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Oculto en Saturno por blendpekoe

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El jardinero llegaba los sábados para acomodar de a poco el patio y mantener sus arreglos. Casi no nos hablábamos, lo evitaba porque me incomodaba su curiosidad, tenía esas ganas de hablar de plantas que compartían todos los apasionados por la flora. Matías solía hacer lo mismo, los patios caían bajo su inspección mostrando interés por cosas que ni sus dueños entendían, hablar con extraños tampoco era un problema cuando se trataban de esas cosas. Repartía conocimiento y consejos incluso cuando no eran solicitados, inmune a las caras de aburrimiento, no podía con su genio. Muchas veces, cuando íbamos de visita a la casa de sus padres, su charla entraba en ese mundo del que no podían salir, a pesar de estar todo el tiempo hablando de lo mismo en el trabajo. Lautaro y yo manteníamos una charla aparte resignados.


El jardinero iba y venía como quería, casi todo lo que fuera necesario hacer quedaba a su juicio. Solo la huerta seguía a la espera de una determinación de mi parte. A media mañana escuché voces y mirando por la ventana de la cocina vi una persona extraña cargando con una bolsa, recibiendo indicaciones del jardinero. Pero un poco más al costado vi la espalda fácilmente reconocible de Lautaro. Así como sucedía con la taza, la forma en que se paraba con las manos en la cintura mientras miraba el patio era idéntica a la de Matías. Me quedé sorprendido, lo que menos quería eran miembros de su familia en la casa. Gruñí y después de dudar salí al patio. El ruido de la puerta hizo que girara, él parecía haber estado esperando el encuentro porque no se mostró alarmado al verme. No pude saludarlo y él vio en mi expresión que no estaba a gusto.


—Perdón por aparecer sin avisar. —Se acercó a mí con cara de culpa—. Justo estaba en el vivero y cuando supe que había que enviar un pedido, quise venir a ver. —Delante mío quitó el tono de culpa y habló con más seriedad—. El que quería visitarte era mi papá, lo convencí de venir en su lugar.


Suspiré mirando hacia el patio, no quería que se enteraran de los arreglos ni del descuido. Observé al jardinero, no se me había ocurrido la posibilidad de que podría necesitar cosas del vivero.


—¿Me vas a echar?


—No.


Una gran tristeza me invadió al pensar en los padres de Matías, podía imaginarlos querer ocuparse de todos esos arreglos ellos mismos. Pero yo era egoísta y no los quería allí. Les arrebataba la oportunidad de hacer cosas en memoria de su hijo, como hice con la tumba, sus pertenencias y conmigo mismo al negarme a verlos.


—¿Quieres café?


Tomando aire entré a la cocina seguido por Lautaro, quien tuvo la atención de no mencionar lo diferente que se veía la casa. Serví café y nos quedamos en silencio por un rato. No me sentía muy bien frente a él, después de la llegada del piano de nuevo tenía la sensación de que algunas cosas no sucedían por casualidad. Y la reunión que evitaba con sus padres amenazaba con querer ocurrir. La vida insistía en llevarme por un camino por el cual yo no quería seguir.


—¿Cómo está tu papá? —me decidí a preguntar.


—Igual que siempre. No, peor —dijo con amargura.


Revolvió su café con pesadumbre.


—Tal vez por eso quise venir.


Lautaro tenía una relación tensa con su padre y Matías era quien siempre se ocupó de intermediar ante cualquier desacuerdo a favor de su hermano, sin temor a tener él la discusión que evitaba que se produjera entre ellos. Me sorprendía que no escarmentara con la muerte de un hijo para apreciar más al otro.


—Al menos ya no vives más con él.


—Es verdad —sonrió al decir eso—. A veces estamos un montón de tiempo bien hasta que por algún motivo dice una tontería. —Se irguió en el asiento—. ¿Sabes qué hizo hoy? Un cliente preguntó si yo trabajaba allí y le contestó "no le gustan estas cosas, prefiere el estudio antes que estar aquí" —al decir eso imitó un tono despectivo—. El pobre cliente no supo cómo reaccionar.


—No todos los padres son como quisiéramos. Deberían examinarles la cabeza antes de dejarlos tener hijos.


Soltó una pequeña carcajada ante mi pensamiento. Verlo reír, sentado en mi cocina, me dio una fuerte sensación de nostalgia, quise reírme con él pero no pude. Miró en dirección al patio.


—No te quedes por ellos.


Quería decírselo, aunque fuera una vez, porque el tiempo corría y casi no nos veíamos. No reaccionó al oírme pero luego volteó hacia mí.


—Eres el primero que me aconseja eso. Todos dicen que no debo irme, que están viejos, que ya sufrieron mucho, que no puedo darles la espalda.


Entendía el planteo, sin duda se sentirían solos, pero no era justo que el consuelo de ellos fuera la desdicha de otro.


—No es darles la espalda porque si algo les sucede vas a ser el primero en venir corriendo. Pero hasta que eso no pase no tienes porqué quedarte.


Miró de nuevo hacia el patio.


—¿Entonces crees que puedo seguir con mis planes a pesar de todo?


La conversación se estaba volviendo inoportuna para mí. Apoyé la cabeza en mis manos arrepentido de haberlo dejado entrar a la casa.


—Es como dijiste en el cementerio —respondí con pesar—, a tu hermano no le gustaría verte infeliz.


—¿Por qué eso no aplica a ti?


Lautaro no desaprovechó la oportunidad para recriminar mi actitud.


