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Destino compartido por mei yuuki

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Primera vez

 

      Hasta el momento de su falsa muerte, las únicas relaciones personales que William James Moriarty había establecido se limitaban a las fraternales con sus hermanos y a las cordiales con sus compañeros. Luego Sherlock Holmes había irrumpido en su vida, en primera instancia como el individuo que podía desentrañar sus crímenes cuidadosamente orquestados; después se abrió paso contra la corriente, imbuido de terquedad y curiosidad insaciables, hasta alcanzarle y hacerle notar que no existía otro aparte de él que le pudiera comprender.

     Era su igual, y podría decirse que por primera vez tuvo un verdadero amigo. Uno que estuvo dispuesto a sacrificar su vida para salvar la suya. Esta certeza empezó a retumbar como una campana dentro de su cabeza con el paso de los días; le recordaba que Sherlock no era ninguno de sus hermanos, y que ese vínculo que compartían podía correr por otra vía distinta que la de una amistad. Ese fue uno de los motivos que le hizo darle aquel beso, esa tarde cuando le encontró fumando en el jardín. Quería dilucidar sus propios sentimientos de una vez por todas, y al mismo tiempo creyó que serviría para probarlo.

     De rechazarlo o espantarse ante su osadía, tendría un motivo para abandonarle. Si dejaba a William atrás, sería libre para retornar a Inglaterra, donde podría contribuir a un bien mayor. Era lo correcto, en términos del que había sido su plan. No podía ignorar esa posibilidad, por insignificante que fuese.

      Ese primer beso le supo a tabaco; un ruido de sorpresa se filtró entre sus labios entreabiertos y William pensó que le detendría. Los posibles escenarios se materializaron en el aire. Si otro hombre lo besaba de improviso, ¿cómo respondería Sherlock? Predijo una reacción violenta: era cierto que acostumbraba a invadir el espacio personal de otras personas sin preocuparle en absoluto, pero esto era diferente. La homosexualidad era, a fin de cuentas, un tabú además de un crimen.

      Sin embargo, el detective se quedó inmóvil como si perdiera las fuerzas. William pudo saborear la duda envuelta en la suavidad de sus labios hasta que se alejó, segundos más tarde. Casi le dolió tener que hacerlo, pero quería descubrir qué pasaba por su cabeza. Entonces notó la mirada conmovida en sus ojos azules, la forma lenta en que parpadeó para enfocar su rostro y los mundos imaginarios se desplomaron.

     ―¿Por qué? ―Preguntó, invadido por una extraña sensación de desconcierto y derrota. Sherlock alzó la mano despacio y echó detrás de su oreja los mechones rubios, antes de sostenerle por la mejilla. Tuvo que levantar su ceño ligeramente fruncido para enfrentarlo otra vez.

     ―Vamos, Liam. Sé que en el fondo no necesitas preguntármelo a estas alturas. ―Todavía estaba tan cerca que su aliento le rozaba. Delineó el contorno de su boca con el pulgar y tocó sus labios húmedos; William sintió que se le erizaba la piel. Era él quien se debilitaba ahora. ―Deja de esperar lo peor de mí cada vez, ¿quieres?

     Estuvo a punto de reír. Sherlock tenía razón: desde el principio le había impuesto la tarea final de asesinarlo, sin tener en cuenta sus sentimientos. Quizá era la parte de sí mismo que no lograba renunciar a los planes que pasó construyendo durante tantos años la que le impedía admitir ese amor, aunque fuese tan evidente para él. Era difícil reconocer que aún podía recibir y experimentar algo como eso cuando debería estar muerto.

     ―… Supongo que tendré que aceptar tu decisión, Sherly. ―Fue una rendición más dulce que la primera; obtuvo a cambio una sonrisa torcida y otro beso.

     No era fácil comenzar desde cero para alguien cuya alma albergaba tal cantidad de pecados, lo que incluía iniciar una relación romántica. Dado que pasó bastante tiempo centrado en un objetivo en particular y evitó cualquier distracción, existían muchas cosas que desconocía de sí mismo. Sacar a relucir su interior para compartirlo con alguien más podría haber sido imposible si la mente de esa otra persona en cuestión no estuviese en total sintonía con la suya, como sucedía con Sherlock. Aparte de eso, él solía tener el mismo desinterés en la materia que William, lo que los situaba, una vez más, en el mismo sitio.

