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Copos de nieve por Kaiku_kun

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Hermione sentía todo el calor de las sábanas filtrarse por su ropa y llegar cómodamente hasta su piel. Totalmente arropada con mantas invernales, no tenía ningunas ganas de salir de allí.


Oh, ¡había tenido unos sueños espléndidos! En uno pasaba unas Navidades felices con sus padres. En otro, que parecía una predicción, ella y Luna pasaban una semana en su casa tan relajadamente que se olvidaban del exterior. En un tercero, volvía a estar al lado de Harry mientras él daba clase a su torpe manera a los estudiantes del ED. Al final de todo, justo antes de despertar, estaba con sus cinco amigos.


Los mismos cinco amigos que habían estado el día anterior con ella en aquella inesperada tarde.


Hermione abrió los ojos de golpe, dándose cuenta de dónde estaba. ¡Estaba en casa de Luna! Y no sólo eso, sino que la rubia misma estaba a su lado. Quiso levantarse de golpe, pero las sábanas y el calorcito no la dejaban.


Oh, no, no, no, qué has hecho, Hermione, tonta. ¡Os besásteis!


El repentino nerviosismo quizás despertó a Luna, quien se dio la vuelta con un rostro legañoso, mirando a Hermione con un solo ojo saltón.


—Hermione, ¿qué ocurre?


Luna iba vestida con su camisón de dormir. Tenía unas mezclas de colores tan caóticos que parecía que le hubieran echado cubos de pintura encima al azar. Quizás era justo eso lo que había pasado. Tenía un toque… encantador.


Oh, por favor, cállate, cerebro.


Viendo sus ropas, Hermione se palpó rápidamente su cuerpo. ¡Menos mal! Llevaba la misma ropa con la que llegó a casa de Luna. Respiró hondo…


—¿Qué… qué hicimos ayer? —preguntó, asustada de saber la verdad.


Luna, frotándose un ojo, sonrió como si alguien hubiera gastado una broma.


—Nada que te pueda preocupar —dijo, con un discreto bostezo.


—¡Pero nos besamos! Es como… ¡Engañé a Ron!


Y se levantó propulsada por su propio descubrimiento. Estaba dispuesta a salir disparada, puesto que tampoco recordaba mucho de la noche anterior. Iba a hacerlo cuando otra vez aquella mágica mano en su mejilla la detuvo. Hermione quedó paralizada al contacto, de repente complacida y algo avergonzada. Luna estaba frente a frente con ella.


—Tranquila. Podrás lidiar con eso en otro momento —susurró. Su mirada era preocupada, y tenía un cierto temor. Hermione pensó que temía que la abandonara de golpe—. Todos saben que estás en otra parte. Nadie sabe que elegiste quedarte. Descansa.


Hermione se dejó caer encima del cojín. Era un maldito hechizo lo que la estaba manteniendo en ese lugar. La habilidad de Luna para el detalle, para atraer su atención y encantar su mirada era asombrosa.


—¿Qué pasó ayer? —insistió, mientras Luna se recostaba muy cerca de ella. Ésta volvió a cubrirlas con la manta hasta el cuello. Dulce prisión, por Morgana.


—Nos besamos. Unas cuantas veces —admitió, con cierto rubor una sonrisa tímida—. Y te acariciaba todo el rato. Parecías tan al borde de las lágrimas que no pude evitarlo. Luego empezó a entrarte el sueño y subimos a mi cuarto. Mis sábanas hicieron su trabajo y te quedaste dormida al instante. Has dormido doce horas.


—¿Nada más? —preguntó. Doce horas, maldita sea.


—Nada más.


Hermione suspiró, pero tenía una duda.


—¿Cómo que «hicieron su trabajo»?


—Mi madre —empezó, sonriendo— nos enseñó a mi padre y a mí un hechizo para que las sábanas y la cama fueran más cómodas y regalaran dulces sueños a quienes durmieran allí. Se usa mucho para tranquilizar a los bebés.


—Es maravilloso, sin duda. ¿Duermes siempre así?


—Todo lo que puedo —dijo con calma—. El hechizo necesita recargarse si hay que lavar las sábanas y no siempre me sale bien, es complicado de realizar.


—Así una nunca saldría de la cama —bromeó Hermione. Luna la acompañó con una ancha sonrisa.


Hermione no se sentía del todo segura en aquella situación, pero Luna tenía razón: nadie sabía que estaba allí, y estaba de vacaciones. Podía aprovechar. Pero ¿aprovechar qué? Ya se sentía suficientemente culpable por lo que había pasado la tarde anterior.


—¿Qué hacemos? —preguntó.


—¿Qué necesitas hacer?


Aquello la descolocó un poco.


—¿«Necesito»?


