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Esposo Indomable por MaRiA-SaMa_076

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Capítulo 3

El mismo día que Deidara rechazó su proposición, Itachi reunió a un grupo de profesionales para que prepararan la restauración de Uzushiogakure.

Estaba convencido de que Deidara acabaría accediendo a su petición. Anunciarle que estaba usando una propiedad privada constituía una sutil amenaza. Quería hacerle saber que, sin su ayuda, la vida iba a resultarle muy complicada y, además, estaba convencido de que en cuanto empezara a pagar sus facturas no querría volver a mancharse las manos de tierra.

Como hombre de acción que era, ordenó a sus abogados que redactaran un acuerdo prematrimonial, y que averiguaran la mejor manera de celebrar una ceremonia discreta. No le sorprendió que le anunciaran que Deidara había pedido verlo, pero para entonces estaba en Atenas, atendiendo asuntos de mayor urgencia.

En Grecia dedicó cada segundo de su tiempo al trabajo, tal y como hacía siempre que tenía problemas o preocupaciones. En cuanto pasaba cualquier cosa que amenazaba con perturbar su equilibrio emocional, se sumergía en el trabajo hasta agotar a sus colaboradores. Cuando el personal de Londres había empezado a quedarse dormido un mes atrás, había contratado a más gente para que pudiera trabajar por turnos y mantener su ritmo. El día que volvió a Londres, consiguió un contrato millonario que apareció en los titulares de todos los periódicos, pero decidió celebrarlo en solitario y enviar un collar de diamantes a Konan a modo de despedida.

Nunca le había atraído la vida en el campo, pero la perspectiva de pasar los fines de semana con Deidara iba tomando forma en su mente con un claro componente erótico, y además, tenía la atracción de lo prohibido.

Aunque la razón le decía que Deidara no era su tipo, ya que era demasiado arisco, menudo y descuidado en el vestir, se había cansado de Konan en menos de dos semanas y empezaba a pensar que el ritmo de sustituciones en su dormitorio era excesivo. Un cambio en el estilo de sus acompañantes femeninas le sentaría bien. Imaginó a Deidara convertido en una belleza vibrante y refinado, tumbado sobre una cama con dosel, desnudo, dándole la bienvenida con una amplia sonrisa, y su libido reaccionó como un coche de Formula 1 en la línea de salida.

Al recordar la destartalada cama que había visto en Uzushiogakure, la fantasía se hizo añicos. Llamó al equipo de decoración e hizo la primera petición personal que hacía en su vida relativa a mobiliario. Ordenó que enviaran una cama con dosel y cortinajes. Sería un magnífico regalo de boda.

Deidara entró precipitadamente en el ascensor del edificio Uchiha. Para llegar a tiempo de la cita, había tenido que tomar un tren al amanecer. Llevaba su mejor conjunto, una chaqueta de lana negra y una falda gris, que sólo sacaba del armario para las ocasiones formales. Nunca se le había dado bien agachar la cabeza, y estaba seguro de que Itachi Uchiha iba a regodearse en su victoria. La capitulación lo devoraba por dentro. Itachi había osado hacer lo impensable: impedirle entrar en su jardín, y para el hubiera sido más fácil enfrentarse a una guerra abierta que a aquel tipo de maniobras.

Sólo el sabía lo que el jardín le importaba porque era el quien lo había convertido en lo que era. Cada planta, cada arbusto, cada árbol, habían recibido su atención y cuidados.

Mito Uzumaki era una fría tutora para un joven sensible que sufría por la muerte de su madre y la pérdida de su hermano. Deidara había encontrado consuelo en el trabajo al aire libre y en la contemplación de las estaciones, y había concluido que las plantas eran más constantes y agradecidas que las personas.

En el edificio Uchiha se sentía como pez fuera del agua. El alto edificio estaba lleno de superficies de metal, grandes pilares y cristal en lugares impredecibles. La atención que recibió en cuanto mencionó a Itachi, le resultó apabullante. Al instante lo condujeron hasta su despacho como si se tratara de un paquete. Itachi hablaba por teléfono en francés, y su perfil quedaba recortado contra la luz. Con un traje gris oscuro de corte inmaculado, estaba espectacular. En cuanto ese pensamiento cruzó su mente, Deidara se enfadó consigo mismo.