—¡Sabía que ibas a hacer eso! —acusé sintiéndome traicionado—. ¿Acaso quieres que te eche?


Sonrió con culpa.


—No, no quiero que me eches.


—No lo parece.


Al terminar el café salimos de nuevo y lo acompañé hasta la vereda. Él se apoyó en la reja sin querer despedirse.


—El ayudante que vino hoy —comenzó a contar— está ocupando el puesto de Matías en el vivero. —Esperó a ver una reacción en mí pero no hice nada—. Mis padres estaban muy negados de contratar a alguien pero cuando me fui a vivir solo reaccionaron. La vida cambió y hay que adaptarse.


—Ya te puedes ir —indiqué con sequedad.


No se desanimó con mis palabras.


—Hoy perdí el miedo de venir a tu casa. Así que voy a volver.


Escucharlo insinuar que tenía miedo me dejó un poco perplejo, yo olvidaba con mucha facilidad su dolor.


—Está bien, pero no vengas para hablar de cosas que me disgustan.


***


La noticia del nuevo ayudante del vivero me dio mucho en qué pensar. No pudo ser una decisión fácil para los padres de Matías, aunque fuera lógico que por ser mayores necesitaban ayuda. La culpa habría hecho que demoraran en tomar esa resolución. La misma culpa que hacía dudar a Lautaro.


Pude entender las palabras de Francisco, no era sencillo ser libre cuando la culpa tomaba nuestras decisiones.


Pero con Francisco no ocurría de esa manera, mientras lo esperaba me quedé divagando sobre ese hecho. Ir a verlo era lo único que hacía más allá de toda culpa. Era entrar a otro mundo donde mi realidad no importaba; si yo estaba de humor o no, si quería hablar o no, si iba a buscarlo o no, nada importaba, nada modificaba la sonrisa de su creador. Una sonrisa que tenía la cualidad de transmitir humanidad y deshumanidad al mismo tiempo. Según su lógica, arrastrarme a ese lugar era un acto de libertad y no me gustaba como sonaba eso.


Ese viernes ya comenzaba a sentirse el frío del invierno que se acercaba. Francisco vestía un abrigo negro y una enorme bufanda gris, en ese momento me percaté que en su ropa predominaban solo dos colores neutros. Nunca lo vi usar algo que saliera de la escala del negro o azul. El descubrimiento se sumaba a todas las cosas peculiares que componían su persona.


—No me gusta el frío —comentó al acercarse—. ¡Mira!


Tomó mis manos y las suyas estaban heladas.


—Deberías usar guantes.


—Y gorro —aportó mientras empezaba a caminar— pero no hice tiempo de buscarlos.


Se dio vuelta y caminó un pequeño tramo de espaldas.


—Cada vez va a hacer más frío como para que me esperes afuera.


—No me importa.


—No quieres esperarme en el consultorio —señaló y volvió a caminar de frente—. Ya sé qué podemos hacer.


—¿Qué?


—Voy a darte una copia de mis llaves.


Me detuve al instante sorprendido, Francisco también se detuvo viéndome como si no entendiera el problema.


—No puedes hacer eso. No hay nada entre nosotros.


—Lo sé —respondió con tranquilidad.


—No puedes darme tus llaves.


—¿Por qué no? —preguntó con falsa inocencia.


De inocente no tenía nada, tampoco de tonto.


—¿No te parece peligroso hacer algo como eso? —cuestioné un poco nervioso por la inesperada propuesta.


—¿Vas a robarme? ¿Entrar mientras duermo y matarme? —Había algo que lo divertía en todo el asunto—. Si fueras peligroso ya lo hubieras hecho, ¿no?


—No creo que sea correcto.


Se acercó a mí y tomó mi brazo, empecé a caminar nuevamente guiado por él.


—Eres tan correcto —halagó con un suspiro— que es imposible no confiar.


Siguió sosteniendo mi brazo, no estaba acostumbrado al contacto físico en la calle, por si acaso miré a nuestro alrededor a medida que avanzábamos.


—Tú eres muy extraño.


Sonrió ante esas palabras.


—Puede ser. ¿Eso te molesta?


—No. Tal vez es mejor que seas extraño. La gente normal me agota.


Lo noté orgulloso cuando dije eso. La cercanía no dejaba de incomodarme pero abandoné la vigilancia de la calle para concentrarme en él. Su alegría ajena a todo, sus singularidades, su seguridad, su libertad, lo hacían lucir cada vez más extraordinario.


—¿A todos les ofreces tu llave?


Me miró extrañado y le llevó unos segundos entender.


—No hay otros —respondió riendo—, esto no es tan sencillo.


Quedé desconcertado, yo daba por hecho que había otros. Cuando llegamos a su edificio se apartó para abrir la puerta, lo seguí sin entender esa nueva información. Dentro del ascensor Francisco miraba con atención mi actitud retraída por medio del reflejo del espejo.


—No me gustan los extraños y las veces que alguien aceptó acostarse conmigo en estas condiciones nunca terminó bien. Las personas se olvidan de sus propias palabras.


Yo le devolvía la mirada por el espejo digiriendo todo con dificultad. No estaba diciendo nada complicado pero me costaba salir del impacto que me generó.


Dentro de su departamento fingí normalidad y le quité el abrigo junto con su bufanda, aún procesando todo. Pensar que había otros le restaba intimidad e importancia a lo que hacíamos. Saber que no había nadie más cambiaba esas condiciones. Porque mi ego fue traicionero y la idea de que era el único con acceso a su cama pasó de inquietarme a generarme una extraña satisfacción.

Notas finales:

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