Scorpius estaba impaciente, hacía tres meses que Albus se había ido a Belfast, y él estaba tan ocupado en San Mungo que casi no habían podido verse.
Pero Albus volvía esa noche y se quedaría una semana, aunque tuviera que compartirlo con los Potter, Scorpius estaba muy feliz.
En algún punto, entre besarse, dormir juntos, y descubrir que no eran solo compatibles en el resto de sus vidas, sino también en el pequeño espacio entre sus cuerpos, todo había sido lo que Scorpius había soñado siempre.
Él y Albus juntos, juntos como algo más que amigos. Aunque nunca le pusieron nombre, porque ninguno lo necesitó. Nadie se sorprendió al verlos más juntos que nunca. Era una obviedad que ellos dos acabarían juntos, que hasta su padre le dijo que era el más lento de los Malfoy.
Les había hecho bordar ya sus nombres en un tapiz familiar de los Malfoy dando por hecho que formalizarían su relación a no mucho tardar. Su padre siempre se precipitaba un poco en todo, pero le amaba por apoyarle en cualquier paso que él diera. Y más si era con Albus.
Pero habían sido meses muy duros lejos de Albus, se había acostumbrado tanto a él, que llegar a casa y que no estuviera era triste y solitario.
Su maestría duraba dos años, y Scorpius contaba los meses, al menos en verano irían a recorrer la isla vecina.
Las llamas crepitaron, y Albus apareció entre ellas. Scorpius le cayó encima, casi haciendo que ambos volvieran al lugar del que venía el moreno.
—Te he echado tanto de menos—lloriqueó Scorpius entre besos de bienvenida, las manos de Albus también le apretaban como saludo.
El sofá, el que se sentía solo sin él, les daba cobijo a los dos bajo una manta y sus cuerpos desnudos y juntos.
Albus iba a levantarse, pero Scorpius no lo iba a consentir, tres meses, ni de broma.
—Solo será un segundo, he traído algo para ti.
Quizás un regalo sí fuera un motivo suficiente para dejarle moverse.
La visión de un duro trasero rebuscando en su maleta era una gran visión que le hizo olvidarse de lo que Albus estaba buscando.
Pero cuando se giró, entre sus manos había una cajita.
A Scorpius casi le dio un patatús, no podía ser.
Pero cuando la abrió no había ningún anillo dentro, sino dos pulseras idénticas.
—Las tengo desde nuestro segundo año en Hogwarts—sonrió tímido Albus, y Scorpius solo se enamoraba cada vez más de él, si eso fuera posible.
Scorpius las acarició y notó la magia en ellas.
—Ya sabes que no soy bueno con las palabras, pero todos estos años yo también quería regalarte un presente de Yule, pero siempre me acobardaba.
Su tonto Albus, le besó Scorpius, pero al parecer, ese año sí iba a hablar cuando le retiró gentilmente apoyando sus manos en sus hombros.
—Las he estado mejorando con los años, con cada uno de los elementos que tú me habías regalado. Papel, madera, esmeraldas, con mis recuerdos y con tus besos.
Albus sacó una y tomó la mano de Scorpius, un dulce olor a magnolia, a canela y a Albus. Se sintió tan enternecido por los recuerdos de todos esos años, que no se dio cuenta de que sus ojos se estaban aguando.
—Casi no tengo recuerdos sin ti—continuó Albus—. Y sin duda ya no los quiero sin ti. Sé que somos muy jóvenes, y que estas cosas son más bonitas con anillos, pero…
—Sí, sí—gritó Scorpius antes de que Albus pudiera acabar. —Perdón, sigue.
—No ahora, cuando acabemos, cuando vuelva a Londres y podamos estar juntos, pero ¿quieres casarte conmigo?
Ahora sí.
—Sííííí.
Se tiró encima de su prometido, y para Scorpius, sin duda, ese fue su mejor Yule.
FIN