Itachi colgó y fijó sus ojos de brillo azabache en ella. La belleza de su dorado cabello, sus ojos azul claro y su magnífica piel eran excepcionales. Pero el conjunto pasado de moda y soso que vestía era un horror, y a Itachi le molestó que no se hubiera esforzado más con su aspecto.

—Tu intransigencia nos ha retrasado una semana —dijo con expresión severa.

—No ha sido intransigencia… Necesitaba pensar —dijo Deidara, que se había prometido mantener la cabeza fría y no reaccionar a sus impertinencias.

—Ya —dijo él.

La incredulidad en su tono pretendía ser ofensiva. Deidara tuvo que respirar hondo para no saltar, especialmente después de comprobar que no tenía la cortesía de invitarlo a sentarse. Con gesto digno, se acercó a unos sofás que formaban un semicírculo junto a las ventanas, y se sentó.

—He decidido que acepto el plan —dijo fríamente. —Entonces, ¿estamos de acuerdo?

Los azules ojos de Deidara brillaron como dos zafiros. —No sé si ésa es la expresión adecuada.

—Si no vas a implicarte plenamente, no estoy dispuesto a seguir adelante.

Sorprendido ante el inesperado comentario, Deidara lo miró sin decir nada.

bien. —Tengo que poder confiar en ti —dijo Itachi—. Si no, no saldrá

Aunque Deidara se había jurado no mencionar el jardín hasta el final del encuentro, aquellas palabras le hicieron perder el control.

—Teniendo en cuenta que me has echado de mi jardín, confiar va a ser todo un reto.

Itachi la miró con calma y al instante Deidara sintió una llama de deseo en el vientre. Su pecho se tenso y sus puntas rosadas quedaron presionadas contra el sujetador, que de pronto le resultó insoportablemente ajustado. Su corazón latía a toda velocidad. No podía creer que Itachi tuviera aquel efecto sobre el. Se ruborizó violentamente mientras intentaba convencerse de que su reacción se debía a su falta de experiencia con los hombres.

—Te he echado de mi jardín —replicó Itachi, impertérrito—, pero lo abriré en cuanto decidamos los detalles del acuerdo.

Deidara apretó los dientes para ahogar una respuesta hostil, consolándose con la idea de que el jardín le sería devuelto.

—¿Qué detalles? —preguntó en tensión. —Deberás firmar un contrato prenupcial.

—De acuerdo —a Deidara no le sorprendió que quisiera preservar su inmensa fortuna—. ¿Qué más?

—Para minimizar el impacto que vaya a tener en nuestras vidas, quiero que el acuerdo se mantenga en secreto. Sólo han de conocerlo nuestros abogados. ¿Lo has hablado con alguien?

Deidara pensó en Gaara y cruzó los dedos detrás de su bolso para mentir: —No.

—Voy a pedir una licencia especial para acelerar el proceso. Mi equipo de abogados piensa que la capilla que está en los terrenos de Uzushiogakure es la más apropiada para una ceremonia discreta.

Deidara lo miró con sorpresa.

—Yo preferiría una ceremonia civil.

—Sería imposible que fuera discreta en un juzgado de la ciudad. Aunque intente evitarlo, la prensa sigue todo lo que hago. Y en este caso, no quiero que sepan nada de nuestra asociación —concluyó Itachi en un tono que no dejaba lugar a discusión.

Deidara no sabía si sentirse aliviado u ofendido por el hecho de que Itachi quisiera mantener su boda en secreto. Lo que sí era evidente era que estaba acostumbrado a organizar y a ser obedecido.

—Aunque no vayamos a invitar a nadie, celebraremos una boda lo más normal posible. No queremos que en el futuro pueda cuestionarse la legitimidad del matrimonio —continuó Itachi.

—Deja de usar el plural cuando en ningún momento has pedido mi opinión —dijo Deidara—. Sé sincero y di lo que piensas.

Itachi lo observó detenidamente y su aparente docilidad no le engañó. Inevitablemente, al detenerse prolongadamente en sus voluptuosos labios, no pudo evitar preguntarse cómo era posible que resultara tan sexy cuando llevaba una ropa espantosa y ni una gota de maquillaje.

acto. —Como quieras: vestirás de novio y un fotógrafo documentará el

—¿Y cuál es el plan de convivencia?