Luna asintió, y luego desvió la mirada con una mezcla de incomodidad y tristeza.


—Ayer, cuando íbamos a ver a los peribelibedes…


—Me viste —se avanzó, resignada. Cerró los ojos. El agobio de aquel magnífico y perfectamente feliz hogar y la presión de no poder hablar se le agarraron en el cuello de nuevo. Luna se acercó a ella y pudo recostar su cabeza por debajo de la barbilla de su anfitriona—. Te diste cuenta.


—Sí. No sé qué te pasa, claro, pero reconozco un tapón de emociones cuando lo veo. Todos tenemos alguno. Échale la culpa a los torposoplos, pero que se vayan no lo soluciona.


Hermione esbozó una sonrisa, aprovechando que no la veía. En un minuto había hablado de dos criaturas extrañas. Ni siquiera creía que las segundas existieran. Le relajaba aquella desconexión de Luna, a pesar de que lo que decía era muy serio.


Eso, y su aroma. Traspasar cualquier perfume y llegar al aroma real de una persona era tan privado para Hermione que podía contar con los dedos de las manos las veces que le había sucedido a ella. Hacía que se sintiera culpable porque estaba dentro de una relación seria, pero al mismo tiempo, Luna era tan… atrayente. Su pecho se calentaba levemente sintiendo el aroma y el contacto, y no era nada parecido al amor. No, ni mucho menos.


Tengo que dejar de pensar en ello.


—Sí, es cierto —dijo al fin, intentando recordar qué le acababa de decir—. ¿Crees que debería contarlo?


—¿Lo necesitas? —preguntó Luna, obligándola a mirarla a los ojos, lo que definitivamente ayudó a que se concentrara.


—Sí —contestó, dudando solamente un segundo.


—Entonces aquí es donde tienes que estar —dijo, mirando al techo, relajada.


Hermione hizo lo mismo y descubrió que las pinturas de ella y sus amigos volvían a estar allí, aunque ahora tenían un aspecto más maduro. Seguía habiendo la misma palabra «amigos» en letras doradas. Debió de querer pintarles de nuevo después del ataque de los mortífagos.


—Es precioso, Luna.


—¡Gracias! —Su mano se encontró con la de Hermione y no tuvo ningún reparo en cruzar los dedos con ella. Hermione procuró no reaccionar a ello—. No pude evitarlo. Reconstruimos la casa, le faltaba el techo y también parte del suelo. Me propuse crear toda la decoración de cero. Salió así.


Hermione cerró los ojos y sonrió. Vacaciones en casa de Luna Lovegood, nunca hubiera dicho que sucedería. Estaba a gusto. Estaba relajada. Y si quería hablar, podía hablar. Y si no pensaba en… Bueno. No todo podía ser perfecto.


—He pasado unos años duros —empezó. Luna no se tomó la molestia de mirarla, pero ladeó un poco la cabeza en respuesta—. Sólo he tenido a Harry de confidente para hablarle de ello, pero no era… suficiente.


—El mundo mágico es asombroso, ¿verdad? —dijo con su característico tono despistado y soñador—. Es capaz de sufrir tanto pero también de olvidar tan pronto…


Hermione miró a su amiga, algo temerosa de que se replicara la situación de casa de los Weasley.


—¿Qué piensas de ello? —preguntó.


—¿Sabes qué le dije una de las primeras veces que hablé con Harry? —Hermione negó, despistada por la pregunta, aunque ya estaba acostumbrada a esos cambios de tema—. Estaba cuidando de los thestrals y tuvo curiosidad. Le conté que mi madre había muerto. Quizás era la segunda o tercera vez que hablábamos, no lo recuerdo.


—¿Qué te dijo?


—Que lo sentía, ¿qué otra cosa podría decir? Pero miraba a los thestrals de la misma manera que lo hacía yo: comprendiéndoles. —Hermione entendió esa parte de la historia, pero le costó conectarlo con lo primero que había dicho. Luna se avanzó—: Él no quería olvidar. Quería hablar. Es por eso que tú has podido hablar con él también. No somos como el resto del mundo mágico, ¿entiendes? Tenemos que vivir con el dolor y hasta lo queremos así. No queremos esconderlo.


No quiero tener que fingir felicidad.


Eso había dicho ella misma, tantas veces. Luna lo había cazado tan rápido.


Su amiga dejó de mirar el techo y se puso de lado, mirándola cara a cara, mirada con mirada. Una débil sonrisa de comprensión asomaba entre sus labios. Hermione quedó paralizada unos segundos.


—Dilo —susurró Luna, repitiendo su petición de la noche anterior.


A Hermione le tomó unos segundos antes de que una bola de acero le subiera desde el estómago hasta la garganta. Se le empezaron a escapar lágrimas, desobedeciendo sus órdenes.


