Eddy y él habían discutido, y todo por culpa de un perfume. Eddy le había regalado un pequeño frasco de perfume, y Scorpius había querido darle a su novio su primer regalo de Yule.
Sin embargo, este solo se había enfadado cuando lo había olido.
Albus estaba produciendo pequeñas pociones por su cuenta para sacar algo de dinero, quería irse de la casa de sus padres y ahorraba todo lo que ganaba con su negocio de pociones.
Scorpius siempre le compraba a él la pimentorica, y pociones para el día a día. Podría decirse que era su mejor cliente.
Por eso pensó que regalarle a Eddy una de las pociones de Albus para demostrarle su amor sería bonito. Aunando en un solo regalo a sus dos personas más queridas.
El problema fue que Scorpius no calculó bien, de hecho, aunque no diría que le tomó por completo por sorpresa, sí que se sintió terriblemente mal cuando Eddy le mostró sus resultados.
—Huele a Albus Potter.
Scorpius, volvió a oler el perfume, y se dio cuenta de que así era. El perfume solo potenciaba los olores que eran los más gratos para el que lo regalaba. Una variante de la amortentia mucho más rebajada, y que no hacía a cada uno oler el olor de su amor.
Cada persona definía el suyo.
Sándalo, calor y Albus. A eso olía el perfume que Scorpius le había regalado a su novio.
Eddy se fue enfadado, y sobre todo triste.
—Sé que has estado enamorado de él, pero creía que ya se te había pasado al estar conmigo.
Scorpius trató de retenerlo, quería a Eddy, le quería de verdad. Lo que había puesto en esa tonta poción perfumada había sido un descuido estúpido por su parte.
Pero le había hecho daño al demostrarle que lo de Albus era algo realmente profundo.
—Yo te quiero a ti—le suplicó Scorpius para que no se fuera.
—Déjame, Scorp.
Scorpius se quedó solo y con frasco delator entre las manos. Quizás ese fuera su peor Yule, porque sabía que Albus nunca sería algo más que su mejor amigo, y para él eso hacía mucho tiempo que estaba bien.
Si su novio se había dado cuenta de sus sentimientos incluso antes de su error, es que no lo estaba haciendo tan bien como él creía.
Estuvo a punto de tirar al suelo el frasco, maldita idea que había tenido, todo era culpa suya. Podría haberle regalado una bonita túnica o un juego de plumas. La culpa era suya por no saber desprenderse de ese estúpido sentimiento que no iba a ningún lado.
Abrió el pequeño tapón y lo olió en mitad del restaurante donde Eddy le había dejado plantado. Olía tanto a Albus que era ridículo. Y Scorpius por primera vez se enfadó con su amigo. Por no corresponderle, por no irse de su mente. Por ser Albus, el perfecto amigo, el inalcanzable y estupendo Albus Potter del que parecía jamás iba a dejar de estar enamorado.
Salió del lugar pagando por unos platos que ni siquiera habían terminado.
Scorpius dejó el frasco sobre la mesa, pero varios metros andando por la calle se dio la vuelta, y entró a buscarlo de nuevo. Habían recogido al mesa, pero pudo recuperar el frasco y sintió un profundo alivio.
Vio que la lechucera aún estaba abierta, y se lo mandó al dueño del aroma.
No era el regalo que él había pensado para la persona ni para el día, pero al final, lo suyo era que el dueño tuviera su olor.
Albus lo recibió sin entender realmente de qué se trataba, no venía con nota, pero en el fondo él sí quería que fuera de una única persona.
El olor no le dijo nada, olía bien, pero no olía como la persona que él esperaba.
Era su primer Yule sin un regalo de Scorpius.