—Muy sencillo. Yo pasaré varios días a la semana en Uzushiogakure. Normalmente durante el fin de semana.

—No creo que te resulte muy cómoda —dijo.

Deidara, al que le costaba imaginarlo en una casa tan llena de historia y encanto pero carente de lujo o comodidades.

—Mis trabajadores harán los cambios necesarios para mi comodidad —dijo él.

Deidara alzó la mirada y al encontrarse con la de Itachi sintió una sacudida eléctrica. Para disimular, se levantó y recorrió la habitación con fingida calma.

—¿Durante cuánto tiempo tendremos que guardar las apariencias?

—Catorce meses como mucho —dijo él, dejando claro que lo había pensado de antemano—. Pero debo advertirte que, si la prensa llega a enterarse, tendremos que comportarnos como si fuera una boda real. ¿Lo entiendes?

—Sí, claro —dijo Deidara, sin preocuparse por esa posibilidad—, pero si no es así, podré comportarme como Deidara Uzumaki y no como tu esposo.

—Puede que no quiera que actúes como mi esposo —se apresuró a decirle Itachi con sarcasmo—, pero tendrás que actuar como si mantuvieras una relación conmigo.

Deidara lo miró desconcertado. —Supongo que bromeas…

—¿Por qué iba a organizar toda esta farsa para que luego nos descubran porque actuamos como extraños aun viviendo bajo el mismo techo? —dijo Itachi, impaciente.

—Pero tú seguirás viendo a… tus mujeres —dijo Deidara, apretando los labios.

—En Uzushiogakure, no. Allí tú serás el único.

A Deidara le llamó la atención que él mismo se marcara algunos límites. Un segundo más tarde, sin embargo, recordó la discusión original y se enfadó.

—Pero si la gente no sabe que estamos casados. .. ¿Qué van a pensar de mí?

—Que eres mi ama de llaves y ocasional amante —dijo él, encogiéndose de hombros como si le diera lo mismo lo que el pudiera pensar—. Nadie pensará otra cosa si nunca te llevo a ninguna parte. Cuantos más discretos seamos, menos interés despertaremos.

Deidara se sentía enfurecer por segundos.

—¡Tu ama de llaves y ocasional amante! ¿De verdad crees que voy a estar dispuesto a eso?

—No se trata de una sugerencia, sino de lo que asumo que pensarán los demás cuando vean que te quedas en Uzushiogakure y que yo me gasto una fortuna en la restauración.

Deidara estaba furioso por el hecho de que Itachi hubiera mencionado un aspecto de la situación que el no se había planteado y que resultaba especialmente desagradable, sobre todo porque mientras que la gente no se atrevería a hacerle a él ninguna pregunta, los vecinos serían mucho más directos con el.

—No soy tan buen amo de casa como para actuar de ama de llaves — dijo con firmeza.

—Se trata de una excusa, no de una vocación —sin que Deidara se diera cuenta, Itachi se había aproximado a la vez que hablaba—. Da lo mismo cómo lo llames. También podemos decir que me estás aconsejando sobre el jardín.

—¿El jardín? —repitió el.

La estatura y fuerza varonil de Itachi nunca habían sido tan evidentes como en aquel instante. Deidara alzó la mirada y al descubrirlo mirándolo con sus ojos ebano de reflejo azabache, sintió que el pulso se le aceleraba. Mientras intentaba asimilar una sugerencia que podía resultar genuinamente interesante, sintió que se le secaba la boca y le costaba tragar.

—Es evidente que pagaría por tu asesoramiento —continuó él con una sonrisa malévola que hipnotizó a Deidara.

—¡No tendrías que pagarme para que restaurara los jardines! —dijo el con la respiración entrecortada.

Sin titubear, Itachi lo asió por la cintura y lo atrajo hacia sí.

—Sería una lástima que te estropearas trabajando al aire libre, glikia mu —musitó con voz ronca. Luego comentó—: El corazón te late como un martillo.

—Sí —dijo el.

Una vocecita que sonaba sospechosamente como la de su abuela le gritaba no, no, no. Sabía perfectamente que no debía permanecer tan cerca de él, que no debía consentir que lo tocara. Pero otra parte de sí lo incitaba a permanecer, a dejarse llevar por la curiosidad de comprobar qué sucedería… porque sólo era curiosidad lo que lo impelía a actuar de aquella manera, simple y llana curiosidad.