     Aunque ese no era el único asunto del que tenían que hacerse cargo.

     ―Entonces, ¿qué historia contaremos? Tarde o temprano alguien preguntará quiénes somos y qué hacemos quedándonos aquí ―le preguntó un día al poco tiempo de llegar. Era un descuido no haber pensado en ello hasta el momento; en definitiva dos extranjeros llamarían la atención y William ya había escuchado algunos rumores a sus espaldas.

     Sherlock, que entonces leía distraídamente el periódico arrugado que había conseguido en el mercado el día anterior, contestó sin incorporarse de la cama o pensárselo más de tres segundos:

     ―Cualquier excusa bastará. De otro modo, siempre podemos ignorarlos.

     ―Es un pueblo pequeño; si hacemos eso solo aumentarán las habladurías. ―Tras haber vivido en Durham, William conocía de primera mano la forma en que cualquier novedad o escándalo se esparcía como fuego en pastizal dentro de un lugar como aquel.  

     ―Bueno, dudo que puedan averiguar algo en este fin del mundo. Deja que digan lo que quieran.

     ―Creo que deberías pasar menos tiempo en mi habitación ―dijo en cambio, con la insinuación de una sonrisa. Permanecía sentado a los pies de la cama, contra la ventana cerrada. Con los brazos cruzados sobre el regazo, ladeó el rostro en su dirección―. De lo contrario, comenzarán a sospechar que hay algo extraño entre nosotros.

     Obtuvo el resultado que esperaba: el antiguo detective dejó a un lado el montón de hojas y se levantó con pesadez para mirarle desde cerca.

     ―¿Quieres matarme del aburrimiento? ―Extendió la diestra hacia él.

     ―Intento evitar que nos arresten o expulsen. Ya llegamos muy lejos como para meternos en problemas por esto. ―A pesar de sus palabras, su expresión fue suave y le permitió tomar su mano. Sherlock se entretuvo trazando líneas con la yema de los dedos sobre su palma y a lo largo de la piel fina de su muñeca.

     ―No tenemos privacidad en este maldito cuchitril.

     ―Tampoco mucho dinero para mudarnos. ―Apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos. No es como si no hubiese pensado en un plan, pero en ese preciso instante no deseaba discutirlo. Limitarse a estar allí y disfrutar de su compañía era un lujo que quería aprovechar mientras pudiera.

     Sherlock desplazó la mano hacia su cabeza y comenzó a acariciarle el cabello dorado. La luz del sol que atravesaba el cristal opaco lo hacía brillar y calentaba su cuero cabelludo. Debía de tratarse de una vista agradable, porque tuvo la impresión de que mantenía la mirada fija sobre su coronilla. En algún punto, sintió que presionaba los labios contra ella.

     ―Podríamos decir que estamos pasando una temporada en el campo por motivos de salud, más concretamente por la tuya. ―Lo escuchó decir tras un plácido silencio que duró varios minutos, como si hablara para sí mismo.

     ―¿Qué insinúas con esa sugerencia? También podrías ser tú.

     ―Eres el que sale menos, sería más creíble. Además, ya sabes…

     ―Mis lesiones ya se han curado. ―Se enderezó para encararle con ojos críticos― ¿Cuál sería tu papel en eso?

     Sherlock se llevó la mano a la barbilla, aunque lo siguiente que dijo le confirmó que no pretendía tomárselo con seriedad.

     ―¿Qué te parece si soy tu doctor? Sería interesante.

     ―No es el punto que lo sea, debería ser un relato verosímil. Y no tiene sentido que tenga un doctor privado a pesar de no contar con los recursos para alojarnos en un sitio mejor ―dijo, aunque no pudo evitar sonreír con burla―. Me pregunto qué cara pondría el doctor Watson de saber que quieres usar el buen nombre de su profesión en nuestra farsa.

