quedaría en esa sola historia, pero mi mente siempre necesita un poco más.

Ya estoy escribiendo la tercera parte, y le planteó algunos extras posteriores.

Solo espero que os haya gustado, y que me sigais acompañando.

 

Muchas gracias por llegar hasta aquí.

Nos vemos en otras historias.

Besos.

Sara

 

 




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