Fue entonces cuando él lo besó y Deidara olvidó que sólo se trataba de un experimento científico. Un solo beso fue mucho más desestabilizador e intenso que cualquier otro que se hubiera dado en el pasado. La temperatura de su cuerpo aumentó varios grados. Las sensaciones que recorrieron su cuerpo eran desconocidas para el. Inconscientemente, se pegó más a él. Itachi lo sujetó por la nuca y lo mantuvo en esa posición, aplastándolo contra su pecho, obligándolo a curvarse contra su musculoso cuerpo. La excitación se disparó en Deidara como un cohete de fuegos artificiales. Itachi exploró su boca con su lengua, haciéndolo estremecerse de placer. Itachi sabía a chocolate prohibido, pecaminoso, del que una adicto como el nunca llegaría a saciarse.

Con la respiración lo bastante agitada como para que resultara audible, Itachi alzó la cabeza y miró a Deidara con expresión hambrienta. Le desconcertó descubrir que estaba tan excitado que casi resultaba doloroso. Instintivamente quiso buscar la solución:

—Ven a comer a casa —sugirió con voz ronca.

Deidara se sintió súbitamente avergonzado y humillado.

—No es en comer en lo que estás pensando, ¿verdad? —preguntó, titubeante.

Itachi lo apretó contra sí y contempló su ruborizado rostro con masculina satisfacción.

—Zeos… Primero te quiero en mi cama y debajo de mí.

El temerario deseo que por un instante había dominado a Deidara desapareció de golpe. Itachi lo quería en su cama como había tenido a cientos de mujeres y donceles. Sentía pura lascivia, un sentimiento por el que el no debía sentirse halagado. El seguramente estaría acostumbrado a ceder a sus deseos, pero el no. Hasta aquel instante, en el que acababa de comprobar la fuerza de la lujuria y cómo había claudicado sin titubear.

—No… lo siento —dijo, angustiado.

Con la misma elegancia que caracterizaba todos sus movimientos, Itachi lo soltó de inmediato. Y el desconcierto que le causó ser rechazado se transformó al instante en desdén. Había conocido numerosas mujeres y donceles que asumían que haciéndole esperar aumentaban su deseo y, en consecuencia, su generosidad. Las artimañas femeninas le dejaban frío.

—No pasa nada —masculló—. Hay otro tema que debemos tratar.

A Deidara le desconcertó la facilidad con la que pasaba de la intimidad a una frialdad impersonal. El, que apenas podía contener el temblor que lo dominaba, no podía mirarlo a los ojos. No podía evitar sentirse ofendido ante lo poco que le había durado la atracción que había sentido por el.

—¿Qué tema? —preguntó, al tiempo que tomaba su bolso y se dirigía hacia la puerta.

—Necesitas un cambio de imagen. Deidara se volvió, incrédulo. —¿Perdón?

—Vestido así, nadie creerá que tienes nada que ver conmigo. El comentario indignó a Deidara. —Mi aspecto no tiene nada de malo.

—Necesitas un vestuario nuevo para asumir el papel. Mi personal se ocupará de…

—¡No quiero un vestuario nuevo!

—Por supuesto que sí —el rostro de Itachi reflejaba una irritante convicción—. A todas las mujeres y donceles les encanta la moda y la ropa de diseño.

—A mí no —Deidara tuvo que morderse la lengua para no decirle lo que pensaba de los cambios de imagen, pero era lo bastante inteligente como para saber que Itachi estaba acostumbrado a donceles y mujeres muy distintos a el.

Nunca se había preocupado por su aspecto ni pensaba empezar a hacerlo. Y por primera vez fue consciente de que había cedido el control de su vida por haber renunciado a sus principios.

—¿Estamos de acuerdo? —preguntó Itachi, como si el no hubiera dicho nada.

Deidara sentía un zumbido en los oídos. Tuvo que pensar en la carta que esperaba recibir el día de su boda para no decirle a Itachi Uchiha lo que pensaba de él. Durante más de ocho años, Mito Uzumaki se había negado a decirle dónde estaba Naruto, y esa debía ser la información que contenía la carta. ¿Un cambio de imagen? Deidara estaba decidido a lograr su objetivo.

—Está bien —dijo, crispado.

Continuara…


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