—No puedo fingir felicidad todo el tiempo —musitó—. No he podido llorar a mis amigos. No he podido llorar a quién ahora es mi familia. No he podido mirar atrás durante un mal día y compartir el dolor de todo lo que sentí durante aquellos días. ¡No puedo hacer como si nada hubiera pasado!


Al final, rompió a llorar, desesperada, y Luna se acercó para mantenerla sujeta contra su cuerpo. Le permitió llorar todo lo que quisiera. En silencio, en calma, sin prisas, sin trabajo, sin tener que contenerse. ¿Cuánto rato pasó Hermione llorando? No lo sabía. Su cuerpo le pedía más, seguía teniendo lágrimas que verter, seguía teniendo recuerdos bloqueados que recuperar, nudos en su interior que deshacer.


En algún momento se volvió a dormir. Aquellas sábanas encantadas le permitieron tener sueños tranquilos, aunque todo aquello que había visto y a todos los amigos que había perdido reapareció de nuevo. Circulaban como fantasmas felices a su alrededor, mientras su vida seguía entre sus sueños. Su cuerpo había estado deseando poder tener ese sueño.


Cuando volvió a despertar se encontró sola. Oía el repiqueteo de tazas y cubiertos debajo, así que decidió salir de la cama, al fin. Le dolían el cuello y los ojos de tanto hipar y llorar, pero se sentía de lo mejor en meses.


—Buenos días —la saludó Luna, de espaldas. Cuando se dio la vuelta para mirarla, llevaba una bandeja con tazas de té con leche y una sonrisa que obligó a Hermione a reaccionar antes de que Luna se riera de ella—. ¿Vienes al sofá?


Las dos se sentaron cada uno en un sofá distinto, como el día anterior. Cada una tomó una taza. Hermione se fijó que iba con ropa de calle. ¿Habría salido?


—¿Cuánto tiempo he dormido?


—Un par de horas más. Pero ahora tienes mejor cara.


Hermione chistó con una risa seca.


—No digas tonterías. No me imagino los ojos que debo de tener.


—Lo prefiero así. Eres más libre. Tu mirada no es triste.


Se preguntaba cuánto tiempo había tenido su anfitriona para mirar atentamente sus ojos y decidir cuándo su mirada escondía problemas y cuándo estaba relajada. Con su gran capacidad de distracción, Luna ahora parecía más misteriosa y más avispada de lo que Hermione había creído. Ya había aprendido a no subestimar a esa clase de personas, pero Luna siempre la pillaba de improviso.


Al cabo de unos pocos sorbos, Luna dejó la taza y se levantó. Caminó hacia Hermione en silencio. Ésta temió que otro «momentazo» como el de ayer se presentara ante sus narices, pero Luna solo le ofreció su mano. Hermione se levantó para dársela. Luna la guio hacia la puerta de su casa y tomó la versión para magos de unas gafas de sol. Bastante más anticuadas, pero con el mismo uso.


El frío del prado nevado no la pilló por sorpresa, pero se vio obligada a acercarse a su amiga para no temblar como la lavadora vieja de su casa.


Luna dirigió a su amiga hacia la parte exterior del estudio de su padre, allí donde habían observado a los peribelibedes hacía unas horas. Ahora sólo quedaba un manto blanco con algunas motas verdes de hierba que asomaba. Hermione estaba segura de que sin esas extrañas gafas de sol, la nieve la hubiera cegado, pues el día era espléndido, no había una sola traza de nube en el cielo.


—¿Ves la luz?


—Qué tétrico —soltó, sin pensar. Luna no reaccionó—. Sí.


—Sé que el sol y la nieve pueden cegar a una persona. Pero es peor cuando los peribelibedes han estado en una nevada.


—¿Qué quieres decir?


—Estas maravillosas criaturas se quedan todo el tiempo que pueden flotando sobre los copos de nieve. Los que no consiguen huir durante la noche ven el amanecer… y mueren.


—Entonces sí es tétrico.


—Un poco. Pero también bonito. Los peribelibedes simplemente desaparecen con el contacto con el sol, y toda la luz que les ha faltado emitir a lo largo de su corta vida es liberada de repente. Hacen que la nieve brille con más intensidad.


—También es poético —admitió Hermione.


Hubo unos segundos de silencio, admirando el luminoso paisaje como una forma de honrar los luminosos fantasmas de aquellas asombrosas criaturas.


—Cuando te vayas… —siguió diciendo. El tono era mucho más triste ahora—. Vas a estar bien. Resplandeciente, como ellos —señaló con la cabeza el campo nevado—. Estará todo tan claro en tu cabeza que tendrás que tener cuidado de no dañarte de nuevo, pensando que todo ha acabado.


