A veces, sólo a veces, Ojiro se pregunta por qué intenta seguir resistiéndose. Desde su primer encuentro con Shinsou quedó claro que nadie, o casi nadie si contamos a Midoriya, puede oponerse a él, su quirk lo hace casi imposible.
Y quizás esa es la parte que más le molesta, Shinsou ni siquiera tiene que usar su quirk para tenerlo a sus pies.
Al principio lo evitaba como la peste, abrumado por el recuerdo de no ser él mismo y no tener voluntad. Es aterrador y aunque sabe que el chico no lo usaría en su contra sino es necesario, no puede evitar la aprensión.
Quizás eso fue lo que lo hizo tan llamativo para Shinsou, cuando generalmente no llama demasiado la atención de nadie. El básicamente correr e él, intentar no estar a solas por ningún motivo, evitando hasta la mirada.
Fue como jugar al gato y el ratón, donde esa obvio que Ojiro era el ratón.
Eso no explica, sin embargo, cómo terminaron así, en un aula vacía, con el sonido de sus gemidos como ecos interminables de fondo.
No es la primera vez y por mucho que se diga que será la última, sabe que se está mintiendo a sí mismo.
Podría culpar al poder de Shinsou, sería lo más fácil, pero nunca hablan, no a menos que haya gente alrededor y todo lo que pasa entre ellos se basa en puras miradas, gestos, tacto.
El tacto caliente de sus manos recorriendo el cuerpo contrario, explorando. El roce de sus carnes, la humedad de sus miembros restregándose contra el otro. Los besos ardientes, furiosos que dejan los labios rojos, casi amoratados, del uso tan rudo que le dan.
—Ojiro —gime Shinsou en su oído, tentándole, mordiendo la carne sensible.
Y se muere por contestar, susurrar su nombre, sentir cómo vibra en su piel, paladearlo en su lengua.
Pero ahoga hasta los gemidos, cada vez, aguantando mientras mueve furiosamente su mano que sostiene ambas erecciones.
Siempre se corran a la par, Shinsou se deshace en sus brazos cayendo laxo mientras disfruta de lo última de su orgasmo y recupera la habilidad de hablar.
Luego se separarán, Shinsou ya rendida a que no le hará hablar y se alejará agitando una mano, con la mirada abatida intentando mantener su máscara de frialdad.
A Ojiro le duele ver eso, pero no hace nada por detenerlo. En ese momento en vez de preguntarse si al fin será la última vez, se preguntará cuándo será próxima. Cuánta desazón tendrá que soportar hasta que se pueda liberar.
—Shinsou… —susurra sin poder evitarlo, su mente negándose a que esa ocasión sea igual a todas las anteriores.
Sus miedos se esfuman porque sigue siendo él, lo que no es exactamente una sorpresa, y Shinsou sigue junto a él, aferrado mucho más a su cuerpo, su rostro enterrado en el cuello de Ojiro.
—Otra vez —murmura dejando caer su cálido aliento en el cuello de Ojiro—. Dilo otra vez, por favor.
—Shinsou —susurra, no porque alguien se lo ordene, sino porque le nace del alma decirle una y otra vez, como un cántico que alivia su corazón.
Ambos se corren con un jadeo simultáneo, abrazados tan fuerte que parecen un solo ser. Ojiro tiene miedo de empezar a menear la cola como si fuera un perro de tan feliz que se siente.
Logra detener el impulso y se concentra en seguir abrazado al cuerpo cálido de Shinsou, el cual se restriega como gatito por su pecho, demasiado contento.
Si alguien le hubiera dicho que algo tan simple lo haría tan feliz, no habría vivido con tanto miedo.
Se quedan abrazados por lo que parecen horas, el sol ocultándose en la lejanía, ellos consientes que deben regresar a sus dormitorios, pero no muy por la labor de hacerlo. No hablan más, de momento no consideran que haya nada que decir. Ojiro cree que más adelante, en otro encuentro, puedan comenzar a hablar antes de besarse. O pueden hablar después de besarse, o hablar mientras se besan. Pero hablar, al fin.