     ―Él se la pasa escribiendo historias sobre mí, no tendría derecho a quejarse. ―Se defendió y una arruga se formó en su nariz ante el recuerdo. Se pasó una mano por el pelo, echándoselo hacia atrás―. Si no te gusta esa idea, inventemos que somos hermanos. Así no sospecharán, por mucho tiempo que pasemos juntos.

     William lo consideró durante unos instantes. Sin embargo, terminó descartándolo también.

     ―Dejando a un lado que no tenemos ningún parecido físico, nuestros acentos y modales   tampoco concuerdan.

     ―Puedo ser tu hermanastro: les haremos creer que hay todo un pasado dramático detrás y se les quitarán las ganas de conocer el resto ―soltó mientras se inclinaba sobre la mesa de noche para alcanzar la caja de cigarros que había dejado encima―. Los detalles pueden esperar.

     Lo observó mientras fumaba sin preocupación alguna. Pese a sus juegos, sabía que Sherlock y él eran perfectamente capaces de crear una mentira convincente de la que nadie se atrevería a desconfiar. Eran cómplices, y solo entonces se permitió sentir cuánto le gustaba serlo.

     El mundo se estaba desmoronando.

     Era más preciso afirmar que se derretía a su alrededor; todo lo que alcanzaba a notar era el fuerte latido del corazón bajo su mano, el calor de la piel y las ráfagas de su aliento. Los besos no cesaban, solo cambiaban de lugar; cuando la boca de Sherlock se cerró en torno a su cuello durante un momento larguísimo, sus párpados cayeron y se apretaron por cuenta propia.

     Desde que acordaron aventurarse en el sexo, William tuvo una idea aproximada respecto a qué esperar. A pesar de ser dos hombres, conocía la teoría y con las preparaciones adecuadas, no creía que fuera complicado. Era prescindible, en todo caso. Tras los eventos que atravesaron juntos hasta la fecha, la intimidad que compartían era más profunda que una carnal. Sin embargo, se sentía intrigado, al igual que Sherlock; como si se tratase de una barrera más que derribar porque ya no necesitaba estar ahí.

     Tuvo que aguantar el impulso de reírse al verle fruncir el ceño, un tanto nervioso, mientras le desabotonaba la camisa. Solo verlo desprenderse de su confianza aplastante era ya una enorme ganancia, incluso si aquello resultaba ser decepcionante.

     Pero no lo fue, y tampoco pudo conservar la calma por mucho tiempo. William Pronto se sintió expuesto, frágil, y no solo por estar desnudo: permanecer debajo de su cuerpo era estar en su poder; una renuncia a su autonomía que le hizo sentirse turbado. Ni siquiera tiempo atrás, durante aquel secuestro, había estado en una posición de tal abandono como en esos instantes, sobre esa cama.

     ―Está bien si cambias de idea ―le dijo Sherlock alejándose para ver la expresión de su rostro acalorado, consciente de que algo le preocupaba―. Podemos parar, solo dímelo. ―El cabello negro le caía suelto sobre los pómulos y su respiración estaba agitada por la excitación.

     Lo contempló unos segundos, y notó que el torbellino de inquietud cedía poco a poco dentro de su pecho. Cerró los ojos despacio y negó con la cabeza. Comprendió que no tenía razón para sentirse amenazado, pues se trataba de Sherlock: el mismo sujeto que, aun después de enterarse de todos sus horribles secretos, le eligió por encima de toda lógica y noción de justicia. No le destruiría incluso si se lo pidiera (de nuevo), y así se lo demostró una vez más.

     La realidad se desdibujaba en la esquina de su visión, pero lo último que deseaba era que Sherlock soltara su cintura o que sus labios dejaran de quemarle la piel. La mente de William había perdido la claridad cuando las manos de su amante le recorrieron por vez primera, buscando y reconociendo, rebosantes del mismo afán con que analizaban escenas de crimen y perseguían pistas. Y al finalmente unirse a él, fue embargado por un sentimiento de liberación que le hizo estremecerse tanto como el mismo hecho de recibirle. No existía más que eso: se tenían el uno al otro y ninguna otra cosa importaba.

    Se asió a él con toda la fuerza que reunieron sus dedos temblorosos, y se dejó ir; olvidadas ahora las reservas. Su voz se mezcló con la suya hasta que las palabras y los sonidos perdieron el significado.


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