Resplandeciente.


Disfrutó sólo un segundo del rubor que ese adjetivo le había causado, antes de entender lo que quería decir.


—Va a ser un proceso —dedujo. Luna asintió.


—¿Me vendrás a ver cuando tus días se vuelvan a nublar? —preguntó, tan tranquila, tan sencillamente, con aquella sonrisa tranquila y la estrambótica visión de aquellas gafas más viejas que el andar derecho.


Tan Luna.


—Claro que sí.


—¡Bien!


Luna estrechó el apretón que aún sostenía y Hermione se vio obligada a correr por la nieve, sintiendo el frío en los pies, saltar por cualquier lado la sencilla valla del jardín de los Lovegood y acabó en dentro de la casa, cerrando la puerta con su espalda.


Luna estaba loca.


¿Y por qué me gusta que lo esté?


Ni siquiera tuvo ánimos de usar la lógica contra su subconsciente y combatir el pensamiento. Sólo observó a Luna quitarse las botas, avivar el fuego de la chimenea decorada con mil figuras y colores discordantes y poner los pies ahí delante, sentada en un sofá para dos personas.


—Calentito —soltó, aliviada.


Hermione consideró que era un buen plan y la imitó.


Qué error.


Luna tardó exactamente un segundo desde que su amiga se sentó para darle un beso en la mejilla. Hermione se echó a un lado, reticente, pero ella sola fue volviendo al sitio. La lógica perdía terreno contra el instinto y su pecho se hinchaba de deseos como hacía años que no tenía.


Odió verse como un cervatillo temeroso del mundo, cuando era ella la que siempre se encaraba a todos si era necesario.


Pero es que está mal. Joder, tienes novio.


Era una voz al fondo, sepultada por reproches hacia esa misma persona de lo mucho que la había desatendido emocionalmente durante los últimos tiempos. Como si todo estuviera listo, acabado, cerrado, ahora todo era perfecto y feliz y podía relajarse. ¡Pues no, no era así!


Se había ido acercando a Luna mientras su mente tenía el arrebato. Ella esperaba al final de esa corta distancia con una sonrisa que enseñaba un poco los dientes, traviesa, invitándola.


Cedió. Se dejó encantar por ese rostro y cedió. Otro beso como el de la tarde anterior, con ese toque de inocencia. Pero esa vez estaba escondiendo algo más. Y Hermione quería tomarlo. Su cuerpo estaba hirviendo, esperando a que la última parte de su raciocinio desapareciera y se abandonara a lo que le esperaba al otro lado de esa sonrisa.


Su razón sólo reaccionó cuando Luna ya la tenía tomada de detrás de su cuello y se permitía el lujo de pedir permiso para subir la temperatura de esos besos.


Se separó de golpe. La nieve bajo el sol puede cegar. Hay que tener cuidado.


—Qué estoy haciendo —se regañó.


Luna parecía mucho menos sorprendida que ella.


—Lo siento… —se disculpó.


—¡No, no te disculpes! Esto es culpa mía —chilló, alterada—. Tengo que solucionarlo.


Luna asintió. Hermione pensó en cómo respondería Ron a lo que acababa de pasar. Y ni siquiera se había planteado hasta este momento ir a verle.


—Ron… se fue triste ayer… —El tono de Luna era mucho más frío y cansado. Hermione no sabía exactamente qué le estaba pasando por la cabeza. ¿Acaso lo había sabido alguna vez? Pero adivinó qué era lo que estaba pensando ella misma—. Quizás deberías... asegurarte de que está bien.


Y volver a casa.


Hermione terminó la frase de Luna en su mente. No hacía ni cinco minutos se prometían verse en esos días nublados metafóricos, y ambas pensaban en los días que pasarían juntas, porque era eso justamente lo que convenía a Hermione. Ahora, aquello se había roto en mil pedazos. El contacto con la realidad estremecía a Hermione cada vez que la culpabilidad tomaba el control de ella cuando Luna la besaba. Un beso, y los sentimientos creaban un tornado que arrasaba con la calma que quería conseguir.


Se miraron una vez más. Aquello no parecía una despedida, o un error. No sabía qué estaba viendo en realidad. Tenía que descubrirlo.


—Voy a verle. Necesito sincerarme.


Luna asintió. Se levantó como si no pesara nada y la acompañó a la puerta. Hermione la miró una última vez antes de desaparecerse del jardín de los Lovegood. Luna suplicaba en silencio.

Notas finales:

Debo decir que la idea de un hechizo para las sábanas para que tengas mejores sueños no es mía, sino del fic "Pet Project" de la ficker Caeria en la web de fanfiction.net, que también usó Sycorax en su saga "La Rueda de la Fortuna".


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